Chris Brooks, saludable joven de 22 años
que trabajaba medio tiempo en la construcción y estudiaba el último año en la
universidad, salió una noche a jugar bolos con sus amigos, regresó al hogar
paterno en Middletown Township, Pennsylvania y se acostó a dormir en el sofá.
Entonces, sus progenitores notaron algo raro: había dejado de respirar.
Su madre lo sacudió. Nada. Angustiada,
llamó a emergencias, pero cuando los paramédicos llegaron, el corazón del
muchacho había dejado de latir desde hacía casi 15 minutos. Paro cardiaco.
Pudieron reactivarlo administrándole una descarga eléctrica; restablecieron la
respiración. Pero Brooks aún no estaba fuera de peligro.
Cuando alguien pasa cinco minutos sin
latido cardiaco, flujo sanguíneo u oxígeno, corre gran riesgo de tener daño
cerebral permanente. Menos de 10 por ciento de quienes sufren un paro cardiaco
fuera del hospital logran sobrevivir y es que casi siempre transcurren más de cinco
minutos para trasladar a la persona a un lugar donde pueda recibir ayuda. Y de
quienes sobreviven, uno de 10 queda con daño cerebral grave.
Para reducir el daño al cerebro y otros
órganos, Brooks fue enviado de inmediato a la Universidad de Pennsylvania,
donde el Dr. Lance Becker y su equipo redujeron su temperatura central por
debajo de 32ºC utilizando un procedimiento llamado “hipotermia inducida”, el
cual suele administrarse a pacientes en paro cardiaco y consiste en colocar
bolsas de hielo o inyectar solución salina fría para incrementar las
probabilidades de recuperación total.
El frío salvó la vida de Brooks sin dejarle
daño cerebral. Y ese impresionante logro es la razón de que la comunidad
científica esté explorando otras aplicaciones de la hipotermia en situaciones
de emergencia.
El Dr. Sam Tisherman y su equipo de la
Universidad de Maryland, en colaboración con la Universidad de Pittsburgh
proyectan someter a 10 individuos a una forma más severa de hipotermia que la
utilizada con Brooks: una técnica denominada “animación suspendida”, con la
cual introducen en sus cuerpos líquidos que enfriarán (y preservarán) sus
tejidos. El ensayo experimental, conocido como preservación y resucitación de
emergencia para paro cardiaco por traumatismo (EPR-CAT, por sus siglas en
inglés), es financiado por el Departamento de la Defensa estadounidense y marca
la primera vez que un equipo médico utiliza la hipotermia profunda (temperatura
corporal de 10ºC) para salvar vidas.
“[Cuando] se habla de [animación suspendida],
muchos piensan en viajeros espaciales congelados que despiertan en Júpiter o en
Han Solo de la ‘Guerra de las Galaxias’”, dijo Tisherman, profesor de cirugía
de la Universidad de Maryland, en reciente entrevista con BBC. “Pero eso no
ayuda. Es importante que el público sepa que no se trata de ciencia ficción,
sino de un trabajo experimental que se estudia de una manera disciplinada antes
de utilizarlo para evitar muertes”.
Ralentizar la espiral de muerte
Cualquiera temblaría de manera incontrolable
si su cuerpo se enfriara apenas uno o dos grados por debajo de la temperatura
central normal de 36.5 a 37ºC; y cuando la temperatura desciende a 32ºC o
menos, el individuo experimenta aletargamiento, apatía y aturdimiento, y en
cuestión de horas sus órganos fallan y sobreviene la muerte por congelación.
Sin embargo, la hipotermia –estado en que
la temperatura central desciende tanto del nivel normal que el metabolismo y
las funciones corporales se interrumpen- es una contradicción médica pues, si
bien puede precipitar la muerte, también es capaz de ralentizar el proceso de
morir. Todo es cuestión de tiempo.
El asombroso caso de Anna Bågenholm
demuestra cuán peligroso –y protector- puede ser el frío extremo. En 1999, la
radióloga sueca de 29 años se encontraba esquiando en Noruega cuando cayó en un
arroyo congelado y quedó atrapada de cabeza bajo una capa de hielo de 17.5
centímetros de espesor. Transcurridos 40 minutos sufrió paro circulatorio; fue
rescatada después de una hora. No obstante, el intenso frío había enfriado su
cerebro y cuerpo disminuyendo su temperatura central a 13.7ºC, y tras su
rescate y reanimación despertó sin daño cerebral, por lo que se recuperó
completamente luego de unos pocos meses.
“Sabemos que si una persona permanece
sumergida tres o cuatro minutos en agua templada es, prácticamente, imposible
de salvar”, explica el Dr. Gordon Giesbrecht, fisiólogo de la Universidad de
Manitoba, Canadá. “Pero si alguien cae y resbala bajo hielo puede sobrevivir
hasta 30 o 40 minutos de ahogamiento. Cierto que el suministro de oxígeno al
cerebro se interrumpe, mas el órgano frío es capaz de resistir un periodo de
anoxia prolongado”.
El proceso de muerte no es como caer por un
precipicio, sino algo mucho más gradual que conlleva una serie de reacciones en
cadena al interior de las células. “Hay vías que conducen a la muerte celular y
sabemos que, cuando una persona alcanza una condición crítica, se activan
muchas de esas vías”, dice Becker. “Así que las células inician una espiral que
conduce a la muerte. [Sin embargo,] el enfriamiento ralentiza esa espiral de
muerte”.
Con la hipotermia, ese periodo entre la
vida y la muerte podría describirse, más precisamente, como un “estado de
hibernación” o muerte temporal, propone Becker.
Hay anécdotas de niños que sobrevivieron
varias horas en temperaturas bajo cero luego de entrar en un estado de
hibernación precipitado por la hipotermia. Erika Nordby, “la niña milagro de
Canadá”, fue reanimada después de pasar dos horas en la nieve, sin latido
cardiaco y con una temperatura corporal de 16ºC. Recordemos también el caso de
Bågenholm, quien vivió para relatar su estremecedora historia. Ambos son
ejemplos que dan a los médicos la esperanza de usar la hipotermia en ambientes
clínicos controlados.
Hielo en la entrepierna
La hipotermia terapéutica se remonta a las
Guerras Napoleónicas del siglo XIX, cuando un cirujano militar observó que los
soldados heridos que se hallaban arropados y próximos al fuego se complicaban
más que los atendidos en el frío exterior.
Encabezados por el pionero de la
hipotermia, Dr. Peter Safar, los galenos comenzaron a aplicar la hipotermia
experimental en salas de emergencia durante las décadas de 1950 y 1960 con
objeto de reducir lesiones en tejidos y el daño cerebral secundario a la falta
de riego sanguíneo, sobre todo en pacientes que habían presentado paro cardiaco
o infarto cerebral. Observaron que al reducir la demanda de oxígeno en el
cerebro, la hipotermia disminuía la producción de neurotransmisores, así como
la actividad cerebral y la cantidad de radicales libres que podían dañar el
encéfalo, en tanto que cubrir de hielo todo el cuerpo durante unas 24 horas
protegía al resto de los órganos, incluidos riñones e hígado. “Un enfriamiento
ligero… aun de dos o tres grados [Fahrenheit] podría marcar una gran
diferencia” al salvar una vida, dice Becker, mientras que lo contrario –elevar
la temperatura- reduce las probabilidades de supervivencia.
El estándar actual de atención en paro
cardiaco consiste en enfriar al paciente con “hipotermia ligera” de 32 o 33ºC
durante 12 a 24 horas. Después del paro cardiaco, se practica reanimación
cardiopulmonar para que el corazón vuelva a latir y al llegar a la sala de
urgencias, los médicos aplican mantas de enfriamiento, toallas mojadas y bolsas
de hielo en la entrepierna o el cuello para inducir hipotermia leve. Eso fue lo
que salvó a Chris Brooks.
Es posible que un mecanismo parecido haya
preservado la capacidad motora del ala cerrada de los Buffalo Bills, Kevin
Everett quien, durante un partido de 2007, sufrió una lesión espinal que le
dejó temporalmente paralizado y puso en peligro su vida. Los médicos utilizaron
terapia de frío para reducir la inflamación y el daño, intervención crítica
para proteger su sistema nervioso después del traumatismo. Hoy, el futbolista
ha vuelto a caminar.
Drenar la sangre
EPR-CAT es un procedimiento experimental
mucho más riesgoso que el enfriamiento estándar. En el ensayo de la Universidad
de Pittsburgh, los médicos pretenden reducir la temperatura de los pacientes al
nivel de 10 o 15º C[1], muy por debajo de lo que jamás se haya intentado. Para
ello, enjuagarán la sangre de los pacientes con solución salina helada, cosa
que “nunca se ha intentado en seres humanos”, reconoce Tisherman.
El profesor considera que al inundar el
sistema circulatorio con líquidos en extremo fríos, los pacientes traumatizados
“tolerarán la ausencia de sangre mientras el cirujano intenta controlar la
hemorragia” por una herida de bala o cualquier otra pérdida sanguínea
traumática. A diferencia de un paro cardiaco por enfermedad cardiovascular, es
imposible practicar RCP a personas cuyo corazón ha dejado de latir por un
traumatismo y pérdida de sangre, razón por la que se utilizan esas temperaturas
frías.[2] Durante EPR-CAT, los médicos introducen un tubo largo en la aorta e
inyectan un líquido frío y salino (salado) en el cuerpo. Después utilizan una
máquina de derivación cardiopulmonar para restablecer la circulación y la
oxigenación sanguínea.
La técnica se ha probado en animales. Un estudio
de 2006 analizó el impacto de la hipotermia “profunda” (15ºc), “intensa” (10ºC)
y “ultra profunda” (5ºC) en cerdos con heridas hemorrágicas no controladas y
determinó que los animales sometidos a hipotermia intensa tuvieron la tasa de
supervivencia más alta. En 2000, investigadores inundaron las arterias de
perros en paro cardiaco con solución salina helada y descubrieron que mejoraban
sus posibilidades de supervivencia, sin daño cerebral.
Sin embargo, como sucede con cualquier
tratamiento experimental para humanos, hay inquietudes. Los médicos saben que
de no implementarse adecuadamente, la hipotermia puede disminuir la capacidad
de coagulación de la sangre (hacen falta ciertos medicamentos para mantener la
coagulación) y también es posible que, después de inducir la hipotermia
profunda, el paciente reanimado presente daño cerebral.
“Todo dependerá de la implementación”,
insiste Becker. “Drenar la sangre y enfriar rápidamente al paciente a un nivel
profundo; eso intentamos todos los días y es terriblemente difícil… Pero me
atrevo a decir que es la idea correcta”.
De tener éxito, el ensayo revolucionaría la
investigación en resucitación. “Por ahora, con nuestras estrategias de
reanimación en paro cardiaco, sobrevive menos de 1 de cada 10”, revela Tisherman.
“Si podemos elevar la cifra a 15 o 20 por ciento, podríamos cambiar mucho las
probabilidades de supervivencia”.