Mucho había escuchado sobre la importancia de aprovechar el tiempo. Fue hasta que se encontró con la certeza de saber que el tiempo estaba limitado que lo entendió. Andrea y Carlos llevaban dos años viviendo juntos cuando ella comenzó con el cansancio extremo, al inicio pensaron de un posible embarazo, que descartaron después de un par de pruebas rápidas de la farmacia, ninguno sospechó que el alivio que sintieron al ver el negativo se convertiría en un recuerdo constante de lo que ya nunca iba a poder ser. Después comenzó la falta de apetito, pasó de ser capaz de devorar una orden de enchiladas con todo a no poder ni terminar con un pan tostado con miel por las mañanas, después de unas semanas, ambos tenían claro que algo no andaba bien.
Un par de visitas al internista, laboratorio y hematólogo después, se encontraban frente a un diagnóstico devastador; leucemia, en etapa avanzada. Incluso con tratamiento, le quedaban máximo 8 meses de vida.
“Debemos priorizar” repetía Carlos en su cabeza mientras aguantaba las lágrimas para no desplomarse. Mientras ella muda llenaba de agua salada su camisa con la cabeza hundida en su pecho. Debemos priorizar; Era imposible que todos los planes y metas que se habían propuesto pudieran llevarse a cabo durante los siguientes meses así que había que limitarse y concentrarse en aquellos que fueran posibles a corto plazo y meter en compartimentos que no estuvieran a la vista todo aquello que con certeza ya nunca iba a poder ser, al menos no incluyéndolos a los dos.
Ninguno seguía convencionalismos, pero en ese momento a Carlos le pareció buena idea comenzar la compartimentación proponiéndole matrimonio a Andrea, no era espontáneo, los últimos dos años habían sido por mucho los más felices de su vida, estaba convencido, entonces, más que nunca, de que era ella, no podía imaginar su futuro con nadie más, ni quería pasar un solo día sin llamarla su esposa y disfrutar en este nuevo estatus simbólico los últimos meses que le quedaban, al final nadie sabe cuándo caduca eso de “en la salud y la enfermedad” pensó, así que por fin compró el anillo que llevaba meses viendo y se lo propuso una semana después de que recibieron el diagnóstico. Andrea dijo que no.
No quería convertirlo en un viudo a sus 33, para Andrea algo era seguro; Más temprano que tarde la promesa de “juntos hasta que la muerte nos separé” incluso cuando ella muriera lo mantendría atado a ella, y Andrea quería que él siguiera, que aquello que habían planeado y soñado para los dos lo hiciera, solo o con alguien más, sin convertirse en un ancla al pasado. Pero, las cosas no son como uno quiere o como uno planea y lo que los otros deciden o no hacer está completamente fuera de nuestro control, aunque no siempre lo parezca.
Transcurrieron los 6 meses más agridulces de sus vidas hasta que por fortuna, sin tanto dolor un día, Andrea ya no abrió sus ojos aceituna. Tener la seguridad de que es la última vez que compartes algo con quien consideras tu compañera de vida no puede describirse más que como una constante patada en el rostro.
Es irónico, Andrea le dijo que no para evitar que se sintiera atado a ella y es quizá por eso que, aún después de su partida él ha decidido que no es hasta que la muerte los separe sino hasta que los vuelva a unir. Han pasado 15 años y Carlos continua teniendo el compartimento con el nombre de Andrea a la vista, bien presente. Un viudo sin novia eternamente fiel al recuerdo de lo que no pudo ser.