Aunque sorprenda o nos sea más fácil culpar al enemigo público número uno, es decir, los políticos (afiliados a cualquier partido, preferentemente si están en el gobierno), la realidad es que el principal reto de México somos los mexicanos. La afirmación anterior es posible si partimos de una simple premisa: al final del día, la quincena, el año y, principalmente, del sexenio, somos usted y yo, ciudadanos que trabajamos en construir nuestro día a día (a veces, a pesar del gobierno en turno), quienes seguimos aquí, quienes realmente importan.
A lo largo de la historia de México hemos sido cómplices silenciosos del llamado paternalismo, que la Real Academia Española de la Lengua define como la “tendencia a aplicar las formas de autoridad y protección propias del padre en la familia tradicional, a relaciones sociales de otro tipo; políticas, laborales”. En lenguaje simple, podemos definir el paternalismo en función de nuestro momento coyuntural. En el pasado reciente, paternalista era aquel que esperaba que el gobierno resolviera todo. En la era de las redes sociales, paternalista es aquel que, como adolescente, busca siempre a quien culpar y el culpable de todo es casi siempre el gobierno.
El proceso de consolidación de la democracia en países como México trajo consigo un sinnúmero de cambios poco evidentes, que no por ello menos importantes. En el mundo empresarial-corporativo la responsabilidad social, es decir, el reconocimiento del compromiso que la iniciativa privada tiene también con la sociedad, transita hacia la sustentabilidad corporativa, que implica también generar equilibrios a partir de la administración eficiente y racional de los recursos, de manera tal que sea posible mejorar el bienestar de la población actual sin comprometer la calidad de vida de las generaciones futuras. En total, el asumir responsabilidades, sin que ello signifique quitársela a quienes, a través del voto, hemos delegado la principal obligación de ello. Todos participamos, todos somos directa o indirectamente corresponsables.
Así, las empresas comenzaron a generar alianzas estratégicas con los llamados stakeholders (aquellas personas, grupos u organizaciones que tienen interés o influencia en una determinada organización). Las más exitosas han sido aquellas que vinculan en acciones específicas a ciudadanos, sociedad civil, empresas, gobiernos y organismos multilaterales. Esto es, que amplían su círculo de acción y de influencia a un espectro más amplio. Ser sustentables les ha permitido tener mayores y mejores resultados, y con ello están dejando de ser simples generadores de empleo o pagadores de impuestos a ciudadanos corporativos, es decir, entes que contribuyen de manera integral en el desarrollo y crecimiento económico.
En un escenario como el que vivimos los países de América Latina, en especial en México, es difícil determinar el grado de paternalismo, es decir, qué tanto asumimos la parte de responsabilidad pública que nos corresponde como ciudadanos y que no se limita, como se pensaba en años anteriores, a pagar impuestos. Hoy una mayor recaudación de impuestos por parte de los gobiernos no debería de ser lo relevante, sino la forma en la que estos se invierten y el seguimiento que la sociedad le da al uso de recursos públicos.
También hay que recordar que el primer paso es poner el ejemplo. Tan corrupto es el que pide el lamentablemente conocido “diezmo” (el 10 por ciento, en el mejor de los casos, por facilitar un contrato con el gobierno), como el que da una mordida para ahorrarse el tiempo de acudir a pagar la multa cuando se pasó, por ejemplo, un alto. La transparencia y rendición de cuentas, así como un Estado de derecho sólido, es un tema de corresponsabilidades.
Efectivamente, y a pesar de la alternancia, vivimos bajo la sombra de partidos políticos y gobiernos corruptos, pero para evitar el costo económico de la corrupción, debemos voltear a ver en dónde está el sol y en dónde estamos parados nosotros, a fin de asegurarnos de que no sea nuestra propia sombra la que esté menguando el desarrollo de nuestro país.
Hoy, quienes arguyeron llegar al gobierno para acabar con la corrupción y quienes desde la izquierda usan el argumento del pueblo para sus propios fines, toman la bandera de un Sistema Nacional Anticorrupción, a pesar de que lo que necesitamos son acciones que disminuyan estas prácticas y no discursos retóricos asumiendo indirectamente responsabilidades bajo la premisa de que “no llevaron la tarea porque se la comió el perro”, o lo que es lo mismo, de que son “errores humanos”. Tampoco es camino el sostener grupos políticos por miedo a perder sus votos en el Congreso. Para el gobierno en turno, la responsabilidad es mayor, no se trata simplemente de hablar de un cambio, sino de ejercerlo.
El paternalismo a la mexicana es aquel que cree que por culpar a otro, tenemos menor responsabilidad o nos exime por completo. El caso Ayotzinapa es un claro ejemplo de ello, se escuchan muchas voces que demandan la aparición de los 43; pero nulas o pocas son aquellas que se cuestionan cómo y por qué hay miles de jóvenes que prefieren morir bajo el amparo del crimen organizado, que vivir bajo el sol de una sociedad y un gobierno que ofrece oportunidades de desarrollo. No son solamente 43, son también aquellos que desaparecieron a estos jóvenes. Si hablamos de inclusión, el 43 debería de ser solamente el principio para darle cara, también, a aquellos que por ausencia de oportunidades han claudicado frente al crimen.
La responsabilidad no es de uno, es de todos, el éxito depende de que cada quien hagamos lo que nos corresponde sin menguar, en acción u opinión, la responsabilidad del otro. Dejemos atrás el paternalismo a la mexicana… mejoremos nuestro bienestar y comprometámonos con nuestra calidad de vida.