En el centro del patio de la escuela, los familiares han levantado un altar con veladoras y flores anaranjadas y blancas, frente al cual casi todos los días rezan el rosario.
Enmarcada por las tupidas montañas de la Sierra Madre del Sur, esta escuela pública para maestros no oculta su filiación política.
“Ayotzinapa, cuna de la conciencia social”, se lee en la puerta apenas llega uno. Los muros de la escuela, construida sobre una antigua finca, están llenos de coloridos motivos de la lucha campesina, pintados por los propios estudiantes que han conservado la ideologizada corriente pictórica de los muralistas mexicanos.
Bajo la mirada de Marx, Engels, Mao Tse Tung y Ernesto “Che” Guevara, representados en el mural principal de la escuela, esta comunidad vive en vilo desde la desaparición de los jóvenes.
El día que se los llevaron, los muchachos habían ido a recaudar fondos para poder viajar a la Ciudad de México, ubicada a casi 300 km. Querían participar en la tradicional marcha del 2 de Octubre, que conmemora la masacre de Tlatelolco de 1968.
La brutal persecución de policías municipales, que terminó con la desaparición de los 43 y con seis muertos, se desencadenó, según las versiones oficiales, porque los jóvenes se habían apoderado de autobuses del servicio público para regresar a la escuela.
El secuestro de camiones y las protestas violentas son una práctica común de esta normal fundada en 1926, en la época postrrevolucionaria de México, cuando el entonces presidente Lázaro Cárdenas impulsó, con la creación de varias de estas normales, un gran proyecto educativo para el campo, en un país que entonces era mayoritariamente rural y cuyo gobierno se ubicaba a la izquierda.
La escuela es una pequeña ciudad, con un gran comedor comunitario, en la que los alumnos duermen en humildes camas improvisadas con colchonetas y cartones en aulas convertidas en dormitorios. La sencillez del lugar no desentona con la belleza natural salpicada de cálidas palmeras y amplios sembradíos, en los que ellos mismos cultivan productos para su consumo.
Son egresados de esta escuela Lucio Cabañas y Genaro Vázquez, líderes guerrilleros de la década de 1970, un periodo reciente de la historia de México aún no esclarecido del todo, en el que el ejército desató una feroz represión contra poblaciones de la montaña.
A Tixtla, el pueblo más cercano a Ayotzinapa, se llega por una intrincada y descuidada carretera que contrasta con la lujosa autopista que lleva a las paradisíacas playas y centros turísticos de Guerrero, el estado sureño en el que se ubica el famoso balneario de Acapulco.
El progreso que llegó a México en la década de 1990 con el TLCAN, simplemente pasó de lado para muchos pueblos de la montaña y la costa guerrerense.
La influencia de la escuela se respira en Tixtla. La población se ha movilizado para llevar diariamente comida, cobijas y ropa a los familiares de los 43 estudiantes, muchos de ellos campesinos que vienen de localidades remotas en la montaña.
Las camionetas del servicio público de Tixtla llevan mensajes en las ventanas que exigen la aparición de estudiantes; la policía comunitaria, creada por milicianos en 2013, vigila cotidianamente la escuela, mientras que un grupo de estudiantes de la carrera de medicina alternativa, se ha instalado en Ayotzinapa para atender el exceso de cansancio, los problemas de presión, de sueño, falta de apetito y estrés que viven estás desoladas familias.