El pacto de terror entre Occidente y la Casa Saud.
EN 1979 la Unión Soviética invadió Afganistán. Ese mismo año desde Estados Unidos se comenzó a organizar la resistencia antisoviética en manos de guerrilleros islamistas. Nació entonces el enemigo de hoy, al puro estilo estadounidense que arma y entrena hoy a los que serán los enemigos de mañana.
La URSS invadió Afganistán para apaciguar la guerra civil y poder construir en ese territorio un oleoducto que condujera el petróleo del mar Caspio, por entonces bajo dominio soviético, hacia el océano Índico y así satisfacer la demanda del mercado emergente del sureste asiático. La guerrilla antisoviética patrocinada por los estadounidenses, y liderada por el saudí Osama bin Laden, buscaba precisamente evitar esta situación.
Era 1979 y nadie en la potencia comunista sabía que a su país le quedaban 10 años de vida, pero la mafia político-petrolera de Estados Unidos sabía que el colapso soviético era cuestión de tiempo, para lo cual era importante que no se consumara el proyecto del oleoducto. El Caspio y sus miles de millones de barriles de crudo eran el botín ambicionado por los grandes consorcios energéticos, que estaban muy dispuestos a patrocinar a los yihadistas. A partir de 1973, y ante la crisis petrolera, la situación era clara, o sobrevivía la URSS o sobrevivían los petroleros…
En 1973 Arabia Saudí organizó a los demás países petroleros miembros de esa mafia conocida como OPEP, para imponer un embargo a Estados Unidos y sus aliados; el pretexto fue el apoyo de estos países a Israel en la guerra de Yom Kipur de 1971, aunque la verdadera causa es que en 1972 comenzó el declive de los gigantescos pozos saudíes y del resto del mundo en general. El embargo mandó los precios a la nubes, lo cual podría ser perjudicial para el mayor consumidor, Estados Unidos… a menos, claro, de que la empresa petrolera del Estado Saudí, Saudí Aramco, esté formada por empresas y capital estadounidense.
En la década de 1970 se hizo inevitable el hecho que aún venimos esquivando hasta el día de hoy: que el petróleo, ese gran negocio de la Casa Saud y el gobierno estadounidense, se acabará algún día… fue en ese momento cuando comenzaron los conflictos geopolíticos y terroristas que padecemos hasta hoy y que amenazan más que nunca la paz y la seguridad de todo el planeta.
En 1979 no solo tuvimos la invasión soviética a Afganistán, es también el año en que una revolución derrocó al gran aliado petrolero, que era el sha de Irán, y elevó al poder a un clérigo islámico que nacionalizó el petróleo iraní y dejó fuera del negocio a los estadounidenses: Ruhollah Jomeini. En ese mismo año, con un proyecto laico y moderno, y apoyo norteamericano, tomaba el poder en Irak Sadam Hussein, quien con ese apoyo comenzó una guerra contra Irán.
El objetivo de entonces y de hoy era básicamente el mismo: dominar esa gran cuenca petrolera que incluye las reservas de toda la península árabe, las de toda Mesopotamia, Irán y el mar Caspio. Desde entonces hasta hoy, una de las mentes brillantes y visibles detrás de estos movimientos, miembro de esa camarilla petrolera que gobierna a los gobernantes de muchos países, Estados Unidos incluido, era George Herbert Walker Bush.
Los Bush: una dinastía imperial
Durante siglos el mundo occidental estuvo dominado por unas mafias conocidas como Casas Reales, que se repartieron súbditos, territorios y recursos a placer, por cientos y cientos de años. Pero el siglo XVIII con su Ilustración y la Revolución Francesa, y el XIX con la Revolución Industrial, cambiaron todas las reglas, los mercaderes tomaron el poder y, desde entonces, el mundo entero es un mercado. Todas las leyes y reglas están sometidas por las leyes del mercado, que se resumen de forma simple: más dinero y poder para los ricos y poderosos.
El nuevo mundo generó sus propias dinastías, las de los magnates y empresarios, aunque muchos de ellos, como los Bush, aseguran que sus orígenes se remontan a la realeza de los anglos y sajones que formaron Inglaterra hace unos 2000 años. Pero hablemos simplemente de cuatro Bush: Samuel, Prescott, George I y George II; cuatro generaciones de delincuentes amparados por sus propios gobiernos.
Samuel Bush nació en 1863, se dedicó a la industria del acero y las armas, y particularmente al contrabando de estas en países inestables de América Latina; destaca el movimiento a través del cual Panamá se separó de Colombia en 1903, para que el gobierno estadounidense pudiera negociar el canal con aquel recién nacido país. Junto con magnates como John Hopkins y John Rockefeller, financió la Revolución Mexicana para garantizar la venta de armas y los intereses petroleros, por algo era conocido como el “mercader de la muerte”, profesión que sigue siendo el modus vivendi de toda la dinastía.
Su hijo Prescott siguió en el negocio de las armas en una época muy boyante para ese negocio: la Segunda Guerra Mundial, y le vendía armas al régimen nazi, es decir, al enemigo de su gobierno. Prescott era un admirador de los sistemas fascistas, y de hecho en 1933, año en que Hitler llegó al poder, participó en un intento de golpe de Estado contra el gobierno de Roosevelt para instaurar un régimen fascista en Estados Unidos. Sobra decir que estaba prohibido vender armas a Hitler, pero Prescott lo hacía a través de su socio de negocios en Oriente Medio, Muhammad bin Laden, padre de Osama. Así comenzó un terrorífico matrimonio entre ambas familias.
George H. W. Bush fue la sombra detrás del poder de Reagan en la década de 1980. En esos ocho años de mandato, más los cuatro que tuvo a título personal, se dedicó a reimplantar el liberalismo económico en su versión más voraz, con el apoyo de Margaret Tatcher en Gran Bretaña, lo que hoy sigue llamándose neoliberalismo. Uno de los grandes proyectos de aquel tiempo, siempre velando por los intereses petroleros, era la caída de la Unión Soviética, y liberar para el mercado la millonaria cuenca del Caspio.
Aquel George Bush, magnate de la industria petrolera, fue uno de los grandes promotores de detener toda ley de protección al medioambiente que atentara contra sus intereses económicos, y fue también uno de los hombres que ayudó a Sadam Hussein a llegar al poder en Irak en 1979; cuando le resultó un aliado inútil fue también quien se encargó de hacerle la guerra, aunque el papel de quitarlo del poder se lo dejó a su retoño, George W. Bush, quien llegó a la presidencia con un fraude orquestado por la camarilla de su padre. Este último eslabón de la cadena se inició en la industria petrolera con inversiones de Salem bin Laden, hijo de Muhammad y uno de los hermanos mayores de Osama.
La pieza faltante: la Casa Saud
Corría el año de 1744 y, sin que nadie lo supiera, se determinaban las guerras y conflictos geopolíticos del futuro. El árido desierto árabe era motivo de pugna entre diversos clanes de beduinos, mientras que los santos lugares de Medina y La Meca estaban bajo soberanía del Imperio Turco. Uno de tantos líderes beduinos, Muhammad ibn Saud, buscaba unificar la península bajo su mandato, mientras que un fanático religioso, Abdul al Wahab, buscaba imponer una versión intolerante y guerrillera del islam.
Al Wahab era un predicador salafista, que es el nombre de los movimientos que buscaban recuperar la gloria y sabiduría ancestral del islam (“salaf” de hecho quiere decir ancestro). Al Wahab mezcló religión con la política y generó la doctrina que hasta el día de hoy sirve como acicate para los yihadistas.
Según Al Wahab, el Corán no debía interpretarse bajo ninguna circunstancia sino tomarlo como la revelada y literal palabra de Alá. Bajo esta óptica — que no deja de ser una interpretación— el Corán, al describir la vestimenta del profeta, está determinando cómo se deben vestir todos los musulmanes de todo el mundo en todos los tiempos; la misma visión aplica a las tradiciones, la dieta, al trato a las mujeres… y un caso muy importante: si el profeta Muhammad expandió el islam con guerra, el mensaje es claro: Alá quiere una expansión del islam a través de la guerra.
En 1744, Ibn Saud casó a una de sus hijas con un hijo de Al Wahab, con lo que se selló una alianza que se mantiene hasta el siglo XXI. Saud necesitaba un pretexto para conquistar la Península, y este fue la religión, mientras que Wahab necesitaba un líder político que impusiera su visión del islam… muy lentamente comenzó a formarse Arabia Saudí.
Ibn Saud y sus guerrilleros wahabitas comenzaron una guerra santa por toda Arabia para una unificación política y religiosa. En 1801 las tropas saudíes tomaron la ciudad de Kerbalá, en el actual Irak, y destruyeron los templos de los chiitas, y para 1803 conquistaron Medina y La Meca, las que mantuvieron en su poder hasta 1818, cuando las tropas del Imperio Turco recuperaron las ciudades. Después de eso replegaron a los saudíes a Diriyah, su capital, y el emir Abdullah Ibn Saud fue ejecutado en Estambul. Los siguientes 100 años fueron una guerra constante entre los turcos y los Saud.
El Imperio Turco sobrevivió hasta el siglo XX y entró a la Primera Guerra Mundial del lado alemán… no sobrevivió a la guerra y fue desmembrado por Inglaterra. Entre 1920 y 1923 se establecieron las fronteras de la nueva Turquía y el dominio francés e inglés sobre los restos del imperio. Mientras tanto, las tropas de la dinastía saudí-wahabita fueron apoyadas por los británicos para consolidar su poder en Arabia. En 1932 el emir Abdul Aziz Ibn Saud proclamó la fundación del reino de Arabia Saudí y comenzó un absolutista reinado de terror que siempre ha sido apoyado por Occidente. Quiso la casualidad que ese mismo año se descubrieran los grandes yacimientos petroleros del desierto saudí.
Petrofascismo islámico
Para principios del siglo XX la obsesión de todos los países industrializados era el petróleo, el energético más necesario para Europa y del que hay mucha carencia en territorio europeo. Los turcos, que dominaban el petróleo de Mesopotamia, eran aliados de los alemanes, y por eso los ingleses comenzaron a coquetear con los árabes bajo dominio turco, principalmente con el clan Saud.
Entre 1911 y 1914, con flujo de dinero británico, la Casa Saud comenzó la guerra santa en el desierto, destruyeron templos y ciudades, quemaron vivas a miles de personas y decapitaron a sus principales oponentes al tiempo que comenzaba la lenta esclavización de las mujeres que continúa hasta la fecha. El wahabismo se impuso como la única visión correcta del islam, una visión tan fanática que no tenía futuro… hasta que el petróleo comenzó a llenar las arcas saudíes.
Aquel Saud, Abdul Aziz, tuvo docenas de esposas, cientos de concubinas y miles de hijos que hasta hoy son el cimiento de la dinastía, junto con el Comité para el Avance de la Virtud y la Eliminación del Pecado, presidido por los wahabitas, que con Alá como pretexto, es la base del estado absolutista, dictatorial y policial de los Saud. Después de las guerras mundiales y ante el colapso económico de Europa, fue Estados Unidos quien reemplazó a Inglaterra en sus aventuras imperiales, y el apoyo a los Saud no fue la excepción. Fue en aquel tiempo cuando la California Standard Oil Company comenzó su aventura árabe hasta formar la Arabian American Oil Company (Aramco).
Desde entonces vivimos un triángulo fatal: la Casa Saud es millonaria gracias a los negocios con Estados Unidos, con parte de esa fortuna patrocina a su religión oficial, que es el islam wahabita, una especie de soborno para aplacar a los clérigos, que se hacen de la vista gorda ante todos los excesos, abusos y pecados de los Saud. Con ese dinero los wahabitas patrocinan escuelas coránicas en muchos países musulmanes, escuelas donde solo se enseña su visión terrorista; patrocinan además a movimientos antioccidentales como Al Qaeda, de donde surge, por cierto, ese nuevo elemento llamado Estado Islámico, quien al recibir patrocinio de los wahabitas, existe finalmente gracias a Estados Unidos.
Otro detalle en el rompecabezas, el actual gobierno de Estados Unidos prometió irse de Irak el año próximo, si las circunstancias lo permitían… y claro, ahora no lo permiten. Con el auge del movimiento del Estado Islámico las tropas estadounidenses se quedan en la región del mundo que más interesa a Estados Unidos, y de la que Rusia está tan cerca de forma natural. Las tropas siguen cuidando las reservas petroleras de Irak y Kuwait, los oleoductos que vienen del Caspio, y esa reserva tan importante y tan rebelde llamada Irán. Así es como palabras tan bonitas como “patria” y Alá sirven a Estados Unidos y a Arabia para impulsar el terrorismo.
Juan Miguel Zunzunegui es licenciado en comunicación y maestro en humanidades por la Universidad Anáhuac, especialista en filosofía por la Iberoamericana, master en materialismo histórico y teoría crítica por la Complutense de Madrid, especialista en religiones por la Hebrea de Jerusalén y doctor en humanidades por la Universidad Latinoamericana. Ha publicado cuatro novelas y varios libros de historia; lo pueden seguir en @JMZunzu y en su página ww.lacavernadezunzu.com