Los yazidíes enfrentan el exilio permanente a menos de que el Estado Islámico sea derrotado.
En su antigua vida en Mosul, Irak, antes de ser expulsado por los jihadistas radicales del Estado Islámico, Khudeid Da Khalas, de 49 años, tenía el imponente título de “Representante oficial del pueblo yazidí.”
Entonces tuvo que huir de su casa y buscar refugio en las rocosas pendientes del Monte Sinjar. “Mientras huía, me di cuenta de que, como funcionario, tenía que ayudar a mi pueblo”, dice a Newsweek. Durante algunos días muy difíciles en Sinjar, se convirtió en el Alcalde no oficial de la Montaña de la Muerte.
“Vimos cosas terribles, terribles antes de llegar aquí”, dice Khalas, padre de dos hijas, tratando de no llorar. “Vimos morir a muchos. Vimos a mujeres que se mataron con tal de no convertirse a Islam bajo el gobierno de ISIS. También temían ser violadas.”
Los combatientes islamistas presentaron dos alternativas a los yazidíes: convertirse al Islam o enfrentar la muerte. “Sé que 45 mujeres de yazidí prefirieron quitarse la vida antes de verse obligadas a cambiar de religión”, afirma Khalas. Su descripción de la vida en Sinjar fue perturbadora. Dijo que su pueblo se ocultó en la ladera en busca de protección, pero no tenía comida ni agua. De día, sufrían el calor extremo y de noche, las temperaturas bajo cero. No había ningún tipo de refugio.
El miércoles 13 de agosto, Khalas llegó a la sede de gobierno de Dohuk en Kurdistán. Junto con miles de yazidíes y cristianos más, finalmente dejó la montaña para salvarse a él mismo y a su familia. Viajaron a pie, aunque en la parte final del viaje, se apilaron en el camión de un kurdo local.
El presidente Barack Obama dijo el jueves 14 de agosto, que una operación de las fuerzas estadounidenses al norte de Irak ayudó a “romper el sitio” y a rescatar a decenas de miles de personas desplazadas.
En los últimos días, Estados Unidos ha realizado varios vuelos para enviar ayuda humanitaria, así como ataques aéreos contra militantes del Estado Islámico (IS) (antes conocido como ISIS)
Obama dijo que el sitio al Monte Sinjar había terminado.
“Los yazidíes que quedan están en mejores condiciones de lo que se creía, y siguen teniendo acceso a la comida y el agua que hemos arrojado desde nuestros vuelos”, señaló el Contraalmirante John Kirby, portavoz del Pentágono.
El Alto Comisario para los Refugiados de NU (UNHCR por sus siglas en inglés) confirmó que, hasta ahora, unas 80,000 personas han logrado llegar a la seguridad de Dohuk.
Muchas de ellas llegaron en un grave estado de conmoción: la mayoría de ellas sufría insolación y deshidratación. “Las temperaturas en la montaña eran de cerca de [100 grados Fahrenheit]”, declaró Ariane Rummery, portavoz del UNHCR. “Y quienes llegaron después del recorrido se encontraban en un terrible estado: ampollas, agotamiento por caminar.”
Pero estas personas desplazadas que se refugian ahora en escuelas y edificios públicos en Dohuk son las más afortunadas. “Llegamos aquí juntos”, señala Khalas. “Pero todavía hay personas en la montaña; por favor no se olviden de ellas.”
NU no tiene una cifra aproximada del número de personas que aún permanece en el Monte Sinjar. “Es una situación inestable”, dice Rummery. “Pero el número de personas en la montaña está disminuyendo.”
Todavía traumatizado por las terroríficas situaciones que hicieron que su pueblo abandonara su casa, su trabajo y su vida, Khalas dice que ha visto “morir a demasiados niños.”
Una vez que los yazidíes habían caminado hasta la frontera siria, “nos amontonamos en [camiones] de transporte para llegar a Dohuk”, dice, con la voz entrecortada. “Había tantas personas en las furgonetas que no se podía respirar. Cuando llegamos, los cadáveres [de los niños] estaban mezclados con los vivos. Murieron porque no podían respirar.”
El 13 de agosto, mientras NU describa el problema de los refugiados en el norte de Irak como su “nivel más alto de emergencia”, las personas empezaron a salir de la inhóspita montaña y a hacer la larga caminata a Dohuk.
“Están tomando rutas diferentes para huir una vez que dejan la montaña”, declaró Rummery. “Casi todas las personas huyen de la montaña caminando, aunque algunas fueron rescatadas por helicópteros iraquíes. Luego cruzan hacia Siria. Quienes realizaron la caminata afirman que tardaron horas en llegar. Llegaron cubiertos de ampollas. Algunos caminaron 10 a 12 horas durante varios días. Es difícil calcular la distancia exacta.
“La mayoría de las personas vuelven a Irak”, dice. “Pero hay entre 10,000 y 15,000 de ellas que permanecen en un campamento en Siria, en Newroz, [un campamento] cerca de Qamishli. Esta es el área kurda en Siria.”
Khalas dice que las condiciones en la montaña eran “extremosas.” Pero agrega inmediatamente que los habitantes, conmovidos por su predicamento, les dieron comida y agua. “Eran generosos. Los habitantes locales nos ayudaron”, dice. “No preguntaban si éramos cristianos o musulmanes, sólo querían salvar a la gente.”
Aunque ahora está lejos de la montaña, Khalas desconfía del futuro. Sabe que Dohuk no será su destino final. Pero duda que los yazidíes puedan regresar alguna vez a su antigua vida en Mosul. “El problema es, ¿adónde iremos?”, dice. “No planeamos desplazarnos por el momento. Pero al final, tendremos que irnos [a algún lugar].”
Rummery dice que es demasiado pronto para pensar acerca de la reubicación permanente de los yazidíes “En este momento, lo más importante es la operación de emergencia y dar ayuda a las personas en los sitios seguros en los que han encontrado refugio”, dice.
Por el momento, la mayoría de los yazidíes están a una distancia segura del monte Sinjar. ¿Pero qué les ocurrirá en el largo plazo? Lo que quieren es sentirse seguros y poder practicar en paz su religión y su antiguo estilo de vida.
Francia y Australia han indicado que acogerán a más minorías perseguidas, pero por el momento, no ha habido ninguna señal de Gran Bretaña en relación con algún ofrecimiento de asilo. Francia recibió a 11 miembros de una familia cristiana iraquí a principios de este mes y Australia también ha indicado que está preparada para recibir a 4,000.
Justin Welby, arzobispo de Canterbury, ha hablado claramente acerca de la persecución “particularmente despiadada” de los yazidíes. “Lo que ocurre ahora mismo en el norte de Irak está más allá del horror humano”, dijo. “Creo que, al igual que Francia, las puertas del Reino Unido deben estar abiertas a los refugiados, como lo han estado durante toda su historia.”
Los yazidíes son un pueblo antiguo que ha sido perseguido durante mucho tiempo. Se instalaron en la zona que rodea a Sinjar en el siglo XII, cerca de la montaña que, según la tradición, fue donde el arca de Noé se detuvo después del Diluvio.
En diciembre de 2002, poco antes de la invasión a Irak por parte de Estados Unidos y países aliados, pasé algún tiempo con ellos en Bashiqa, un pueblo a 30 millas de Mosul, mientras oraban por el fin de la guerra. Asistí a sus funerales, bodas y ceremonias de oración en las que se postraban ante su Dios, pidiéndole que los librara de otro conflicto.
Su religión es una mezcla de paganismo, zoroastrismo, cristianismo e Islam. Mientras que los cristianos creen que Lucifer cayó de la gracia divina y fue arrojado al infierno, los yazidíes creen que fue perdonado y restituido como el ángel más cercano a Dios.
Lo que me sorprendió como algo extraordinario fue su aislamiento de la vida moderna. Aparte del advenimiento de la electricidad, algunos televisores y unos cuantos Chevrolets medio destruidos, la vida era muy parecida a la que se vivía desde tiempos remotos en estos pueblos rodeados por bosques de olivos. Me dijeron que sólo quedaban unos 750 yazidíes en Irak, con algunos pequeños asentamientos en Siria y Turquía. Se casan entre sí para mantener puro su linaje, no aceptan conversos, y han logrado vivir durante siglos en aldeas de montaña lejanas y relativamente tranquilas.
Durante la semana, me mostraron los rituales yazidíes. Uno de sus ancianos, el jeque Sulaman, me dijo que los yazidíes veneran al Ángel Pavo Real, Malak Taus, o Satanás. Entre las prohibiciones que dicta su principal texto religioso, Meshaf i Resh, o el Libro Negro, no deben comer lechuga o judías de Lima, vestir de color azul oscuro, lavarse a solas en el baño u orinar de pie (esto incluye a los varones). No pueden ponerse la ropa interior estando sentados ni pronunciar el nombre del arcángel Malak Taus, o cualquier otra palabra con un sonido similar.
La rareza de estos rituales se ha perdido en el tiempo: nadie parece saber por qué se fueron transmitiendo las costumbres; simplemente lo hacen porque sus antepasados les indicaron que lo hicieran.
Lo que resulta extraordinario es cómo esta minoría religiosa, que durante miles de años ha permanecido aislada y lejos del resto de la civilización, ha logrado que el presidente Obama dé un giro de 180 grados a su política exterior.
@janinedigi