El punto es que se observa una nueva hecatombe por venir: el desplome de las bolsas de valores en el mundo.
A raíz de la crisis de 2008 es globalmente conocido que los principales bancos centrales inundaron el orbe de liquidez. A la sazón, hemos tenido una verdadera fiesta financiera: mucho dinero disponible, y además barato, las impresoras de billetes no han parado. Es un espectáculo que habrá de terminar, se dice que no pasa de 2015. Lo que sí es innegable es que habrá resaca, como después de toda juerga.
Dada la tipología de la crisis, más la sucesiva de 2011, se trató de una medida precisa para reactivar la economía. Se pensó que el dinero asequible ayudaría a que empresas y familias sanearan sus deudas y optaran por realizar nuevas inversiones, que se agitaría el consumo interno pues. La decisión no fue tan eficiente, puesto que el dinero se estacionó y la economía no progresó.
Sucede que los excedentes de liquidez no llegaron a la economía real, pues ante la desconfianza de empresas y familias por el entorno vislumbrado, gran parte de los recursos se fueron a los mercados financieros, otros menos a sanear balances, y el resto a engrosar chequeras y apatías. Vaya, se atendió un tema, pero se comenzó a inflar una nueva burbuja.
Es el punto, ya se observa una nueva hecatombe por venir: el desplome de las bolsas de valores en el mundo. Ahora que la economía de Estados Unidos por fin empieza a recobrarse, resulta viable que se comience a retirar liquidez subiendo las tasas de interés, para evitar un problema de inflación. Al hacerlo, el dinero se moverá de lugar, habrá un reajuste. Una resaca le decía.
De alzarse el costo del dinero y reducirse la oferta monetaria, habrá menos recursos disponibles para llevar a los mercados financieros, y quienes hoy tienen su dinero allí optarán por regresar a portafolios más conservadores, para aprovechar las nuevas mejores tasas. Es natural, pero riesgoso, pues habría venta masiva de acciones, una gran caída en los precios de estos activos.
El pánico sería tan dañino como lo es en toda crisis. Las empresas que hayan financiado sus proyectos de operación e inversión vía la venta de acciones, verían erosionado su valor de capitalización. Igual, quienes hayan invertido sus ahorros en estos activos de riesgo, registrarían una minusvalía en el patrimonio. Yacerían pérdidas para todos lados, una nueva crisis global.
Hay un factor adicional a considerar; al estallar la crisis de 2008, muchas familias y negocios tenían altos niveles de endeudamiento, los cuales hoy continúan igual o peor. Vaya, el mundo no aprendió la lección y hoy se tienen aún más pasivos. Quizá el tema se enmascaró por la copiosa liquidez, pero los ratios ahí están, listos para demostrar la vulnerabilidad existente.
Entre 2007 y 2013, el endeudamiento mundial creció por encima del 40 por ciento, lo que expone la irracionalidad de los agentes económicos. De darse la caída de las bolsas, esto sería un agravante, pues las crisis pegan más duro cuando se adeuda mucho que cuando se tienen ahorros. Los más dañados serían los mercados internos de los países, pues ante el estrés financiero que vivirían las empresas, se revertiría la moderada recuperación que hoy se observa.
La reflexión es interesante, puesto que la seguidilla de crisis ha venido a sofocar el margen de maniobra de las autoridades. Las opciones son pocas: subir tasas y reventar la burbuja, lo que comprometería los avances logrados, o tolerar el estado actual mientras no haya presión inflacionaria, lo que implica estirar los riesgos. Es una dura prueba para los banqueros centrales, pero bueno, ojalá que la superen, porque América Latina y compañía vamos en el paquete.
Amable lector, recuerde que aquí le proporcionamos una alternativa de análisis, pero extraer el valor agregado le corresponde a usted.
Óscar Armando Herrera Ponce es un profesional de las finanzas. Ejerce como columnista y analista financiero para varios medios en México y Latinoamérica. Destaca como docente en posgrado y conferencista. @oscar_ahp.