Bahía de Guantánamo es un escándalo moral y un fracaso escandalosamente costoso.
Los alardes machistas no mejoran la seguridad nacional. Tampoco las mentiras ni el desperdicio de cientos de millones de dólares. Sin embargo, por alguna razón, semejantes absurdos se han convertido en el dogma de los mirones políticos estadounidenses —sobre todo conservadores— en cuanto ser refiere al centro de detención de Bahía de Guantánamo (Gitmo).
Recuerdo cuando comprendí que Guantánamo dejó de ser la mejor de las peores opciones (el lugar más adecuado para encerrar e interrogar terroristas capturados en el extranjero) para convertirse en tema de argumentación nacionalista para enardecer a los patrioteros. Fue en 2007 y el marco era la primaria presidencial republicana. Hasta entonces, el presidente George W. Bush y su administración siempre hallaron las palabras correctas para describir Gitmo, inaugurado en 2002: una solución temporal que querían clausurar y pronto podrían hacerlo.
Pero ese año, Mitt Romney (político que, si los monos pudieran votar, no dudaría en desnudarse y trepar árboles) proclamó que, de ser presidente duplicaría Guantánamo. El público rugió de aprobación mientras yo me rascaba la cabeza. ¿Duplicar qué? ¿Su superficie, quizá con miles de volteo anfibios cargados de tierra? ¿Duplicar la cantidad de reos, como si estuvieran liberando cientos de terroristas porque no había suficientes celdas para encerrarlos? ¿Apretujar el doble de edificios en la restringida área del centro de detención para encerrar a todos esos imaginarios terroristas capturados?
Por supuesto, la propuesta de Romney no era real; el tipo es demasiado astuto para creer esas sandeces. Solo lanzaba palabras al aire insinuando hechos que no se sustentaban en la realidad, con la única finalidad de excitar a la visceral facción conservadora del GOP. Guantánamo se había convertido en el tótem de los fuertes, en una pose lingüística equivalente a una sesión fotográfica donde los políticos cazan, lanzan hachas, conducen remolques o tratan de disimular su delicada afición por los trajes de tres mil dólares bajo un vulgar enchapado de artificiosa masculinidad. Pero aquella baladronada verbal sugería que el centro de detención se había convertido en un tema político serio que ya no habría de resolverse con seriedad.
Cuando Barack Obama asumió la presidencia se consolidó el meme conservador de Gitmo como auténtico símbolo de rudeza y orgullo estadounidense, aunque Bush ni siquiera envió allá un solo terrorista importante en toda su administración. De pronto, los conservadores comenzaron a clamar que todos tenían que ir a parar a Gitmo.
¿El tipo que intentó detonar un explosivo oculto en su ropa interior durante un vuelo proveniente de Europa? No enviarlo a Gitmo era traición, chillaron los conservadores, pese a que en la era Bush el “bombardero del zapato” que hizo casi lo mismo fue juzgado en una corte criminal. ¿Y el terrorista de la maratón de Boston? ¡A Gitmo con él!, gritaron y convenientemente pasaron por alto que era un ciudadano estadounidense al que no podían privar de sus derechos constitucionales y enviar al extranjero. Luego llegó el turno de Ahmed Ghailani, transferido de Guantánamo a Estados Unidos para juzgarlo en una corte criminal, donde fue acusado de conspiración y sentenciado a cadena perpetua. Concluido el caso, el reo rogó que le enviaran de vuelta a Gitmo pues –dijo- era más agradable que las prisiones estadounidenses. Cuando Obama negó la petición del terrorista, los conservadores tiraron de sus barbas y rasgaron sus vestiduras (si bien fueron más mesurados al manifestar su inconformidad).
La realidad es que Guantánamo no funciona. Aun cuando David Addington –asesor legal y jefe de personal del vicepresidente Dick Cheney- ha sido caracterizado como el fantasma que destruye los derechos de los críticos liberales, ya en 2003 se mostró escandalizado de que los acusados de terrorismo siguieran detenidos en Gitmo sin haber sido juzgados. Han pasado 11 años y las comisiones militares de Guantánamo solo han ventilado cuatro casos. Sí, cuatro y los acusados se declararon culpables en dos de ellos. ¿Los restantes? Las condenas fueron revocadas por la corte de apelaciones porque las acusaciones se sustentaban en actos no considerados crímenes al momento de su comisión. Entre tanto, las cortes criminales estadounidenses han juzgado decenas de terroristas en ese mismo periodo y muchos de los peores criminales ya se encuentran purgando una cadena perpetua.
Guantánamo –una irracional celebración del fracaso que priva al país de su prestigio moral ante el mundo y su manifiesto compromiso con la justicia- se ha vuelto intocable porque ahora está dedicado a obtener votos de los desinformados. ¿Y el precio de lograr nada mientras dañamos la nación? Astronómico.
Hace dos semanas, el Comité de Asignaciones del Senado publicó un informe sobre el presupuesto del Departamento de la Defensa, donde se encontraban disimuladas las espantosas cifras de Gitmo. Según la Oficina de Responsabilidad Gubernamental (Government Accountability Office), el precio anual para mantener un reo en una instalación de máxima seguridad es de 78 000 dólares; en Guantánamo, esa cantidad es el incomprensible total de 2 768 902 dólares. En otras palabras, el costo del machismo patriotero es de unos 2 690 000 por detenido.
Y no es todo. Como el centro no fue ideado como estructura permanente, los edificios empiezan a colapsar. Mencionemos solo las habitaciones del personal militar, donde están albergados los soldados que dirigen Gitmo: según el informe del Senado, las habitaciones están sobresaturadas; el aire acondicionado chirría; la estructura metálica de soporte está desvencijada; y las cañerías, oxidadas. Es necesario reemplazarlo todo y según el Senado, habría que arrojar otros 100 millones de dólares a la hoguera financiera.
No hemos terminado. Todos los terroristas acusados han estado encerrados más de una década, de manera que han envejecido; algunos de ellos, mucho. Y eso significa que ha crecido la demanda en la clínica médica que, a decir del Senado, no es suficientemente grande y no cuenta con el equipo adecuado. Solo hay atención de urgencias en el hospital de la base que, por razones de seguridad, solo opera fuera de horas de trabajo o permanece cerrado durante el día si está atendiendo a un prisionero por un padecimiento grave. La reparación costaría otros 11 millones.
Todos estos gastos tendrían sentido si Guantánamo cumpliera un propósito, pero no es así. Ninguno de los detenidos posee inteligencia utilizable al cabo de una década de encierro (y si, a estas alturas, no han revelado su información, jamás lo harán). A pesar de las disparatadas descripciones de políticos y funcionarios gubernamentales, esos criminales no son superhombres que pueden derribar aviones con los dientes –como afirmó un oficial militar en alguna ocasión- y tampoco atraviesan ni derriban paredes con la mente al verse encerrados en una prisión de máxima seguridad. Nada más pregunte a las docenas de terroristas convictos que hoy purgan prolongadas sentencias en prisiones normales de las cuales, todavía, no han podido escapar.
Guantánamo es un fracaso legal, moral, estratégico y financiero. Su única ventaja es que hace que nuestros políticos parezcan hombres rudos y Estados Unidos no debe desperdiciar su dinero y reputación en eso.