Jóvenes cantantes migran a pequeñas ciudades alemanas, donde escenifican la tercera parte de las producciones mundiales.
Magdeburgo, a hora y media al oeste de Berlín, no es el tipo de ciudad que figura entre los destinos populares del mundo. No obstante, año con año, una riada de estadounidenses, escandinavos, holandeses, italianos, rusos, surcoreanos, japoneses y latinoamericanos fluye hacia la entidad en busca de una prestigiosa carrera.
Son cantantes de ópera. “Estados Unidos ofrece cada vez menos oportunidades a los intérpretes jóvenes, así que muchos estadounidenses emigran a Alemania”, informa Karen Stone, gerente general del Teatro Magdeburgo donde, esta temporada, la cartelera incluirá 12 cantantes alemanes y 14 internacionales. “Además, Europa Oriental se ha abierto y muchos jóvenes empiezan a salir de esos países. Hace 20 años, ni siquiera sabíamos de la gran cantidad de cantantes surcoreanos y chinos; solo conocíamos un puñado de japoneses”.
Como la Unión Europea no emite visas operáticas específicas y sus residentes pueden desplazarse libremente, no existen estadísticas migratorias que documenten la afluencia, aunque las casas de ópera contactadas para este artículo confirmaron la tendencia.
¿El atractivo? Trabajo continuo, incluso empleo de tiempo completo. “Alemania, Austria y Suiza tienen gran cantidad de casas de ópera”, explica Jennifer O’Loughlin, soprano estadounidense que trabaja para el teatro St. Gallen, en Suiza. “Y tienen muchas temporadas de ópera, lo que nos permite interpretar más papeles”.
En los países de habla alemana y las regiones no teutonas de Suiza, la densidad de escenarios operísticos es muy superior a la de cualquier otra región del mundo. Según Deutscher Bühnenverein, asociación de organizaciones para las artes representativas, Alemania tiene 83 casas de ópera que funcionan con subsidios públicos (muchas de ellas fundadas en la época de los ducados y principados que tachonaban la región), así como 130 orquestas, 200 teatros privados y 70 festivales de música, mientras que Austria cuenta con 67 teatros –que incluyen casas de ópera- y Suiza, 30. En contraste, Francia y Gran Bretaña solo tienen, cada cual, una docena de óperas financiadas por el Estado.
A decir del sitio de estadísticas operáticas, Operabase, Alemania montó 7230 óperas el año pasado: un tercio del total mundial. Estados Unidos ocupó un lejano segundo lugar, con 1730 representaciones, seguido por Rusia y Francia, con 1441 y 1288, respectivamente. En sexto lugar quedó Austria, con 1252 puestas en escena y Suiza, en noveno, con 795. Sin embargo, en términos de cantidad de puestas en escena por millón de habitantes, Austria encabeza la clasificación con 149.8, seguida de Suiza con 102.1, Estonia con 95.5 y Alemania con 88.14.
Como bien saben los cantantes internacionales, incluso las casas de segundo o tercer nivel incluyen vastos repertorios, mientras que las óperas alemanas tienen contratos de tiempo completo con 1270 solistas y 2870 miembros del coro. Las nueve producciones de la próxima temporada en Magdeburgo incluirán Lohengrin de Richard Wagner, ópera recién comisionada por el compositor estadounidense Philip Glass y una nueva producción de Così fan tutte, de Wolfgang Amadeus Mozart. A dos horas de allí, el Teatro Nacional de Weimar montará ocho producciones, entre ellas Der Rosenkavalier, obra maestra de Richard Strauss, compuesta en el siglo XX. En la siguiente temporada de la ópera de Altenburgo, a solo una hora de Weimar, también figurará Der Rosenkavalier junto con La Bohème, de Giacomo Puccini y otra obra maestra del siglo XX, Peter Grimes, del británico Benjamin Britten.
“Casi todos los que han tenido una gran carrera, comenzaron en Alemania y Austria”, afirma Kristine Opolais, prima donna letona de 34 años que recibió su gran oportunidad en el Staatsoper (Ópera Estatal) de Berlín. Hans-Georg Wegner, director de la ópera de Weimar, señala que “ya desde el siglo XIX, cantantes internacionales probaban suerte en Alemania, pero hoy vienen de todos los rincones del mundo y mucho ha cambiado en las últimas dos décadas. Hace 20 años, era difícil que un surcoreano llegara hasta aquí o que nosotros lo contactáramos. Hoy, lo que sobran son las competiciones y los representantes”.
Los varones surcoreanos son el sustento operático del mundo de habla germana; las aerolíneas económicas han vuelto accesibles las audiciones y competencias para todos los bolsillos; y como apunta Stone, internet permite que jóvenes cantantes investiguen también las casas de ópera más pequeñas.
Entre tanto, los intérpretes estadounidenses tienen dificultades para conseguir papeles en su país. “Estados Unidos ya no ofrece tantas oportunidades como antes a los cantantes jóvenes”, informa Irene Roberts, soprano estadounidense que, el próximo año, se unirá a la Deutsche Oper de Berlín como solista de la casa. “Las óperas estadounidenses no corren riesgos con nombres poco conocidos, porque necesitan vender entradas”.
En Italia, cuna del género, las casas de ópera enfrentan graves problemas monetarios. El año pasado, Newsweek reveló que las óperas italianas tenían una deuda de más de 400 millones de dólares. “Hace dos años, canté en la Maggio Musicale [de Florencia] y tuve que contratar a un abogado para que me pagaran”, revela O’Loughlin.
Por supuesto, cantar en una casa de menor prestigio como Halle, Alemania, dista mucho del Met de Nueva York, el Staatsoper de Berlín o Viena, o el Festival de Salzburgo, y las sopranos de casas menores perciben ingresos más parecidos a los de una secretaria que una prima donna. Y así, mientras que 200 sopranos compiten por un mismo papel en Estados Unidos, Axel Köhler, director de la ópera de Halle, recibe entre 15 y 30 solicitantes por inauguración, incluyendo solistas de tiempo completo.
“Con nuestro nivel de precios, no podemos conseguir intérpretes que canten en el Met”, lamenta. “Pero hacemos ofertas internacionales de papeles y conjuntos, y en nuestras audiciones hay cantantes de Escandinavia, Europa Oriental y Occidental, los Balcanes, América y Asia. El género de la ópera se ha internacionalizado como nadie lo imaginó hace 20 años. Los mejores cantantes son los que siguen adelante, y no siempre son alemanes”.
La globalización ha convertido los pequeños proveedores de un arte de élite en pioneros de la integración; por ejemplo, apenas la tercera parte de los cantantes de Weimar son alemanes. No obstante, los inmigrantes operáticos no solo se benefician lanzando sus carreras en ciudades como Graz, Austria; Greifswald, Alemania; y St. Gallen, Suiza; también cubren una necesidad en esos lugares. Según Köhler, el Ring des Nibelungen, célebre ciclo wagneriano de cuatro óperas, a producirse en Halle, “habría sido inconcebible sin cantantes extranjeros”. Y es que, aunque muchos intérpretes se gradúan en conservatorios locales, los directores suelen descartarlos por considerarlos inadecuados.
“La preparación de los conservatorios alemanes no se compara con el entrenamiento en Juilliard, la Universidad de Indiana o hasta el Real Colegio de Música del Norte [en Gran Bretaña]”, explica Stone. “Pero necesitamos cantantes alemanes porque hay papeles con diálogos, como en La flauta mágica; y estando en Alemania, obviamente preferimos germano-hablantes. Sin embargo, sin los cantantes internacionales, nuestro estándar musical sería muy inferior”.
Alik Abdukayumov, barítono uzbeco, vivió cinco años en Austria y ahora desarrolla su carrera en Weimar, centro de la tradición literaria de Alemania. “También hay oportunidades en otros países de la Unión Europea”, reconoce. “Pero en Alemania y Austria, la ópera tiene tradición y es segura”. Lo que más le gusta de la ópera alemana: “El público es agradecido y aprecia el teatro musical. Aquí no existe la tensión que sufren los cantantes en Italia. El público no abuchea cuando uno tiene un mal día, así que no nos ponemos a temblar antes de cada representación”.
En Alemania, la ópera desafía la afirmación de que es una forma de arte que agoniza. Si bien la asistencia ha menguado en varios estados alemanes en el último cuatrienio, en otros se ha incrementado. Según la agencia estadística nacional de Austria, la asistencia operística creció 3.8 por ciento entre 2011 y 2012. Y aunque Suiza no contabiliza las visitas a la ópera, un estudio nacional reveló que 66.1 por ciento de los residentes asistía, regularmente, al teatro, la ópera o los museos.
En Alemania, donde la multitud de teatros y casas de ópera se remonta a los días en que el país era una cuadrícula de ducados y principados independientes, las contribuciones privadas representan poco más de 500 millones de dólares del ingreso de las instituciones musicales, contra 3.2 mil millones en fondos públicos. Según estadísticas de la Unión Europea, Alemania dedica 0.8 por ciento de su producto interno bruto a “recreación, cultura y religión”, mientras que Austria desembolsa 1 por ciento y el promedio de la Unión Europea es de 1.1 por ciento.
Es natural que ese desequilibrio público-privado moleste a los contribuyentes, mas la estabilidad para los intérpretes atrae a talentos extranjeros; y luego de algunos años en Greifswald, Graz o St. Gallen, jóvenes sopranos y barítonos tendrán más posibilidades en las grandes ligas. Cantar en Alemania, dice Roberts, es como un sello de aprobación. “Cuando regrese a Estados Unidos”, añade. “la gente dirá: ‘Debe ser buena, porque cantó en la Deutsche Oper’”.
@elisabethbraw