¿Por qué las ceremonias de ayahuasca están ganando tanta popularidad entre los jóvenes?
“Cierra la puerta de los párpados y no permitas la entrada de la frenética danza de imágenes tentadoras. Sumerge tu mente en el pozo insondable de tu corazón”: Pramansa Yogananda.
Cada vez es menos extraño escuchar a los jóvenes decir que no creen en ninguna religión; sin embargo, buscan otras maneras de espiritualidad. Las historias de la Biblia y otros libros sagrados se quedan cortas, los jóvenes buscan experiencias y aventuras, quieren sentir en carne y hueso la fe de lo que les han platicado las diferentes religiones dentro de las que han crecido. En un mundo en el que las relaciones con los otros se han vuelto —gracias a las redes sociales y a la velocidad con la que vivimos— superficiales, buscamos conexiones, si no con los demás, con nosotros mismos. Hay muchas prácticas que nos ofrecen ayuda para conectarnos con nuestro yo interior, una en especial está ganando popularidad entre los jóvenes: las ceremonias de ayahuasca.
La ayahuasca es una bebida de varias plantas, siendo la más importante una liana no adictiva que crece en la selva Amazónica, que se mezcla con hojas de arbustos del género psychotria, por su contenido de dimetiltriptamina; mejor conocida como DMT. Esta bebida se ha usado durante más de 5000 años para el autoconocimiento y la sanación del cuerpo y la mente, ya que contiene compuestos químicos que nos permiten confrontar y conquistar nuestros miedos más profundos, revitalizando energías vitales y despertando un nivel superior de conciencia, todo con la finalidad de abrirnos hacia nuestro “maestro interior”. Este proceso sucede por medio de visiones intensas que nos llevan a un estado de conciencia místico, revelador y, para algunos, maravilloso.
Esta “liana de la muerte” es también conocida por sus cualidades medicinales, ya que tanto las enfermedades como los problemas personales tienen causas psicosomáticas relacionadas con la formación de nuestro ego. Lo que la experiencia con la ayahuasca consigue es que durante el tiempo que duran sus efectos podemos alejarnos del ego para contactar con el espíritu, es en esa conexión en donde nosotros podemos ver lo que estamos haciendo mal en relación con nuestro ego, corregirlo y, en algún momento —después de varias ceremonias—, eliminarlo.
Año tras año son más los jóvenes que se incluyen en este mundo espiritual cuyas tradiciones han sido protegidas del paso de la vida por el fuego, por las abuelas y por los chamanes, quienes dedican su vida al estudio de estas plantas para su correcto uso y propagación; por esta razón es muy importante no llevar a cabo una toma de ayahuasca sin la presencia de un chamán que pueda guiar tu camino y, sobre todo, cuidarte.
La ceremonia comienza días antes del momento de la toma, cuando tienes que mantenerte alejado de carnes rojas, cerdo, mariscos, grasas, frituras, cafeína, suplementos vitamínicos, alcohol y cualquier tipo de medicina o droga que pueda alterar tu estado de conciencia. También es muy importante el ayuno sexual, ya que ayuda a la composición energética de los cuerpos. Todas estas limitantes van preparando tu cuerpo, tu mente y su unión en tu espíritu para el momento crucial, el momento en que nos encontramos cara a cara con la verdad.
Si dejáramos a Goran Petrovic —y a su Atlas descrito por el cielo— explicar lo que es una ceremonia de ayahuasca, lo describiría como una especie de espejo occidental que refleja en su lado izquierdo la mentira y en el derecho, la verdad de la persona que se mira en él. Así, con ayuda de esta planta sagrada, podemos conocernos y, sobre todo, confrontarnos. No es sorpresa que esta atractiva tradición se haya vuelto ya sumamente popular entre los jóvenes en muchos países de América Latina (en especial en México, Brasil y Ecuador), e incluso ha llegado a ser —para algunos— una rutina, una especie de ceremonia religiosa que muchos fieles creyentes practican cada vez que se les presenta la oportunidad y lo hacen con el mismo rigor con el que los cristianos van a misa todos los domingos.
Pareciera que en esta era en la que la espiritualidad cobra fuerza, el DMT —que se encuentra activo en el sapo de Sonora y en la ayahuasca— es el Mesías que los jóvenes tanto esperábamos; este ingrediente activo se nos aparece como un salvador que ha llegado para hacernos participes de su energía, de sus conocimientos místicos sobre nuestro propio ser a los que, según los creyentes de este tipo de ceremonias, no podríamos llegar con la mente sobria. Los jóvenes intentando alejarse de una religión se han envuelto en una tradición que cuenta con un Dios (ayahuasca), sacerdotes (chamanes), comunión (la bebida), misa (ceremonia), cantos (ícaros), reglas (restricciones alimenticias y ayuno sexual) y castigos (vómito y diarrea).
Pero ¿será posible que existan otras maneras de llegar a estos estados de conciencia? ¿Existirán formas de introspección que no jueguen con la química natural de nuestro cuerpo? En su libro Meditaciones metafísicas, Prmahansa Yogananda propone una práctica mucho más antigua que las ceremonias de ayahuasca, una práctica que el mundo oriental sigue rigurosamente desde sus orígenes: la meditación, a la que describe como “la más práctica de todas las ciencias del mundo… una guía espiritual dirigida a nuestra propia conciencia”. Meditando es como nos conocemos realmente, es en la calma de nuestra alma cuando nuestra mente sobria, y por su propio trabajo espiritual, se embarca en una aventura de sanación y de liberación del ego.
Sabiendo que la meditación existe, que ha sido la base de muchas culturas por miles de años y que no estamos limitados a practicarla, estas ceremonias, estas plantas sagradas, estos ritos y medicinas se vislumbran como un atajo, como una simplificación de un largo y disciplinado camino para alcanzar un profundo nivel de introspección. Es claro que meditar requiere de mucho tiempo, de un arduo trabajo, de una inagotable paciencia y, sobre todo, de persistencia; razones por las que cualquier otra salida se nos puede presentar tan atractiva: en una búsqueda rápida y desesperada por salvarnos, al encontrarnos en este mundo en el que es tan fácil sentirnos perdidos, desconectados y solos, los seres humanos buscamos una solución un poco más inmediata.
No critico a quienes de vez en cuando hacen uso de estos conocimientos ancestrales para trabajar en ellos mismos, pero creo que esta medicina, que estas ceremonias, deben de ser utilizadas como un empujón. Debemos de pensar que experimentar una ceremonia de ayahuasca es como ver a través de una ranura en la puerta; lo que hay en el interior del cuarto solo podemos alcanzarlo con un verdadero trabajo espiritual.