De la mano de la llorona y arropada con su huipil rojo, Chavela Vargas entraba por la puerta grande, al tiempo que “tómate esta botella conmigo y en el último trago nos vamos, quiero ver a qué sabe tu olvido sin poner en mis ojos tus manos; esta noche no voy a rogarte, esta noche te vas de a de veras, qué difícil tener que dejarte sin que sienta que ya no me quieras…” hacía eco en las paredes abarrotadas de flores blancas que se arrullaban entre lágrimas y aplausos y vibraban al son de la guitarra, el guitarrón, la vihuela, el violín y la trompeta.
“Nada me han enseñado los años, siempre caigo en los mismos errores, otra vez a brindar con extraños y a llorar por los mismos dolores…”, cantaban amigos y seguidores en honor de la Chamana, quien partió a los 17 años de su Costa Rica natal hacia México en búsqueda de magia, y también en recuerdo de su gran amigo, el cantautor mexicano José Alfredo Jiménez, quien compuso para ella y la llevó a la cumbre con su poesía.
Tras el último acorde el silencio se apoderó de la sala; el féretro de la gran dama se posaba debajo de la cúpula desde donde Apolo, rodeado de sus nueve musas, también le daban la despedida. Todos callaban, sabían que a partir de entonces las “amarguras volverían a ser amargas” porque Chavela, la de los lentes oscuros, los pantalones, el cigarro y el huipil, había muerto.
De pronto, como resistiéndose al olvido, con su voz fuerte y desgarrada, Chavela irrumpió en el vestíbulo del Palacio y colmó cada rincón con esa presencia que de ahora en adelante solo nos regalarán sus canciones. “Ponme la mano aquí, Macorina, ponme la mano aquí…”, cantaba, y con la esperanza de verla aparecer en algún momento, los ahí presentes volteaban queriendo alcanzar su voz.
Teresa Vicencio, presidenta del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), fue la primera en tomar el micrófono para dedicarle unas palabras a la pionera de la canción vernácula y que la supo impregnar de desbordante pasión a través de su interpretación de temas como La llorona, Paloma negra, Piensa en mí y La Macorina. “Tristes por el luto, pero también unidos por un enorme sentido de reconocimiento, hoy nos reunimos en torno de la siempre grande Chavela Vargas, una figura llena de pasión por todo lo que hacía, decía e interpretaba”, dijo Vicencio, con lo que dio inicio al homenaje de la integrante de una generación legendaria de artistas e intelectuales como Diego Rivera, Frida Kahlo, Jorge Negrete, Agustín Lara, José Alfredo Jiménez, Pedro Infante, Pepe Jara, Juan Rulfo, Pablo Neruda y Pita Amor.
Acto seguido tomó la palabra María Cortina, entrañable amiga y biógrafa de Chavela, quien dijo que en vez de hablar de la cantante como artista, prefería referirse a ella como la mujer independiente que permaneció así aun sentada en su silla de ruedas: “No perdió ni un solo segundo su independencia”. También dijo de ella haber sido una mujer creativa que nunca dejó de pensar en el siguiente proyecto: “La gente me decía: ‘Ya detenla, María, ya tiene 70, 80, 90 años’
—contaba—, pero ella siguió grabando porque le dio la gana; siguió cantando porque le dio la gana; siguió recibiendo a los jóvenes en su casa porque le dio la gana; siguió haciéndole un homenaje a Federico García Lorca también porque le dio la gana, y se fue a Madrid a presentarle ese homenaje a su poeta favorito y a despedirse de sus amigos españoles porque le dio la gana.
“Mucha gente pensó que como se había puesto tan mala ya se iba a quedar allá, pero a ella le dio la gana de venir a México y morir aquí, entre sus mexicanos, en su país”, dijo refiriéndose al malestar que inició en España a principios de julio pasado cuando Chavela Vargas presentó en la Residencia de Estudiantes de Madrid un recital de su último disco-libro, Luna grande, en donde revivió, a modo de homenaje, los poemas de Federico García Lorca.
Dos días después de dicha presentación, 12 de julio, fue hospitalizada al presentar un cuadro de fatiga, y regresó el 26 de julio a México para ser internada en el hospital Inovamed de Cuernavaca por problemas crónicos del corazón, pulmones y riñones. “Yo en cambio pensé que nunca iba a morir, y sucedió, pero hoy comienza su leyenda. ¡Muchas gracias, Chavela!”, aseguró Cortina entre lágrimas.
En entrevista con Newsweek en Español, María Cortina dijo que el ejemplo de Chavela continuará esparciéndose por México y el mundo, así como se esparcirán sus cenizas en el cerro del Chalchihuitle, en el municipio de Tepoztlán, en donde vivió sus últimos años. Veracruz y la comunidad huichola de San Luis Potosí fueron junto con Tepoztlán “los lugares que más amó Chavela en México”, aseguró Cortina.
La presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), Consuelo Sáizar, hizo un recuento breve de la vida de quien el escritor y cronista Carlos Monsiváis dijera ser una mujer que “supo vivir como le dio la gana en una época en la que nadie sabía darle la gana”, y una cantante que interpretaba “extrayéndole a las canciones fervores y rencores”. El cantautor español Joaquín Sabina no parecía pensar muy diferente que Monsiváis, para él “las amarguras no son amargas cuando las canta Chavela Vargas”, tan amargas que para ella compuso Por el bulevar de los sueños rotos.
Su voz y estilo fascinaron al público a mediados del siglo pasado, recordaba Sáizar, tiempo en el que después de haber desempeñado diversos oficios, como el de empleada doméstica o vendedora de ropa y haber cantado en diversos bares de la ciudad
de México tan solo acompañada de su guitarra y ataviada con su huipil, empezó a hacerse popular actuando en el Champagne Room del restaurante La Perla, en Acapulco, y conoció a personalidades de la talla de Elizabeth Taylor, Mike Todd, Ava Gardner, Rock Hudson y Grace Kelly.
En 1961 publicó su primer álbum, titulado Noche bohemia, al cual le seguirían 30 más. Una profunda crisis personal producida por su tan conocida adicción al alcohol la alejó de los escenario por dos décadas, lo cual la llevó a la quiebra y la amenazó con el olvido. Según Sáizar, fue impulsada por su amiga, la compositora Marcela Rodríguez, que Chavela volvió a cantar en público, “el mito tomó cuerpo” e inmediatamente volvió a captar la atención de artistas como el cineasta español Pedro Almodóvar, quien “contribuyó al regreso de sus canciones en el imaginario colectivo” al incluir algunas de ellas en películas como Somos y Carne trémula. De la misma manera lo hizo la cineasta estadounidense Julie Taymor en su película Frida, con los temas Paloma negra y La llorona, y el mexicano Alejandro González Iñárritu, con Tú me acostumbraste, en Babel.
A partir de entonces la música de la Chamana —apodo que surgió de la interpretación de una nativa en la película Grito de piedra, del director alemán Berner Herzoc— “nuevamente ocupó un lugar en nuestro catálogo emocional y se volvió inmortal”, asegura Sáizar, quien asimismo recordó que Chavela Vargas grabó más de 80 discos, y en 2009, en coautoría con María Cortina, lanzó su libro Las verdades de Chavela, que a modo de entrevista cuenta los acontecimientos más trascendentales de su vida, entre los que sin duda incluye los relacionados con su homosexualidad, la cual tanto supo defender.
“Chavela reinventó las canciones rancheras de México, vivió con insolente libertad sus pasiones y deseos y mostró nuevos caminos para los amores que en el siglo pasado no se atrevían a decir su nombre”, concluyó Sáizar para darle paso a tres reinas de México: Eugenia León, Tania Libertad y Lila Downs.
La noche anterior ellas mismas protagonizaron el primer adiós a Chavela en la icónica Plaza Garibaldi, frente a la popular cantina Tenampa, donde Chavela Vargas se bebió junto a José Alfredo Jiménez y el compositor de Cucurrucucú, paloma, Tomás Méndez, unos cuantos litros de los 45 000 que ingirió en aproximadamente 20 años.
Flor de azalea sonó en la voz de Eugenia León, mientras que Tania Libertad entonó Las simples cosas, y Lila Downs, considerada por la misma Chavela Vargas como su sucesora, la homenajeó con La barca en que me iré.
Y cuando parecía que las voces de las tres reinas de la canción habían llevado ya al público al máximo de sus emociones, dieron paso a La llorona, con la cual arrancaron más de una lágrima y erizaron la piel de todos aquellos que amaron a Chavela y que en ese momento deseaban que fuera ella quien estuviera cantándola. “Te quiero porque me gusta Chavela, y porque me da la gana; te quiero porque me sale Chavela de las entrañas del alma…”.
“Me voy a divertir mucho hasta en mi velorio”, sentenció Chavela cuando ya se sabía enferma. Y así fue. La Chamana partió de la tierra entre cantos, y llegó al cielo de la mano de su llorona porque le dio la gana.