Mientras los cárteles del narcotráfico en México han evolucionado en organizaciones corporativas y versátiles, la sociedad civil ha respondido con armas, con arte y organización colectiva.
Así podrían resumirse los hallazgos que Edgar Guerra, académico del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), ha tenido al estudiar las formas de organización social contra el terror y a los cárteles de la droga en Guerrero y Michoacán, y que presentó este lunes al inaugurar el 3er Encuentro de Novela Negra en la Universidad Autónoma de Aguascalientes.
“Las organizaciones criminales aprenden, se adaptan a su medio ambiente, se adaptan a su entorno y se adaptan a las condiciones cambiantes de la política y la fuerza pública (…) también -cada vez más- se anclan de una mejor manera a las estructuras comunitarias. Cada vez saben capturar o seducir mejor, por ejemplo, a los jóvenes; saben capturar o seducir mejor cada vez a los políticos, a los policías a las fuerzas armadas y eso es muy interesante desde el punto de vista sociológico, aunque desde el punto de vista social es sumamente preocupante”, dijo sobre estudio de la estructura de Los Caballeros Templarios en Michoacán.
Parte de esta adaptabilidad, explicó, se refleja en la penetración del crimen organizado en ámbitos como el político, el financiero y el religioso.
Y en contraparte, el dominio violento de los cárteles en algunas zonas del país, aunado a la militarización de la seguridad pública que el ex presidente Felipe Calderón lanzó como la ‘guerra contra el narco’ en 2006, propició que la ciudadanía se organizara a través de liderazgos que han impulsado cambios a nivel local, municipal, regional y nacional; formado colectivos y emprendido movimientos sociales.
Entre sus casos de estudio, Guerra mencionó el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, de Javier Sicilia; las ‘poemantas’ de Michoacán, que devinieron en Ferias del Libro; las caravanas de protesta, obras de teatro y documentales creados tras la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa, e incluso los grupos de autodefensa de Michoacán y Guerrero.
“Son esfuerzos loables, si bien algunas veces criticables, de cómo pensar, desde nuestras posiciones, desde nuestros propios nichos, cómo hacer frente al problema de las drogas y al problema de la violencia ya no solo desde el punto de vista de las armas o del uso de la fuerza pública, sino también desde puntos de vista de cómo proveer, por ejemplo, de alternativas de recreación o esparcimiento a los jóvenes; proveer de alternativas de desarrollo a las comunidades, de alternativas laborales o de trabajo para los adultos o gente en edad productiva en varias localidades de Michoacán”, definió el académico.
Para estudiar estos fenómenos, Guerra Blanco se propuso responder una pregunta similar a la que se planteó el filósofo Theodor Adorno en el Siglo XX: ¿es posible escribir poesía después de Auschwitz? Y encontró que, de hecho, la sociedad mexicana responde con creatividad -ya sea de forma reactiva o proactiva- a contextos de violencia.
En el caso de Aguascalientes, Edgar Guerra consideró que la sociedad civil es fuerte y cuenta con herramientas para organizarse. Sin embargo, percibe, sus preocupaciones son distintas de las de Michoacán o Guerrero porque su entorno no es de violencia crítica.
“Ha sido una sociedad civil que ha crecido con otras herramientas y otra manera de entender los problemas públicos. No sé hasta qué punto un cambio en la configuración de las organizaciones criminales en el estado pueda cambiar la forma en que la sociedad civil se organiza aquí, pero lo que sí sé es que va a encontrar, sin duda alguna, una sociedad civil fuerte y que sabe organizarse para hacer frente a ese y a cualquier otro problema público”.