El Diccionario de la Lengua Española define a la voz “noble”, en su primera acepción, como: preclaro, ilustre, generoso. En su tercera acepción añade: singular o particular en su especie, y en la cuarta: honroso, estimable, en contraposición de lo deshonroso o vil.
Es difícil encontrar un adjetivo que cualifique de mejor manera a la tarea de enseñar, pues es igualmente complicado hallar una actividad que tenga un propósito mayor que el de transmitir conocimientos, actitudes, valores y visión de la realidad y el mundo.
Hay distintos tipos de maestras y maestros: los más visibles, son a quienes una institución educativa nos asigna como docentes para el proceso de enseñanza curricular; entre ellos hay unos malos, otros regulares, pero otros excepcionales en su capacidad de transmitir lo mejor de sí, en su entrega y dedicación. De ellas y ellos es de quienes mejor recuerdo guardamos y literalmente nos ayudan enormidades, a llegar a ser lo que somos.
Hay otra clase, que bien podría considerarse como “informal”. Son personas a quienes elegimos como guías, ya no en el marco del aprendizaje formal, sino como personas ejemplares, con quienes compartimos valores, visión de país, anhelos: libertad, justicia, dignidad y derechos para todos, como algunos ejemplos. Este tipo de maestros son quizá de los más generosos, porque, sin estar obligados a nada, tienen la voluntad y generosidad de abrirse a la escucha, y a la disposición de la palabra amable, honesta.
Hay otros maestros, a quienes puede denominárseles como “universales”; se trata de las grandes mentes de la humanidad, de quienes podemos aprender, ya sea de su existencia, o bien de su obra, rememorada escrita. Zoroastro, Confucio, Buda, Mahoma, Jesús de Nazareth, en el mundo espiritual son destacados; en filosofía los nombres son incontables, como lo son igualmente en el mundo de la ciencia y el arte.
Por otro lado, hay quienes por un conjunto de azares inesperados llegan a nuestras vidas, aun de manera involuntaria. Y quienes además, sin proponérselo, se convierten en maestras y maestros por lo que podría llamarse, amorosa compañía; son seres luminosos que nos enseñan lo más imprescindible de la existencia: que un día feliz puede equivaler a mil días, y que la vocación de estar y acompañar, cuando no les es pedido, es enseñanza de solidaridad y virtud de dar.
Todos ellos nos circundan, y a todos ellos debemos rendirles gratitud permanente. Porque enseñar es ayudar a cimentar la libertad; enseñar no es una profesión, es un noble arte que permite que nazcan nuevos mundos, vía la imaginación, la creación científica o la más profunda reflexión crítica de nuestros entornos.
En México somos afortunados, porque a pesar de todo, de malos políticos, de funcionarios mediocres, de directivos diletantes, hay en las aulas y en nuestras vidas millones de personas dispuestas a levantarse de madrugada todos los días, recorrer brechas, atravesar arroyos o ríos, a ganar poco dinero, a carecer de muchas cosas, todo a cambio del luminoso momento en que una niña o niño puede leer y comprender una frase completa, y percibir la chispa de la inteligencia que se enciende al resolver una ecuación, o en el momento destellante en que una persona concluye un libro que habrá de incidir de manera relevante en el curso de las ideas universales.
Pero esto no tiene por qué ser normalidad y continuar así. Por ello la nueva administración tiene la responsabilidad de implementar adecuadamente la llamada “Contra-reforma educativa”, y garantizar tres cuestiones elementales en nuestro país, que constituyen de las mayores tragedias de la cuestión social: 1) erradicar el analfabetismo y el rezago educativo; 2) garantizar el acceso y permanencia universal en la escuela, desde el preescolar hasta al menos el bachillerato; y 3) reformar a fondo el modelo pedagógico y los contenidos curriculares para impartir una educación pertinente para el país y para la vida de cada una de las personas.
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