El poderoso Grupo México, al amparo de las permisivas autoridades estatales, ha dejado en la orfandad un cuadrante de terrenos rebosantes de contaminación en la ciudad de Matehuala, ubicada al norte de San Luis Potosí, en la zona Altiplano.
Setenta años más tarde, los desechos de la bonanza minera que la Ciudad de las Camelias albergó en los albores del siglo XX contaminan las aguas, el aire y los suelos por donde caminan los habitantes del municipio.
En 1948, una sacudida a la baja provocó el cierre de la planta fundidora de plomo, plata y oro que American Smelting And Refining Company (ASARCO) mantuvo por varias décadas en Matehuala.
Aunque la construcción fue demolida, los restos químicos, que hoy en día han sido plenamente identificados y estudiados, se mantienen como el testimonio de que los matehualenses pagaron con intereses una de sus etapas de mayor prosperidad.
Estudios científicos a cargo de instituciones como la Universidad Autónoma de San Luis Potosí (UASLP) o el Instituto Potosino de Investigación Científica y Tecnológica (Ipicyt) han exhibido, una y otra vez, la realidad: en esa zona se concentran minerales como plomo, arsénico, cobre, cadmio y zinc, en cantidades que, en muchos de los casos, superan dramáticamente los índices permitidos por las normativas mexicanas.
Uno de ellos, el arsénico, ha encontrado el camino hacia el agua.
Cerrito Blanco es un ejido que, según el catálogo de localidades de la Secretaría de Desarrollo Social, cuenta con apenas unos 200 habitantes; su nivel de marginación es medio y se ubica a seis áridos kilómetros de la cabecera municipal de Matehuala.
Hasta ahí llega el único acuífero que la Comisión Nacional del Agua permite explotar en la zona bajo el título 07SLP109640/37APDL15, mismo que da a los lugareños la posibilidad de extraer hasta 120 mil metros cúbicos de agua cada año.
El problema es que, según una de las últimas mediciones realizadas por investigadores del Ipicyt, en determinados puntos contiene hasta mil veces más arsénico que el permitido por la Norma Oficial Mexicana o 2,500 veces más, si se toma como referencia la métrica establecida por la Organización Mundial de la Salud.
El acuífero de Cerrito Blanco contiene hasta mil veces más arsénico que el permitido por la Norma Oficial Mexicana
Para Sergio, quien ha vivido sus más de 50 años en el ejido, conocer que el agua de la laguna y aquella con la que regaba su milpa era en realidad la causante de que el maíz se quedara a medio crecer significó comenzar a buscar una alternativa para sostener a su familia.
Consiguió un empleo en una dependencia federal con sede en Matehuala y se ha hecho a la idea de sembrar solo productos “de temporal”, es decir, los que se encomiendan a la gracia de la lluvia, aunque ello signifique sacrificar la variedad. Ahora ya no siembra alfalfa ni frijol ni cebada. No se dan.
El hombre asiste con regularidad a las reuniones que se organizan en la Comisaría Ejidal; ahí conoció a la doctora Nadia Martínez Villegas, investigadora del Ipicyt cuyo trabajo logró ubicar la fuente puntual de la contaminación del agua en el Cerrito Blanco: los restos abandonados de la vieja fundición de ASARCO, en Matehuala.
En entrevista, la científica resume su teoría: «Encontramos que la fuente de contaminación es puntual. Está ubicada en los terrenos de una fundición abandonada en la ciudad de Matehuala, entre el grasero, el museo, el centro cultural y Pemex.
«Si no son controlados, en los procesos de fundición puede salir mucho arsénico, en forma de trióxidos de arsénico, los cuales son muy contaminantes. Las industrias no quieren que eso salga, entonces, ahí ocurre un lavado del arsénico para contenerlo. Normalmente se utiliza hidróxido de calcio para neutralizar las soluciones. Y la presencia de arsénico y calcio ocasiona la precipitación de arseniatos de calcio.
«Esos arseniatos de calcio, si se precipitan a condiciones de pH muy altas, son estables y solubles y tú puedes confinarlos pero no necesariamente ocurre eso. Entonces ese es el problema en Matehuala. Se dio lugar a la formación de arseniatos de calcio que se depositaron ahí.
Eso está muy superficial. En un principio yo pensaba que encontrar un arseniato de calcio iba a ser como buscar una aguja en un pajar y la verdad es que no. Están muy superficiales y eso tiene cero medidas de control. Está abierto, pero la gente puede entrar a ese lugar sin mayor problema».
Al riesgo latente de que la población tenga fácil acceso a la fuente directa del contaminante, y de que este, diluido en el agua, esté llegando a cultivos y a las zonas de crianza de ganado, se suma un hecho igualmente grave, pero también ignorado por las autoridades: el centro recreativo El Cerrito Blanco.
En 2001, el entonces alcalde de Matehuala, Gregorio Antonino Maldonado Vázquez, externó sus intenciones de construir un centro recreativo alrededor de la laguna artificial que el complejo hidráulico contaminado alimenta en Cerrito Blanco; el plan del edil era llevar visitantes al sitio y generar economía local.
Aunque loable, el proyecto de Maldonado Vázquez fue calificado de inviable por un grupo de investigadores de la UASLP, comandados por el doctor Fernando Díaz Barriga, quienes ya habían advertido del riesgo en estudios realizados años atrás. Sobre ello hicieron llegar un informe confidencial a David Atisha Castillo, entonces titular de la Secretaría de de Ecología y Gestión Ambiental (Segam), durante el gobierno de Fernando Silva Nieto.
En el documento, los especialistas instaron a la autoridad estatal a detener el proyecto hasta no existir un plan de remediación que permitiera «tratar el agua y sedimento contaminados para disminuir la concentración de arsénico por debajo de los límites permisibles en la NOM-127-SSA1-1994».
Ese antecedente consta en un desplegado que el equipo de científicos publicó en el periódico Pulso, el jueves 5 de septiembre de 2002, luego de que el alcalde de Matehuala no solo desoyera su recomendación, sino que les acusara de formar parte de un intento de politizar el caso.
Obstinado, el alcalde panista habría tergiversado un acuerdo hecho con los investigadores, a quienes les atribuyó haber consentido que se construyera el recreativo, siempre y cuando los visitantes no estuvieran nunca en contacto con el agua contaminada. «Esto es completamente falso», consignaron los aludidos.
El centro recreativo se construyó y no solo eso, sino que 16 años más tarde, Gregorio Maldonado sigue firme en su idea y asegura que el gobierno de Fernando Silva Nieto, en un intento mezquino por sabotear su gestión, politizó el caso de la contaminación en Cerrito Blanco, aunque divaga entre la negativa y el consentimiento acerca de la veracidad del hecho.
«Me quieren atacar diciendo que la remodelación de Cerrito Blanco, que quedó bonito, […] tenía contaminación de arsénico. Sí, efectivamente», admite para luego sugerir «la gente de Cerrito Blanco anda muy molesta contra este gobierno. Me dicen ‘doctor, hemos vivido más de cien años aquí. Mi abuelo, mi bisabuelo, ahí están. Vivos todavía. No es cierto que están contaminadas estas aguas’; entonces, resumo, fue cuestión política y si llegó a haber contaminación, ahorita ya no hay», aventura.
Doña María también está convencida de que todo este asunto de la contaminación en el lago es mentira y forma parte de un plan para llevarse el agua de la laguna a otro lugar. Bajita, delgada y desconfiada, la señora se sienta en la orilla para vigilar a los paseantes. Con el antebrazo izquierdo abraza un envase de refresco de cola y entre ambas manos sostiene una bolsa de frituras que está despedazando para después alimentar a los patos.
Porque en el lago hay patos, y peces, y un ecosistema de insectos que va desde mariposas hasta libélulas de un azul intenso, que parecen de mentiras. En las orillas crece algo de pasto, donde las parejas se recuestan a pasar el rato y los perros se acercan a tomar agua sin reparar en los restos de maleza podrida y basura de todo tipo.
Por diez pesos, los visitantes pueden rentar una lancha y pasear por el lago. Si bien se supone que es parte de la regla que no pueden pescar ni entrar en contacto con el agua, doña María revela que cuando hace calor, los muchachos del ejido sí se meten a nadar y algunas personas sí pescan para su consumo.
«Yo le veo dos aristas: una, afortunadamente no es un agua que la población tiene en las llaves de su casa, ni en Matehuala», puntualiza la doctora Nadia, pero también advierte: «ese complejo hidráulico es la única concesión de agua que tiene el ejido de El Cerrito Blanco. Lo cual sí es muy desafortunado; le llamo casi criminal, porque esa agua está concesionada para usos agrícolas y recreativos. Entonces la población está en riesgo».
Nadia Martínez: Las últimas mediciones que hemos hecho de riesgo nos indican que hay población, especialmente la que está expuesta a actividades recreativas, en riesgo de contraer cáncer.
Una de cada cien mil personas podría contraer cáncer por estar expuesto a esta contaminación. Sin embargo, la disponibilidad de datos es muy limitada.
Nadia Martínez: Eso es algo muy difícil de medir. La población es muy pequeña, es un lugar rural de escasos recursos, los accesos a los servicios de salud no están justo ahí y nosotros tampoco hemos tenido la oportunidad de trabajar con médicos para documentar casos que pudieran estar directamente relacionados. Esa es otra etapa del proyecto.
En este punto está de manifiesto que las autoridades, al menos en los niveles de gobierno estatal y municipal, han tenido conocimiento, en diferentes momentos, del daño y el riesgo ambiental y para la salud que representan tanto el terreno, que es fuente de la contaminación en Matehuala, como el agua que llega, para diferentes usos, a El Cerrito Blanco.
Además, el riesgo ha tomado otros cauces. Tanto la doctora Martínez como habitantes del municipio de Matehuala han advertido que los ayuntamientos comienzan a utilizar material de la zona contaminada para realizar labores de bacheo en distintas zonas de la ciudad.
«Hace algunos años, tal vez tres o cuatro, nosotros comenzamos a ver que estaban sacando material de la fundición para tapar baches en la ciudad, lo cual a nosotros nos pareció alarmante. Eso es dispersión de la contaminación», comenta escandalizada la especialista.
«Intentamos contactar a las autoridades, pero la verdad es que no tuvimos éxito. No nos tomaron la llamada. Finalmente nos atendieron, pero después de varios meses», lamenta en referencia a la administración municipal que en su momento encabezó el panista Francisco Javier Hernández Loera.
Un habitante de la colonia Colinas de La Paz, a menos de un kilómetro de los terrenos contaminados, revela que solicitó apoyo al Ayuntamiento para reparar la pequeña calle que pasa frente a su vivienda. Días más tarde, una camioneta cargada con piedras llegó para cumplir su demanda.
El inconfundible color negro de la piedra exhibió el origen: el grasero, un enorme montículo de escoria que Grupo México mantiene también acumulado en esos terrenos, al aire libre, y donde también se han encontrado concentraciones nocivas de metales pesados.
Nadia Martínez es prudente con respecto al destino del centro recreativo. Está consciente de que para quienes residen en el ejido representa una fuente de ingresos pero es terminante en aludir a la responsabilidad de la Segam, y las comisiones estatal (CEA) y nacional del agua (Conagua).
«En términos de suelo y agua pues la zona excede todas las normas. Sí tendría que hacerse una intervención. El asunto es que eso requiere ya de la voluntad de las autoridades y de los recursos. La verdad es que a mí sí me interesa un acercamiento con las autoridades; en el sentido de decir: aquí está este problema de contaminación y es importante que sea resuelto.
«En cuanto a pronóstico, este es que, si las autoridades no toman medidas, la dispersión de la contaminación va a seguir porque el arsénico sigue estando presente. Las condiciones están dadas para que siga liberando. El riesgo de la población se puede agravar.
«No descartamos que este acuífero contamine el regional, que ahí ya sería una catástrofe de dimensiones mayores. Yo creo que sí está ocurriendo algo de infiltración. A lo mejor no ha sido tan grande o tan importante como para que esté contaminando más al sur», advierte.
A la fecha, el equipo de investigadores ha logrado establecer un mecanismo para que los pobladores de El Cerrito Blanco identifiquen las partes de la tierra afectadas por el contaminante a través de un código de color, de manera que no los utilicen para la siembra o las labores domésticas.
No obstante, en los alrededores de la laguna los letreros que advierten a los visitantes de la presencia de arsénico en el agua han sido derribados. Uno de ellos está tirado sobre la tierra y ha sido manchado con pintura negra para evitar que se lea la advertencia. Otro más yace a la orilla de la laguna, entre el agua y el lodo.
En Matehuala, mientras tanto, el tema apenas llega a la agenda local, pese a que a últimas fechas la investigación ha sido nominada al Premio Newton, financiado por el gobierno de Reino Unido, en Europa. Al mismo tiempo, una búsqueda en línea sobre la oferta turística de la ciudad arroja un curioso atractivo: «Las ruinas de la fundidora ASARCO, al norte la ciudad».