México es un país con pocos lectores. El Módulo de Lectura que levanta el Instituto Nacional de Geografía y Estadística (INEGI), muestra que los índices de lectura de nuestro país no sólo no han mejorado, sino que hay sectores de población, y regiones enteras, en los que hay retrocesos significativos en cuanto a la cantidad de libros que se consumen por persona cada año, esto sin considerar la calidad de lo que se lee.
Pero tenemos problemas no sólo en este tema. De acuerdo con otras encuestas de INEGI, por ejemplo, el Módulo de Eventos Culturales Seleccionados (Medecult), menos de la mitad de la población nacional acude a eventos culturales, siendo la danza y la visita a museos las que tienen una menor recurrencia en cuanto interés y asistencia de la mayoría de la población.
La evidencia muestra que, a menor nivel educativo y menores ingresos familiares, la asistencia a eventos culturales de calidad es menor; y también que mientras hay un menor nivel de antecedentes familiares en cuanto a nivel educativo se refiere, también disminuye la asistencia a los eventos culturales.
El INEGI también ha documentado que mientras mayor es la marginación social, es decir, en los territorios con mayores carencias de cobertura de servicios públicos, también se da una menor asistencia a eventos de cultura, ya sean exposiciones, danza, visitas al teatro o asistencia a conciertos y al cine.
Es interesante observar que la asistencia a conciertos musicales es alta; y lo mismo ocurre con la categoría de asistencia a proyecciones de películas. En ambos casos el INEGI no incluye variables respecto de la calidad de los eventos, lo cual, por supuesto, sería una variable altamente subjetiva y compleja de medir.
Con todo esto, puede sostenerse que la próxima administración tienen la oportunidad de dar un auténtico golpe de timón. Alejandra Frausto, quien será la titular de la Secretaría de Cultura del próximo gobierno federal, tendrá el reto de inundar de cultura al país, de romper con los moldes y esquemas con que se ha venido trabajando en los últimos años; y de generar una nueva política de Estado en la materia.
El cumplimiento de los derechos culturales de la población es una de las asignaturas que dejan pendientes las últimas administraciones en el país. Y revertir esa situación es fundamental.
La relevancia que tiene el acceso a servicios culturales de calidad en la realización de la vida de las personas se ha subestimado en nuestra sociedad. Se piensa que se trata de un asunto de élites, y que con dejar que el mercado distribuya productos culturales en función de la demanda, es suficiente. Pero no es así; el Estado debe promover el crecimiento espiritual de la población; y para ello se necesita acceso al arte.
Los griegos antiguos, que mucho sabían de esto, por eso tenían como eventos indisociables al crecimiento y consolidación de sus Estados al teatro, a la música, a la pintura y en general, a todas las bellas artes. En uno de sus mitos, el de Orfeo y Eurídice, el primero es capaz de descender al mismísimo inframundo para tratar de rescatar a su amada, quien había muerto por una mordedura de una serpiente.
Era tal la belleza de la música y el canto de Orfeo, que logró conmover a Caronte, el barquero que transportaba a las almas de los muertos al inframundo; logró apaciguar a Cancerbero, el perro guardián de las puertas del infierno; apaciguó los gritos de las almas dolientes; y por si fuera poco, logró conmover a Hades, el dios del inframundo, a tal grado que le permitió llevarse de vuelta a su amada… aunque no por mucho tiempo.
Si la música fue capaz de conmover al mismo señor del inframundo, imaginemos lo que puede hacer para sanar a una sociedad tan dolida como la nuestra. Ojalá que en la siguiente administración, ésta sea una de las agendas prioritarias.
Twitter: @saularellano