La mortífera sequía ha cobrado la vida de más de 59,000 granjeros en India. Con el aumento de las temperaturas se teme que los índices de suicidio sigan creciendo.
POCOS MESES después de que Radha Krishnan se quitara la vida, Rani, su esposa, sostenía el cráneo de su esposo en sus manos, maltratadas por el sol, como la prueba más poderosa que pudo encontrar de la existencia de un desastre creciente en su lugar de origen. Ella se unió a mil granjeros que viajan por miles de kilómetros hasta Nueva Delhi exigiendo un paquete de ayuda para los granjeros afectados por la sequía de Tamil Nadu, el estado más al sur de India.
El suicidio en público de Krishnan fue una última y desesperanzada protesta. En febrero de 2017, cuando sus cosechas fallaron por tercer año consecutivo y sin oportunidad de pagar sus préstamos, se sentó en la calle afuera del banco local y bebió el pesticida de una botella. Murió horas después, dejando a su esposa y cuatro hijos.
Se calcula que 59,300 granjeros de India se han quitado la vida en formas similarmente públicas desde 1980. El fotógrafo italiano Federico Borella piensa que esa cifra podría ser mucho más alta. “El suicidio se relaciona con una gran vergüenza en India, y sospecho que muchas personas no informan sobre él”, dice. La vergüenza también va unida al fracaso, particularmente entre los varones. En 2011, en un estudio sobre la autoagresión entre granjeros en el estado de Andhra Pradesh, se encontró que hasta el fracaso al suicidarse producía el ridículo; incapaces de soportar la “desgracia”, estas personas lo intentaban de nuevo.
En mayo pasado, Borella fue invitado a Tamil Nadu por la Asociación de Granjeros del Sur de India, el grupo que organizó la manifestación en Nueva Delhi. A Borella le presentaron a cuatro familias del área de Tiruchirappalli, cada una de las cuales había perdido a su cabeza de familia por causa del suicidio. Dos de los hombres se colgaron en el campo. Otro, como Krishnan, tomó veneno.
En toda India se cuenten historias similares. El ciclo de sequía, deuda y suicidio se extiende como la plaga.
La agricultura sigue siendo una importante fuente de ingresos, y constituye 14 por ciento del producto interno bruto de India. Tamil Nadu, una importante región productora de plátano, mango, cúrcuma, caña de azúcar y café, entre otras cosechas, depende de los monzones que recargan las fuentes locales de agua: el monzón del suroeste, de junio a septiembre, y el del noreste, de octubre a diciembre.
A partir de 2014, las lluvias dejaron de llegar. Tamil Nadu es el estado que enfrenta actualmente su peor sequía en 140 años. El gobierno ha prometido ayuda, pero ha llegado muy poca. En muchos casos, los granjeros se ven obligados a vender sus productos a empresas muy por debajo del precio de mercado. Cuando los granjeros pierden sus cosechas, se les ofrece una compensación mínima.
MONZONES ERRÁTICOS
Actualmente, más de la mitad del territorio de India enfrenta una escasez de agua alta o extremadamente alta, de acuerdo con el Instituto de Recursos Mundiales. Los niveles del sagrado Ganges, que surte a 1,300 millones de personas y es el río más largo de todo el país, se reducen precipitadamente, hasta en una cuarta parte, según algunas personas. Unos monzones erráticos o inexistentes significan que las reservas de agua del país se encuentran en su punto más bajo en toda una década. Y en ninguna parte del mundo las reservas subterráneas de agua se reducen más que en el norte de India, donde gran parte de lo que queda contiene concentraciones tóxicas de arsénico y flúor.
Se calcula que 15 millones de granjeros indios han abandonado sus tierras, y otros más lo harán conforme suben las temperaturas. El pronóstico actual: un incremento de 3 °C para 2050. Imaginemos el caos y la desestabilización que ocurrirán si la agricultura colapsa y el agua potable desaparece solo en India. “El impacto del cambio climático va más allá de las fronteras de India”, asegura Borella. “Amenaza a toda la especie humana”.
Todos los continentes habitados enfrentan una alta escasez de agua. Todo lo que se requiere son unos cuantos años con pocas lluvias o un mal manejo de los recursos (sin mencionar la contaminación), para desatar el caos. La Organización Mundial de la Salud calcula que el cambio climático provoca 12.6 millones de muertes al año, y se calcula que esa cifra aumente en 250,000 entre 2030 y 2050.
La correlación entre los índices de suicidio y el aumento de la temperatura era algo de lo que se sospechaba desde hace tiempo, pero nunca se descubrió en datos a gran escala hasta que se realizó la investigación publicada en julio de 2017. Tamma Carleton, que en ese entonces era candidata a la licenciatura en agricultura y economía de recursos por la Universidad de California en Berkeley, estableció esa relación en un estudio publicado en las Actas de la Academia Nacional de Ciencias. “El suicidio es un cruel indicador de las dificultades humanas, pero los casos de estas muertes no han sido suficientemente estudiados, particularmente en los países en desarrollo”, escribió Carleton. En India, donde ocurre una quinta parte de los suicidios de todo el mundo, de acuerdo con Carleton, “el clima, y particularmente la temperatura, tienen una fuerte influencia en la creciente epidemia de suicidios”.
Con el uso de datos de todo el país, registrados durante 47 años, Carleton mostró la relación entre el suicidio y las altas temperaturas que ocurría únicamente durante la temporada de cultivo agrícola en India, cuando el calor reduce la producción de las cosechas. La experta encontró que un aumento de temperatura de un solo grado Celsius en un día correspondía a alrededor de 67 suicidios en promedio.
SIN DIOSES NI GOBIERNO
En Tamil Nadu, una tierra que alguna vez estuvo surcada por majestuosos ríos, hoy hay caminos de arena hasta donde alcanza la vista. “El calor que hace ahí es pasmoso”, apunta Federico Borella, quien experimentó temperaturas cercanas a los 49 °C a las ocho de la noche. Los niños de la localidad, en busca de alivio, se zambullen en la poca agua estancada que queda, toda ella turbia, pestilente y alimentada por el drenaje. “Uno de los problemas es que no hay instalaciones para captar el agua de lluvia cuando cae. Y el estado adyacente de Karnataka, que tiene una represa, rehúsa redirigir alguno de sus recursos”.
También hay otros desafíos arraigados. Borella recuerda haber observado a un grupo de personas entrando en un templo para orar. “Antes de entrar, uno debe purificarse con agua limpia”, dice. “Noté que el agua corría de la espita aun cuando no había nadie. Me sorprendió ese desperdicio. Pregunté por qué lo hacían y me dijeron que la religión siempre es más importante”.
En cada una de las cuatro casas que Borella visitó, las personas le rogaban que tomara una fotografía a los muertos. “Mientras estuve allí —dice—, una familia colocó en un día tres fotografías en el muro de su casa: un padre y sus dos hijos”.
En un antiguo poema tamil llamado “Pattinappaalai”, se cuenta acerca del Río Kaveri, que seguía fluyendo incluso en los meses más cálidos, como una expresión de la misericordia de los dioses. Pero, al parecer, los dioses, al igual que el gobierno indio, han abandonado a sus granjeros.
UNA NUEVA NORMALIDAD: La sequía se extiende y los granjeros locales, incapaces de pagar sus deudas, se han visto bajo una intensa presión financiera y emocional. Muchos de ellos han debido abandonar sus tierras en busca de trabajo en la construcción o en demoliciones.
LA TIERRA DE LOS PERDIDOS: La escasez de agua ha hecho que los niveles de contaminación aumenten en forma desmedida.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek