Pocos procedimientos quirúrgicos son tan complejos y desafiantes como un trasplante facial, ya que no solo implican superar enormes retos médicos, sino que también plantean profundas cuestiones éticas y psicológicas.
El rostro es el núcleo de la identidad de una persona, su medio de expresión y de reconocimiento social, lo que convierte este tipo de cirugía en un acto profundamente transformador. Para quienes han perdido sus rasgos faciales en eventos traumáticos, su reconstrucción representa no solo la oportunidad de restaurar su anatomía, sino la posibilidad de reintegrarse al mundo.
Para enfrentar estos desafíos extraordinarios, el Dr. Eduardo D. Rodriguez ha desarrollado un enfoque igualmente excepcional en NYU Langone. En el quirófano, dirige una coreografía de precisión absoluta, donde decenas de especialistas siguen una planificación meticulosa en la que cada movimiento responde a años de preparación. “Es como un vals en Viena”, explica el jefe del Departamento de Cirugía Plástica Hansjörg Wyss y director del Programa de Trasplante Facial, quien conduce cada operación sustituyendo la batuta con el bisturí. “Trabajamos en perfecta armonía, y con los años hemos desarrollado un sinergismo maravilloso”.
Esta coordinación requiere hasta 150 médicos, enfermeros, técnicos y anestesiólogos trabajando simultáneamente en dos quirófanos. Un grupo recupera metódicamente el rostro del donante, generalmente una persona joven fallecida recientemente, preservando con extremo cuidado cada nervio y vaso sanguíneo del tejido. En la sala contigua, otro grupo prepara la estructura ósea del receptor que servirá como base para el injerto. Paralelamente, diversos equipos coordinan la recuperación de los órganos vitales para ser trasladados a distintos hospitales del país. “La operación puede ser un éxito, pero si los órganos no pueden utilizarse para salvar vidas sería una gran pérdida”, dice Rodriguez sobre la precisión necesaria para que cada recurso sea aprovechado al máximo.
“Nunca es demasiado cuando se trata de ayudar a alguien que siente que su vida ya no vale la pena vivir”.

Cada vez que finaliza un trasplante y se coloca la última sutura, comienza una nueva etapa con riesgos tan significativos como los de la propia intervención. El principal obstáculo es que el organismo del receptor rechace el nuevo rostro, lo que exige un protocolo de medicación inmunosupresora de por vida, con importantes efectos secundarios. Además, se requieren servicios de rehabilitación física, psicología y psiquiatría para aliviar los síntomas de adaptación. Antes de iniciar el proceso el equipo de NYU Langone se asegura de que los candidatos sean capaces de procesar el impacto emocional, comprender los riesgos y mantener una disciplina estricta con el tratamiento postoperatorio.
Afrontar la responsabilidad de decisiones tan complejas no resulta fácil, y es precisamente esta fusión de temple, innovación técnica y empatía lo que ha posicionado a Rodriguez como una figura transformadora en la cirugía reconstructiva, expandiendo constantemente las fronteras de lo posible para individuos que acuden a él como su última esperanza.
EN BÚSQUEDA DE SOLUCIONES INNOVADORAS
El camino que lo llevó a revolucionar la medicina comenzó lejos de los quirófanos de vanguardia. Hijo de inmigrantes cubanos criado en Miami, inició su formación académica estudiando neurobiología en la Universidad de Florida. Posteriormente obtuvo un doctorado en odontología en NYU, pero fue la visión de un mentor quien al ver su facilidad con el bisturí cambió su trayectoria. “Me dijo: ‘Este no va a ser suficiente para ti’”, palabras que lo impulsaron a asumir nuevos retos y obtener su título de médico en el Medical College of Virginia y completar su formación en cirugía general y plástica en Johns Hopkins.
La decisión que transformó su carrera fue viajar a Taiwán para especializarse en microcirugía reconstructiva. “En ese momento, la microcirugía aún estaba en desarrollo en Estados Unidos. Pero en el Chang Gung Memorial Hospital estaban trabajando a otro nivel. Cuando vi lo que hacían, supe que tenía que entrenar con ellos”, recuerda. En el hospital taiwanés, Rodriguez observó cómo transferían tejidos y reconectaban vasos sanguíneos con precisión microscópica. “Pensé que esta habilidad me beneficiaría enormemente y que podría ayudar a muchos pacientes”.
Las circunstancias históricas reforzaron la relevancia de su especialización. “Comencé este programa en 2003, durante la guerra con Irak y Afganistán. Los soldados regresaban a los hospitales militares en Washington con heridas devastadoras causadas por dispositivos explosivos”, detalla. “Los defectos que observábamos requerían métodos mucho más avanzados de los que teníamos en ese momento”. Aunque las técnicas aprendidas en Asia fueron cruciales para tratar a estos soldados, pronto quedó claro que algunos casos necesitaban soluciones más radicales, lo que lo impulsó a llevar el procedimiento al siguiente nivel: el trasplante.

“Contar con un equipo altamente especializado en un hospital que nos proporciona todos los recursos necesarios nos ha permitido innovar”.
En noviembre de 2005, la cirugía reconstructiva dio un giro inesperado cuando, en el Hospital Universitario de Amiens, Francia, un equipo liderado por Bernard Devauchelle y Jean-Michel Dubernard realizó el primer trasplante parcial de cara en una mujer de 38 años. “Marcó un antes y un después en nuestro campo, pero se llevó a cabo sin una base científica sólida,” señala Rodriguez. Para entonces, el Departamento de Defensa, buscando ayudar a soldados heridos, había expresado interés en financiar su trabajo, pero exigían evidencia científica de que el procedimiento era seguro y reproducible antes de aprobar el programa. Para satisfacer este requisito, trasplantó el rostro de un mono vivo a otro, estableciendo así las bases para explorar el procedimiento en humanos.
En 2012, desde la Universidad de Maryland, realizó su primer trasplante facial: una intervención sin precedentes que reemplazó el tejido desde la línea del cabello hasta el cuello, incluyendo mandíbulas, dientes y lengua, en un hombre cuyo rostro había sido destrozado por un disparo. Este logro lo llevó a ser reclutado por NYU Langone, donde continuó innovando hasta lograr, en agosto de 2020, el primer trasplante exitoso del mundo de cara y doble mano en un residente de Nueva Jersey de 22 años que había sufrido quemaduras graves en un accidente automovilístico.
Su hito más reciente ocurrió en mayo de 2023: el primer trasplante que combinó un globo ocular completo con un rostro parcial. “La operación más complicada que he realizado definitivamente es este trasplante con ojo”, afirma el cirujano. Aaron James, un veterano militar de 46 años, había perdido la mayoría de su rostro en un accidente laboral con alto voltaje. Aunque el objetivo inicial no era restaurar la visión del ojo trasplantado, sino demostrar la viabilidad del procedimiento, los resultados han superado las expectativas. “Pudimos demostrar que es posible mantener al ojo vivo, con los vasos sanguíneos abiertos y conservando su funcionalidad básica”, dice Rodriguez.
Para James, contribuir a la ciencia ha sido una experiencia significativa. “Me he sentido honrado de ser el paciente cero”, expresó en un comunicado de NYU Langone. “Incluso si no puedo ver con mi nuevo ojo, he recuperado mi calidad de vida, y sé que esto es un paso adelante para impulsar los avances”.
EMPATÍA Y PRECISIÓN: EL EQUILIBRIO CLAVE
La evolución de las técnicas de Rodriguez refleja años de perfeccionamiento constante: “El primer trasplante de cara que realicé en 2012 me tomó 36 horas. Este último nos tomó 21 horas”, señala, atribuyendo esta mejora a adelantos como el desarrollo de instrumentos personalizados para cada caso. “La preparación mental y física es esencial, y me aseguro de estar listo para soportar todas las horas necesarias sin fallos”, comparte sobre el rigor requerido. “Siempre me preguntan si duermo durante la cirugía, y la verdad es que no lo necesito. Hago pequeñas pausas para tomar café o comer algo, pero no descanso hasta que el paciente entra a recuperación sin ningún problema”.
“Contar con un equipo altamente especializado en un hospital que nos proporciona todos los recursos necesarios nos ha permitido innovar”, continúa. Y aunque se habla de iniciativas como desarrollar materiales sintéticos para evitar la necesidad de donantes humanos, Rodriguez considera que esas técnicas están más enfocadas hacia un futuro lejano. A su juicio, el avance más crucial hoy en día es la mejora en los medicamentos inmunosupresores. “La única limitante para realizar más trasplantes faciales con éxito es el perfeccionamiento de los inmunosupresores, ya que presentan efectos secundarios significativos”.
Para abordar esta problemática estableció el Programa de Aloinjerto Compuesto Vascularizado (VCA) de NYU Langone, un innovador protocolo de compatibilidad específico para cada caso y un régimen de medicación antirrechazo diseñado para reducir la toxicidad farmacológica sin aumentar el riesgo de rechazo del tejido. Además, se están desarrollando técnicas que permiten infiltrar ciertos fármacos en los vasos sanguíneos del donante para extender el tiempo en que los tejidos pueden mantenerse viables antes del trasplante.

Más allá de los avances técnicos, Rodriguez considera que es su relación con los pacientes la clave para el éxito. Esta conexión trasciende el quirófano: “Viajo a sus ciudades para evaluar sus condiciones, los recursos médicos disponibles y su entorno”, explica. Esta inmersión es esencial porque los candidatos deben comprender completamente los riesgos. “Hasta ahora, se han realizado alrededor de 50 trasplantes de cara en el mundo, y de estos, 8 pacientes han fallecido”. Por ello, no todos los solicitantes son candidatos idóneos. “Muchos vienen en busca de un trasplante, pero no siempre es la solución apropiada. Debo equilibrar lo emocional con lo razonable”.
Cada caso requiere una evaluación individualizada, pero para quienes han perdido funciones básicas como la capacidad de comer o respirar sin asistencia, o viven aislados por su apariencia, los riesgos son un precio que están dispuestos a pagar. “Nunca es demasiado cuando se trata de ayudar a alguien que siente que su vida ya no vale la pena vivir”, afirma al concluir nuestra charla.
A pesar de su éxito y las vidas que ha transformado con su enfoque visionario, Rodriguez no idealiza su trayectoria: “No pasé mi primer examen de médico y pensé en darme por vencido”, confiesa. “La manera en que uno supera los fracasos es tan importante como el éxito mismo, y cada persona que sobresale en su industria ha tenido que superar dificultades para avanzar”. Esta experiencia personal ahora impulsa su compromiso con las nuevas generaciones de médicos. “Me gusta reflexionar sobre mi vida para que los jóvenes vean que he podido triunfar, aunque el plan no ha sido perfecto, las oportunidades siempre existen y hay que seguir adelante”. N
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