Hace unas semanas, el 13 de marzo, Francisco celebró diez años como papa. A lo largo de su papado ha procurado demostrar que la Iglesia católica es una institución orgánica, capaz de cambiar con los tiempos, y de aceptar antiguas verdades en lugar de la actual “teología hecha por el hombre” que gobierna la Iglesia como institución.
Digo “hecha por el hombre” porque el fundador de la Iglesia, Jesucristo, predicó dos grandes mandamientos: amar a Dios y amar al prójimo. Desde entonces, varias generaciones de teólogos católicos han creado una compleja teología basada en la acumulación de poder y la exclusión, en lugar de la difusión del amor universal y la inclusión. Esto ha llevado a la Iglesia a volverse irrelevante entre muchos de sus antiguos seguidores.
Cuestiones como la mujer en el sacerdocio, los derechos LGBTQ+ y los derechos de los divorciados a participar en los sacramentos han hecho que la Iglesia parezca rígida, insensible y excluyente cuando su fundador buscaba una Iglesia inclusiva y abierta a todos.
Muchos perciben al papa Francisco como un líder que busca crear un nuevo amanecer para la Iglesia. El cardenal argentino, de mentalidad liberal, ha intentado reformar el mensaje de la Iglesia para que pase de la opresión al amor, a la inclusión y no a la exclusión.
Esto ha desatado la ira de los clérigos conservadores y de quienes creen que la Iglesia debe sostener su rumbo a pesar de los grandes cambios sociales y culturales de los últimos cincuenta años.
LO INESPERADO PARECE OBVIO
En un artículo reciente en The New Yorker, Paul Elie señala que, desde su llegada a Roma, Francisco ha hecho que lo inesperado parezca obvio una y otra vez. Por supuesto, el papa debería confesar sus pecados antes de escuchar las confesiones de los demás; meterse en medio de una multitud fuera de San Pedro y abrazar a un hombre cuya enfermedad le había dejado la cara marcada. Y también, visitar un campo de migrantes y refugiados en la isla griega de Lesbos (y llevar a algunos refugiados de vuelta en el avión papal para que se establecieran en Italia).
Asimismo, debería ir a una mezquita en la República Centroafricana en medio de una guerra civil exacerbada por la lucha entre cristianos y musulmanes. Y admitir que se equivocó al defender a un obispo chileno acusado de encubrir abusos sexuales por parte de sacerdotes. (Aunque el obispo, Juan Barros, ha negado estas acusaciones, el papa aceptó su dimisión y afirmó: “Yo fui parte del problema”).
La humildad, la disposición a admitir errores y la voluntad de afrontar de frente las cuestiones difíciles en lugar de simplemente ignorarlas lo han convertido en un soplo de aire fresco en el Vaticano.
Ha transformado radicalmente el Banco Vaticano, que en el pasado estaba plagado de corrupción; ha subrayado la importancia del ambientalismo y ha criticado el “capitalismo de laissez faire”, al cual ha calificado como “estiércol del diablo”. Ha sido muy crítico con los líderes populistas que dividen a la gente en vez de unirla y ha descentralizado algunas decisiones en manos de los obispos. Muchas mujeres también ocupan altos cargos administrativos, aunque siguen sin poder ser sacerdotes.
¿Y TRAS LA MUERTE DEL PAPA FRANCISCO?
¿Podrá mantenerse este soplo de aire fresco tras la jubilación o el fallecimiento de Francisco? De los 132 cardenales con derecho a voto en el próximo cónclave, Francisco ha nombrado a 83, la mayoría del Sur. Es decir, prácticamente 2/3 del Colegio Cardenalicio, casi suficiente para votar por un nuevo papa.
Es lógico que Francisco haya elevado a las filas del Colegio Cardenalicio a partidarios de su amplia mirada sobre la dirección que debe tomar la Iglesia, y para sostener su legado frente a los todavía poderosos elementos conservadores de la jerarquía y los seguidores.
Debemos recordar que el papel de la mujer y su opresión en muchos países sigue siendo objeto de debate. Por otro lado, en muchos países africanos y asiáticos los derechos de los cristianos LGBTQ+ siguen estando proscritos y, en algunos, son castigados con la cárcel o la muerte.
Francisco ha sido una figura transformadora para la Iglesia en este siglo. Como alguien que cree en la libertad individual y en el derecho de cada uno a amar y casarse como mejor nos parezca, y que considera a las mujeres iguales a los hombres en todos los aspectos, no puedo sino celebrar el paso de Francisco por un mundo todavía dominado por el absolutismo teocrático en lugar del simple amor y respeto mutuos.
SIGUE TENIENDO OPINIONES TRADICIONALES
Sin embargo, en torno a la comunidad LGBTQ, en 2015 se pronunció en contra de lo que llamó “teoría de género”, y criticó la idea de que las personas puedan elegir su identidad de género, afirmando que era una amenaza para los valores familiares tradicionales.
En su libro de 2019 se pronunció en contra del transgenerismo como un paso atrás para la humanidad (la aniquilación del hombre), por lo que, si bien tiene puntos de vista progresistas sobre la homosexualidad, todavía mantiene puntos de vista muy tradicionales sobre el género y la sexualidad, la “T” del LGBTQ+. No lo juzgo, pero sigue teniendo opiniones tradicionales.
De hecho, aunque celebro su creencia revitalizante en el poder transformador del amor y la necesidad de que la Iglesia tienda la mano en lugar de condenar, la Iglesia todavía tiene un largo camino por recorrer antes de tratar a todos los creyentes por igual.
El papa Francisco debe ahora iniciar el proceso de institucionalizar su visión, y en ello debe enfrentarse a la fuerte oposición de elementos conservadores que aún ejercen un poder significativo en la Iglesia. N
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Eduardo del Buey es diplomático, internacionalista, catedrático y experto en comunicaciones internacionales. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.