Las mujeres científicas y en la academia por fin están obteniendo lo que les corresponde. La clave para las vacunas de ARNm —que ayudaron a llevar las vacunas de covid-19 al mercado con tanta rapidez— provino del laboratorio de Katalin Karikó, de 65 años. Rochelle Walensky dirige los Centros para el Control de Enfermedades de Estados Unidos. Y este otoño, el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y seis de las ocho universidades de la Ivy League estarán dirigidas por mujeres presidentas.
Si bien las oportunidades para las mujeres en la academia y las carreras STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas, por sus siglas en inglés) tienen un largo camino por recorrer, la situación ha mejorado significativamente, y eso es el resultado de un esfuerzo grupal sin precedentes de 16 mujeres, miembros de la facultad del MIT, para generar cambio.
CORREGIR LA BRECHA DE GÉNERO
Su labor resultó en una admisión revolucionaria por parte de la escuela de un patrón de marginación de su cuerpo docente femenino, en 1999. Como resultado del reporte, las filas de mujeres docentes titulares en el MIT aumentaron significativamente: las universidades de todo el país comenzaron a corregir la brecha de género en los salarios, que muchos llamaron “aumentos de Nancy Hopkins” en honor a la lideresa del grupo del MIT.
El programa ADVANCE de la Fundación Nacional de Ciencias invirtió 365 millones de dólares durante los siguientes 25 años en todo el país para establecer programas para identificar y abordar las disparidades de género, así como muchas otras desigualdades. La historia de Nancy Hopkins y cómo ella y sus 15 colegas lucharon por un trato justo se cuenta en The Exceptions (publicado por Scribner en febrero), de la periodista ganadora del premio Pulitzer Kate Zernike. En el siguiente extracto de su libro, Zernike comparte el origen de cómo acabó investigando este triunfo.
16 MUJERES CIENTÍFICAS EN LUCHA
En marzo de 1999, una historia en la primera plana del periódico Boston Sunday Globe informó que el Instituto de Tecnología de Massachusetts había reconocido la prolongada discriminación contra las mujeres en su facultad de ciencias. Fue “una admisión extraordinaria”, como lo llamó un artículo en la portada de The New York Times dos días después, para cuando la noticia ya había viajado por todo el mundo por radio, televisión y un frenesí de correos electrónicos entre mujeres científicas que hacía tiempo que sabían que no se les valoraba tanto como a los hombres, pero solo hablaban de ello entre ellas, si acaso.
Y, ahora, una de las instituciones más prestigiosas del mundo, sinónimo de excelencia científica. La discriminación no ocurrió en una era oscura, sino en la década de 1990, el amanecer de un nuevo milenio, décadas después de que la legislación y el movimiento feminista abrieran las puertas a la oportunidad.
La mayoría de las mujeres que comenzaban sus carreras en ese momento no pensaron que los prejuicios las bloquearían. Las mujeres que se quejaron de discriminación generalmente terminaban en el callejón sin salida de “su palabra contra la de un hombre”. Ahora, el presidente del MIT estaba diciendo que la discriminación era verdadera.
Esa admisión se produjo no por una demanda o denuncia formal, sino por el esfuerzo de 16 mujeres que comenzaron como desconocidas, trabajando en secreto, y recopilaron su caso tan metódicamente —como las mujeres científicas que eran— que el MIT no pudo ignorarlas.
UN CAMBIO DE CLIMA
También contravinieron las suposiciones habituales sobre por qué había tan pocas mujeres en ciencias y matemáticas y desataron un ajuste de cuentas, ya que otras universidades, organizaciones filantrópicas y agencias gubernamentales se apresuraron a abordar el sesgo y las disparidades que habían puesto en desventaja a las mujeres durante décadas. “Un cambio de clima en toda la academia”, como lo llamó un astrónomo del Instituto de Tecnología de California, Caltech.
Yo fui la reportera que escribió la historia en el Globe. Me di cuenta de que podría resonar —aunque no podía predecir cuánto— gracias a mi padre, un físico que llegó a Estados Unidos en 1956 para trabajar en una pequeña empresa de ingeniería en Cambridge llena de graduados y consultores del MIT.
Mis padres se mudaron antes de que yo naciera, pero mi papá me visitaba a menudo en Boston cuando se dirigía a ver a sus colaboradores en el Laboratorio Lincoln, un centro de investigación del MIT, y me sugirió que investigara el trabajo que una física llamada Millie Dresselhaus en MIT —conocida como la “Reina del Carbono”— estaba haciendo para alentar a más mujeres a ingresar en la profesión.
Lo ignoré, hasta que escuché acerca de las mujeres en el MIT. Me hicieron pensar en mi madre, que tenía más o menos la misma edad que la mayor de ellas. Mi madre quería ir a la facultad de derecho cuando se graduó de la universidad, en 1954, pero su padre encuestó a sus amigos abogados en Toronto y le dijo que nadie la contrataría.
“TAN INTELIGENTES COMO LOS NIÑOS”
Así que, en lugar de eso, fue a la escuela de negocios, cerca del MIT, y se inscribió en el Programa de Administración de Empresas Harvard-Radcliffe, que era la única forma en la que las mujeres podían asistir a la Escuela de Negocios de Harvard. Ese año, The Wall Street Journal informó sobre el programa en la columna central de su portada, reservada para reportajes poco convencionales o “ligeros”. Citó a líderes empresariales que se maravillaban de que las niñas Radcliffe fueran “tan inteligentes como los niños”, pero lamentaban que “demasiadas se casaran muy pronto”. (“Son demasiado guapas, tienen la edad justa y en el banco hay demasiados hombres”).
Mi madre trabajó en un banco después de terminar, renunció para casarse y crio a tres hijos, pero siempre lamentó no haber ido a la facultad de derecho. Su decisión de ir cuando yo tenía siete años (yo fui la menor de sus tres hijos) se convirtió en el evento que definió mi infancia. Investigó asistir a Yale, donde un hombre le dijo: “No dejaría que mi esposa fuera a la facultad de derecho”. En cambio, terminó en la Universidad Pace.
Uno o dos años después de graduarse, estaba en la biblioteca de derecho allí y decidió buscarse en el directorio de exalumnos de Harvard. Encontró su nombre seguido de una serie de siglas: BA, MBA, JD, W/M. Al no reconocer las últimas, fue a la clave y descubrió que era “esposa y madre” (según sus siglas en inglés).
¡W DIAGONAL M!
En ese entonces mi madre viajaba tres horas al día a su trabajo en un bufete de abogados en el sur de Manhattan y todavía preparaba la cena la mayoría de las noches. Yo tenía unos 12 años y no entendía del todo su furia cuando salió corriendo de la biblioteca de derecho, donde yo estaba sentada en los escalones.
Condujo a casa despotricando: “¡W diagonal M! ¿W diagonal M?” Con el tiempo se convirtió en una broma familiar. Pero no puedo decir que comprendía, incluso cuando comencé mi propia carrera en Boston. Al otro lado del río, Cambridge ya no era la ciudad donde mis padres tenían su primer departamento; ahora eran los restaurantes elegantes y los precios inmobiliarios fuera de alcance. Veinticinco años después de la coeducación, supuse que la experiencia de mi madre estaba en el pasado.
Las mujeres del MIT me hicieron ver que no lo era, al menos no en la ciencia. Habían identificado la nueva forma de discriminación de género, más sutil, pero todavía omnipresente. Me impresionó su ingenio y cómo habían ilustrado a los hombres que dirigían la universidad.
Su experiencia se convirtió en un parámetro de cómo pensar sobre mi propia vida y las preguntas y debates sobre las mujeres sobre los que escribiría. Con el tiempo, lo que las mujeres del MIT habían descrito empezó a parecer menos lejano, más relevante. Mucho había cambiado.
MÁS PRAGMÁTICAS QUE REVOLUCIONARIAS
Entonces, como ahora, vi la historia como una de notable persistencia y valentía por parte de 16 mujeres que no se consideraban activistas. Dirigidas por una feminista reticente, eran más pragmáticas que revolucionarias. No estaban interesadas en la publicidad; solo querían seguir con su trabajo.
Mientras exploraba su historia, y la historia de las mujeres en la ciencia antes y después de ellas, la palabra que seguía apareciendo, en diferentes conjugaciones, era “excepción”. Las mujeres que tenían éxito en la ciencia eran llamadas excepcionales, como si fuera inusual que fueran tan brillantes.
Fueron excepcionales no porque pudieran tener éxito en la ciencia, sino por todo lo que lograron a pesar de los obstáculos. Muchas habían superado la discriminación durante años al excusar situaciones o incidentes particulares como excepcionales, explicados no por los prejuicios, sino por las circunstancias. No fue sino hasta que se juntaron que las mujeres del MIT vieron el patrón. Ese reconocimiento por sí solo las hizo excepcionales también.
Conocí a Nancy Hopkins, la bióloga molecular que llegó a liderarlas, por 20 años antes de darme cuenta de que había comenzado su vida como Nancy Doe. Como John Doe o Jane Doe, la mujer común y corriente cuyo ejemplo cuenta la historia más grande. La excepción que probó la regla.
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Adaptado de The Exceptions, publicado por Scribner. Copyright © 2023 por Kate Zernike.
KATE ZERNIKE: PREGUNTAS Y RESPUESTAS
—¿Por qué escribir el libro The Exceptions? ¿Por qué ahora?
—Empecé a pensar en hacer este libro en enero de 2018, justo cuando estaba surgiendo el movimiento #MeToo. Esos casos atroces me hicieron reflexionar sobre el tipo de discriminación del que hablaron las mujeres del MIT en 1999: las formas sutiles en las que se margina a las mujeres en el lugar de trabajo, especialmente a medida que envejecen. Creo que es más generalizado y más insidioso. La gran idea de las mujeres del MIT fue que no bastaba con abrir las puertas a las mujeres, había que asegurarse de valorarlas y tratarlas por igual en sus carreras.
“Me llamó la atención que los problemas que enfrentan las mujeres en la ciencia plasman el problema más general, que es que todavía no tomamos a las mujeres tan en serio en ambientes intelectuales y profesionales. Esta historia es aún más relevante ahora, ya que el país nuevamente debate sobre si aún necesitamos una acción afirmativa. Estas mujeres confiaban en que la ciencia, con su énfasis en datos y hechos, sería una meritocracia pura. Descubrieron que no existe tal cosa”.
“AHORA LA UNIVERSIDAD ESTÁ DIRIGIDA POR MUJERES”
—Los esfuerzos de Nancy Hopkins y sus colegas condujeron a avances en las ciencias académicas. ¿Esto se tradujo a otras áreas de la academia y, más ampliamente, a carreras STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas)?
—Cuando salió el Informe del MIT, nunca había habido una sola jefa de departamento en el MIT. Ahora la universidad está dirigida por mujeres, desde el consejo de administración hasta la oficina del presidente y el decano de ciencias. (También lo es el estado de Massachusetts y la ciudad de Boston). Había una presidenta de la Ivy League en ese momento. Este otoño, seis de esas ocho instituciones estarán dirigidas por mujeres. Ese es un subconjunto pequeño y de élite, pero esas universidades pueden marcar tendencias.
“Hay otros cambios sutiles: cuando las mujeres del MIT comenzaron a investigar el problema, ninguna profesora tomaba licencia por maternidad debido al estigma. Ahora, las mujeres científicas en muchos campus dicen que ya no es la excepción ver a sus colegas dejar a sus hijos en las guarderías del campus (muchas de las cuales no existían en 1999). Es usual que las universidades pausen el reloj de las plazas académicas permanentes para las mujeres (y hombres) cuando tienen hijos. El presidente de la Academia Nacional de Ciencias y los tres principales asesores científicos del presidente Biden son mujeres, al igual que las personas que lideraron el desarrollo de vacunas mientras el mundo luchaba contra la pandemia de covid-19.
“Aún así, muy pocas mujeres ganan premios Nobel en ciencia, lo que nos recuerda que tenemos un largo camino por recorrer para apoyar y valorar las contribuciones de las mujeres”.
“LAS MUJERES TODAVÍA GANAN MENOS”
—Dada la disparidad salarial entre mujeres y hombres en trabajos STEM hoy en día, ¿qué tan importante fue el grupo del MIT? ¿Cuál es el siguiente paso?
—En la mayoría de los campos las mujeres todavía ganan menos que los hombres por el mismo trabajo. Cambiar eso no puede recaer en un grupo de mujeres en una universidad, depende de los hombres y mujeres que lideran empresas y universidades. Las mujeres del MIT ni siquiera pensaron que el informe sería leído más allá de su propio campus.
“Pero la publicidad en torno a su historia llevó a otras universidades a realizar auditorías similares. También llevó a la Fundación Nacional de Ciencias a establecer un programa que aborda el trato diferencial en las asignaciones docentes, la concesión de subvenciones y el sesgo en la contratación.
“La tasa de deserción de mujeres en las escuelas de ciencias e ingeniería sigue siendo desproporcionadamente alta. Y un informe de las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina, en 2018, encontró que aproximadamente la mitad de todas las mujeres en esas facultades experimentan acoso sexual. Un pequeño porcentaje de esos casos involucró coerción sexual. El mayor problema, por mucho, era lo que las mujeres del MIT habían identificado, lo que el informe llamó ‘acoso de género’.
“Son las críticas sexistas sobre las mujeres en la ciencia, los comentarios vulgares que tienen el efecto de hacer que las mujeres sientan que no son bienvenidas en estos entornos. Esto es especialmente cierto para las mujeres que están doblemente marginadas: mujeres de color, mujeres lesbianas o aquellas que tradicionalmente consideramos masculinas en apariencia o comportamiento”.
IDEAS DEL SIGLO PASADO
—Cuando el entonces presidente de Harvard, Larry Summers, comentó sobre los “problemas de aptitud intrínseca” de las mujeres, desató otra tormenta de debate sobre el tema. ¿El éxito de las mujeres en el campo sigue siendo visto como “una excepción” para muchos?
—Seguí esa historia bastante de cerca en 2005, pero todavía me sorprendió cuando volví a ver la avalancha de artículos defendiendo a Larry Summers en ese momento, aún a pesar de que había mucha investigación para refutar lo que dijo. Algunas de sus ideas, no solo que las mujeres carecían de aptitudes intrínsecas, sino que no querían trabajar 80 horas a la semana, existen desde principios del siglo pasado.
“Creo que ahora hay más conciencia. El libro Las excepciones también se refiere a la manera en que estas mujeres justificaban las pequeñas formas en las que eran discriminadas; asumían que tenía que ver con circunstancias particulares, o se culpaban a sí mismas. Creo que ahora entendemos mejor el sesgo sistémico”.
—El informe de Nancy nunca se ha hecho público. ¿Por qué? ¿Crees que la información que contiene podría ayudar a la causa de las mujeres actuales y futuras que buscan romper el techo de cristal?
—El MIT no publicó el informe completo porque contenía historias de o sobre profesoras que fueron contadas con la promesa de confidencialidad. No podrías hacer anónimas esas historias; incluso decir “un miembro de la facultad júnior en matemáticas” identificaría a la mujer porque solo había una o dos. Las historias están en el libro, y creo que ilustran las creencias y patrones contra los que las mujeres todavía tienen que trabajar, los riesgos que deben evitar.
“NO HACEMOS NADA”
—¿Qué fue lo más sorprendente que aprendiste al investigar este libro?
—No debería sorprenderme a mí, ni a nosotros, pero recordé cuánto tiempo hemos estado hablando de los mismos problemas, e incluso buscando soluciones, pero sin hacer nada. La Comisión de Mujeres del presidente Kennedy en 1963 recomendó la licencia de maternidad remunerada; se necesitaron décadas para conseguirlo.
“La investigación en la década de 1970 mostró que todos nosotros, mujeres y hombres, valoramos menos el mismo currículum si tiene el nombre de una mujer en lugar del de un hombre. Me recordó que cada generación piensa que ha resuelto el problema, tan solo para que la siguiente generación lo descubra de nuevo”.
—¿Cuál es la clave para brindar igualdad de oportunidades a niñas y mujeres en las ciencias?
—Cambiar las actitudes es clave, mientras que las instituciones contratan y hablamos sobre quién está haciendo el trabajo más importante en la ciencia. ¿En quién pensamos cuando escuchamos la palabra “genio”? Las investigaciones nos muestran que tienden a ser hombres.
“En el MIT, la Escuela de Ingeniería tuvo un éxito notable al contratar a más mujeres después de este reporte, debido a que un decano se negó a aceptar, cuando los comités de búsqueda regresaban —como tantas veces lo habían hecho— diciendo que no había ninguna mujer calificada para contratar. Él dijo: busquen mejor”. N
(Publicado en cooperación con Newsweek. Published in cooperation with Newsweek).