Extintos hace casi 40 milenios, hoy parece que los neandertales empiezan a resurgir del polvo. Y todo, gracias a nuevas y provocativas evidencias obtenidas en los últimos años, las cuales sugieren que nuestros primos primitivos, de frente corta y prominentes cejas, fueron también cocineros, joyeros y hasta pintores.
Lo que estamos descubriendo a través de las pistas genéticas que dejaron a su paso (y la promesa de lo que esas mismas pistas revelarán sobre el humano moderno en los próximos años) le han valido un galardón insigne a Svante Pääbo, paleogenetista sueco reconocido en octubre pasado con el Premio Nobel de Medicina y Fisiología 2022.
Los hallazgos más recientes, procedentes de una gruta en el sur de Siberia, explican el enorme entusiasmo de la comunidad científica. En términos neandertales, la cueva de Chagyrskaya era una vivienda de lujo. Localizada en un acantilado de caliza de las montañas Altái, la gruta no solo contiene dos cámaras, sino que su entrada de tres pisos de altura domina el panorama de un valle fluvial extenso y muy verde, desde donde los residentes debieron deleitarse con impresionantes vistas y detectar, fácilmente, las migraciones de bisontes, caballos, renos y otras apetitosas presas. “Es el lugar perfecto”, asegura Bence Viola, paleontólogo de la Universidad de Toronto, Canadá, especialista en el estudio de los humanos antiguos.
SIN SORPRESAS FRENTE AL FÓSIL
Fue por eso que Viola (un simpático húngaro treintañero que describe el trabajo de campo como “ir de acampada con amigos”) no manifestó la menor sorpresa cuando, durante una conferencia de 2010, mientras disfrutaba de una velada regada con vodka, uno de sus colaboradores rusos se sacó de la chaqueta una bolsa de plástico que contenía una mandíbula fosilizada y anunció, con voz aguardentosa: “¡Bence, te tengo una sorpresa!”.
Con solo ver aquel fósil en extraordinario estado de conservación, Viola no tuvo la menor dificultad para confirmar que la mandíbula, desenterrada recientemente a la entrada de Chagyrskaya, había pertenecido a un neandertal.
Pese a ello, el paleontólogo jamás habría imaginado el caudal arqueológico que la cueva siberiana terminaría por revelar. Al cabo de 11 años de excavaciones, Chagyrskaya ha producido, hasta el momento, una colección inmensa de artefactos que incluyen 90,000 herramientas de piedra, 300,000 fragmentos óseos y —según Viola y sus colaboradores rusos exponen en un artículo publicado el 19 de octubre de 2022, en la revista Nature— restos diminutos, del tamaño de un grano de arroz, de casi 80 huesos neandertales confirmados.
Se trata de los restos de la primera familia neandertal jamás identificada en el mundo: por lo menos 11 individuos genéticamente relacionados, incluidos el padre, su hija adolescente y los primos de esta, todos fallecidos más o menos por la misma época, probablemente por inanición.
¿NEANDERTALES CAVERNÍCOLAS?
Esos y otros hallazgos, aunados a las tecnologías de punta que los paleontólogos tienen a su disposición desde hace una década, han echado por tierra la percepción popular de que los neandertales eran los prototípicos cavernícolas peludos y primitivos que se comunicaban con gruñidos, caminaban encorvados e iban por doquier arrastrando garrotes.
Lo que hoy sabemos es que, muy posiblemente, los neandertales eran más inteligentes, sofisticados y complejos de lo que se pensaba. Por lo pronto, Pääbo y otros científicos siguen expandiendo sus conocimientos sobre los neandertales y, de paso, mediante comparaciones sus investigaciones están revelando lo que es, exactamente, un humano moderno.
Muchas especies de humanos —u “homínidos”, como dicen los científicos— se originaron en África y comenzaron a migrar hace unos dos millones de años, diseminándose por Europa, Oriente Medio y lugares aún más lejanos. Los neandertales hicieron ese viaje hace unos 200,000 años, y los humanos modernos los siguieron hace unos 60 milenios.
De hecho, las dos especies convivieron durante alrededor de 20,000 años (apenas un breve instante en la historia evolutiva), pero luego, los neandertales se extinguieron mientras que el humano moderno persistió como el único homínido el planeta.
“Hace unos 60,000 años, migramos hacia un mundo brutal que poblaban otros homínidos, y bastaron unos cuantos segundos del reloj evolutivo para que nos dispersáramos por todos los continentes, domináramos todos los ecosistemas y ocasionáramos extinciones masivas por doquiera que pasábamos”, comenta el Dr. Richard Green, ingeniero biomédico y profesor de biología molecular en la Universidad de California en Santa Cruz.
MUCHAS SEMEJANZAS CON LOS HUMANOS
Y continúa: “Sin embargo, los neandertales no hicieron eso. Y tampoco los otros homínidos. Considero que esto amerita una explicación. ¿Cuáles fueron los cambios genéticos y biológicos subyacentes al último paso que nos condujo a la condición humana?”.
Cuantas más semejanzas encuentran los científicos entre los humanos modernos y los neandertales, más se acercan a precisar el factor que nos permitió ganar la competencia evolutiva en un campo de batalla abarrotado de homínidos rivales, incluidos los sofisticados neandertales.
En 2021, Green y sus colegas concluyeron una investigación crucial que los llevó a la conclusión de que el ADN del humano moderno difiere muy poco respecto del ADN neandertal: apenas entre 1.5 y 7 por ciento, dependiendo de la región del planeta donde se haga la comparación.
Con todo, cabe la posibilidad de que esa diferencia mínima en el ADN explique nuestro éxito evolutivo. ¿Tal vez porque nos dotó de un cerebro moderno con capacidad para desarrollar una civilización numerosa y organizada? ¿O quizá porque nos instigó a correr riesgos que nos ayudaron a prosperar en un mundo hostil e incierto?
Por otro lado, también es posible que la diferencia sea tan pequeña que no tuvo la menor importancia. Y, en tal caso, puede ser que nuestra supervivencia no haya sido más que una cuestión de suerte: un mero capricho del destino que condenó a la extinción a los neandertales y dejó que los humanos modernos siguieran floreciendo.
Esto plantea una interrogante: de haber sido otras las circunstancias, ¿acaso los neandertales habrían heredado la tierra, en vez de nosotros? Tal vez nunca aclararemos ese misterio. Aunque ya empiezan a surgir algunas pistas.
UNA SALIDA RÁPIDA
Hace unos 400,000 a 450,000 años —milisegundos en términos de tiempo evolutivo—, la rama del árbol genealógico que dio origen a Homo sapiens neanderthalensis se separó de la que, a la larga, conduciría al surgimiento del humano moderno (Homo sapiens sapiens). Cuando salieron de África, los neandertales se diseminaron hacia el norte y llegaron hasta la moderna Gales; otros emprendieron camino hacia el sur y poblaron el Oriente Medio. Pero unos más enfilaron hacia el extremo suroriental de Siberia, región donde convergen Rusia, Mongolia, China y Kazajstán.
Los neandertales recorrieron las estepas siberianas, resistieron las edades de hielo de Europa, y sobrevivieron como especie durante 350,000 años: muchísimo más de lo que ha existido el humano moderno. No obstante, hace unos 40 milenios, desaparecieron del mapa y no volvimos a saber de ellos sino hasta mediados del siglo XIX.
En 1856, durante los trabajos en una cantera de caliza del valle de Neander (al suroeste de Düsseldorf, en el oeste de Alemania), unos mineros que excavaban una cueva recién descubierta, situada en lo alto de un acantilado, desenterraron una bóveda craneal (calota) y algunos huesos que yacían como a medio metro de profundidad.
Los huesos —de brazo, muslo, cadera, costillas y omóplato— eran mucho más pesados que sus contrapartes modernas, apuntando a que se trataba de restos fosilizados. En cuanto a la bóveda craneal, los restos incluían parte del hueso frontal, el cual se interrumpía justo por debajo de un arco superciliar muy distintivo: una “uniceja” prominente y muy densa, que se proyectaba como un par de paréntesis de piedra unidos de lado a lado.
NUESTROS PRIMOS NEANDERTALES
Desde el principio, el consenso ha sido que los neandertales fueron nuestros parientes “inferiores”: toscos, poco inteligentes y situados muy por debajo de nosotros en la escala evolutiva.
Sin embargo, en décadas recientes algunos expertos han dado en reconsiderar lo que creíamos saber acerca de esos primos de extraño aspecto, que vestían pieles animales. Y sobre su papel en la historia humana.
“La última década ha impulsado el reconocimiento de que [los neandertales] eran más parecidos a los humanos modernos de lo que se pensaba”, explica Pääbo a Newsweek.
De hecho, análisis biomecánicos recientes han demostrado, sin lugar a dudas, que los neandertales caminaban erguidos, igual que nosotros, señala la Dra. Rebecca Wragg Sykes, arqueóloga de la Universidad de Liverpool, Inglaterra y autora de Kindred: Neanderthal Life, Love, Death and Art (2020), libro cuya finalidad es hacer el relato definitivo sobre lo que sabemos de los neandertales.
Cierto que aquellos homínidos eran algo más bajitos que nosotros y un poco más robustos (con estaturas que oscilaban de 1.49 a 1.71 metros, y con un peso de 63.5 a 82 kilogramos). Pero gracias a esas proporciones, su área de superficie era menor, lo cual les habría ayudado a conservar calor corporal en las gélidas regiones del exterior de África.
Por otra parte, poseían cráneos más alargados y una frente “huidiza” (es decir, inclinada hacia atrás), por lo que no descendía en un ángulo de 90 grados como es el caso del rostro humano moderno. Los científicos opinan que sus narices eran más grandes porque calentaban y humedecían el aire seco y helado del exterior, en tanto que las órbitas oculares (cuencas de los ojos) sugieren que su visión se había adaptado a condiciones de poca luz.
COMO CUALQUIER PERSONA MODERNA
“Visto por detrás, un neandertal se parecería a cualquier persona moderna”, asegura Wragg Sykes. “Pero si se diera vuelta para mirarte, pensarías: ‘¡Caramba! Nunca he visto a alguien con ese aspecto’. Aun así, estarías dispuesto a tener una interacción con el individuo que está mirándote. Por eso la idea de que eran seres primitivos no encaja, en absoluto, con la posición que les hemos dado en la escala evolutiva. Y mucho menos si nos detenemos a analizar las evidencias arqueológicas”.
En los últimos años, los científicos han estudiado protuberancias óseas en las que se insertan poderosos músculos, patrones de desgaste de los dientes y corrido simulaciones computarizadas, todo lo cual les ha conducido a una serie de conclusiones a las que las generaciones precedentes jamás habrían podido llegar.
Por ejemplo, el hecho de que los neandertales eran diestros. Resulta que la parte superior del brazo derecho neandertal era muy poderosa (estaba entre 25 y 60 por más desarrollada que la extremidad izquierda, no dominante) y, en opinión de algunos, eso les confería una fuerza casi sobrehumana para cazar arrojando lanzas.
Por otra parte, las marcas de sus dientes sugieren que los usaban como una “tercera mano”; es decir, como un mecanismo de sujeción con el que afianzaban pieles animales con la boca, mientras las desprendían cuidadosamente de sus presas. Y más aún: utilizaban herramientas para transformar esas pieles en ropa de abrigo.
SEPULTABAN A SUS MUERTOS
También sabemos que forjaron profundos vínculos emocionales. Comparados con los primeros Homo sapiens, los primeros neandertales dejaron más evidencias de que interactuaban entre ellos y sepultaban a sus muertos (es más, algunos sitios revelan que descuartizaban y consumían a sus muertos, y se especula que dicha práctica bien pudo haber sido parte del proceso de duelo), mientras que la familia de Chagyrskaya dejó pruebas de una organización social sofisticada.
“La conclusión más importante es que las mujeres se movían entre grupos con mucha más frecuencia que los hombres”, explica Pääbo, director del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva, y coautor del artículo publicado en Nature. “Nuestra investigación es la primera que demuestra este movimiento con toda claridad. Y eso apunta a una organización social”.
Un hallazgo sorprendente de las investigaciones más recientes es que los neandertales poseían cierta habilidad culinaria, ya que hacían modificaciones complejas para volver más apetecibles los alimentos.
Un ejemplo: investigadores de la Universidad de Liverpool obtuvieron muestras microscópicas de comida carbonizada tanto en el interior como en las inmediaciones de antiguas fogatas neandertales. Los científicos echaron mano de la micrografía electrónica y bombardearon los residuos con electrones para medir la cantidad de energía reflejada para así determinar la composición molecular de las muestras.
A continuación, compararon sus resultados con los datos de referencia acumulados a lo largo de décadas en distintos campos especializados en el estudio de prácticas de cocción más modernas, y determinaron que muchos de los fragmentos de comida analizados contenían semillas y varios componentes vegetales con “perfiles de sabor específicos”.
USABAN RECETAS DE COCINA
Un descubrimiento importante fue que algunos de esos componentes podían resultar tóxicos si no se procesaban adecuadamente mediante maceración, trituración o combinados con otros elementos, puntualiza la Dra. Ceren Kabukcu, científica arqueobotánica de la Universidad de Liverpool, y coautora del artículo publicado el 23 de noviembre de 2022 en la revista científica Antiquity.
“Utilizaron un proceso muy parecido a lo que hoy llamaríamos ‘receta’”, afirma la investigadora, en entrevista con Newsweek. “La comida no solo aportaba calorías y energía, sino que era parte de un repertorio culinario. Nuestros hallazgos sugieren que sus métodos de caza y recolección obedecían a cierta complejidad cultural”.
Asimismo, hoy sabemos que los neandertales usaron el fuego y la cocción para crear materiales sintéticos con los que podían producir mejores armas y herramientas. Mediante el análisis de vestigios químicos que yacían en los sedimentos alrededor de las fogatas, los científicos han demostrado que los neandertales obtenían un tipo de pegamento primitivo (alquitrán o brea de abedul; el cual también producían las poblaciones indígenas de América del Norte) y que, según Wragg Sykes, bien pudieron utilizar para fijar mangos en sus herramientas.
“El pegamento se obtiene cociendo la corteza de abedul, y para que el proceso sea eficaz es necesario manipular el fuego con mucho cuidado, porque la brea se arruina si entra demasiado oxígeno”, explicó Wragg Sykes.
Todo esto indica que los neandertales poseían un alto grado de inteligencia. Entonces, ¿qué distingue a los humanos modernos?
NUESTRAS DIFERENCIAS
Aunque aún es demasiado pronto para sacar conclusiones concretas, nuevas evidencias ofrecen pistas provocativas. El registro fósil sugiere que el cerebro de los neandertales estaba bien desarrollado. Si bien el cerebro humano es más o menos cuatro veces más grande que el de los chimpancés —nuestros parientes vivos más inmediatos—, antiguos cráneos homínidos apuntan a que el encéfalo de nuestros antepasados comenzó a experimentar una expansión drástica hace unos dos millones de años, y alcanzó las dimensiones del humano moderno hace unos 600,000 años: alrededor de 200 milenios antes de separarnos de los neandertales.
Aunque la forma del cerebro humano moderno difiere de la de los neandertales (el nuestro es más esférico y el de ellos, más alargado), el tamaño de las dos versiones es más o menos equivalente.
Green, Pääbo y otros investigadores han optado por las herramientas de la biología molecular. Gracias a que ahora puede consultar mapas del genoma humano y lo que se sabe sobre la función de las distintas regiones, Pääbo ha redactado una lista de 30,000 diferencias genéticas entre neandertales y humanos modernos, las cuales, en su opinión, podrían determinar una diferencia funcional significativa. Por su parte, Green y su laboratorio han desarrollado una lista propia.
FUNCIÓN COGNITIVA Y NEURONAS
Muchos de los elementos que difieren en el genoma “tienden a enriquecer los genes y, en específico, los genes que se expresan como tejido neuronal”, informa Green. Esto “indica que nuestro desarrollo neuronal, y quizá hasta nuestra función cognitiva, son muy diferentes de los neandertales”.
A fin de desentrañar esas diferencias, Pääbo, Green y muchos otros investigadores están utilizando tecnologías de punta para cultivar “organoides cerebrales”; es decir, cultivos de colonias celulares obtenidas de ADN y células madre, las cuales tienen la capacidad para dar origen a varios tipos celulares distintos, como las neuronas.
Esos cultivos permiten desarrollar células cerebrales humanas que los investigadores modifican con la tecnología de edición genética CRISPR-Cas9 para volverlas más semejantes a las células cerebrales neandertales. Una vez hecho esto, observan el impacto que la modificación genética tiene en el desarrollo de las células cerebrales.
En 2017, un grupo de neurobiólogos con los que Pääbo colabora a menudo identificó un gen que contiene una mutación exclusiva de los humanos y que se activa durante el desarrollo de la corteza cerebral (específicamente, la del lóbulo frontal) en un área del encéfalo que se cree asociada con el lenguaje expresivo, la creatividad, la memoria operativa y las funciones ejecutivas.
NEURONAS ADICIONALES
El año pasado, el grupo publicó un interesante artículo en la revista Science, en el cual los autores sugieren que la mutación estimula las células madres para que produzcan más células en la neocorteza. Este cambio habría permitido que nuestros antepasados produjeran neuronas adicionales en los lóbulos frontales del encéfalo y que, para Pääbo, es un hallazgo “muy emocionante”.
Entre tanto, otro artículo reciente halló que algunas otras mutaciones humanas parecen ayudar a las neuronas a desarrollar menos errores genéticos, asegurando que una mayor cantidad de ellas sobreviva durante el desarrollo.
Durante su trabajo con organoides, Green ha determinado que los neandertales poseían una diferencia genética muy particular que, al introducirla en los genes humanos, ocasiona que la morfología encefálica “se vuelva caótica”. En opinión del profesor de biología molecular, esto apunta a que la modificación interfirió con un proceso esencial para el desarrollo cerebral normal, el cual seguramente afecta muchos otros genes.
No hay duda de que hacen falta muchas más investigaciones para determinar, con toda precisión, cuáles son los otros genes que afectó la modificación de Green y cómo, exactamente, ocasionaron los cambios conductuales o cognitivos que separaron a los neandertales de los humanos modernos.
Por lo pronto, se especula mucho en cuanto a la posibilidad de que esos cambios estén relacionados con el pensamiento abstracto o alguna otra capacidad cognitiva.
UN MISTERIO ETERNO
Viola duda mucho de que la genética llegue a resolver el misterio de por qué superamos a nuestros primos neandertales (después de todo, no es genetista, sino arqueólogo de profesión). Es más, considera que el hecho de que los humanos modernos hayan sobrevivido a los neandertales no se debió a alguna diferencia genética. “El ADN revela mucho, pero no creo que pueda explicar lo que sucedió en realidad”, sentencia el paleontólogo de la Universidad de Toronto.
El arqueólogo húngaro señala que algunos pequeños grupos de homínidos —como los neandertales— fueron en extremo vulnerables a la extinción, de manera que los factores extremos (como desastres naturales, un periodo de clima extremo o una pandemia) habrían acabado con toda la población.
Al respecto, hace notar que europeos contemporáneos no tienen parentesco alguno los primeros humanos que llegaron a Europa. Es más, ni siquiera con los europeos que vivieron en el continente 10,000 años después de la migración inicial porque, a pesar de sus sofisticaciones neuronales, aquellas poblaciones no pudieron encarar los desafíos externos que terminaron por aniquilarlos.
“Me parece que no podemos sobrestimar la importancia de la suerte”, reflexiona Viola. “Sabemos que muchas poblaciones modernas, genéticamente idénticas a nosotros, terminaron fracasando. Colonizaron ciertas áreas y después, se extinguieron”.
¿IGUALES A NOSOTROS?
Viola no descarta la posibilidad de que, de haber sobrevivido en vez de nosotros, los neandertales habrían alcanzado el mismo nivel de sofisticación. En años recientes, los sitios neandertales han producido evidencias arqueológicas que sugieren los inicios de la más humana de todas las características humanas: la capacidad de razonamiento simbólico y complejo, y una comunicación rudimentaria mediante el uso de símbolos.
En 2010, unos arqueólogos que trabajaban en el sureste de España informaron del hallazgo de conchas de berberechos y vieiras en dos cuevas que datan de hace 50,000 años (10,000 antes de la llegada de los humanos). Dichos caparazones presentaban orificios a todas luces deliberados, así como rastros de pigmentos rojos decorativos, todo lo cual sugiere que los neandertales ensartaban conchas pintadas para usarlas como joyería.
Más aún, los arqueólogos también encontraron una garra de águila cubierta con una mezcla de pigmentos. Y algunos incluso han sugerido que nuestros primos se decoraban con plumas.
Por otra parte, también se han descubierto algunos objetos, huesos y al menos una piedra modificados con burdas marcas, grabados y líneas. Al respecto, el Dr. Paul Pettit, profesor de arqueología paleolítica en la Universidad de Durham, Inglaterra, señala que, en algunos campamentos neandertales al aire libre datados en un cuarto de millón de años, los investigadores han identificado manchas hechas con pigmentos rojos, obviamente utilizados como pintura.
A decir de Pettit, hasta la interpretación más conservadora de estas evidencias sugiere que aquellos homínidos poseían los elementos básicos de la comunicación no verbal y, por consiguiente, quizá también los rudimentos de la imaginación y el pensamiento simbólicos.
COLOREABAN SUS CUERPOS
“Con todas las reservas del caso, la mejor interpretación de este hallazgo es que coloreaban sus cuerpos de alguna manera para poner énfasis en lo que trataban de comunicar. Por ejemplo: ‘No te metas conmigo; soy grande y fuerte. Estoy pintado de rojo’”, dice Pettit. “Desde hace unos 20 años hemos reconocido que decoraban sus cuerpos. Eso nadie lo discute”.
Lo que sabemos, más allá de toda duda, es que usaron esos pigmentos en el arte rupestre primitivo. En 2018, Pettit y sus colegas analizaron extraños murales en tres cuevas españolas, todos creados con pigmentos rojos e integrados por una serie de puntos, líneas, un rectángulo y varias decenas de plantillas de manos (las cuales sugieren que presionaban la palma contra la pared de la cueva y escupían el pigmento rojo sobre el dorso).
Tras la datación de los ejemplares rupestres de otras tres cuevas españolas cercanas, Pettit llegó a la conclusión de que algunos tenían hasta 65,000 años de antigüedad, por lo que eran muy anteriores a la llegada de los humanos modernos. En aquel momento, un experto describió el hallazgo como “un tremendo avance en el campo de la evolución humana”, y agregó para la revista Nature que ese era “un argumento muy sólido para un replanteamiento radical de la historia humana, ya que el comportamiento de los humanos modernos difiere de los neandertales por apenas el más estrecho de los márgenes”.
“Lo que demuestran estas cuevas es que, al menos, empezaban a utilizar pigmentos para trasladar el mensaje de sus cuerpos a los muros, que son un medio externo”, explica Pettit, en un comentario para Newsweek.
SE COMUNICABAN CARA A CARA
“En mi opinión, eso podría ser una encrucijada cognitiva muy importante, pues abandonaron la comunicación interpersonal directa, cara a cara y en el aquí y ahora, y prolongaron sus mensajes en el tiempo y el espacio plasmándolos permanentemente en las paredes”, añade.
Según el profesor, este hecho, aunado a las evidencias de neandertales que murieron en las entrañas de diversas cuevas —espacios cuya exploración no pudo tener más propósito que el de saciar su curiosidad—, “nos hace pensar que estaba ocurriendo algo más”.
Tal vez la pista más intrigante e incitante sobre la capacidad de los neandertales para el razonamiento simbólico se encuentre en las profundidades de una cueva localizada en el suroeste de Francia, donde, en la década de 1990, un grupo de exploradores topó con una extraña estructura semicircular formada por estalagmitas apiladas.
En 2016, los investigadores dataron el conjunto en unos 176,000 años. El semicírculo —localizado en el interior de la cueva, a poco menos de 400 metros de la entrada— solo es accesible mediante un estrecho pasadizo que, en algunas partes, obliga a avanzar a gatas.
El hallazgo está integrado por seis estructuras artificiales creadas con alrededor de 400 fragmentos grandes de estalagmitas, dispuestos en semicírculo. Los investigadores opinan que, alguna vez, dichos fragmentos estuvieron apilados uno sobre otro formando una pared rudimentaria y, al parecer, es muy posible que en el interior hayan encendido fogatas, ya que casi todos los materiales están parcialmente quemados.
CURIOSIDAD INTELECTUAL
“Como quiera que se vea, es una estructura muy extraña y no podemos explicarla con argumentos banales”, señala Pettit. “No hay razón para que la estructura ocupe ese espacio físico, de modo que debe indicarnos algo sobre la curiosidad intelectual de los neandertales, la cual empieza a ser hoy cada vez más evidente. Cuanta más información nueva tenemos de ellos, más se asemejan a nosotros cognitiva y conductualmente”.
Por su parte, Green y Pääbo descartan la idea de que fue suerte lo que permitió que los humanos modernos prevalecieran sobre los neandertales. Según explican, después de salir de África, las especies que dieron origen al humano moderno comenzaron a innovar con una celeridad inusitada, lo cual apunta a que tuvieron algún atributo que les confirió una ventaja insuperable.
“Durante muchísimo tiempo, nunca hubo más que unos pocos centenares de homínidos primitivos en cualquier momento de la historia”, afirma Pääbo. “Sus tecnologías evolucionaron con mucha lentitud; se propagaron como todos los demás mamíferos; y no cruzaron el agua a menos de que vieran tierra firme al otro lado. Pero las cosas comenzaron a cambiar hace unos 70,000 años, con la aparición de los humanos modernos”.
Hace 100 milenios, la tecnología que usaban los primeros humanos no difería gran cosa de la que utilizaban los neandertales de la misma época. Sin embargo, en algún punto entre los últimos 50,000 o 100,000 años, “el desarrollo cultural se aceleró de manera casi exponencial”, explica. Y aunque el humano moderno convivió con los neandertales durante al menos 10,000 años, esa especie terminó por desaparecer en muy poco tiempo.
TECNOLOGÍA MUY SIMILAR
“La tecnología tenía un aspecto muy similar en cualquier parte, llámese Europa occidental o el centro de Asia”, prosigue Pääbo. “Sin embargo, con el surgimiento del humano moderno, la tecnología se regionalizó en muy poco tiempo. Esto significa que los expertos no tienen más que ver una herramienta de la época para afirmar: ‘Eso procede del sur de Europa’ o ‘Eso salió de Oriente Medio’”.
El paleogenetista cree que la explicación más probable para la supervivencia del humano moderno tiene que ver con su capacidad para formar grupos más numerosos, o para intercambiar ideas con más eficiencia que los neandertales.
Para él, es muy difícil hacerse a la idea de que hace unos 70,000 o 100,000 años surgió una mutación que, de repente, ocasionó que toda la especie se volviera “más inteligente”. En cambio, lo que puede imaginar es que el humano moderno era más “propenso a formar grupos sociales más numerosos y sociedades más grandes”. Y eso, a lo largo de unas “cuantas decenas de miles de años” nos permitió superar a los neandertales.
Pääbo señala que la vida en grupos reducidos “bien pudo ser la norma de todos los humanos primitivos. Y eso fue lo que hizo especiales a los humanos modernos. Algo cambió en nosotros”.
TAN INTELIGENTES COMO NOSOTROS
“Me inclino a pensar que, tomados de manera individual, los neandertales pudieron haber sido tan inteligentes como nosotros”, prosigue el sueco galardonado con el Nobel.
“Con todo, tengo la corazonada de que hay algo en la sociabilización que permitió que los humanos modernos formaran grupos más grandes o manipularan mejor su visión compartida del mundo; dos rasgos necesarios para crear sociedades más grandes y eso, a su vez, pudo tener muchas consecuencias, como la innovación, por ejemplo. Pero esto es pura especulación”.
El éxito de los humanos modernos pudo depender de algo más que nuestra capacidad para interactuar con los demás. “Los humanos modernos sufrimos de una especie de locura que no se manifestó en otras especies”, añade Pääbo. “¿Cuántos murieron tratando de cruzar el océano Pacífico hasta que alguien descubrió la Isla de Pascua?
“En estos momentos intentamos llegar a Marte. Al parecer, ir a Marte es una suerte de imperativo para nosotros, porque no podemos dejar de explorar. Y ese, por supuesto, es un rasgo de nuestra cultura. No obstante, también tengo la sensación de que ese impulso surge de algún fundamento biológico que ha hecho posible nuestra cultura”, agrega.
Pettit, el profesor de arqueología de la Universidad de Durham, considera que, como especie, el humano moderno podría ser, simplemente, un “mejor explorador de mundos imaginarios”. Teoría que parecen respaldar las crecientes evidencias de nuestra capacidad para desarrollar más neuronas en las regiones frontales del cerebro.
UN POCO DE SUERTE
Por lo que a él toca, Green considera que todos estos argumentos tienen validez. “A diferencia de los neandertales, nosotros logramos dominar el lenguaje y la comunicación. Si reflexionas en lo que has aprendido personalmente, y en lo que otros te han comunicado a través del lenguaje verbal o escrito, verás que ninguno de nosotros puede hacer mucho.
“Nos alzamos sobre las espaldas de nuestros predecesores, quienes tuvieron la bondad de escribir cosas. Si los neandertales tuvieron siquiera la más mínima deficiencia en ese aspecto, es obvio que los humanos habríamos de ganar”, agrega.
Todavía hay que recorrer un largo trecho para esclarecer este asunto, pues el campo de la biología del desarrollo humano aún no logra explicar los fundamentos genéticos del lenguaje y la comunicación, aclara Green. Por ello, nuestra esperanza se cifra en las pruebas adicionales que emerjan de minas de oro genéticas como la cueva de Chagyrskaya. Y, sí. Tal vez en un poco de suerte. N
(Publicado en cooperación con Newsweek. Published in cooperation with Newsweek).