A más de dos años de iniciado el confinamiento global por la aparición y acelerada propagación del virus del covid-19, y a poco más de ocho meses de una lenta e inacabada vuelta a la “nueva” normalidad, los escenarios que se vislumbran en el mediano y corto plazo resultan poco alentadores para el orden mundial.
La escena internacional muestra signos inequívocos de que avanzamos hacia una crisis generalizada multinivel no solo por los daños y secuelas de la pandemia, sino agravada por las guerras y conflictos que en este momento se libran en prácticamente todas las regiones del mundo y que la opinión pública parece estar olvidando.
Los reflectores siguen apuntando, aunque ya con menor intensidad, a la invasión de Rusia a Ucrania. No obstante, la guerra civil en Yemen no ha cesado, como tampoco lo han hecho la guerra en Siria, en Mali, los enfrentamientos en la región de los Grandes Lagos de África, la guerra en Somalia.
Y a estos se suman toda una serie de insurgencias que incluyen el Kivu en la República Democrática del Congo, además de grupos insurgentes en Uganda, Afganistán, Sudán y otros tantos países que harían de esta una larga lista, ya que hoy día más de 50 estados de distintas regiones del mundo, destacando África, Oriente Medio, Asia Meridional e incluso el Pacífico, se hallan inmersos en enfrentamientos armados, a lo que se suman regímenes represivos contra minorías de su propio estado, como el caso de los rohinja en Birmania.
PALABRERÍA DE ALCANCE MUNDIAL
Los continuos discursos que llaman a la defensa y promoción de los derechos humanos parecen estar presentes en foros internacionales y en la actuación de organizaciones no gubernamentales que reclaman su atención en países occidentales, como si los derechos humanos fuesen privilegio de solo algunas poblaciones, cuando en el terreno de esa lista de naciones colapsadas su observancia parece prescindible.
A este escenario de crisis político-militares y humanitarias se suma una variable adicional con severas repercusiones en el sistema internacional. La economía mundial se encamina a un colapso debido a diversos factores, entre los cuales el covid-19 y sus secuelas son uno de una amplia gama de problemáticas, cuyos efectos ya se están dejando sentir con los anuncios que hacen diversos países de su proximidad a la recesión.
La economía de China, si bien ha mantenido un crecimiento moderado pese a esto escenarios, se ha visto afectada por sus continuos confinamientos y restricciones, que han trastornado las cadenas de suministros globales. Eso está generando estanflación, entre otras dinámicas, al tiempo que las fluctuaciones de los mercados financieros, las continuas restricciones al comercio y la desaceleración de la economía mundial impactan en el bolsillo de toda la población, desde los países más desarrollados hasta las economías más atrasadas.
ECONOMÍAS A LA BAJA
Las perspectivas económicas presentadas por el Banco Mundial estiman que para el año 2022 el nivel de ingreso per cápita de las economías en desarrollo estará alrededor de un 5 por ciento por debajo de la tendencia que venía observando antes de la pandemia. Este empobrecimiento augura una recesión más prolongada.
Y si a todo esto le sumamos la crisis medioambiental qué está modificando los patrones atmosféricos, agravando la crisis hídrica ya no solo en los países de Oriente Medio, sino en otras latitudes, y sus efectos directos sobre la población con migraciones masivas, se anticipa el recrudecimiento de problemas sociales.
Los esfuerzos de la comunidad internacional se enfocan en la cooperación para el desarrollo e impulsan acciones en el marco de la agenda 2030 de las Naciones Unidas con base en los objetivos de desarrollo sostenible. No obstante, los avances son escasos. En este entorno, pocas señales hay que impulsen el optimismo en el ánimo mundial. N
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Luz Araceli González Uresti es profesora investigadora de Relaciones Internacionales de la Escuela de Ciencias Sociales y Gobierno del Tec de Monterrey. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad de la autora.