La recuperación económica se ha comprometido de tal manera que podemos hablar de estancamiento global camino a una recesión. Lo anterior ha estado frente a nuestros ojos luego de la crisis financiera de 2008, la ingente cantidad de dinero que Estados Unidos, Europa, China, India y otras tantas naciones han venido imprimiendo desde entonces, y la llegada del SARS-COV-2.
Hablamos de trillones de dólares regados en el mundo, políticas fiscales expansionistas y una pandemia no vista en 100 años, lo que tendría que traducirse en un problema económico muy serio como en el que ya estamos arrancando y cuyo final es incierto, excepto en el que agregará a millones de personas a la pobreza en todo el planeta.
A este hecho se suman atípicos niveles de inflación no vistos en 40 años, con ajustes monetarios severos que presumen sensatamente tasas de interés en el orden de 9.5 por ciento en México, 6 por ciento en Estados Unidos, en Europa del 5 por ciento. Eso hace de pronto que el dinero que se regalaba en 2008 hoy día vaya a estar excesivamente caro, lo que suprimirá de forma drástica los flujos de crédito.
Lo anterior es totalmente contrario a la enorme necesidad que tendrán gobiernos, empresas y personas para obtener cantidades importantes de dinero para asegurar, en lo posible, la viabilidad económica en un contexto lleno de incertidumbre, recesivo y con alto costo del dinero.
En caso de no poder obtener dinero para asegurar flujos de efectivo habrá muchas empresas y familias quebrantadas con generaciones sin futuro y con gobiernos en crisis.
LOS CHOQUES NEGATIVOS DE LA CRISIS
Es por todos conocido qué sucede cuando hay poco o nulo crecimiento, desempleo, inflación y altas tasas de interés. Sobreviene invariablemente un choque negativo en el sistema bancario, lo que traslada el riesgo al resto de los eslabones del sistema financiero, como las operaciones en bolsa, seguros, pensiones y otros tantos instrumentos financieros como los cambios, factoraje y arrendamiento, sin mencionar los fondos de cobertura y el reaseguro.
Es tiempo de comenzar a ser realistas y llamar a las cosas como son. Hemos vivido 14 años de “dinero ficción”, pero ya toca pagar la fiesta para ubicarnos en la realidad.
Tenemos las condiciones para entrar en un escenario en el cual habrá más pobreza, desempleo y probablemente una generación perdida. Todo dependerá del tiempo que dure la inflación alta y se retome el crecimiento.
Por lo pronto, la economía de Estados Unidos va camino a la recesión; China no crece, y México está ya en estanflación, sobreviviendo de remesas y comercio exterior, sin rumbo, con un sexenio perdido en materia económica gracias a un gobierno alérgico a la inversión privada.
En este escenario pospandémico, dispar, recesivo e inflacionario, Occidente, con Estados Unidos a la cabeza, ha decidido seguir el ciclo bajo primero, y de crecimiento después, sin Rusia y sin China, que hasta hace poco tiempo eran de facto parte del circuito comercial y financiero global.
Este proceso no va a estar exento de incertidumbre, que tomará años y mucho dinero terminar de construir. La nueva arquitectura económica va a requerir, entonces, una calibración perfecta entre tasas de interés, crecimiento, políticas arancelarias y medidas de contención económico-sociales. Todo en un entorno de excesiva necesidad por dinero que va a generar angustia social.
MECANISMOS REGULATORIOS PRUDENCIALES
El poder colocar abundantes cantidades de recursos en un entorno de sobreendeudamiento e incierto depende de fuentes de financiamiento con mecanismos regulatorios prudenciales de primer orden. El agravante será que los recursos financieros tendrán que ser colocados de forma ágil. No obstante, no pueden entregarse bajo los parámetros regulatorios y de supervisión que dieron origen a la crisis financiera de 2008 con las hipotecas subprime, trágico episodio caracterizado por normas prudenciales laxas o inexistentes.
Desafortunadamente, no estamos en condiciones de precisar si aquella actitud poco responsable de las autoridades monetarias en determinación de la tasa de interés y, luego, de la banca privada en el otorgamiento de crédito, haya desaparecido.
Menos aún lo sabremos en un ambiente recesivo con inflación, sino hasta que el impacto en el sector financiero sea evidente.
Entre otras cosas hay que evitar que, en esta transición forzada, se trastoquen los sistemas de pagos. Y evitar que los efectos sociales sean atenuados lo más posible para evitar que a la inestabilidad económica devenga la inestabilidad social.
Este proceso, en sí dramático, puede llegar a ser muy grave, sin duda alguna. Empero, hay que decirlo, traerá una cantidad casi infinita de oportunidades para las personas, las empresas y los países. Por lo que la clave es estar conscientes de lo que estamos por vivir para saber tomarlas. N
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Carlos Alberto Martínez Castillo es doctor en Desarrollo Económico, Derecho y Filosofía y profesor en la UP e Ibero. Ha colaborado en el Banco de México, Washington, Secretaría de Hacienda y Presidencia de la República. Es socio de Excel Technical Services. Su correo es drcamartí[email protected] Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.