Cuando la reina Isabel II ascendió al trono, en 1952, Enrique Truman estaba en la Casa Blanca. Joe Biden, quien sería presidente de Estados Unidos 13 administraciones después, estaba en la escuela primaria, y alrededor del 85 por ciento de los 68 millones de súbditos actuales de Isabel todavía no había nacido.
Si la reina, de 95 años —cuya madre, la adorada “reina madre”, vivió hasta los 101 años—, permanece en el trono otros 30 meses o más rebasará a Luis XIV de Francia como el soberano con el reinado más largo registrado en la historia.
Por casualidad, Luis también fue uno de los últimos reyes Borbones de Francia antes de que la Revolución borrara del mapa a su chozno Luis XVI. Cuando se cante el último estribillo de “Dios salve a la reina”, el trono pasará al hijo primogénito de Isabel, Carlos, el taciturno y reservado príncipe de Gales, quien nunca se ha escapado de la sombra de su bendita exesposa Diana.
Carlos ya es una persona de la tercera edad. Cumplió 73 años el 14 de noviembre, que también fue el día en que su madre tenía programada su primera aparición en público después de una breve, e inexplicada, estadía en un hospital tres semanas antes.
La ocasión era importante para ella, la colocación de una guirnalda para conmemorar a los británicos muertos en guerra en el Domingo del Recuerdo, el equivalente británico del Día de los Veteranos en Estados Unidos. Pero en la mañana de ese domingo el palacio emitió una declaración de que la reina, “después de torcerse la espalda, ha decidido esta mañana con gran remordimiento que no será capaz de asistir hoy al Servicio del Domingo del Recuerdo en el cenotafio. Su majestad está desilusionada por perderse el servicio”.
Esa explicación inevitablemente suscitó la especulación sobre su estado de salud. “Hay algo que no nos han dicho sobre la salud de la reina”, tuiteó el comentarista Piers Morgan. “Claramente es una situación más grave de lo que dice el palacio”.
El personal del palacio, según le dijo un informante a Newsweek, todavía “tiene esperanzas” de que Isabel continúe llevando a cabo sus “deberes ligeros”, incluidas reuniones por video. Pero en esta mujer anciana y cada vez más frágil, viuda desde la muerte del príncipe Felipe en abril, está el destino de una monarquía que, en el transcurso de diez siglos, ha sobrevivido a innumerables guerras, escándalos, rebeliones y una abdicación catastrófica, pero que ahora enfrenta un futuro en el cual sus activos más fuertes —tradición, pompa y boato— cuentan cada vez menos en un mundo dominado por el poder de las redes sociales para despedir a alguien de un capirotazo.
El público no puede escoger a su soberano, lo cual le viene bien a Carlos, cuya popularidad ha disminuido por décadas. En 1991, 82 por ciento de los británicos pensaba que Carlos sería un buen rey, según la compañía encuestadora internacional Ipsos Mori. Cinco años después, tras la revelación de su adulterio con Camila, el testimonio lloroso de Diana sobre el trato desdeñoso de parte de él, y el escándalo de su divorcio, esa cifra se redujo a la mitad, y ha seguido disminuyendo: en mayo, una encuesta de YouGov lo colocó en 31 por ciento, en comparación con el 35 por ciento de sus futuros súbditos, quienes piensan que será un mal rey, una situación que en un discurso político estadounidense sería descrito como “bajo el agua”. (Isabel tenía una cifra de aprobación abrumadora).
No es que eso importe; a muchos de los ancestros y predecesores de Carlos sin duda les habría ido peor en las encuestas si hubieran existido las técnicas para sondear la opinión pública en esa época. (“Casi dos terceras partes de los encuestados dijeron que se oponían a la decapitación de Ana Bolena por parte del rey Enrique VIII, y más de la mitad lo describió como ‘un poco’ o ‘muy’ tiránico…”). A manera de subrayar la determinación del palacio de comportarse como siempre, alguien en la posición para poseer los detalles de los planes de contingencia para la muerte y funeral de la reina (nombre en clave: Operación Puente de Londres) y la ascensión de Carlos al trono (Operación Marea Viva) los filtró a Politico, que publicó los documentos en septiembre.
CARLOS: RESPETO TRAS LA BURLA
Todo esto sucede en lo que debió haber sido un momento satisfactorio para Carlos. Gran Bretaña celebró la recién concluida conferencia COP26 sobre el cambio climático en Glasgow, en la cual el primer ministro conservador, Boris Johnson, suscribió el asunto característico de Carlos, el medioambiente. Los años de burlarse de él como un loco que hablaba con las plantas han dado paso a un respeto por su compromiso de toda la vida, y profético, con proteger al planeta.
Pero el año para Carlos también ha sido ensombrecido por la muerte de su padre, las acusaciones de que su hermano Andrés participó en la banda de trata de blancas de Jeffrey Epstein, y por el distanciamiento de su hijo menor, Enrique, y la esposa de este, Meghan Markle, del resto de la familia real. El 1 de julio, la cuenta de un seguidor tuiteó lo que se describió como “una imagen hermosa del príncipe Enrique y el príncipe Guillermo mirando la estatua maravillosa de su madre en el que habría sido el sexagésimo aniversario de Diana”. La foto mostraba a Guillermo y Enrique, tomados desde la espalda y presentando patrones de calvicie masculina casi idénticos, de pie y separados uno del otro tanto como pudieron caber en la foto.
Andrew Morton, quien escribió la biografía definitiva de la princesa Diana con su colaboración, le dijo a Newsweek: “Todos se enfocan en Meghan y Enrique, pero están viendo en la dirección equivocada. Deberían enfocarse en el príncipe Carlos, porque él tiene que escalar una montaña. El príncipe Carlos, nuestro futuro jefe de Estado, rey en el futuro muy cercano, solo alcanza en las encuestas menos de 35 puntos o menos de 45 puntos.
“Para mí esto es causa de alarma. Enrique y Meghan eran miembros secundarios de la familia real incluso cuando eran parte de la familia real”.
Enrique ha tenido una relación tensa con Carlos al paso de los años. Su matrimonio con una actriz estadounidense mestiza y divorciada comenzó una guerra sensacionalista de filtraciones y contrafiltraciones en los tabloides que culminó en la ahora tristemente célebre entrevista que la pareja le concedió a Oprah Winfrey en marzo pasado. Casi 50 millones de personas alrededor del mundo vieron a Enrique acusar a la familia de su padre de ignorar sus peticiones de ayuda para su esposa, y Meghan acusó a la esposa de Guillermo, Kate Middleton, de hacerla llorar en los días previos a su boda, contrario a la narrativa ampliamente compartida de que fue Meghan quien le provocó el llanto.
Toda una vida de lidiar con escándalos familiares verdaderos e imaginarios —todos detallados espléndidamente en la serie The Crown, de Netflix— preparó a Isabel precisamente para semejante momento. Por 36 horas la reina no dijo nada. Su silencio solo fue roto cuando se tomó el tiempo para elegir sus palabras cuidadosamente, exhibiendo compasión por Enrique y Meghan, pero también diciéndole a todo el mundo que “algunos recuerdos pueden variar”.
Así, ella le mostró al público que la familia real disputaba el recuento de los eventos dichos por la pareja, lo cual era crucial con el fin de hacer que la gente entendiese que ella decidió, por simpatía, no inmiscuirse en una guerra abierta con ellos.
Las cartas eran suyas y sacó un póquer, un logro muy raro en el manejo de la reputación. Pero algunos dentro del palacio querían ir a las trincheras con Enrique y Meghan, respondiendo a sus acusaciones punto por punto.
Penny Junor, la autora de una biografía solidaria de Camila, le dijo a Newsweek que Isabel “piensa las cosas con vistas a largo plazo. Los jóvenes tienden a irritarse por una sensación súbita de injusticia si alguien ha dicho algo y la gente le cree, como en la entrevista con Oprah, y quieren saltar y corregirlo de inmediato y ponerlo todo en orden.
ENRIQUE NUNCA SE SENTARÁ EN EL TRONO
“No pienso que así sea como opera la reina; ella ha visto todo ir y venir y sabe que las cosas a veces estallan. En ocasiones es mejor dejarlas estallar sin verte involucrado en ellas. Porque, si te entrometes, le das oxígeno a la cosa”, apunta Junor.
Salvo que suceda un desastre, Enrique es el sexto en la línea de sucesión (después de Carlos, Guillermo y los tres hijos de este) y nunca se sentará en el trono, de modo que el público británico se librará de ver elevarse a los incorregibles duques de Sussex. Pero un día Carlos será rey, y Guillermo, quien cumplirá 40 años el próximo junio, será su príncipe heredero, una situación que Junor piensa que es tensa y tiene el potencial de más agitación familiar.
People recientemente publicó un artículo de portada del biógrafo real Robert Lacey, en el cual sugiere que el futuro de la monarquía está en las manos del príncipe Guillermo, no en las de su padre. La teoría cobró credibilidad cuando Guillermo, poco después, dio una entrevista a la revista, lo cual no habría hecho si esa nota lo hubiera ofendido.
“Pienso que siempre va a ser un poco difícil”, le comentó Junor a Newsweek. “Ellos [Carlos y Guillermo] son dos personas que hacen un trabajo muy similar. Con todos los padres e hijos pienso yo que hay un elemento de competencia, el mayor en realidad todavía no quiere hacerse a un lado y dejar que el joven tome su corona.
“Pienso que ese siempre va a ser un pequeño problema. Pienso que están más cerca que antes, y ambos están tirando en gran medida en la misma dirección”.
Pero ellos enfrentan una tendencia demográfica y social que está en contra de la familia real; no solo de la Casa de Windsor, sino de la idea misma de la realeza. YouGov reportó en mayo que las personas entre 18 y 24 años dijeron que preferirían un jefe de Estado elegido a uno hereditario por un margen de 10 puntos, 41 a 31.
La atención creciente a la equidad de género tampoco está en favor de la familia real. Gran Bretaña tuvo una mujer como soberana en fecha tan lejana como el siglo XVI, con el mismo nombre de Isabel, la reina Isabel I, y una primera ministra, Margaret Thatcher, en la década de 1980. Pero después de Isabel II reinarán los hombres: Carlos, luego Guillermo, luego Jorge, el hijo de Guillermo.
Carlos también tiene que vivir con las consecuencias de su amargo divorcio y el recuento de Diana de cómo su frialdad e infidelidad la abatieron. “Pienso que esto es algo que lo acechará para siempre, tristemente”, dijo Junor. “El problema es que en cada aniversario ella será traída de vuelta y los hechos o una versión de los hechos será machacada. Siempre habrá gente que decida creer todo lo que ve y oye y observa.
“Elementos como The Crown pienso yo que son increíblemente dañinas y dan una falsa impresión de Carlos al mundo”.
Junor se refiere a la cuarta temporada de la serie, en la cual, es de todos sabido, se mostró a Diana empujada a la bulimia por su matrimonio fallido. La quinta temporada, que cubrirá el periodo anterior a su divorcio en 1996 y su muerte un año después, está programada para transmitirse el próximo otoño, por lo que 2022 tal vez no sea un gran año para la familia real británica.
Y un día la corona se erguirá en la cabeza cana de Carlos, y él tendrá el trabajo por el que ha esperado toda su vida, y la responsabilidad de encabezar una familia grande, famosa y belicosa con un historial de relaciones dificultosas. Al parecer, ni siquiera los príncipes están exentos del viejo adagio de tener cuidado con lo que se desea. Dios salve a la reina.
Y luego, porque ni siquiera Dios puede salvar por siempre a la reina, Dios salve al rey.
EL TRATAMIENTO REAL
1936. Portada del 28 de noviembre —la primera de Newsweek con la familia real— muestra al rey Eduardo VIII, el príncipe Jorge VI y la reina madre María antes de que Eduardo abdicara en diciembre.
1939. Cuando el rey Jorge VI y la reina Isabel visitaron Estados Unidos, del 7 al 12 de junio, fue la primera vez que un monarca británico puso un pie en ese país.
1953. La coronación oficial de la reina Isabel II fue el 2 de junio, a los 27 años, casi un año después de que ascendiera al trono tras la muerte de su padre.
1969. El príncipe Carlos fue nombrado oficialmente príncipe heredero al trono británico en su ceremonia de investidura el 1 de julio, cuando fue coronado como Príncipe de Gales.
1981. La boda de 2 millones de dólares de Carlos y Diana en la Catedral de San Pablo el 29 de julio fue, por entonces, aclamada como un “romance de cuento de hadas” para la “pareja de ensueño de Gran Bretaña”.
1996. Después de cuatro años de separación, Diana anunció el 28 de febrero que ella y Carlos se divorciaban finalmente, aunque los términos del acuerdo estaban lejos de estar decididos.
1996. La vida de Diana terminó prematuramente el 31 de agosto en una persecución a alta velocidad para evadir a los fotógrafos de tabloides que buscaban sacarle partido a “la única celebridad que vendía a lo grande de manera constante”.
1997. Diana les dio a Guillermo y Enrique tanta normalidad como pudo. Con su muerte, ellos tuvieron que “hacer el luto en una familia que es famosa por su capacidad de reprimir las muestras de emociones”.
2011. El matrimonio de Guillermo con Kate Middleton, el 29 de abril, con una gran boda trajo un nuevo capítulo y un glamur renovado a la familia real.
2018. La boda de Meghan Markle con Enrique, el 19 de mayo, provocó comparaciones constantes con la de Kate y Guillermo, que derivó en una rivalidad entre hermanos y fricciones sobre la igualdad racial. N
(Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek)
(Imágenes: archivo de Newsweek)