EL PASADO miércoles llegó a México, para participar en los festejos por el 211 aniversario del Grito de Independencia, el mandatario cubano Miguel Díaz- Canel. Arribó en su jet presidencial, que tiene un costo de 40 millones de dólares y consume 3,275 dólares por hora de vuelo.
Díaz-Canel fue el único jefe de Estado invitado por el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, para participar en tan significativa conmemoración.
Esta visita ha provocado muchas críticas de diferentes sectores de la sociedad tanto de México como del extranjero.
El desacuerdo principal resulta porque López Obrador, elegido presidente mediante elecciones libres, haya dedicado tanta deferencia para un gobernante que no ha sido votado por su pueblo, que representa a un país en el cual no existe la libre expresión, donde toda la prensa autorizada es pagada por el gobierno, no está permitida la protesta pacífica, existe un solo partido político, el Partido Comunista de Cuba, y la única instancia legislativa está bajo las órdenes de este partido.
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En distintos medios de una y otra nación han aparecido impetuosos artículos con un mismo basamento y aun con título semejante: “López Obrador: ¿ignorante o cínico?”
Dice el refrán: “No hay mayor ciego que el que no quiere ver”.
El presidente mexicano “no quiere ver”. La razón, se aprecia fácilmente en su discurso, es que añora aquellos tiempos sesenteros en que la “revolución de los humildes y para los humildes” parecía un horizonte al alcance de las manos.
López, como otros izquierdistas de aquella época, no evolucionó; si no en la vida real, sí en sus sueños continúan armando guerrillas, lanzando cocteles molotov, preparando ataques por sorpresa. Siguen montoneros, pueriles, “consigneros”, vanos. Y, como plato fuerte, almacenando un odio interminable para quienes no piensen como ellos.
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No satisfecho con haber enlodado la conmemoración del Grito de la Independencia de México al invitar a un representante de lo más alejado de la independencia, la democracia, el pensamiento libre que pueda existir, el presidente de México, en una y otra de sus alocuciones, pisó terreno que no le corresponde o no debería corresponderle.
Primero, olvidado de su divisa de no inmiscuirse en asuntos de otros países, solicitó del gobierno estadounidense la cesación de algo que no existe: el “bloqueo” a Cuba. Debería él informarse mejor sobre este tema, el del “embargo” (o quizás esté informado, pero quiso omitirlo).
Y segundo, ofende sobremanera a los cubanos exiliados (se calcula que más de 2 millones solo en las tres últimas generaciones) cuando les pide a estos que se acerquen —al régimen existente en Cuba, se entiende—, que terminen querellas o rencores, etcétera. Duele que un fuereño se meta en lo que no le importa y trate a las víctimas como a victimarios.
Un cálculo conservador establece que las remesas enviadas a su país por los cubanos exiliados ascienden a 4,700 millones de dólares anuales. Cifra que es una de las causas principales de que la Isla —en la cual desde hace tiempo apenas se produce algo, igual en bienes materiales que en servicios, si descontamos algo de turismo y la venta de servicios médicos al extranjero— no se haya colapsado de una vez.
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Cuando Díaz-Canel llegó a México para participar, como invitado especial, en los festejos por el 211 aniversario del Grito de Independencia, se habían cumplido solo dos meses de que en más de 50 ciudades cubanas saliera la población a protestar por la falta de libertad, alimentos y por el malvivir en general. Desde entonces han sido encarceladas cientos de personas —la cifra total se desconoce—, incluidas mujeres, ancianos, enfermos y menores de edad de uno y otro sexo. Hoy, aún continúa en las mazmorras del régimen un grupo indeterminado de quienes protestaron pacíficamente el 11 de julio y en día subsiguientes.
Algunos de los textos en que se analiza y reprende la actuación del presidente mexicano en el caso que nos ocupa avisan que ya “salió del clóset”. Es decir, que desde ahora comenzaría el giro hacia la izquierda “clásica”, totalitaria. A un par de colegas que, fuera de México, así lo han expresado, les he enviado mi réplica: aunque pareciera lo contrario, las instituciones en México son fuertes; igual de fuerte la oposición y, sobre todo, aquel es un pueblo de mucha batalla por su democracia, de sobradas y victoriosas guerras contra perversos y tontos.
Eso sí, tanto en la vida privada como en la pública, el humano puede, lamentablemente, conseguir manchas para su moral. Unas, con el tiempo, pueden ser lavadas; otras han sido tan fuertes, que no. Andrés Manuel López Obrador llevará esta mancha para siempre. N
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Félix Luis Viera (Cuba, 1945), poeta, cuentista y novelista, ciudadano mexicano por naturalización, reside en Miami. Sus obras más recientes son Irene y Teresa y La sangre del tequila. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.