EN LA DÉCADA de 1960, en Kabul, la entonces reina Humaira Begum aparecía en público sin velo, como parte de las medidas que su esposo Mohammed Zahir Shah había impulsado para modernizar el país.
Zahir Shah era un político educado en Francia. Bajo su reinado promulgó la primera Constitución, fundó la primera universidad en el país e incluso promovió que en 1964 a las mujeres afganas se les reconociera el derecho al voto.
El rey murió en el asilo, en 2007, en Roma. La reina había muerto cinco años antes también expatriada en Italia. A la distancia vieron la violencia y la convulsión que ha vivido Afganistán en las últimas décadas. La invasión rusa de los años 80, seguida por el gobierno fundamentalista de los talibanes en 1996 y luego la ocupación estadounidense que recientemente retiró sus tropas del país.
Nofret Berenice Hernández Vilchis, profesora de Relaciones Internacionales del Tec Campus Querétaro, especialista en Medio Oriente, explica que, a diferencia de lo que ocurrió en 1996, cuando los talibanes ocuparon el poder, se esperaría que ahora las mujeres estén mejor organizadas, como se ha visto con aquellas que fueron parte del Parlamento y piden dar seguimiento a lo que ocurra en el país.
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La especialista dice que hay que dejar de utilizar a las mujeres para perpetuar el discurso “islamófobo”, pues la distancia geográfica y el idioma impiden tener una lectura precisa de lo que ocurre en Afganistán.
“Es muy lejano geográficamente y no es fácil comprenderlo, pero también toda la información nos llega de Estados Unidos o de Europa, es decir, de agencias occidentales y viene con la visión que estas tienen sobre la región”, señala, en entrevista con Newsweek México.
En la última década, las redes sociales han facilitado el entendimiento de la región, pero aún es complejo acceder a información de primera mano, sumado a que la comunidad afgana en México apenas asciende a 23 personas, según lo reportado en el más reciente censo de extranjeros residentes en México.
“En este discurso feminista occidental se habla de que las mujeres se quiten el velo, pero es tan violento que les exijas que se lo pongan como pedir que se lo quiten; al final, hay que respetar lo que las mujeres quieran hacer con su cuerpo”, advierte.
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En los años de ocupación estadounidense, las mujeres en cargos públicos no estuvieron exentas de agresiones: Sima Sanar dimitió como responsable del Ministerio de Asuntos de Mujeres por las amenazas que recibía, en 2002; mientras que la diputada y activista feminista Shukria Barakzai sobrevivió a un atentado, en 2014.
“Eso habla de que los extremistas no se fueron del todo durante esas dos décadas de ocupación estadounidense”, explica Hernández Vilchis.
Hernández Vilchis explica que los cambios deben ser en el interior de la sociedad y no desde la imposición. “De qué sirvieron 20 años de imposición de un gobierno democrático y secular, donde las mujeres tuvieran un espacio, si no se acabó con Al Qaeda ni con los talibanes, porque no los metieron en ese proceso (democratizador)”, agrega.
“Los estadounidenses se quedan casi 20 años ocupando Afganistán e imponen un gobierno y esto sirve para entender que las imposiciones no sirven”, comenta la analista.
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Hernández Vilchis advierte que árabe y musulmán no es lo mismo. “Se tiende a confundir”, dice. Aunque la mayoría de los árabes sean musulmanes, también hay cristanos, judíos y ateos. Con la consideración adicional de que la mayoría de los musulmanes en el mundo no son árabes, sino asiáticos, pues es la religión predominante en Indonesia.
Los afganos tampoco son árabes. Su lengua, el pastún, es más cercana al persa, pero tampoco son persas. Son afganos. Son musulmanes sunitas. Es por ello que la especialista insiste en que tampoco hay que etiquetarlos como “machistas” por ser musulmanes.
“Los talibanes dicen que no son los mismos de antes, entonces habrá que dar tiempo para ver cómo se dan las cosas”, concluye. N