Entre los dedos de mi madre nacían historias cada tarde, usando sólo un par de agujas y su voz pausada me transportaba a mundos increíbles a los que no hubiera tenido acceso de no ser por sus chuscas y atinadas descripciones, eso sin mencionar las puntadas de surrealismo que habitaban cada uno de sus relatos.
Varias veces he intentado recordarlos a detalle, he querido transcribirlos y hacer una pequeña antología personal que sirva como souvenir del pasado, pero los detalles se me deshilachan, por suerte los manteles que me dejó no, esos son resistentes al tiempo, más que la memoria. Mi mente a veces es como una noche sin luna en la que sólo algunos recuerdos se forman como siluetas, si esperas el tiempo suficiente sin luz puede que se distingan ciertas formas, pero sin detalle.
Así es como se me aparecen estas historias.
En algún punto del camino soñé vivir esas historias y ser quien se las contaba, ahora a ella con ese amor, la forma en la que elaboraba las descripciones de cada lugar y personaje que parecía estar creando de la nada hasta que brillo en sus ojos delataba que había retazos de verdad por todos lados, que no era un invento todo , que lo estaba hilando. Pero no, se me fue antes de que eso se hiciera realidad.
Su muerte fue la segunda cosa más dura que me ha pasado, la primera fue la enfermedad que la extinguió poco a poco, comenzó con historias a medias que se fueron convirtiendo en visitas sin nombres y frases erráticas, así hasta que olvidó su nombre y los nuestros.
Por más que leí y me documenté sobre el Alzheimer, debo de admitir que me obsesioné con intentar revivir en cada conversación un poco de esa chispa, fantaseaba con sus destellos de memoria hasta que la frustración inmediata me traía a la realidad.
No fue hasta que la perdí cuando me di cuenta de todo lo que pude haberle contado, sus mismas historias… de las que no recordaba nada. Se dice de las perdidas que al principio es difícil, yo he comprobado que no es verdad, al menos no para mi, para mi sigue siendo difícil, en mi memoria siguen siendo sus manos las que se mueven suave tejiendo historias, aunque ella ya no esté. A veces hasta creo escucharla.
Ahora en las tardes soy yo la que se sienta en una mecedora de rombos metálicos a crear nuevas historias en pedazos de tela, y son mis hijos; sus nietos los que se sientan a escuchar las mezclas de ficción y realidad que voy creando a la vez que los hilos de colores van formando imágenes completas.
El legado que mi madre dejó es más grande del que muchos podrían presumir o de lo que yo podría desear, es verdad que la extraño y se lo demuestro a diario reviviendo nuestros rituales, solo que yo ahora escribo también en papel los cuentos y relatos que van surgiendo cada día, al llegar la noche , en su honor los doto de palabras. Espero que cuando puedan leerlos sientas las ganas de vivir que su abuela me transmitía a mi, las ganas también de construir sus propios mundos e historias.
La manera en la que contamos nuestra historia la define en gran parte, lo que somos es resultado no solo de lo que hemos vivido sino también de lo que nos contamos, tenga mucho o poco de surrealismo o realidad. De alguna manera todos vamos entretejiendo nuestras vidas, podemos hablar de lo que sea y al final del día estamos hablando de nosotros.