Si los sonidos fueran colores, su voz sería un color dorado con tinte añejo, el color de su voz dice más que las palabras, ojalá todos la pudieran escuchar, decir su nombre seguido de un te amo…
Virginia es de esas personas que al verla no sabes si invitarle un café, una cerveza o una vida, cuando la vi por primera vez el mundo se paró de golpe, pareciera que le bajaron el volumen al mundo, todo se tranquilizó, todo se calló, en ese segundo no había nada, solo ella, todo tan rápido pero al mismo tiempo tan lento, tan eterno, eterno como los segundos previos al primer beso, cuando se van cerrando los ojos y juntando los labios, esos segundos efímeros, tan cortos pero tan eternos que volvería a repetir mil veces, si no es en esta vida, en la que sigue, porque si esta vida se me acaba, en la siguiente la vuelvo a buscar…
La conocía de años, coincidimos de alguna manera en alguna red social, alguien compartió una de sus publicaciones, un chiste que me hizo reír y al ver su foto sonriente, simplemente no pude evitar dar click en el botón de seguir, luego ella me siguió y así empezó una cotidianidad de interactuar e intercambiar mensajes, primero saludos, algunos chistes y de vez en cuando un piropo y coqueteo de mi parte, nada serio ni con intención más allá de darle un cumplido a una chica guapa del internet, ni siquiera vivíamos en la misma ciudad, yo estaba terminando mi maestría y en esa época mi vida en el mundo offline estaba muy ajetreada como para ponerle mucha atención a mi vida online. Así pasaron los años, quién iba a pensar que un día mi vida online y offline se fueran a juntar y que ella las viniera a poner de cabeza porque así es ella, una mujer sin medias tintas, con la galaxia en su mirada y un universo en la cabeza, lo suyo no es sacar chispas, lo suyo es desatar incendios en el pecho, con su sonrisa como amarre y su voz como toloache…
Esa cotidianidad se hizo normalidad, así de la nada como nos seguimos, intercambiamos números de teléfono, los mensajes se hicieron constantes, comunes y personales, mensajes de buenos días, notas de voz y videollamadas, me contó de la historia de sus cicatrices y si las cicatrices en los ojos de la persona correcta son arte, para mi sus rodillas un poco chuecas me parecían pintadas por Picasso.
Que aburrido el protocolo social del amor que impide desbordarse de afecto porque el otro pueda espantarse, el que no arriesga no sana, el que no arriesga no ama, el que no arriesga, no, nada, así que en rebeldía y arriesgándome la vida le dije un “te amo” y ella me respondió con otro igual, sí hay telepatía en los corazones, todo lo demás da igual.
El color de su voz era como escuchar mi canción favorita y escucharla hablar sin parar era como una sinfonía, ya no éramos dos extraños compartiendo sus vidas, quizá nunca lo fuimos, “¿Te conozco de otras vidas? ¿O por qué te tuve confianza desde el primer mensaje?”, quizá por eso cuando nuestros labios se juntaron por primera vez se reconocieron como se reconoce algo que es tuyo y que siempre lo ha sido.
Y así, un día sin planearlo y con una notificación en el teléfono “Voy para la ciudad, ya estoy abordando” , las distancias se hicieron cortas, la vi, la abrace y en ese abrazo sentí eso que sienten los peregrinos cuando llegan a su destino y antes de que me dijera “Hola” la besé. Las acciones dicen más que las
palabras y en ese beso le dije todo lo que le había dicho en todo este tiempo y lo mejor de todo, es que en ese beso se lo comprobé.
Entre vinos, historias y risas la noche se hizo corta y al despertar con su cabeza en mi hombro la mañana se hizo mágica, ese día hasta el sol se levantó de otro color, uno más dorado, como el color de su voz, pero en tono melancólico de despedida para volver a nuestras vidas, el problema es que esa mañana al irla a dejar, no quería darle un beso de despedida, ese día quería darle un beso de buenas noches y la diferencia es inmensa, quería decirle que no se fuera, que hiciéramos de la felicidad una costumbre, que le demos una oportunidad a la casualidad y saquemos al destino a bailar pegadito, que su lugar estaba ahí, conmigo y no en su casa; con su marido.