UN PAR DE HORAS después de la medianoche del 3 de noviembre, en medio de una creciente tensión tras la jornada electoral, Donald Trump exhibió en tres palabras, y de una sola pincelada, el cariz más emblemático de su gobierno: “¡Es un fraude!”.
“Es un fraude”, expresó, en referencia al proceso electoral y a las instituciones que en ese momento aún contabilizaban millones de votos y cuyas proyecciones aún no arrojaban luz sobre el ganador de la contienda.
Esa misma noche, además, Trump se declaró ganador de las elecciones presidenciales de Estados Unidos. “Nosotros ganamos esta elección”, dijo en un mensaje desde la Casa Blanca.
El ataque del republicano contra el sistema electoral de su propio país se dio un par de horas después de que el candidato demócrata, Joe Biden, ofreció un mensaje desde Wilmington, en Delaware, en el que se mostró confiado en su fórmula: “Nos sentimos bien… Sabíamos por el voto anticipado que tomaría un tiempo, tenemos que ser pacientes… Esto no se acaba hasta que cada voto sea contado”.
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Como respuesta, de inmediato Trump echó mano de su herramienta favorita, la cual se ha convertido en una insignia de su estilo personal de gobernar: Twitter. A través de esta red social acusó a Biden de intentar “robar” la votación. Pero la publicación fue visible solo por muy pocos minutos, pues Twitter pronto la etiquetó como “engañosa”.
Tras ello, en su mensaje en vivo desde la Casa Blanca, el presidente amenazó con acudir a la Corte Suprema de Justicia para detener el conteo de sufragios. “Todas las votaciones [conteo] tienen que terminar”, dijo en referencia a la votación por anticipado que retrasó los resultados en algunos estados.
Este comportamiento propio de Trump, caracterizado por el desafío a las instituciones, el agravio a sus oponentes, las amenazas, las provocaciones y la división de la ciudadanía hilvanan, apenas, una hebra de la enorme maraña de hilo que tejió a lo largo de cuatro años de gobierno.
UN EXTRAÑO CANDIDATO
En el verano de 2015, desde el instante en el que descendió de la escalera eléctrica de la Torre Trump, en Nueva York, para anunciar su entonces dudosa candidatura para la presidencia del país más poderoso del planeta, Donald J. Trump navegó en la ira que cargaban en sus espaldas millones de estadounidenses.
El hoy político de 74 años, un constructor neoyorquino muy hablador y a veces grosero que se convirtió en estrella de la televisión de realidad, en noviembre de 2016 pasmó al mundo entero con la victoria política más asombrosamente sorpresiva en la historia de Estados Unidos.
Esa victoria de Trump, y que el partido del elefante conservara ambas cámaras del Congreso, les dio a los republicanos un control total del gobierno de Estados Unidos.
“Desde su llegada al poder él tuvo una política sistemática de romper con el procedimiento multilateral que fue creado por los propios Estados Unidos precisamente para dar orden y conducción al mundo”, opina Dámaso Morales Ramírez, internacionalista por la UNAM con maestría en relaciones internacionales.
Trump ha sido un mandatario con muchos cambios en su gabinete, observa el experto: más de la mitad de su equipo de colaboradores ha sido removido. En palabras del especialista, todos aquellos que lo acompañaron en su primera campaña y que estuvieron cerca de él finalmente han observado a un individuo con una visión unipersonal y que va más allá de las instituciones y los valores, por eso ha habido varios cambios y renuncias de colaboradores que no han estado de acuerdo con él.
“Cuando hay tantos cambios en un gabinete se puede observar gran inestabilidad —reflexiona Morales Ramírez—. Tantos cambios, y que muchos se hayan dado en el sector militar, nos dan la idea clara de que evidentemente hay desacuerdos con Trump y que él tiene una visión muy terca”.
En su primer día como presidente, el 20 de enero de 2016, signó una orden ejecutiva para comenzar a desmontar y minimizar las “cargas económicas y regulatorias injustificadas” de la Ley del Cuidado de Salud a Bajo Precio (Obamacare), una de las reformas estrella del expresidente Barack Obama.
Un par de días después firmó una orden ejecutiva para retirar a Estados Unidos del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), un tratado de libre comercio que incluía a 12 países de la región Asia-Pacífico. En su discurso de investidura, Trump repitió lo que había dicho durante su campaña: que todo en su mandato estaría enfocado en “Estados Unidos primero”.
El 24 de enero, el presidente rubricó dos órdenes para permitir que se procediera con la construcción de los controvertidos oleoductos Keystone XL y Dakota Access, los cuales son un símbolo del choque entre ambientalistas y la industria petrolera, pues el Keystone XL, un proyecto de 2,735 kilómetros de tubería para transportar 830,000 barriles de crudo diariamente, significa la invasión del hábitat natural de miles de especies de flora y fauna silvestres.
Un día después, Trump signó las órdenes ejecutivas para que el Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos utilizara los fondos existentes para comenzar la construcción de un muro en la frontera entre Estados Unidos y México con la finalidad de detener el paso de los migrantes indocumentados.
Y el 27 de enero rubricó la Orden Ejecutiva 13769, mejor conocida como “prohibición de viaje para musulmanes”, que restringía la entrada indefinida de refugiados de la guerra civil siria en Estados Unidos y prohibía el ingreso de todos los ciudadanos de Irán, Irak, Siria, Libia, Somalia, Sudán y Yemen al país por 90 días.
Estas primeras cinco firmas se ejecutaron durante los primeros cien días de la presidencia del empresario neoyorkino. Tradicionalmente, en Estados Unidos este periodo se considera un punto de referencia para medir el éxito temprano, o fracaso, de un mandatario.
Justamente al cumplir cien días, Trump admitió que pensaba que ser presidente “sería más fácil”. En una entrevista, al reflexionar sobre su tiempo en el cargo, dijo: “Esto es más trabajo que en mi vida anterior”.
CERO TOLERANCIA
“El gobierno de Donald Trump ha sido dañino tanto para Estados Unidos como para el mundo”, reflexiona el internacionalista Flavio González Ayala, maestro por el Colegio de México y candidato a doctor en filosofía con énfasis en relaciones internacionales. “Había ya conflictos internacionales fuertes desde el periodo de Obama, sobre todo por cuestiones de espionaje, y cuando Trump llegó al poder no tuvo la delicadeza de las formas tradicionales de la diplomacia y su política exterior la basó en tuits”.
Así, “la estructura internacional fue cambiada y descompuesta gravemente”, acota el experto, y añade que al presidente le gusta manejarse como un outsider, alguien que llegó de fuera y que no es parte de la política. Y al afianzarse por medio del Partido Republicano no dejó que nadie se expresara y todos cedieron a sus deseos.
“Tan es así que pudo elegir a la nueva jueza de la Corte Suprema de Justicia [Amy Coney Barrett] cuando los demócratas no querían. Ya ha impuesto a tres jueces, sabe manipular y presionar”, añade González Ayala.
Además de cargar todo lo anterior sobre sus espaldas, el presidente llegó a la recta final de la campaña de 2020 marcado por la polémica en torno a temas como su manejo de la pandemia del COVID-19, las protestas contra el racismo, su falta de pago de impuestos y el trato denigrante de su gobierno hacia los migrantes indocumentados.
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Desde el inicio de su gobierno, parte de su quehacer político se centró en frenar la migración irregular hacia Estados Unidos, por lo que comenzó la construcción de un muro en la frontera sur que pagaría México y endureció las medidas contra las personas que cruzaran indebidamente la línea divisoria. Sin embargo, a pesar de que se redujo el número de ingresos al país, las acciones generaron varias denuncias.
Y es que el plan de “tolerancia cero” de Trump implicó la separación de unos 2,700 niños de sus padres, muchos de los cuales terminaron durmiendo en jaulas, y hasta la fecha todavía hay 545 menores alejados de sus progenitores, según la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles (ACLU, por sus siglas en inglés).
También impulsó el programa Quédate en México, por el cual los solicitantes de asilo llegados a la frontera sur estadounidense deben esperar en México la resolución de sus casos. Además, amenazó al gobierno de Andrés Manuel López Obrador con imponerle aranceles si no frenaba el flujo de migrantes. Empero, en el caso del muro, a cuatro años de mandato no ha conseguido los recursos necesarios para concretar la construcción.
SIN CONDENAS PARA LOS BLANCOS
Durante los últimos cuatro años y, sobre todo, en la actual campaña presidencial, las voces en contra del racismo y la discriminación fueron protagonistas principales a través del movimiento Black Lives Matter, que demanda a los políticos terminar con las desigualdades.
Pese a la pandemia por el COVID-19, la difusión en mayo del video en el que George Floyd, un hombre negro, muere asfixiado bajo la rodilla de un policía blanco en Minneapolis, orilló a miles de personas a marchar y causar destrozos en diferentes ciudades de Estados Unidos.
Desde entonces se han retirado de espacios públicos más de cien monumentos y otros símbolos de los Estados Confederados, formados en 1861 por estados esclavistas. Y aunque Trump lamentó la muerte de Floyd y firmó una orden ejecutiva para limitar el uso de la fuerza entre policías, criticó las protestas, envió a fuerzas policiales y pidió cárcel para las personas que destruyeran estatuas. Además, el presidente republicano se resistió explícitamente a condenar a los grupos nacionalistas blancos.
Por el contrario, Trump ha ganado popularidad en movimientos de extrema derecha como el Proud Boys, al cual se negó a condenar en un debate contra Biden, o QAnon, que defiende la teoría conspiracionista de que el presidente estadounidense está librando una guerra secreta contra una secta liberal global formada por pedófilos satanistas.
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“Él sin lugar a dudas se pone del lado de los supremacistas blancos”, interviene el internacionalista Dámaso Morales Ramírez. “En todas las confrontaciones que hubo cuando los blancos iniciaron un acto violento contra manifestaciones a favor de los derechos de los afroamericanos y la igualdad, el mandatario no fue capaz de decir que fueron los blancos quienes lo iniciaron, sino que dijo que fue de ambos lados la culpabilidad.
“Además, minimizó el movimiento Black Lives Matter. Lo calificó de un grupo violento, y no solamente no reconoce la gravedad de la problemática, sino a los manifestantes los minimiza y los coloca en una situación de personas violentas, lo que pone en peligro la ley y el orden de Estados Unidos”.
Por ello, añade el experto, desde que llegó a la presidencia el país ha sufrido una gran división: “Esta se inició por su rechazo a lo que no es como él ve las cosas, por su descalificación a cualquier movimiento en pro de los derechos civiles y por su apoyo a los supremacistas blancos, lo cual ha creado un gran encono”.
La división entre izquierda y derecha y por cuestiones raciales promovida por Trump “no es más que una pésima herencia que está dejando a Estados Unidos”.
UN PANTANO DESBORDADO
Durante su campaña de 2015, tras explotar al máximo su discurso de construir un muro, hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande y encerrar a Hillary Clinton, en las últimas semanas Trump necesitó un eslogan más motivador. Dado que en las encuestas estaba muy atrás de la candidata demócrata, su eslogan tendría que ser una maravilla de mercadotecnia y que encapsulara la imprecisa pero atractiva promesa de su candidatura: su culto a los ideales estadounidenses y su completa ruptura con ellos.
De este modo, el 17 de octubre de 2015 la campaña de Trump hizo público un plan de cinco puntos para una reforma ética y acabar con la corrupción en el gobierno. El plan se denominó “Vaciar el pantano”. Trump probó la frase en un mitin en Wisconsin. Luego volvió a utilizarla en Colorado. “Acabaremos con la corrupción del gobierno —juró—, y vamos a secar el pantano de Washington”. Luego recitó una letanía de acusaciones dirigidas a Hillary Clinton, a quien tildó de ser “la persona más corrupta que jamás se haya postulado para la presidencia”.
Sin embargo, “vaciar el pantano” fue una labor que no se concretó durante su administración. A cuatro años de aquella elección, muchos observadores consideran que el pantano ha crecido hasta convertirse en un sumidero que amenaza con arrastrar a todo el gobierno. Y es que ha resultado asombrosa la cantidad de funcionarios de la Casa Blanca que han enfrentado cuestionamientos, demandas judiciales o investigaciones: Trump, demandado por violar la “cláusula de emolumentos” de la Constitución de Estados Unidos por dirigir su Hotel Internacional Trump en Washington; Paul Manafort, el segundo jefe de campaña de Trump, por presuntamente aceptar pagos de partes interesadas prorrusas en Ucrania; Michael Flynn, el flamante asesor de seguridad nacional, por realizar un trabajo de cabildeo abierto a nombre del gobierno turco; el yerno y consejero del presidente, Jared Kushner, por no revelar créditos por 1,000 millones de dólares en relación con su empresa de bienes raíces; y varios directores del gabinete que son investigados o cuestionados por gastar cantidades exorbitantes en viajes, equipo de seguridad o acuerdos de negocios.
Sin embargo, el caso mayor lo ha protagonizado el propio Trump. En septiembre pasado, cinco semanas antes de las elecciones de 2020, una investigación del diario The New York Times reveló que solo pagó 750 dólares en impuestos en 2016 y 2017, y nada en 10 de los 15 años anteriores.
Además de los cuestionamientos sobre la fiscalidad de sus empresas, el artículo destacó que los negocios del mandatario tienen deudas abultadas, lo que lastra su imagen y pone en duda su “instinto” para los negocios. “Sus finanzas están bajo presión, con pérdidas operacionales y cientos de millones de dólares en deudas que deben pagarse”, indicó el medio.
En Twitter, Trump denunció la publicación como “falsa” y construida con afirmaciones “totalmente inventadas”. Además, dijo tener pocas deudas en relación con el valor de los activos que posee.
UN PROCARBÓN
Durante su campaña de hace cuatro años, Trump criticó duramente los costos del Plan de Centrales Eléctricas Limpias de Barack Obama, un proyecto cuyo objetivo era restringir la emisión de CO2 derivada de la producción de energía eléctrica. También dijo que planeaba sacar a Estados Unidos del Acuerdo de París e impulsar la producción de carbón.
Desde entonces, ha ignorado el cambio climático y, por el contrario, está apoyado industrias extractivas como la del petróleo y el carbón. Debido a Trump, Estados Unidos es el único país que se ha retirado del acuerdo climático de París.
Según el informe más reciente de la ONU, el mundo está fracasando rotundamente en el objetivo de restringir las emisiones de carbono; y eso no obstante las duras advertencias de la comunidad científica. De hecho, los dos infractores principales —Estados Unidos y China— aumentaron sus emisiones de carbono durante 2019. El consenso científico es que el mundo debe abandonar cuanto antes los combustibles fósiles.
El año pasado, Newsweek documentó cómo las fuerzas militares estadounidenses producen más emisiones de gases de invernadero que 140 países, pues su huella de carbono es enorme. El alto grado de contaminación producido solo por este sector depende de una red extensa y mundial de buques cargueros, camiones y aviones de carga para abastecer sus operaciones con todo, desde bombas hasta ayuda humanitaria e hidrocarburos combustibles.
El trabajo periodístico exhibió que las fuerzas militares estadounidenses son uno de los contaminadores más grandes de la historia y que consumen más combustible líquido y emiten más gases de cambio climático que la mayoría de los países de tamaño mediano. Si estas fuerzas fueran un país, solo su uso de combustible lo convertiría en el emisor número 47 más grande de gases de invernadero y se ubicaría entre Perú y Portugal.
“Trump es calificado como un político anticiencia y antimedioambiente”, considera el internacionalista González Ayala. “Su política ambiental quedó muy clara al salirse de los acuerdos de París que daban forma al protocolo de Kioto. Él está apostando por la industria del carbón, es decir, estamos regresando a la industria de hace 50 años, y esto lo hace porque resguarda los intereses económicos que de alguna forma lo llevaron a la silla presidencial.
“Es un hombre que dice que no cree en el cambio climático. Es el primer opositor del medioambiente, y eso ha hecho mucho daño. Porque hay un reloj del planeta y estamos a minutos de que el daño sea irreversible. Trump no está haciendo nada a pesar de que Estados Unidos es uno de los países que mayormente contaminan”, añade el especialista.
PERDER FRENTE AL COVID-19
Al cierre de esta edición, Estados Unidos encabezaba la lista de los países con más muertes a causa del COVID-19, con más de 234,000 decesos. Y la respuesta vacilante de Trump ante la pandemia es uno de los puntos más criticados en todo el orbe.
El presidente, que dio positivo a COVID-19 el 1 de octubre, presumió desde enero que la situación estaba “totalmente bajo control”. En declaraciones posteriores comparó el coronavirus con una gripe, culpó al gobierno chino de la enfermedad, sugirió inyecciones de desinfectante —algo potencialmente peligroso—, se negó a usar cubrebocas y en repetidas ocasiones compartió desinformación sobre el virus.
Aunque la Organización Mundial de la Salud recomendó los cierres y confinamientos para evitar contagios, la Casa Blanca se opuso a estas medidas desde el inicio de la pandemia. “La cura no puede ser peor que el problema en sí. Abran sus estados”, dijo Trump el 12 de octubre.
En cambio, el mandatario optó por potenciar la economía y en marzo firmó un estímulo de 2.2 billones de dólares que incluyó un cheque de 1,200 dólares para la mayoría de los adultos estadounidenses y 600 dólares adicionales a la semana para personas que perdieron su trabajo.
Sin embargo, la crisis destruyó 22 millones de empleos en el país. La mitad se recuperó, pero 8.4 millones de personas se mantienen en el desempleo, algunos aún con el beneficio de los subsidios públicos, otros sin derecho a ese dinero.
El gobierno de Trump apuesta a contar con una vacuna antes de que termine el año y ya implementó una logística para su distribución, una estrategia que llevó a decir al jefe de su gabinete, Mark Meadows, que el enfoque es mitigar la pandemia y no erradicar el virus. “No vamos a controlar la pandemia. Vamos a controlar el hecho de recibir vacunas, tratamientos y otras mitigaciones”, comentó Meadows.
Y a todo se suma, desde luego, el juicio político en contra del presidente estadounidense que impulsaron los demócratas, quienes lo acusaron de abuso de poder y obstrucción de la justicia. El impeachment se inició en agosto de 2019, luego de que se diera a conocer una llamada que hizo para convencer a Ucrania de desprestigiar a Biden a cambio de entregar ayuda militar, crucial para este país en conflicto armado con Rusia.
El 5 de febrero de 2020, después de dos semanas de juicio en el Senado, los republicanos se impusieron y bloquearon la destitución de Trump. Aunque finalmente fue absuelto, se convirtió en el primer presidente de la historia de Estados Unidos en ser sometido a un proceso de tal magnitud.
“Trump ha abusado seriamente en diversos temas de la política, la economía, el medioambiente, el comercio”, expone el internacionalista Dámaso Morales Ramírez. “Se salió de la Unesco, acusó a la OMS en un momento crucial, ha tenido serios problemas y desencuentros con sus socios europeos, incluso con Angela Merkel, una de las lideresas más importantes del mundo”.
“También ha tenido serias diferencias con la OTAN y animó a los países de la Unión Europea a que se salieran del brexit —concluye el experto—. Cuando algunos líderes han dicho que Trump es un payaso, evidentemente lo que vemos es la disminución del liderazgo moral de Estados Unidos. Ahora mismo ese liderazgo moral ya no se ve”.