Según un documento que ha llegado a manos de Newsweek, apenas un día después que Estados Unidos superara la cifra de casos de COVID-19 registrados en China, la Agencia de Inteligencia para la Defensa de Estados Unidos (DIA, por sus siglas en inglés) actualizó su peritaje sobre el origen de SARS-CoV-2, a fin de incluir la posibilidad de que el coronavirus haya escapado accidentalmente de un laboratorio de Wuhan que investiga enfermedades infecciosas.
SEGUNDA PARTE
El Instituto de Virología de Wuhan es uno de los muchos laboratorios que reciben fondos de PREDICT, un programa internacional a diez años, con subsidios de 200 millones de dólares proporcionados tanto por la Agencia para Desarrollo Internacional de Estados Unidos como por otros países.
Destacada científica de WIV, la viróloga Shi Zheng-Li -mejor conocida como la “mujer murciélago” por su trabajo con coronavirus de quirópteros- y su equipo se han dado a la tarea de explorar las cuevas de donde se cree que emergió el virus del SARS causante de la epidemia de 2002. Para ello, se adentran en las lejanas cavernas para tomar muestras anales de los murciélagos y recoger sus excrementos. Una vez de vuelta en el laboratorio, cultivan los virus que encuentran, identifican sus secuencias genómicas, y tratan de averiguar cómo infectan las células animales.
En 2015, el instituto inició un estudio sobre la ganancia de función en los coronavirus de murciélago, el cual fue de la mano con un proyecto de vigilancia. Para su investigación, los científicos seleccionaron varias cepas e incrementaron su capacidad de transmisibilidad humana. Conforme identificaban nuevas clases de virus de murciélago con capacidad para infectar células humanas, comenzaron a surgir interrogantes sobre los cambios que esos patógenos experimentan en la naturaleza y que aumentan su transmisibilidad en las personas, con el consiguiente potencial de convertirse en patógenos pandémicos.
Ese mismo año, el laboratorio de Wuhan llevó a cabo un experimento mutaciones de “ganancia de función” (GOF, por sus siglas en inglés), los cuales tienen el propósito de mejorar ciertas propiedades virales, que recurrió a la tecnología conocida como CRISPR, la cual consiste en tomar material genético de un virus natural e introducir modificaciones para, por ejemplo, mejorar su transmisibilidad. En este caso específico, obtuvieron material genético del virus del SARS original, insertaron un fragmento de ese patógeno en un coronavirus de murciélago con propiedades parecidas, y lo que obtuvieron fue un virus capaz de infectar células humanas. Cualquier virus natural modificado con esta técnica sería tan fácil de identificar en un análisis genético como lo sería una ampliación contemporánea en una casa de estilo victoriano.
En contraste, un virus producido con métodos de transmisión animal sería casi imposible de detectar, ya que no habría sido manipulado directamente. Cuando un patógeno natural pasa de un animal a otro, experimenta cambios parecidos a los que sufriría en la naturaleza a lo largo de su evolución. Por consiguiente, es muy difícil determinar si un coronavirus silvestre que ha pasado por 10 hurones ha sido objeto de manipulación o ingeniería genética.
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El Instituto de Virología de Wuhan no ha hecho público registro alguno sobre sus trabajos con coronavirus. La razón es que el instituto consiguió su primer laboratorio NBS-4 en 2018, instalación que hoy se considera indispensable para cualquier investigación GOF (si bien algunos estudios se llevan a cabo en laboratorios acondicionados como SBL-3). Aunque cabe la posibilidad de que los investigadores iniciaran su estudio de transmisión animal en el laboratorio NBS-4, es probable que no tuvieran tiempo de publicar sus hallazgos antes que estallara la pandemia actual, y ahora las autoridades chinas han restringido las publicaciones científicas de sus connacionales. Por otro lado, también es posible que haya sido de una investigación secreta, o incluso que nunca haya ocurrido. En cualquier caso, algunos científicos consideran improbable que un costoso laboratorio NBS-4 no esté utilizándose para hacer experimentos en transmisión animal, cosa muy común en 2018.
Rastrear el origen
Para desentrañar el origen del SARS-CoV-2, Kristian Andersen y sus colegas del Instituto de Investigaciones Scripps, en California, Estados Unidos, decidieron hacer un análisis genético, y publicaron sus hallazgos el 17 de marzo en la revista Nature Medicine. En su artículo, los autores explican que se enfocaron en ciertas características genéticas el virus para detectar cualquier signo revelador de “manipulación”.
Dichas características incluyen los picos de proteína que el patógeno utiliza para unirse a la enzima convertidora de angiotensina (ACE2), un receptor que está presente en las células que conforman los pulmones y otros órganos humanos. Los investigadores sugieren que el pico proteico del SARS-Cov-2 muestra diferencias respecto del que posee el virus SARS original, lo cual apunta a que “con toda probabilidad, es resultado de la selección natural”. En otras palabras, es un virus natural, y no un patógeno modificado en el laboratorio.
No obstante, no queda claro el argumento que hacen los investigadores para descartar un experimento en transmisión animal. “En teoría, es posible que el SARS-CoV-2 haya adquirido las… mutaciones en un cultivo celular mientras se adaptaba [a un procedimiento de] transmisión”, escriben los autores, insistiendo en que la teoría de que el patógeno mutó en un huésped mamífero, como el pangolín, “proporciona una explicación… mucho más contundente”. Lo que no precisan es si esa evolución pudo deberse o no a una transferencia animal manipulada en un laboratorio. Hasta el momento, Andersen no ha respondido a las peticiones de comentarios de Newsweek.
Ebright, el experto en enfermedades infecciosas de la Universidad Rutgers y tenaz opositor de las investigaciones en ganancia de función, ha dicho que el análisis de Andersen no descarta la metodología GOF como origen del SARS-CoV-2. “Sus argumentos son endebles”, informa en el correo electrónico dirigido a Newsweek. “Aun cuando se pronuncian a favor de que el virus ‘mutó en un huésped mamífero, como el pangolín’, al mismo tiempo desestiman la posibilidad de que el virus pueda haber mutado mediante la ‘transferencia animal’. Y dado que las dos posibilidades son idénticas -excepto por el lugar donde ocurren-, es absurdo favorecer una y demeritar la otra”.
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Jonathan Eisen, biólogo evolutivo de la Universidad de California en Davis, agrega que, aunque la evidencia disponible no es definitiva, todo apunta a que el virus salió de la naturaleza y no de un laboratorio. “No hay la menor indicación de algo artificial; de que haya sido modificado con ingeniería genética”, comenta. A pesar de eso, los hallazgos que reconocen la posibilidad de que el virus fuera creado en un laboratorio mediante experimentos GOF, da “cabida a la duda. Es difícil confirmar una transmisión animal, y es muy complicado demostrar que escapó de un laboratorio”, prosigue. “Si [los investigadores de Wuhan] recogieron algo en el campo y se pusieron a experimentar con eso en el laboratorio, hasta que alguien se infectó y comenzó a diseminarlo, sería casi imposible diferenciar entre ese incidente y una diseminación directa en el campo”.
El inventario del laboratorio de Wuhan incluye un virus identificado como RATG13, el cual, presuntamente, se parece más a SARS-CoV-2 que cualquier otro virus conocido: los dos patógenos comparten hasta 96 por ciento de su material genético. Sin embargo, ese cuatro por ciento faltante representaría un obstáculo tremendo para la investigación en transmisión animal, apunta Ralph Baric, virólogo de la Universidad de Carolina del Norte, quien colaboró con Shi Zheng-Li en una investigación GOF que se llevó a cabo en 2015. “Estamos topando con tantos problemas que [un experimento en transmisión] es en extremo improbable”, concluye Baric, añadiendo que Wuhan tendría que haber iniciado el estudio con un virus más afín al SARS-CoV-2 que el propio RATG13.
“La única manera de esclarecer la interrogante”, prosigue el virólogo, “es actuar con transparencia, con apertura científica, y hacer una verdadera investigación al respecto, pero no creo que los chinos lo permitan. En ese sentido, me pregunto cuál sería la reacción de cualquier país que se viera en la misma situación. Quiero pensar que Estados Unidos sería transparente”.
Con la colaboración de Jenni Fink
LEE AQUÍ LA PRIMERA PARTE DEL REPORTAJE.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek