Padecemos una suerte de ironía histórica, estamos en medio de discursos propagandísticos, y sin información, que sobre explotan al “yo”, el gobernante se solaza viéndose en cada esquina, en cada espectacular, escucharse en la radio y la televisión en un “tsunami” de su imagen y su voz, sin calidad política. Ello no obstante que el artículo 134 de la CPEUM se los prohíbe en todo tiempo. El político en medio de la construcción del edificio de su narcisismo, reacciona ante cualquier sentido de crítica, sea ésta de servidores públicos, de la opinión pública, o de sus adversarios, a los que designa tajantemente: “sus enemigos”. Gran error desaparecer el concepto de adversario. Esta manera de desentender el lenguaje, produce efectos en las palabras, nos ubican en una ruptura esencial con la política, pues ésta es un diálogo, estridente si es necesario, pero civilizado y coherente, se trata de una coexistencia de pluralidades que determina una coetaneidad social. Es el conflicto en política el que anima un resultado del debate de contrarios, hoy se establece por una persona, misma que determina el sentido de las decisiones de la Soberna Representación Popular o Judicial. Le estamos negando la construcción moderna y plural a la democracia, le inyectamos el dominio e imposición del poder como única vía. Empero, la política de ninguna manera tolera el dominio de un ser humano sobre otro ser humano, que más allá de la legitimidad sobrepone sus criterios sobre todas la voces. Un olvido total de la ética política y de la ética ciudadana que deben estar al servicio público y en el espacio público del pueblo soberano.
Decimos que la política es un terreno de juego conflictivo. Nos llevamos bien con quienes piensan como nosotros. Nos molestamos sin razón con los contrarios, hasta ignorantes les decimos desde el alma de la posverdad, misma que acelera el odio entre personas con causas distintas, se engendra una enemistad ideológica, lo curioso es cuando los trasciende lo político y se impactan solo en la vida cotidiana. Se muestran en las costumbres y hasta en las culturas, como la enemistad entre “pueblo pobre y bueno” y “fifís”. Podemos apurar un conclusión, la discriminación se prejuicia en la tendencia política; raza, color, religión, saber…, queda rebasado por el odio de ser opuestos políticos.
Los servidores públicos se agrupan según su compromiso ideológico y no sus capacidades, impulsos, capacidades, eficiencias, calidades… Es por ello que el servicio civil de carrera, en la administración pública actual, es odiada, pues prejuicia que tienen conexiones con “los enemigos” y no con sus desempeños, con la ética profesional, según él, queda al servicio del “pasado político neoliberal”; se impacta la inclinación política en confianzas mutuas. La simpatía o la entropía política quedan definida por la “talacha ideológica”. Conocemos en las mañanas mediáticas, la obscura enemistad entre “pobres” y “fifís”. El castigo político es cuando dos personas de distintos compromisos ideológicos se matrimonian.
El tema epistémico es que nunca han dado a conocer quiénes son unos y quiénes son otros. Pues la interpretación popular en muy elemental, solo la sentencia de que la política provoca rivalidad aguda entre las personas. La creación de una la política de “enemigos ideológicos” en coyuntura de poder, los que detentan el poder con incentivos perversos, es decir, en donde ganan los que otros pierden. En esa perversidad está también el narcotráfico.
Ante la ausencia de discusión y diálogo el poder decide, las consecuencias de esa decisión impacta a la sociedad en su conjunto. El gobierno federal megalómano presume 30 millones votos, empero sus decisiones impactan a otros 60 millones que no votaron, con ello la enemistad ideológica se pone al rojo vivo; veámoslo en el terreno educativo, cada quien puede comparar los insumos culturales que pueda pagar, empero si estamos convencidos que la instrucción pública y privada (pues la rectoría es del Estado) se desarrolle en determinadas escuelas, métodos, teorías…, perderemos pues prevalecerá la dictada por el poder público, más aún de ese formato educativo surgirán maneras de control y manipulación acorde a sus intereses. Luego, también será motivo de fuertes conflictos, una manera de apagar el fuego con petróleo para magnificar “el yo de mis decisiones.”
Las decisiones que no tienen aceptación en el colectivo, se imponen mediante la amenaza del uso de la fuerza, es cuando el Estado de Derecho le es útil al gobernante. Los que se amparan, son incriminados desde el “pulpito político” del alborada del día, los reclamos son un reconocimiento de su oposición y por ello el Estado, malamente, puede hacer uso de la violencia.
La solución está en manos de la ciudadanía, rechazar los modelos arcaicos publicitarios de políticos y gobiernos, además exigir la ampliación de los espacios públicos para la toma de decisiones, que sean abiertos y voluntarios.