Existen orgullos nacidos de las capacidades intelectuales, a los valores con que fundamentan sus virtudes, ese orgullo nos generan Lucero (Yeyos) e Ignacio (Pity); nuestros hijos. Cultivan un valor especial, leen. Es bueno leer, también releer, es el “instante bello”, al que el poeta le dijo: “detente”; en la lectura han encontrado nuevos matices y colores en las palabras, las palabras se actualizan, contienen expresiones a veces inadvertidas; con la lectura han consolidado los anhelos y vivificado su espíritu. Trabajan todos los días esta idea, como siguiendo a Ortega y Gasset: “Leer en serio, auténtico leer, es referir las palabras patentes a ese todo latente dentro del cual quedan precisadas y con ello entendidas […] Leer no es cualquier cosa. Toda realidad tiene que ser definida según su forma plenaria […] leer es interpretar, y no otra cosa”. El duende de la tipografía y el alma de las ideas les han pagado el boleto del tren de las palabras hacia la comunidad de las emociones. Yeyos y Pity no solo leen, además enseñan, su vida es una sucesión de experiencias. El procesamiento social de la idea del tiempo físico los lleva a consideraciones externas de la vida compartida, esa duración contiene sus vidas a la intemperie en los espacios educativos; el tiempo en su autenticidad les hace sus vivencias, se guarece en el interior de ellos mismos. La cordialidad es su consejera pedagógica para ser generosos; para educar es preciso no ser egoístas, el egoísmo es una enfermedad del alma, una condición del ser humano incapaz de dar y mucho menos de darse, el egoísmo destruye conciencias y es responsable de la falta de amor, solidaridad y compartimiento entre los seres humanos.
En auténtico “papá cuervo”, les reconozco sus alcances y méritos, empero no hay vituperio ya que sin reconocimientos personales no se puede explicar la cartografía de la vida, ni se da impulso al parto del porvenir; ellos revisan las formas educativas del pasado ajeno, la vida compartida, la historia vivida, fundamental para definir la esencia y la naturaleza de la vida y posibilitar la convivencia. “No está el mañana ni el ayer escrito”, de Machado, encuentra todo su sentido en su encuentro diario con el magisterio de la educación. Nuestro orgullo está en su fragua de saber y valores que comparten en el día a día para producir cultura y parto del porvenir.
Gorgias, dice: “nada existe, pero si por algo existiese es incomprensible y, si se comprende es incomunicable”. Sexto Empírico, acredita esfuerzo por comprender el pensamiento de Gorgias: “pretendió sostener que lo que comunicamos no son las cosas sino el discurso de las cosas”, (Sexto Empírico, vidas de los Sofistas, pp. 298-299). Lucerito y Nacho bordan en su menester educativo la diferencia entre lenguajes racional y mítico. Leer y educar en una misión que hacen con sentido ético, instruir la comprensión de lenguaje y realidad, los separan, uno re-presenta a la otra; su funcionalidad es re-presentar la realidad, una cosa es el significado y otra lo significado, ahí se produce la expresión subjetiva de lo vital, la experiencia de aquello que se considera real, lo que borda las ideas y la realidad de manera mediatizada. El lenguaje mítico, en cambio, pierde el re en esa partitura, presenta a secas la realidad misma: realidad y palabra son idénticas. De ahí su eficacia mágica, las palabras son responsables de los acontecimientos. Esa didáctica la aprendieron de su Mamá cuando les presentó al “Unicornio azul”, en relato y en monumento ubicado en la intimidad familiar.
Otro desvelo de sus lecturas. Encontraron palabras bellas, trascendentes, cuya fuerza abrió su yo para encontrar la fuerza espiritual de sus anhelos y su acontecer cotidiano. Con esa base epistémica leen y educan, fortalecen las palabras, ideas y conceptos, recursos intelectuales necesarios para auditar el pasado, confirmar el ahora y proyectar el porvenir. El mundo aparece como algo muy complejo que no está controlado por las leyes racionales y naturales que promulgase Newton, lo efímero se apodera de los acontecimientos. Luce y Nacho, logran en cambio que las virtudes de compromiso, responsabilidad, coherencia, prudencia, configuren una creencia, que el humanismo se haga ligero desde el aula y el conversatorio educativo. Mediante su ministerio de leer y educar se han enfrentado al sujeto que comprende su propia inestabilidad psíquica y la futilidad de sus intentos por llegar a cualquier tipo de verdad definitiva o permanente, se han situado desde la pedagogía en una encrucijada epistemológica, un acertijo indescifrable derivado de la especialización inconexa del conocimiento, desde la que se predica la construcción de un mundo nuevo, más bonito que este.
Deberán participar con nuevas generaciones en la enmienda de los errores cometidos por manipulación política y sus posverdades. Sin embrago tenían derecho a otra alternativa. ¡Una ética disculpa!