ACEPTÉMOSLO. Trasladarse de un lado a otro en Ciudad de México y otras urbes del país se parece más a una odisea de lo que nos gustaría. Ruido, cruces peligrosos, faltas al reglamento, autos a vuelta de rueda, inseguridad, banquetas imposibles, falta de espacios para ciclistas y accidentes viales.
¿Cuál es la causa de todo este caos? Son varias en realidad, pero una de las principales es la mala distribución del espacio público y la enorme prioridad que se les da a los autos. Y no solo es cuestión de tránsito, esto también incide en la seguridad y la economía de la ciudad, e incluso en nuestra salud mental y física.
Una de las posibles soluciones son las llamadas calles completas. Estas son vías diseñadas para que todos los habitantes de una ciudad —sin importar su modo de traslado, edad o capacidad de movimiento— puedan convivir y transitar de forma segura, accesible, eficiente y justa. Su objetivo es que el espacio vial sirva a todos por igual y no solo para los autos.
“La idea es dar espacio a todos los modos de traslado, principalmente aquellos a los que la mayoría de la población tiene acceso: caminata, la bicicleta y el transporte público. Todos tenemos el mismo derecho a movernos y necesitamos calles que lo faciliten”, detalla Santiago Fernández, gerente de investigación y desarrollo urbano del Instituto de Políticas para el Transporte y el Desarrollo (ITDP) en México.
EL MONOPOLIO VIAL DE LOS AUTOS
Pese al tránsito y los costos que implica, el automóvil puede significar comodidad y cierto sentido de seguridad, pero las calles no se pensaron para los autos, en realidad las hemos obligado a funcionar así.
El arquitecto y diseñador urbano Patricio Ruiz señala que, al adaptar las calles para dar prioridad a los autos, se incrementa el flujo vehicular, pero no necesariamente el peatonal, que es el que le da la vida a la calle.
“Sacrificas la movilidad de los demás modos de transporte. Entre más permitas la velocidad, más agresivas y ruidosas se vuelven las calles, esto causa que menos personas las transiten y se vuelvan más inseguras. Se priorizan las grandes vías, pero no la vida pública”, detalla.
Ruiz explica que hay que entender la movilidad en términos de justicia y equidad. Una calle que no sirve para caminar, para que transiten los niños, las personas de la tercera edad, los que se mueven en bici, o para andar en silla de ruedas, es una calle que se vuelve excluyente y que discrimina a muchos usuarios.
Para combatir esta problemática vial necesitamos que nuestra ciudad incluya a todos sus ciudadanos. “La vida de la ciudad sucede en las calles, si le quitas esa posibilidad, le quitas la vida”, sentencia Ruiz.
¿Qué ganamos al hacer calles más incluyentes? Que la ciudad se vuelva más atractiva para habitarla, transitarla y relacionarnos con otras personas. Además, una vida pública atractiva también incentiva la economía de la ciudad, pues permite la interacción y el comercio, además del intercambio social y cultural.
Todo lo anterior también puede implicar mayor seguridad. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), México ocupa el séptimo lugar mundial en muertes por accidentes viales. Un promedio de 32 muertes al día, según el Secretariado de Seguridad Pública.
Las calles que toman en cuenta otros tipos de movilidad, además del auto, son más tranquilas, con velocidades menos agresivas y cruces más seguros para todos, lo que podría incidir en el número de accidentes viales.
EL PAPEL DE LAS CALLES COMPLETAS
Crear calles completas consiste en rediseñarlas para redistribuir el espacio público. Estas vialidades posibilitan que las personas aprovechen mejor su tiempo, reduzcan su gasto en transporte, mejoren su salud y disfruten de la vida urbana.
LAS CALLES COMPLETAS:
1. Permiten más opciones para transportarse.
2. Mejoran la eficiencia y capacidad de las calles.
3. Aumentan la seguridad vial.
4. Impactan positivamente en la economía local.
5. Promueven un menor uso del auto, lo que reduce la contaminación ambiental.
6. Incentivan la actividad física, ya que más personas pueden caminar y andar en bici.
7. Mejoran las relaciones sociales de los habitantes.
En Ciudad de México tenemos un par de ejemplos: Paseo de la Reforma, en el tramo de Mariano Escobedo a Ricardo Flores Magón, en el que además de banquetas adecuadas, hay ciclopista confinada y carril exclusivo de Metrobús.
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Otro es el del Eje 3 Oriente, Eduardo Molina, entre la Avenida Río de los Remedios y San Lázaro, donde se ampliaron banquetas, se colocó ciclopista y se definieron carriles exclusivos para la Línea 5 del Metrobús.
La Secretaría de Obras y Servicios de la Ciudad de México (Sobse) ha señalado la posibilidad de convertir otras vialidades —como Viaducto Tlalpan e Insurgentes— en calles completas, o habilitar ciertas medidas para mejorar la movilidad de todos los ciudadanos.
Sin embargo, se requiere de una amplia y detallada planeación para analizar las capacidades y funciones de cada espacio, para así poder alcanzar un reordenamiento acorde y específico en cada uno.
En Tlalpan, por ejemplo, ya se cuenta con la L2 del STC Metro. Se requeriría analizar el espacio destinado a los autos y buscar mejores espacios para camiones, autobuses, ciclistas y peatones; además de optimizar intersecciones y cruces, plantea el organismo.
NO SE NECESITAN OBRAS ENORMES
Con lo anterior, pareciera que el problema solo se solucionará con grandes obras y enormes inversiones, pero no es así.
Hablar de calles completas es una manera muy visual de entender la repartición equitativa del espacio público, pero solo es parte de una amplia red de acciones para lograr calles más justas para todos.
El control de la velocidad también es fundamental y tiene mucho que ver con la seguridad vial y pública. Además, se necesitan semáforos adecuados: no todos pueden cruzar cinco o seis carriles en 15 segundos. Mejorar banquetas, dar clases de manejo, leyes que aseguren el uso correcto y ordenado de los espacios, son también parte de la solución.
Patricio Ruiz apunta que el problema también radica en que el Plan Nacional de Desarrollo (PND) no le da la importancia necesaria a la creación de espacios públicos inclusivos y eso influye directamente en el presupuesto destinado a ello.
“No hemos entendido el costo que tiene la movilidad en nuestra salud mental y física. El que una persona espere dos horas en el tránsito para moverse 10 kilómetros es una locura. Necesitamos un cambio en la manera en cómo vemos nuestras calles. Si no cambiamos de rumbo, lo que nos queda es la perdición”, concluye Ruiz.