Tal parece que Estados Unidos entendió mal a China y por ello debe cambiar el curso ahora. La moneda –la tecnología 5G– está en el aire.
SE HA HECHO MÁS y más obvio que las estrategias estadounidenses para lidiar con China no funcionan.
Por años, hemos visto el sector fabril de Estados Unidos emigrar lentamente al este. Y justo ahora vemos a China (a través de la gigantesca compañía de telecomunicaciones Huawei) tratar de dominar el despliegue mundial de la tecnología 5G. Muy pronto podríamos estar operando en un mundo en el que la internet como la conocemos sea mantenida y controlada por un país comunista totalitario.
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Nuestras estrategias están fracasando porque no están basadas en la realidad, sino en dos mitos clave. Hace décadas, nosotros —y me incluyo— nos vendimos una versión fantasiosa de China. La verdadera es mucho más formidable y peligrosa de lo que queríamos creer. Exploraré esta nueva realidad en un libro que estoy escribiendo, titulado Trump Versus China: America’s Greatest Challenge [Trump contra China: el reto más grande de Estados Unidos, título no oficial].
En parte, nuestra lectura incorrecta se basó en nuestra arrogancia e ilusiones, y en parte en una estrategia china deliberada de engaño, una política de mostrarnos una cara que parecía simpática, razonable y poco amenazante.
Por ejemplo, en 1979, un sonriente Deng Xiaoping fue fotografiado usando un sombrero vaquero en un rodeo en Texas. La fotografía suavizó la imagen de Deng en Occidente y ayudó a compensar las advertencias de docenas de eruditos y analistas de inteligencia sobre sus intenciones reales. Ayudó a oscurecer el hecho de que Deng ayudó a fundar el Partido Comunista Chino en 1921, pasó un año estudiando leninismo en Moscú y dedicó toda su vida a la dictadura comunista.
En cuanto a la soberbia estadounidense, creció de nuestra riqueza y poder militar, así como de lo decisivo en el colapso de la Unión Soviética. A principios de la década de 1990, cuando algunos eruditos y políticos estadounidenses proclamaron un nuevo orden mundial, parecía obvio que los inmaduros y económicamente subdesarrollados chinos de modo inevitable tendrían que aprender a adaptarse a los valores liberales y el Estado de derecho que, pensábamos, empezaba a dominar al mundo. Los discursos históricos de Deng en 1982 pidiendo que China favoreciese los mercados abiertos y los resultados económicos por encima de la ideología se dieron durante el punto máximo de esta ilusión del “fin de la historia”.
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Todo esto nos ayudó a creer que tener a decenas de miles de estudiantes chinos en las escuelas superiores y universidades estadounidenses los infectaría de una pasión por la libertad. También nos ayudó a convencernos de que admitir a China en los sistemas basados en normas como la Organización Mundial de Comercio harían que respetase más la ley, y que conforme China desarrollase su propia propiedad intelectual, empezaría a proteger —en vez de robar— las ideas. También yo creí estas cosas. Apoyé la entrada de China en la OMC cuando serví en el Congreso, aunque se unió oficialmente después de que me fui.
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Mientras tanto, los que llamábamos expertos nos dieron una imagen distorsionada de la historia y cultura china, en la que China era un país relativamente pacífico que históricamente no había representado una amenaza para sus vecinos. Incluso hoy, hay un bloque de eruditos que argumenta que China es —a lo más— una potencia regional sin grandes ambiciones o capacidades mundiales.
MITO 1: CHINA QUIERE CAMBIAR
Hay un hecho muy sencillo y fundamental con el que nadie en los gobiernos occidentales o los medios noticiosos quiere lidiar.
El líder notablemente inteligente, duro y motivado de China, Xi Jinping, es el secretario general del Partido Comunista Chino, presidente de la Comisión Militar y presidente de la República Popular de China, en ese orden. Cuando nos referimos a él, como siempre lo hacemos, como presidente Xi, estamos distorsionando la realidad.
La base principal del poder de Xi es el Partido Comunista Chino. Dado que las fuerzas militares son un instrumento del partido, y el partido define toda la política, el papel de secretario general es mucho más poderoso que el papel de presidente. Muy pocos estadounidenses entienden el papel central o el poder del partido.
El Partido Comunista Chino hoy tiene alrededor de 90 millones de miembros, una cifra mayor a la de los ciudadanos de Alemania. Es más grande que las poblaciones combinadas de California, Florida y Texas. Tiene miembros prácticamente en todas partes de China. Toda compañía importante que opera en el país está obligada a establecer células del partido. Toda comunidad tiene miembros del partido involucrados en la toma de decisiones. El secretario general se halla en la cima de este sistema y, por lo tanto, es enormemente poderoso.
El Partido Comunista Chino es radicalmente diferente de cualquier concepto estadounidense de un partido político. Desde su fundación, en 1921, ha sido un partido leninista, y desde el colapso de la Unión Soviética, los estadounidenses han olvidado lo que es el leninismo y por qué es tan peligroso.
Lenin fue uno de los revolucionarios más dedicados y curtidos en la historia. Él tomó la doctrina intelectual del marxismo y la convirtió en un plan de acción para un Estado policiaco totalitario, en el que el partido era dominado por un líder supremo y en el que el terror y la tortura eran instrumentos cotidianos de política. Stalin perfeccionó el sistema de Lenin (y los nazis y otros tomaron prestadas muchas de sus ideas), pero la mente maestra fundadora fue Lenin.
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Cuando los primeros comunistas chinos buscaban un modelo en la década de 1920, estudiaron a Lenin. Luego, fueron influenciados profundamente por la Historia del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética: Curso breve, de Stalin, el cual, a pesar de ser prácticamente ilegible, fue el libro de más amplia circulación en la Unión Soviética en la década de 1930. El leninismo todavía está en el centro del sistema chino.
Segundo, los predecesores de Xi, Deng y Jiang Zemin, usaron la presidencia de la Comisión Militar como la base de su poder. El Ejército Popular de Liberación tiene un papel mucho más importante en China de lo que entiende la mayoría de los occidentales. De hecho, fueron en parte las fuerzas militares las que terminaron la Revolución Cultural y detuvieron la agitación y el derramamiento de sangre que Mao Zedong desató de 1966 a 1976.
Los estadounidenses deben recordar que cada vez que negocian con China, negocian con un Estado leninista que está bajo un control centralizado, tiene una voluntad despiadada de mentir a los extraños y purga constantemente a sus disidentes. Todo alto líder chino que ha defendido abrir el sistema de una manera significativa se ha visto aislado. Varios han terminado en arresto domiciliario de por vida. Fue este enfoque en el control centralizado en el modelo leninista lo que hizo casi inevitable la represión violenta de las manifestaciones de 1989 en la Plaza de Tiananmén.
Solo cuando me percaté de cuán profunda y sinceramente Deng era leninista me di cuenta de cuán ingenuo —de hecho, tonto— era pensar que sus llamados de una economía de mercado era un paso hacia una sociedad libre. Caí en la cuenta de que Deng decía que una economía de mercado era necesaria para preservar el monopolio del Partido Comunista, no cambiarlo o acabar con él.
MITO 2: CHINA ES INTRÍNSECAMENTE PACÍFICA
Además de nuestro mal entendimiento de la influencia clave de Lenin en los líderes de China, muchos de nosotros en Occidente también trabajamos bajo la ilusión de que, antes de hacerse comunista, China era un país intrínsecamente pasivo, pacífico o encerrado en sí mismo. Es asombrosa la cantidad de los llamados expertos que continúan usando esta ilusión para argumentar que no tenemos que preocuparnos de China. La idea no tiene fundamento en la historia reciente ni en la antigua de China.
Históricamente, la nación china emergió de un periodo de 250 años de “los reinos combatientes”. Este tiempo de guerra constante terminó cuando Ying Zhen, de la dinastía Qin, unificó a China al conquistar los últimos reinos libres en 221 a. C. Ying creó un nuevo título para sí mismo, el cual se traduce como emperador, convirtiéndose de hecho en el único líder de lo que habría de conocerse como China (por la dinastía Chin, o Qin, que la unificó).
Podemos decir algo de qué tipo de emperador fue él con los preparativos que hizo para la otra vida. Ying construyó una necrópolis para sí mismo de la que se calcula que abarca 61 kilómetros cuadrados, rodeada por un foso de mercurio venenoso y resguardada por 8,000 guerreros de terracota de tamaño real.
La larga era de guerra llevó a muchísimos pensamientos y escritos sobre cómo ganar guerras y evitar perderlas. El libro más famoso que resultó de todo ello es El arte de la guerra, de Sun Tzu, escrito alrededor de 500 a. C. Este es un recuento clásico de cómo usar el soborno, el espionaje y la guerra psicológica para minar a tu enemigo. “Someter al enemigo sin pelear es la cima de la habilidad”, escribió Sun Tzu.
Incluso después de la unificación, la historia china está llena de conflictos. La última dinastía imperial, la Gran Qing, creada por los manchúes con conquistas que empezaron en 1636, fue una de las más agresivas. Expandió considerablemente a China hacia el oeste. Muchas de estas áreas, en las que los lugareños se rebelan actualmente o están muy descontentos (por ejemplo, Tíbet o los uigures), fueron añadidas por los Qing durante sus primeros 200 años en el poder. La dinastía de Qing fue expansionista y cambió su enfoque a defenderse en contra de los extranjeros solo después de la primera Guerra del Opio en 1842.
El periodo desde 1842 hasta el anuncio de la República Popular de China por Mao en 1949 fueron 107 años de prácticamente lucha constante, rebelión y guerra civil. Y después de que los comunistas asumieron el poder, sus políticas —como el Gran Salto Adelante (millones murieron de hambre) y la Revolución Cultural (millones fueron enviados al campo para ser reeducados)— crearon nuevos tipos de agitación y sufrimiento. Difícilmente la imagen plácida que los eruditos y observadores de China presentan muy a menudo.
PRIMEROS PASOS HACIA UNA POLÍTICA REALISTA CON CHINA
Antes de que podamos arreglar nuestro enfoque sobre China, debemos cambiar nuestra visión de China. Debemos aceptar que los chinos tienen un compromiso hondo con ser chinos —no occidentales— y en conservar a su sociedad como leninista. No les interesa la apertura al estilo estadounidense o en una evolución política ajena a su sistema actual.
También debemos reconocer que, con 1,400 millones de personas, China será un importante competidor mundial. Cualquiera que piense que China puede seguir siendo una potencia regional está ciego a lo que está sucediendo en realidad. Los chinos necesitan minerales, energía, alimentos y otras materias primas, y esto requiere de un comercio mundial y un sistema de inversiones. La Iniciativa del Cinturón y la Ruta, la cual implica inversiones chinas en infraestructura en todo el mundo, inevitablemente llevará a extensiones del poder chino alrededor del planeta.
La historia reciente apoya los miedos de la firmeza china. Por ejemplo, China desde hace mucho ha reclamado la mayoría del Mar de la China Meridional. En su búsqueda de esto, ha empezado a construir islas artificiales. Ante la ausencia de una confrontación importante, hay una posibilidad real de que China use esta táctica para aumentar considerablemente su tamaño. Esto encaja a la perfección en el modelo de Sun Tzu de triunfar sin pelear.
De forma similar, China está lista para derrotar a Occidente si Estados Unidos no evita que controle la tecnología 5G. Ello sería la más grande derrota económica y estratégica que hayamos sufrido en generaciones. Si nuestros líderes no se muestran a la altura, pronto podríamos vernos en un mundo dominado por los chinos. Entonces, las diferencias entre nuestras dos civilizaciones serían dolorosamente claras.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek