Cambio climático. Atención médica. Infraestructura deteriorada. Es indiscutible que algunas compañías son codiciosas y perversas. Sin embargo, debido a la persistente falta de voluntad política, las grandes corporaciones podrían ayudar a salvarnos de nosotros mismos… como han hecho siempre.
Vamos a reconocer algo antes de que protestes: a veces las corporaciones hacen cosas malas.
También a veces sus acciones son intencionales. Pero a veces no lo son y, de cualquier manera, causan daños. Fue muy malo que Volkswagen creara un software para que sus autos contaminantes pasaran pruebas de emisiones. Algo equivalente hizo Turing Pharmaceuticals cuando, en 2015, incrementó el precio de un medicamento utilizado para combatir el VIH (de alrededor de 14 dólares por dosis a 750 dólares cada pastilla). O cuando United Airlines bajó a un pasajero del avión para que lo ocupara un miembro de la tripulación que debía trabajar en otro vuelo. Cualquiera se siente violado cuando corporaciones como Facebook entregan información privada a comercializadores y operativos políticos; o cuando el ex-CEO de Sun Microsystems descarta nuestras inquietudes argumentando: “En todo caso, tienen cero privacidad. Así que no se quejen más”. Y mientras todos buscamos la manera de reducir nuestros pagos de impuestos, es injusto que —según cuentan— Amazon y demás megaempresas no contribuyan al fisco.
En el peor de los casos, las corporaciones son criminales; y en el mejor, arrogantes y despreciables. Como dijera el gran basquetbolista Wilt Chamberlain: “Nadie vitorea a Goliat”.
Las corporaciones están condenadas por lo que hacen, por lo que dejan de hacer y por lo que debieron hacer. Y es un error. Aunque las campañas presidenciales estadounidenses despotriquen hasta el 3 de noviembre de 2020, el hecho es que las empresas pueden salvarnos. Una verdad muy profunda e inconveniente yace bajo el listado de delitos y titulares cotidianos, los tuits y las publicaciones en Instagram: las corporaciones hacen muchas cosas buenas. Y no nos referimos a la filantropía corporativa, una proporción estadísticamente insignificante de todo lo que hacen.
Empecemos por los fármacos que salvan vidas. Hasta 2017, había un cuarto de millón de muertes anuales por hepatitis C. Hoy día es posible curar a 95 por ciento de los infectados. También proporcionan alimento, ropa y refugio de calidad a precios que la mayoría podemos pagar. En 1798, T. J. Malthus vaticinó una hambruna masiva debida al crecimiento poblacional, pero hoy disponemos de suficiente comida para alimentar un mundo con ocho veces la población actual. Las corporaciones nos brindan transporte, comunicación y entretenimiento. Vuelven nuestro mundo más seguro y limpio. Y se ocupan de las tareas que los demás nos negamos a hacer.
Las corporaciones cambian con nosotros. PEG África, filial de una gran corporación francesa, ofrece créditos para sistemas residenciales de energía solar en África occidental, y esos sistemas sustituyen combustibles costosos y contaminantes —como el queroseno y la leña— por energía gratuita y limpia. Cada año, la estadounidense Alcoa recicla casi 600,000 toneladas de aluminio, y utiliza menos de 5 por ciento de la energía necesaria para transformar el mineral en metal. Nike reutiliza más de 5,000 millones de botellas de plástico de los basureros, y 75 por ciento de sus productos contiene materiales reciclados. Desde hace más de 20 años, IBM ha brindado prestaciones de salud a las parejas del mismo sexo. En 2014, CVS dejó de vender cigarrillos, lo que repercutió en una pérdida de ingreso de más de 2,000 millones anuales. Y a raíz de la matanza escolar de Parkland, Florida, Dick’s Sporting Goods retiró las armas de asalto de sus tiendas y las destruyó.
La humanidad enfrenta muchos problemas apremiantes: cambio climático, atención médica asequible, seguridad de datos, creación de empleos bien remunerados que reemplacen las plazas perdidas por la automatización y la tecnología artificial, cuidado de los ciudadanos añosos que padecen de demencia, y muchos más. Alguna vez pedimos soluciones a los gobiernos, y nos proporcionaron remedios como el seguro social, el sistema de autopistas interestatales y los derechos civiles. Sin embargo, los federales ya no asumen problemas grandes debido a la falta de voluntad política, al dinero o una combinación de ambos. Por otra parte, el ritmo del cambio es tan acelerado que las soluciones gubernamentales siempre se quedan rezagadas, como ocurrió cuando los derivados financieros causaron el colapso de 2008 en Estados Unidos.
Alguien o algo tiene que salir al rescate. Y ese algo son las corporaciones. Porque justo eso hacen: no obstante los motivos, solucionan problemas que necesitan solución.
Las corporaciones son parte tan importante de nuestras vidas que pareciera que siempre han existido, pese a que son una creación más o menos moderna. Hasta la primera mitad del siglo XIX, el proceso para crear una corporación era muy prolongado y complejo, y los inversionistas tenían que hacerse cargo de toda la deuda. Pero en 1855, Inglaterra aprobó la legislación que creó la responsabilidad limitada y, así, la cantidad de corporaciones y su alcance operativo crecieron al punto de que las grandes multinacionales representan hoy un tercio de la actividad económica global. Las corporaciones son muy útiles cuando lo que importa es el tamaño (lo que los economistas denominan “escala”), y el tamaño se refleja en muchos aspectos, desde fabricación, distribución y publicidad hasta investigación y desarrollo. Y las grandes empresas han sido extraordinariamente eficaces en esfuerzos de gran escala, como tender cables intercontinentales o construir ferrocarriles.
De hecho, las corporaciones se han vuelto tan grandes y tan eficaces que damos por descontado que pueden hacer lo que sea. Pero no es así. Por ejemplo, ni siquiera la publicidad masiva puede obligar a los consumidores a comprar lo que no quieren. McDonald’s desembolsó millones de dólares para desarrollar y promover menús saludables, pero en 2013, el entonces CEO, Don Thompson, confesó que no podía vender zanahorias y ensaladas. En 2010, Campbell Soup Co. reformuló más de 60 por ciento de sus sopas condensadas para reducir el contenido de sodio, y muy pronto perdió su participación de mercado frente a Progresso, así que tuvo que reintroducir la sal. Pregunta a los fabricantes de automóviles que invirtieron miles de millones de dólares en la construcción de autos pequeños con eficiencia de combustible, y luego descubrieron que los estadounidenses solo tienen interés en la potencia y en la capacidad de carga.
Las empresas no pueden ignorar a los consumidores, y tampoco las tecnologías novedosas que incrementan la productividad o la realidad competitiva. Pero pueden hacer muchas otras cosas.
Tomemos el caso del cambio climático: un problema muy difícil de resolver por su magnitud, urgencia y costo, y porque exige el esfuerzo coordinado de todos los países. Una solución estriba en reducir nuestra dependencia de los combustibles fósiles, y las corporaciones encabezan las iniciativas para expandir nuestras fuentes de energía alternativa. Si bien con cierta renuencia, hasta las grandes petroleras han invertido más de 6,000 millones de dólares en energías renovables. Mientras que, en el frente del carbón, la canadiense Carbon Engineering está creando prototipos de enormes lavadoras industriales que extraerán dióxido de carbono del aire. Ese proyecto obtiene fondos de Bill Gates y Chevron, y una vez que la tecnología se apruebe y haya que escalarla, muchas empresas serán las herramientas idóneas para esa tarea.
Hablemos de inmigración. Nadie sale de su patria y camina 1,500 kilómetros con sus hijos, o intenta cruzar el Mediterráneo remando en una embarcación frágil plagada de fugas, solo por gusto. Quienes lo hacen están tan desesperados que no dudan en escapar de la pobreza de sus países. En este preciso momento, estamos viendo lo que pueden hacer las corporaciones para evitar que la gente abandone su hogar. Ruanda es una nación africana pequeña (12.2 millones de habitantes), sin litorales ni recursos, y en plena recuperación de una guerra civil brutal que concluyó en 1994. Pese a ello, ha dado entrada a las corporaciones y muchas de ellas, como Visa, ya tienen una presencia significativa en el país. De hecho, Visa está construyendo la infraestructura para pagos electrónicos; está creando servicios locales para procesar pagos; y está proporcionando educación financiera. Además, ofrece aplicaciones móviles para llevar los servicios bancarios a las personas tradicionalmente ajenas a la banca, como las mujeres que perciben dos dólares diarios. El producto interno bruto de Ruanda es de 2,100 dólares per cápita. Poca cosa comparada con el estándar estadounidense. Pero representa el triple del PIB per cápita de la vecina Burundi, cuyo tamaño es similar y padece de la misma falta de recursos e historia de guerra civil.
Analicemos un problema mucho más inmediato. Muchos estadounidenses temen que las corporaciones sean una amenaza para la democracia, aunque la realidad es que la democracia está más protegida gracias a las corporaciones. La Primera Enmienda impide que el gobierno suprima el “discurso de odio”, pero al responder a sus consumidores y usar su voto económico, las corporaciones confieren voz a los ciudadanos. Por ejemplo: Variety afirma que, como reacción a comentarios antiinmigrantes, unas 20 compañías retiraron su publicidad del programa de Tucker Carlson que transmite la cadena Fox. Por otra parte, los líderes corporativos se cuentan entre los pocos personajes públicos capaces de enfrentar a los políticos extremistas. Aunque, en términos generales, estos enfrentamientos se han limitado a la extrema izquierda, en 2017 la revista Fortune publicó un listado de los CEO que enfrentaron a Donald Trump cuando el presidente respondió a la marcha nacionalista blanca de Charlottesville, Virginia, diciendo: “Hay gente muy buena en ambas partes”. El listado de los CEO incluyó a Jamie Dimon, de JPMorgan Chase; Kevin Plank, de Under Armour; Satya Nadella, de Microsoft; Kenneth Frazier, de Merck; Doug McMillon, de Walmart; y Mark Zuckerberg, de Facebook. Es más, cuando renunció al Consejo Estadounidense de Manufactura de Trump, Frazier escribió en su cuenta de Twitter: “Tengo la responsabilidad de pronunciarme contra el extremismo”.
Microsoft, Amazon y Expedia hicieron lo propio al apoyar la demanda del estado de Washington contra la Orden Ejecutiva 13769, mejor conocida como “Prohibición de viaje para musulmanes”. Corporaciones y tribunales son los únicos que tienen la capacidad para revocar leyes opresivas tanto federales como estatales. En 2017, Reuters informó que Carolina del Norte abrogó la “legislación de baños” contra las personas transgénero debido, en buena medida, a la presión económica que ejercieron Deutsche Bank y PayPal. Entre tanto, Freedom for All Americans —organización por los derechos de los homosexuales— acredita a empresas como Apple, Salesforce.com y Angie’s List por haber debilitado un proyecto legislativo de Indiana, conocido como “libertad religiosa”, el cual permitía que cualquier empresa se negara a dar servicio a las parejas gais y lésbicas. Cuando se promulgó dicho proyecto legislativo, Angie’s List anunció, inmediatamente, que detendría la expansión de su sede en Indianápolis, para la cual había destinado 40 millones de dólares. Su respuesta hizo que los políticos prestaran atención.
En cuanto a la creación de buenos empleos, muchas corporaciones grandes (algunas, bajo presión) están ofreciendo salarios base muy superiores al salario mínimo. A decir de Marketplace, esas empresas incluyen a Amazon, Bank of America, Costco, Target y Walmart. Bank of America ha adquirido el compromiso de pagar 20 dólares por hora para 2021; y en 2018, Allstate anunció una inversión de 40 millones de dólares para capacitar a sus empleados en la economía cambiante, una iniciativa que lanzaron los ejecutivos de United Technologies Corp., quienes consideraron inevitables los despidos debido a los ciclos tecnológicos y económicos, así que financiaron esfuerzos de “recapacitación” para que sus trabajadores estuvieran mejor preparados.
Cabe esperar que las corporaciones hagan más a futuro. Y debemos confiar en que lo harán, pues están llenando el vacío que ha creado un gobierno ineficaz.
Esto no significa que debamos abandonar nuestra desconfianza de las corporaciones. Como dijera Ronald Reagan: “Confía, pero verifica”.
Hay legislaciones y normas que rigen el comportamiento de las empresas —cientos de miles de ellas, según la Cámara de Comercio de Estados Unidos— y, aun así, es imposible evitar todos los errores y todas las fechorías, porque las corporaciones con más de 500 empleados dan empleo a más de 66 millones de personas. No obstante, cabe la posibilidad de sancionar sus trasgresiones, y a tal fin los estadounidenses tenemos un sistema judicial fuerte, así como una salvaguarda cada vez más firme y mucho más poderosa: las redes sociales. La opinión pública moldea el comportamiento corporativo. Criticada durante mucho tiempo por sus condiciones de trabajo en el extranjero, Nike comenzó a auditar sus fábricas en 2002 para mejorar la seguridad y la salud ocupacional. La opinión pública es el “equilibrio de poderes” de nuestros tiempos.
Las grandes corporaciones de cotización pública se han granjeado el odio visceral de muchos liberales, y escucharás mucho de ese resentimiento conforme avancen las campañas presidenciales. Sin embargo, es hora de que reconsideremos nuestra postura.
Los tipos malos pueden ser nuestros mejores amigos.
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Sam Hill es empresario, ejecutivo de negocios y articulista, y sus opiniones han sido publicadas en Fortune, Harvard Business Review y Los Angeles Times. Es coautor del éxito de ventas estadounidense Radical Marketing. Inició su carrera en el Cuerpo de Paz.
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Hank Gilman es director editorial de Newsweek. Entre otros, fue editor adjunto de Fortune, autor de You Can’t Fire Everyone (Portfolio/Penguin), y cofundador de High Water Press LLC. Comenzó su carrera en Carolina del Sur, en The Beaufort Gazette.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek