Hay un gran cambio de paradigma que reconoce a la persona como un un sistema que merece ser tratado como un todo relacionado e interconectado.
Yo no soy tú, ni tú eres yo. Sin embargo, es muy probable que si tú y yo tenemos el mismo problema de salud el doctor nos trate de la misma manera. Esa ha sido la historia de los últimos 300 años en la medicina convencional moderna. Tratamos la enfermedad y no a la persona.
No siempre fue así. En la historia de la medicina recogemos el antecedente de que la comprensión de quién era y cómo estaba la persona, así como su historia, eran relevantes para el médico. Curiosamente estamos regresando, en un giro insospechado, a estas raíces históricas.
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El gran cambio de paradigma se dio a partir de que la ciencia médica reconoció que a quien estamos tratando (el humano) es un sistema y merecía ser tratado como tal, con todas sus partes integradas, relacionadas e interconectadas.
Como sistema, el organismo humano manifiesta patrones que son individuales. Cada uno de nosotros se mueve de una manera muy particular, en patrones biomecánicos corporales únicos; las moléculas, hormonas, neurotransmisores que viajan por nuestros fluidos corporales también expresan un patrón bioquímico individual.
Asimismo, la manera de expresarnos cognitiva y afectivamente denota una huella muy personal que permite incluso entrenar modelos de inteligencia artificial para detectar sentimientos en el conjunto de nuestras palabras, expresiones faciales y hábitos de consumo de contenidos de internet.
Si bien las empresas de tecnología han tomado la ventaja en la aplicación del reconocimiento y aprovechamiento de estos patrones, en la práctica de la medicina vamos más lento y aun la personalización está muy lejos de los hospitales y las clínicas gubernamentales y privadas.
El modelo médico actual se basa en una postura filosófica llamada reduccionismo positivista, en la cual aislar, separar y, a través de datos “positivos”, inferir conclusiones son la base para establecer procedimientos seguros, estandarizados según las enfermedades y evitar reacciones descontroladas y adversas a los tratamientos médicos. Este enfoque, sin embargo, no ha permitido una compresión sistémica de por qué algunas personas aún reaccionan negativamente a intervenciones probadamente seguras en otros.
Nuevos horizontes
Afortunadamente se abren nuevos horizontes cuando se incluye la novedosa ciencia de sistemas biológicos, la cual estudia cómo lo que le sucede a un individuo no es solo algo aislado que afecta a un órgano, sino que afecta todo su sistema de manera única; si queremos mejorar resultados para realmente prevenir y tratar las enfermedades necesitamos más datos precisos no solo de la enfermedad que tiene la persona, sino de quién es esa persona.
Avances recientes en la genómica permiten conocer e incluso predecir la respuesta única de individuos a ciertas condiciones climáticas, a infecciones por microorganismos e, incluso, a fármacos y tóxicos ambientales. Esta nueva revolución de la medicina que toma como bandera la personalización aprovecha todo lo que hemos aprendido de la investigación puntual y precisa para dirigir la mirada ahora al individuo y establecer un entendimiento no solo de qué le pasa hoy, sino cómo puede llegar a un punto de desbalance como es la enfermedad.
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Ninguno de estos enfoques excluye los avances e intervenciones que requerimos en condiciones de enfermedades agudas o urgentes donde la toma de decisiones es inmediata, a veces conociendo muy poco de la persona, pero que permite estabilizar las variables vitales. Este tipo de intervenciones seguirá siendo necesario; sin embargo, hay que recordar que en los países desarrollados y en desarrollo son las enfermedades crónicas las que llegan a presentar casi un 80 por ciento de la incidencia y ahí el modelo de urgencias ha demostrado ya no ser suficiente.
En la era de la nueva medicina cada vez será más frecuente y habitual encontrar doctores que deciden tratar una alergia o un dolor de cabeza crónico con cambios en la alimentación, o que modifiquen un plan de tratamiento porque sabemos que una variante genética individual hace de difícil manejo la toma de cierto fármaco, o que recomienden tomar una sustancia natural como folatos para mejorar la respuesta biológica y la resiliencia en medio de cierto estilo de vida.
Ya hoy vemos iniciativas médicas que impulsan programas basados en la filosofía sistémica de río arriba (upstream medicine). Esta postura intelectual busca conseguir el mayor impacto posible en el sistema con la menor intervención, esto es, no tratar solo de aminorar los múltiples y cada uno de los síntomas que aquejan a una persona, sino ir a la causa raíz que los produce y, corrigiendo esta, conseguir eliminarlos de manera permanente.
Un área de clara aplicación de este modelo de pensamiento lo vemos en el creciente cuerpo de publicaciones científicas sobre el impacto que tiene la microbiota intestinal sobre una gama amplísima de funciones fisiológicas y cómo corregir los desbalances de esta es una puerta de entrada costo-efectiva para tratar y prevenir muchas enfermedades crónicas.
Los ejemplos del impacto biológico del estado de la microbiota intestinal sobre alergias, depresión, dolores crónicos, fatiga crónica, hipertensión arterial, obesidad, diabetes mellitus, cáncer, déficit de atención con hiperactividad, entre muchos otros son cada vez más numerosos y válidos e impulsan este tipo de nueva medicina que trata la raíz y no las ramas.
Aún más, no habría dos tratamientos de la microbiota intestinal idénticos porque no hay dos personas ni dos historias iguales. Hoy la tendencia va, más que a comparar la estadística de una persona contra un colectivo de otras como él, hacia compararlo consigo mismo en el tiempo; esto es, comprender el comportamiento de un individuo de manera que si conocemos sus tendencias genéticas, el estilo de vida y las variables ambientales a las que se expone, podríamos acercarnos a través de sus propios datos a la comprensión de cómo responde su sistema, más allá de que a esa respuesta se le llame obesidad, hipertensión o migraña.
Este escenario que suena casi futurístico no está tan lejano. Ya hoy existen centros y modelos de atención que comienzan a emplear el enfoque sistémico dirigido a la salud.
Es crucial, al mismo tiempo, que ocurra una necesaria transferencia de jerarquías como ha sucedido en otras industrias, donde se ha democratizado el acceso a bienes y servicios como el transporte, la información, los medios y el alojamiento.
A final de cuentas los datos que se necesitan de una persona son suyos y la riqueza de la individualidad ayudaría a que, sumando los datos de todos, la tecnología nos abra el camino a comprender el sistema humano, en un proceso que me gusta llamar crowdhealthing, en el que todos ayudamos a sanar a todos.