Es necesario enfrentar el desafío de China en ambos lados del Atlántico, y se le debe dar a Rusia la opción de unirse a Occidente o de enfrentar a China por sí sola.
VER a Vladimir Putin en cadena nacional amenazando con borrar del mapa la ciudad de Washington, D.C., de donde soy originario, es una experiencia inquietante, especialmente si se ve desde Moscú. Últimamente, el presidente ruso no ha tenido reparos en hacer alarde de sus nuevos y brillantes misiles, y al decir que puede usarlos en caso de ser necesario.
En su discurso, Putin lamentó el posible despliegue de misiles balísticos estadounidenses de alcance intermedio en Europa, donde estarían a tan solo cinco o siete minutos de alcanzar blancos como Moscú o el amado centro vacacional de Putin en Sochi. Aunque reafirmó que Rusia no sería la primera en desplegar los nuevos misiles de alcance intermedio en la región, advirtió que tomaría represalias de inmediato si Estados Unidos retomaba su postura nuclear anterior a 1987, cuando varios misiles Pershing estaban dirigidos al Kremlin desde Alemania.
Y parece que el menú de opciones de Rusia para tomar represalias está creciendo. El jefe del Kremlin alardeó del nuevo arsenal de misiles del país, entre ellos, el misil balístico hipersónico con capacidades nucleares y lanzado desde el aire Kh-47M2 Kinzhal (Dagger), el misil balístico pesado intercontinental Sarmat (SS-X-30 Satan 2), el misil crucero de propulsión nuclear 9M730 Burevestnik (SSC-X-9 Skyfall) y la cabeza nuclear hipersónica maniobrable Avangard; todos ellos muy difíciles de interceptar, si es que funcionan como se anunció.
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La apocalíptica lista no termina aquí. Putin también habló del nuevo dron submarino de Rusia, el Poseidón (Status 6). Con sus más de 19 m de longitud, se dice que el torpedo autónomo de propulsión nuclear está armado con una cabeza nuclear de 100 megatones, suficientemente poderosa para borrar completamente todo un estado de la costa de Estados Unidos, como Nueva York, por ejemplo.
Al igual que en el pasado, Putin centró sus invectivas contra Estados Unidos como el “principal adversario” de Rusia, calificando a sus aliados como “satélites chillones” y prometiendo atacar “centros de decisión” en caso de un ataque contra la Madre Rusia; es decir, ciudades como Washington, Bruselas, Londres, Varsovia y otras capitales. “Pueden hacer cuentas”, dijo Putin repetidamente, refiriéndose a sus enemigos geopolíticos. “Son racionales. Dejemos que calculen cuánto les tomaría a estas armas hipersónicas, lanzadas desde más allá de las aguas territoriales de Estados Unidos, alcanzar sus objetivos: menos de lo que les tomaría a los hipotéticos misiles estadounidenses llegar hasta Moscú”.
La ira de Putin fue desatada por la decisión del gobierno de Trump de salir del Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio. La Casa Blanca lo hizo después de que Rusia desplegó misiles con alcance prohibido por el tratado, en lo que fue una flagrante violación del mismo. El abandono del acuerdo, que fue un pilar de la arquitectura de control de armas de la posguerra, fue una de las pocas políticas estadounidenses que la canciller alemana Angela Merkel apoyó en su discurso en la Conferencia de Seguridad de Múnich, a la que yo asistí una semana antes.
Sin embargo, Merkel, quien renunció a la dirigencia del Partido Demócrata Cristiano y dejará el cargo en 2021, también lanzó devastadoras críticas contra el resto de la política exterior de Estados Unidos. Criticó a Trump por abandonar el Plan Conjunto de Acción Integral (el acuerdo con Irán, establecido en la era de Obama), por amenazar con imponer aranceles a los automóviles alemanes, y por anunciar abruptamente el retiro de Estados Unidos de Afganistán y Siria. En Múnich, había especulaciones entre antiguos encargados de la política de alto nivel en Estados Unidos, de que Trump quizás no respetaría los compromisos del Artículo 5 de la OTAN en relación con la defensa mutua o que se retiraría totalmente de la Alianza del Atlántico Norte. Esperemos que estos solo sean rumores de política partidista, y no una realidad.
La creciente división trasatlántica se hizo aún más evidente debido al embarazoso resultado de la Conferencia del Medio Oriente en Varsovia, encabezada por Estados Unidos, y realizada justo antes de Múnich. La “vieja” Europa, conformada por Francia, Alemania e Italia, envió una representación de bajo nivel, compuesta por viceprimeros ministros de Relaciones Exteriores, al evento realizado en Polonia y encabezado por el vicepresidente estadounidense Mike Pence y el secretario de Estado Mike Pompeo. En lugar de aislar a Irán, como era la intención, Estados Unidos parece haberse aislado a sí mismo. Mientras tanto, los intentos de Europa de dictar los términos de la política exterior y de seguridad de Estados Unidos, aunque no llegaron al grado de pagar por una defensa común, no hacen más que aumentar la división trasatlántica.
La discusión en Múnich entre Estados Unidos y sus aliados europeos se produjo en un momento inoportuno. Moscú no solo ha amenazado con bombardear Washington en ciertas circunstancias, sino que también ha dirigido sus ataques contra su propia oposición, considerándola como la “quinta columna” de Estados Unidos. Putin acusa a Occidente de espiar a Rusia al peinar toda la Internet, y su Duma prepara leyes sobre cómo desconectar de la Red Mundial de Información al segmento ruso de la Internet.
Mientras tanto, una estrategia conjunta a largo plazo y una amenaza sistemática acechan en el horizonte, la cual Washington, Moscú, Bruselas y Berlín prefieren pasar por alto: el crecimiento de China. Beijing podría estar detrás del colapso de la reciente Cumbre de Hanói. Históricamente, China ha utilizado a Corea del Norte como un ariete contra Estados Unidos, cosa que puede negar manera plausible. Por esta razón, dije que la reunión entre Kim y Trump estaba condenada al fracaso desde el principio: Beijing no iba a conceder una victoria a la Casa Blanca de Trump mientras estaba envuelta en una dolorosa guerra comercial.
Las repetidas reuniones realizadas en 2018 entre Kim Jong Un y el presidente chino Xi Jinping, así como el uso, por parte de China, de su poder económico como una estrategia de “palo y zanahoria” contra Pyongyang, indican que China es quien manda en la relación. Trump fue demasiado ingenuo al creer que podía lograr un acuerdo satisfactorio con Corea del Norte, dado el estado de las relaciones entre Estados Unidos y China. Esa misma ingenuidad ha permitido que China expanda sus esferas de influencia sin una respuesta adecuada por parte Estados Unidos.
En la conferencia del Instituto del Medio Oriente de la Universidad Nacional de Singapur, realizada en febrero pasado, en la que presenté un informe sobre la inversión en infraestructura en el centro de Asia, varios expertos analizaron los enormes planes de China para establecer una presencia estratégica desde Myanmar y Sri Lanka hasta Yibuti y Dubái.
Entre los objetivos de los enormes proyectos portuarios y de trenes de China no solo se incluye a la ciudad de Gwadar, en las costas de Pakistán, sino también a Egipto, Israel, Grecia y la República Checa. La Iniciativa del Cinturón Económico y la Ruta de la Seda del gobierno chino dará un nuevo formato al mundo como lo conocemos. China ya es el principal socio comercial de África. China ha suplantado a los mismísimos Emiratos Árabes Unidos como el principal inversionista en el Golfo. Dado que Estados Unidos está cada vez menos interesado en el petróleo y el gas del Medio Oriente, China, hambrienta de energéticos, tomará su lugar. Y no es exagerado sugerir que, justo como en el caso del Imperio Británico y Estados Unidos, los soldados irán detrás de las mercancías.
China utiliza todas las herramientas del arte de gobernar, entre ellas, el comercio, la inversión, las finanzas, la seguridad, la infraestructura y el turismo. Como se ha señalado antes, Beijing juega una partida de Go, un juego paciente y complejo, cuya intención es controlar el máximo territorio durante una gran cantidad de tiempo, en oposición al pensamiento táctico, relativamente lineal, que dicta los movimientos del ajedrez. Ese país actúa según un calendario de 50 años. Por otra parte, Washington responde con un débil intento de armar una variopinta coalición entre Japón, Australia, Taiwán y posiblemente India, con una respuesta amplia y dispersa, principalmente militar, que en el mejor de los casos, no hará más que irritar a Beijing.
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En la reciente reunión sobre estrategia del germano-estadounidense Grupo Loisach en la Conferencia de Seguridad de Múnich, quedó claro que los europeos deben decidir si están en contra o a favor de Estados Unidos. Como están las cosas, Trump no está seguro de si Francia y Alemania siguen siendo aliados de su país.
Ambos lados del Atlántico necesitan enfrentar el desafío planteado por China y llevar su coordinación al siguiente nivel. Se le debe dar a Rusia la opción de unirse a Occidente o de enfrentar a China por sí sola, una escalofriante probabilidad para una nación nueve veces más pequeña en cuanto a su población, con un Producto Interno Bruto 10 veces menor y con una frontera compartida de más de 4,000 km. De manera absurda, parece que Putin está tan cegado por su propio desprecio a Estados Unidos que está dispuesto a entregar su país a su vecino, hambriento de recursos.
Sin una evaluación del riesgo trasatlántico común, una coordinación estratégica y un compromiso político y militar, China se convertirá en una potencia mundial predominante en la segunda mitad del siglo XXI. En Washington y Bruselas, nadie podrá decir que no fueron advertidos.
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Ariel Cohen es miembro de alto nivel del Consejo del Atlántico y director del Programa de Energía, Crecimiento y Seguridad del Centro Internacional de Impuestos e Inversión.