Estados Unidos aprendió sobre algo que los millennials gustan de llamar “adulting” (comportarse como un adulto responsable). El término empezó como una especie de chiste: cada vez que un millennial hacía algo apropiado para su edad en vez de algo radicalmente inmaduro, esto era un acto de “adulting”. Sin embargo, ahora los millennials al parecer necesitan de entrenamiento sobre cómo ser adultos.
Según CBS News, Rachel Flehinger ha cofundado una Escuela de “Adulting”, la cual ahora incluye cursos en línea. Las habilidades que se enseñan incluyen costura básica, resolución de conflictos y cocinar, entre otras. CBS sugiere que la necesidad de tales clases deriva del hecho de que muchos millennials “no han dejado los hogares de su infancia”, dado que 34 por ciento de los adultos entre 18 y 34 años en Estados Unidos todavía vivía con sus padres en 2015, superando el 26 por ciento de una década antes.
Hay mucho de verdad en esto. Si vives en casa, con mamá y papá haciendo lo mejor para malcriarte, tienes menos posibilidades de saber cómo lavar ropa, cocinar o cuadrar tu cuenta bancaria. La dependencia genera debilitamiento.
Pero he aquí el meollo: vivir en casa no genera dependencia necesariamente. En 1940, más del 30 por ciento de los adultos entre 25 y 29 años vivían en casa con sus padres y abuelos. Estaban en proceso de “adulting”, incluso cuando vivían en casa. Los padres esperaban que sus hijos hicieran labores, fueran responsables, se prepararan para la vida. Entonces, en vez de culpar al vivir en casa, tenemos que culpar a nuestro estilo de criar.
Aun cuando se ha desbocado la especulación de que las dificultades económicas han obligado a los millennials a quedarse más tiempo en casa y por lo tanto fallan en “madurar” —por lo general, se culpa a los costos de los préstamos estudiantiles y los costos de la vivienda por las dificultades económicas de los millennials—, la verdad es que simplemente nos hemos vuelto más flojos como padres. La recesión a finales de la década de 1970 no provocó esta especie de cambio enorme en el estilo de vida; tampoco lo hizo la Gran Depresión.
Este es un problema generacional. Desde la Generación Más Grandiosa, los adultos se han vuelto cada vez menos adultos. Nuestros abuelos tuvieron que crecer durante la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial; aprendieron a “madurar” mucho antes de que fueran verdaderos adultos. En 1940, la edad promedio del primer matrimonio era de 24 años para los hombres y 21 años para las mujeres; hoy, la edad promedio del primer matrimonio es de 28 años para los hombres y 26 años para las mujeres. Hombres y mujeres se unían a la fuerza laboral a una edad mucho más temprana generaciones atrás; entonces, aun cuando los millennials tienen mejor educación que sus abuelos, también experimentan la vida real más tarde. Las parejas tenían hijos a una edad más temprana y tenían más hijos; hoy, la edad promedio en que una mujer es madre por primera vez en Nueva York es de 31 años, mientras que esa cifra era, en promedio, 26.3 años en todo Estados Unidos. Hace 45 años, la edad promedio en que una mujer era madre por primera vez era de 21.4 años.
Entonces, ¿cuál es el verdadero problema?
Nos hemos enfocado mucho más en la autoestima de nuestros hijos, lo cual significa nunca obligarlos a dar pasos difíciles en la vida. Somos más proclives a dejar que nuestros hijos se repantiguen en nuestros sofás a decirles que se consigan un empleo y paguen la renta. No presionamos a nuestros hijos para que tengan sus propias familias; conforme ha aumentado la expectativa de vida, también lo ha hecho la adolescencia. No se espera que los estadounidenses empiecen a construirse una vida, especialmente los estadounidenses de clase media y alta, hasta que se acerquen a los 30 años. Hay muchos estadounidenses quienes toman decisiones para obligarse a madurar: por ejemplo, las madres solteras no van a tomar clases de “adulting”. Pero la cuestión es cómo motivar a los jóvenes a “madurar” de una manera que no esté motivada por las circunstancias.
La respuesta es imponerles responsabilidades a los jóvenes. Esto es doloroso para los padres. Lo sé, tengo dos niños pequeños, y pensar que tengan que batallar me es físicamente doloroso, sobre todo cuando les puedo evitar seguramente ese sufrimiento. Pero el “adulting”, como lo diría Nietzsche, es sufrimiento, y a través de ese sufrimiento nos convertimos en seres humanos responsables y capaces de mejorar el mundo a nuestro alrededor, capaces de construir las instituciones que afianzan una sociedad funcional.
O podemos seguir mimando a nuestros hijos y, a través del gobierno, mimándonos nosotros mismos. Pero en algún punto, si todos están ocupados “madurando” mientras seguimos retrasando la edad de la adultez, no quedarán adultos. Solo hay niños. Y dejar a los niños a cargo de la sociedad es un idea pésima.
Ben Shapiro es editor en jefe de The Daily Wire y presentador de The Ben Shapiro Show, disponible en iTunes y retransmitido en todo Estados Unidos.
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