Tras años de sufrir el asedio de su propio gobierno, lesionados sirios han encontrado ayuda inesperada con un antiguo enemigo: Israel.
MIENTRAS HANI crecía en Siria, su madre solía advertirle que, si no terminaba la cena, los sionistas irían a beber su sangre. Sin embargo, cuando su propio gobierno le disparó mientras huía con su esposa y sus hijos, Hani pidió a los médicos de campo que lo llevaran a Israel.
Hani había perdido la mitad de la cara, y los soldados israelíes lo registraron en busca de armas antes de llevarlo al Centro Médico de Galilea, en Nahariya. “Otros sirios atendidos aquí contaban que Israel los había tratado muy bien, no como en los países árabes”, revela.
Siria nunca ha reconocido al Estado de Israel, por lo que prohíbe la visita de cualquiera con pasaporte israelí y ha estado en guerra con su vecino desde 1948, año de la fundación de Israel. No obstante, la política de “buena vecindad” de Israel ha cambiado la región sutilmente, aunque de manera significativa, y ese cambio podría tener consecuencias tremendas para el futuro de Oriente Medio. Conforme la guerra siria se aproxima a su octavo año, las atrocidades del presidente Bashar al-Assad, combinadas con una política israelí que ha brindado atención médica y ayuda humanitaria a los sirios, bien podrían abrir un camino para que Israel avance en una región que siempre ha resistido su existencia.
“Nunca se había visto semejante apertura en los 100 años de historia que comparten Israel y Siria. Y me parece que seguirá desarrollándose”, señala Shadi Martini, director de ayuda humanitaria en Multifaith Alliance for Syrian Refugees.
Pero la situación es complicada, como todo en Oriente Medio. Por primera vez desde 2011, Assad ha recuperado el control del territorio sirio en los Altos del Golán, lo cual ha orillado a Israel a interrumpir la ayuda, al menos por ahora. Entre tanto, los sirios que esperaban que Israel impidiera el regreso de Assad se sienten traicionados.
En julio de 2017, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) hablaron del programa “Operación Buen Vecino”. Aunque FDI declaró que había comenzado en 2016, su arquitecto —el teniente coronel retirado, Marco Moreno—, puntualiza que el programa inició, efectivamente, en 2012, con las negociaciones entre sirios e israelíes.
En 2011, cuando estalló la guerra siria durante la Primavera Árabe, las FDI no supieron qué esperar. “Algunos pensaron que la oposición daría origen a grupos terroristas”, explica Moreno. Y ese temor se hizo realidad con el surgimiento del grupo militante Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) y el Frente Al-Nusra. “Así que pensamos, ‘Hagamos algo distinto. Seamos buenos vecinos’”.
Las FDI empezaron a trabajar con activistas y trabajadores de ayuda individuales y luego, con los grupos moderados del Ejército Libre Sirio, una coalición de fuerzas opositoras que incluye antiguos miembros del Ejército sirio. “Nuestra propuesta fue, ‘Les daremos ayuda humanitaria, y ustedes se asegurarán de que los grupos terroristas no se apropien de su movimiento”, explica Moreno.
SER PARTE DEL PAISAJE
Desde 2013, Israel ha tratado a más de 5,000 sirios lesionados en sus hospitales públicos estatales y, por lo menos, a otros 7,000 en los hospitales y las clínicas de campaña que el Ejército israelí opera a lo largo de la frontera. Según diversos funcionarios, solo en 2017, el país proporcionó a los sirios más de 31 millones de dólares en ayuda.
El Centro Médico de Galilea ha atendido a 2,500 de esos lesionados, incluidos 1,000 durante el año pasado. En opinión del cirujano Eyal Sela, ese incremento se debe a que sirios como Hani regresan de Israel y corren la voz de que su peor enemigo es, de hecho, un amigo.
Sela recuerda que la madre de una niña en tratamiento reveló que, estando en Siria, ni siquiera podían pronunciar la palabra Israel. Pero, como ocurre en casi todos los hospitales israelíes, el personal del centro médico es mitad árabe y mitad judío. “Cuando los sirios ven que judíos y árabes trabajan y ríen juntos, su opinión de Israel cambia”, afirma Sela, señalando que, con la finalidad de que los pacientes regresen sin riesgo a Siria, todos los expedientes médicos que llevan consigo están redactados en árabe, nunca en hebreo. Asimismo, los pacientes se dan cuenta de que los médicos dan preferencia a los sirios sobre los israelíes, quienes suelen tener lesiones menos graves.
Cuando inició el programa fue necesario hacer más labor de convencimiento entre los israelíes que con los sirios. “La mentalidad de las FDI no es muy original. Ya sabes, el Ejército no es cuestión de paz y amor”, comenta Moreno, quien hoy colabora con un grupo de ayuda cristiano que opera en Siria.
Al principio, también fue extraño para Sela, pero ahora los sirios “son parte del paisaje”. Y los israelíes no se quejan. En julio, una encuesta del Instituto de Democracia Israelí reveló que 78 por ciento de los judíos israelitas aprueba la ayuda gubernamental para las víctimas de la guerra siria. Con todo, la misma encuesta reveló que 80 por ciento respalda la postura del gobierno contra la asimilación de los refugiados sirios. Por ello, al concluir el tratamiento en Israel, los sirios lesionados deben regresar a casa.
La ayuda israelí no es desinteresada. La estrategia surgió de las primeras evaluaciones militares sobre el caos en la frontera norte, y parece que ha sido eficaz: la oposición siria no ha disparado un solo tiro contra las fuerzas israelíes.
La disminución de las hostilidades contra Israel se ha vuelto más patente en los últimos meses, desde que las fuerzas de Assad —con apoyo aéreo ruso— lanzaron una ofensiva masiva para retomar el sur de Siria. A principios de julio, cuando el régimen conquistó Daraa (la cuna de la revolución), cerca de 300,000 civiles huyeron a las fronteras con Jordania e Israel, y miles de ellos acamparon en el lado sirio de la valla fronteriza israelí. Y los desplazados han acusado a Assad de utilizar a Israel como chivo expiatorio. “El pueblo sirio ahora sabe quiénes son los verdaderos enemigos. Son Assad, Irán y Rusia. No Israel”, afirma Musa Abu Al Bara’a, activista de la oposición siria.
El 17 de julio pasado, más de 200 manifestantes sirios protestaron a lo largo de la valla fronteriza, rogando la protección de Israel contra el ataque de las fuerzas de Assad. La última manifestación siria masiva en la frontera israelí ocurrió en mayo de 2011. Aquel día, 100 de los 1,000 manifestantes cruzaron la valla y atacaron a los soldados israelíes. Un sirio murió en el enfrentamiento, que dejó decenas de heridos y a un soldado israelí hospitalizado tras recibir una pedrada en la cara.
Tras un lapso de siete años, el cambio en las protestas simboliza lo mucho que se ha modificado la situación. “Tuvimos que abandonar nuestros hogares para escapar; no de los ataques o de la agresión israelí, sino de los ataques de Assad y los rusos”, lamenta Mohammed Sharaf, activista sirio que participó en la marcha pacífica de julio hasta la frontera israelí. “Nos hicieron creer una cosa y, sin embargo, Israel nos ha ayudado. Por eso pedimos la protección israelí, porque corremos grave peligro con los ataques aéreos rusos”.
Debido al apoyo de Israel, los civiles del sur de Siria pensaron que encontrarían refugio cuando las fuerzas de Assad invadieran la región. Más aún, los activistas de la oposición esperaban que Israel los ayudaría a derribar a Assad. Pero en las últimas semanas, Israel se ha mostrado dispuesto a cooperar con la campaña rusa para retomar las zonas que controlan las fuerzas opositoras.
“Pensaron que, como el área caería en manos del régimen de Assad y sus socios —no solo Rusia, sino también Irán—, Israel la consideraría una amenaza y ayudaría a que la oposición conservara el control de la región. Por supuesto, no fue así y ahora, muchos se sienten traicionados”, informa Martini, de la alianza para refugiados sirios.
Martini agrega que ese sentimiento persistía a fines de agosto, cuando las fuerzas de Assad recuperaron el control del sur de Siria. “Pero la transformación que ha ocurrido es enorme; comparada con el pasado, cuando la gente ni siquiera podía mencionar la palabra Israel”.
Si bien interrumpir la ayuda podría ser un revés, Martini añade: “Aunque suspendan esos programas, [los sirios] no olvidarán lo que hicieron los israelíes para ayudarlos”.
En el Centro Médico de Galilea, Hani viste ropa quirúrgica azul y blanca, los colores nacionales de Israel. Arde en deseos de reunirse con su familia en Siria. “Quisiera una paz donde los israelíes puedan ir a Siria y nosotros podamos ir a Israel”, dice. “Pero no como refugiados”.