El presidente Donald Trump ha arremetido contra la santidad de la democracia. Y Putin le proporcionó el arma.
¿Cuál es la intervención extranjera que causa más preocupación en Estados Unidos: los inmigrantes ilegales, las importaciones chinas o la interferencia en la democracia?
Para el presidente estadounidense Donald Trump, son los inmigrantes y las importaciones. La tercera no le importa mucho. “La seguridad fronteriza es la seguridad nacional”, dijo Trump el 13 de julio cuando amenazó con cerrar el gobierno si el Congreso no autorizaba el dinero para construir un muro a lo largo de la frontera con México (con un costo estimado de entre 21,000 y 80,000 millones de dólares). Mientras tanto, Trump ordenó a su gobierno que considerara la posibilidad de aumentar los aranceles propuestos a 200,000 millones de dólares en productos chinos, de 10 a 25 por ciento, haciendo que China amenace con imponer aranceles mayores a 60,000 millones de dólares en productos estadounidenses.
Sin embargo, Trump sigue asegurando que lo que se dice sobre la intervención rusa en la elección de Estados Unidos es “una gran patraña”. Y la Casa Blanca, dirigida por él, aún no tiene un plan para hacerle frente. El 1 de agosto, republicanos del Senado rechazaron la propuesta demócrata de gastar 250 millones de dólares para reemplazar equipo electoral obsoleto y aumentar la seguridad electoral antes de las elecciones intermedias. Los republicanos de la Cámara rechazaron una propuesta similar. Trump no trató de cerrar el gobierno por esto.
De hecho, Trump lo ha entendido todo al revés. La inmigración ilegal no es el problema que él nos ha hecho creer. El número de personas que cruzan ilegalmente la frontera ha ido en declive durante años. Y si los chinos desean seguir enviando importaciones baratas que pagamos con dólares y con nuestros propios pagarés, ese es un posible problema tanto para ellos como para nosotros.
Pero los ataques rusos contra nuestra democracia son una amenaza clara y presente dirigida al corazón de Estados Unidos. Recientemente, Facebook anunció que había descubierto una importante campaña de desinformación con las características de la misma Agencia de Investigación de Internet, ligada al Kremlin, que fue responsable de la interferencia en la elección de 2016. El propio Departamento de Seguridad Interior de Trump encontró que, en la contienda presidencial de 2016, piratas informáticos rusos trataron de penetrar en los sistemas electorales de al menos 21 estados, y que probablemente habían escaneando sistemas en los 50 estados, habían robado la información privada de cientos de miles de personas y habían infiltrado a una empresa que provee software electoral en todo el país. Estos hallazgos llevaron en julio pasado a presentar cargos contra 12 funcionarios de inteligencia rusos.
La intervención continúa. Kirstjen Nielsen, secretaria de Seguridad Interior, ve la actual “disposición y capacidad” de Rusia de intervenir en la infraestructura electoral estadounidense, incluso en los registros electorales y en las máquinas de votación. Christopher Wray, director del FBI, advierte que “Rusia… sigue participando en operaciones de influencia maligna hasta el día de hoy”. Dan Coats, director de inteligencia nacional, dice que “los rusos buscan cualquier oportunidad… para continuar con sus acentuados esfuerzos para minar nuestros valores fundamentales”.
Rusia no es la única fuente de peligro extranjera para nuestra democracia. El juicio a Paul Manafort, antiguo director de campaña de Trump, revela otra de ellas. Manafort está acusado de contratar a un pequeño ejército de abogados y cabilderos estadounidenses de ambos partidos para influir en los legisladores estadounidenses a favor de Viktor Yanukovych, un antiguo autócrata ucraniano relacionado con el Kremlin, y esconder el dinero.
Otro ejemplo ocurrió la primavera pasada cuando se descubrió que ZTE, el gigante chino de las telecomunicaciones, fue sorprendido con las manos en la masa, violando las sanciones internacionales contra Irán. Cuando el Departamento de Comercio impuso sanciones a la empresa, ZTE contrató a Hogan Lovells, el enorme bufete de abogados de Washington. El gobierno de Trump levantó las sanciones.
El momento fue bastante curioso. Justo antes de que Trump acudiera al rescate de ZTE, varias empresas estatales chinas acordaron conceder préstamos por 500 millones de dólares a un proyecto en Indonesia que incluía hoteles, residencias y campos de golf con la marca de Trump, lo que canalizaría millones de dólares hacia los bolsillos del magnate. Cuando el Congreso amenazó con reinstaurar las sanciones contra ZTE, Hogan Lovells dirigió su mirada hacia los legisladores. El Comité de acción política de la empresa realizó enormes donativos a los legisladores que tenían el poder para reducir las sanciones. Al parecer, la estrategia dio frutos. El 1 de agosto, el Senado aprobó un proyecto de ley que contenía sanciones mucho más débiles para ZTE que las que pretendían los legisladores.
Todo esto hace surgir la pregunta fundamental de lo que significa para nosotros la seguridad nacional. Desde luego, nuestras fronteras deben ser seguras, y sí, nuestros socios comerciales deben jugar limpio. Pero la esencia de Estados Unidos, el atributo que debemos mantener más seguro porque define quiénes somos y lo que queremos lograr, es un sistema de gobierno “del pueblo, por el pueblo, para el pueblo”, en palabras de Lincoln. Si Putin o un autócrata ucraniano relacionado con el Kremlin, o incluso una enorme empresa china socavan esto, nos estarán robando nuestro más precioso legado.
A Trump parecen importarle más los inmigrantes no autorizados y las importaciones chinas que la santidad de nuestra democracia. Es un trágico error.
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Robert Reich es catedrático rector de política pública de la Universidad de California en Berkeley y miembro de alto nivel del Centro Blum para las Economías en Desarrollo. Fue secretario del Trabajo en el gobierno de Clinton, y la revista Time lo nombró como uno de los diez secretarios del Gabinete más efectivos del siglo XX. Su más reciente documental, Saving Capitalism (Salvar al capitalismo), está disponible en Netflix, y su nuevo libro, The Common Good (El bien común), ya está en las librerías.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek