Frustrados por la ocupación israelí, marginación, falta de empleo y la corrupción política, las poblaciones juveniles palestinas se desmarcan de su gobierno e impulsan con un renovado idealismo y urgencia un Estado binacional israelí-palestino. La forma de lograrlo se ha convertido en el tema que define a su generación.
Obada Nawawra hablaba con sus amigos en un restaurante de Belén. Del otro lado de la ventana, las colinas que rodean a la antigua ciudad de Cisjordania se perdían en la distancia. Eran los primeros días de junio, y la mayoría de los restaurantes estaban cerrados por el ramadán; aparte de una mesa de turistas, el amplio lugar estaba casi vacío. Conforme se abordaba el tema de la Autoridad Palestina (AP), el gobierno semiautónomo con sede en Cisjordania, ocupada por Israel, los meseros, que no tenían nada que hacer, se fueron acercando a la mesa de Nawawra.
El joven de 25 años sostenía una postura que históricamente había sido la más aceptada: la AP es una institución importante para mantener la paz en los enclaves palestinos. “Sin la autoridad”, dijo, habría anarquía, “más crímenes y drogas”. Un mesero con cara de niño se mostraba incrédulo: “¿Para qué sirve la autoridad? ¿Acaso había más crímenes antes de ella?” Una de las meseras, una mujer que parecía tener alrededor de 20 años, respondió “¡No!” Otros trabajadores del restaurante se sumaron a su desaprobación, una actitud cada vez más popular entre los jóvenes palestinos.
Tras muchos años de acusaciones de corrupción y colusión con Israel, la AP cada vez es más vista con desconfianza por los miembros de esta generación. Sus padres soñaban con un Estado palestino y con el fin de la ocupación israelí. Pero ellos han visto cómo los asentamientos ilegales israelíes se diseminan por todo el territorio. Han escuchado el redoble de tambores de los políticos israelíes de extrema derecha, como los miembros del partido Likud, quienes claman por un “Gran Israel”, que se apropiará del territorio en lugar de devolverlo. Han visto como el mundo árabe se ha acercado más a Israel, dirigiendo su atención hacia la amenaza de Irán.
Estos temores han adquirido un nuevo sentido de urgencia. En enero, el presidente estadounidense Donald Trump retiró fondos a la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos en Oriente Próximo (UNRWA, por sus siglas en inglés), que da asistencia y representación a los refugiados palestinos en Medio Oriente. Un mes antes, anunció que la embajada estadounidense se trasladaría de Tel Aviv a Jerusalén en mayo, en un claro mensaje de que su gobierno estaba de manera oficial e inequívoca del lado de Israel. Jerusalén contiene sitios sagrados para los musulmanes, así como para los judíos y los cristianos, y los palestinos han reclamado la parte Este de Jerusalén como la capital de su futuro Estado, según las fronteras establecidas en el Acuerdo de Oslo o Proceso de Paz Árabe-Israelí de 1993, en el que se estableció el autogobierno palestino en la Franja de Gaza y Jordania. Tras décadas de negociaciones entre Israel y Palestina encabezadas por Estados Unidos, la decisión de Trump debilita la credibilidad de Estados Unidos como parte neutral, disminuyendo aún más las esperanzas de lograr un tratado de paz. Y para complicar más las cosas: Después de 12 años de lo que de acuerdo con la ley debería ser un período de solo cuatro, el presidente de la AP Mahmoud Abbas está enfermo y no hay ningún plan de sucesión claro.
La alguna vez inconcebible idea de un Estado binacional israelí-palestino ganó popularidad entre las juventudes palestinas hace algunos años, en una clara desviación de la solución más difundida que históricamente ha clamado por dos Estados. Un Estado, por supuesto, significa diferentes cosas según con quien se hable. Para el gobierno derechista de Israel, un solo Estado significaría la anexión y la segregación de los palestinos; cualquier otra cosa implicaría el fin del Estado judío. Para un gran número de palestinos más viejos, un solo Estado no implica más que violencia, e incluso una guerra civil, así como la posibilidad real de que el equilibrio de poder siga inclinándose a favor de Israel, mientras que ellos seguirían siendo ciudadanos de segunda clase.
Sin embargo, de acuerdo con la búsqueda de igualdad de derechos de la juventud palestina, la intención es un solo Estado democrático que abarque todo el territorio actual de Israel, Cisjordania y posiblemente la Franja de Gaza y los Altos del Golán. Esta generación está dispuesta a arriesgarse a la violencia, ya que crecieron con ella. Alcanzaron su mayoría de edad durante la segunda intifada de mediados de la década de 2000, un levantamiento que surgió cuando Israel retomó ciudades palestinas de Cisjordania. La brutal campaña, orquestada por bombarderos suicidas, costó la vida a 6,731 palestinos y 1,137 israelíes; en ambos bandos, al menos la mitad de las víctimas fueron civiles que no participaron en las hostilidades.
Las consecuencias fueron la frustración acumulada debida a la continua ocupación israelí y la falta de desarrollo económico prometido en el acuerdo de 1993. La intención de ese tratado, establecido entre Yasser Arafat, el líder de la Organización para la Liberación de Palestina e Israel, era la de tener un periodo intermedio de cinco años hacia el plan para establecer un Estado palestino. Sin embargo, en los 23 años que han pasado, los esfuerzos para alcanzar una negociación pacífica no han logrado nada. Peor aún, los palestinos se encuentran ahora ampliamente divididos entre Fatah, un partido seglar con respaldo internacional, y el teocrático partido Hamas, un derivado de la islamista Hermandad Musulmana de Egipto. Ambos partidos comparten el mismo objetivo, un Estado palestino, pero mientras que algunos miembros de Hamas estarían dispuestos a aceptar las fronteras establecidas en 1967, la mayoría más militante apoya la resistencia armada (el genocidio judío está establecido en los estatutos de Hamas).
Hamas, que ha sido clasificada por Estados Unidos, la Unión Europea y Canadá como una organización terrorista ganó las elecciones parlamentarias de 2006. Para muchos votantes, no fue tanto un apoyo al partido islámico, sino un mensaje a Fatah sobre el extremo desagrado por la corrupción del partido, las divisiones internas y una colusión percibida con Israel. Fatah rechazó la victoria. Tras el conflicto armado resultante, ocurrido en 2007, Hamas tomó el control de la Franja de Gaza, mientras que Fatah controlaba Cisjordania.
Para acercarse al sueño de lograr un Estado palestino, Abbas ha presionado para que su pueblo se una a organizaciones internacionales como la Unesco y se mantengan relaciones estrechas entre las fuerzas de seguridad israelíes y palestinas. Los gobiernos actuales de Israel y Estados Unidos apuestan por que el reemplazo de Abbas mantenga el statu quo, que les permite mostrarse como partidarios del proceso de paz, al menos en la arena pública.
Sin embargo, en los hechos, Abbas ha conseguido pocos avances que resulten importantes para los palestinos. También es acusado por sus tácticas agresivas asociadas con Hamas en Gaza, dirigir a Cisjordania como un Estado policiaco, donde la libertad de expresión y de asociación son pasadas por alto. Ambos partidos, afirman los críticos, básicamente se aprovechan de las desgracias de su pueblo.
Muchos de los jóvenes palestinos entrevistados por Newsweek, provenientes de Cisjordania, Jerusalén, Israel y Gaza, rechazan las prioridades egoístas de sus políticos. Estos jóvenes cuentan con una educación elevada y tienen un alto índice de desempleo (40 por ciento de los residentes de Cisjordania de menos de 30 años de edad carecen de uno). Los objetivos de esta generación son la igualdad, la dignidad y la libertad: desean librarse de la falta de trabajo, la escasez de viviendas y la censura. Además, desean dar fin a la vigilancia por parte de la policía y el ejército israelí. Aunque están geográficamente fragmentados, las redes sociales les han permitido compartir información de una manera que nunca antes fue posible. Por ejemplo, un palestino que se encuentre en Haifa, en el norte de Israel, puede recibir una alerta inmediata si los soldados israelíes realizan una incursión en el campamento de Kalandia, en Cisjordania.
Esto los ha unido para crearse una visión de futuro. Fadi Quran es un líder de 30 años de edad en Avaaz y colaborador de Al-Shabaka, una red de política palestina ubicada en Ramala, sede del gobierno encabezado por Fatah. En lugar de los mismos viejos paradigmas, dice, las conversaciones han girado hacia principios comunes: libertad, justicia y dignidad. El problema, añade, “es que nadie está articulando un nuevo paradigma. Ese es el reto de nuestra generación”.
BELÉN: UNA BARRERA A LOS DERECHOS
Nawawra y sus acompañantes del restaurante están de acuerdo en una cosa: la coordinación de seguridad de la AP con Israel, que incluye compartir inteligencia sobre supuestos ataques criminales y de militantes, así como el arresto de personas a solicitud de Israel, constituye una complicidad con el gobierno al que consideran su opresor y refuerza la ocupación.
Sin embargo, tienen serios desacuerdos con respecto a la función futura y a la sostenibilidad de la AP. La lealtad de Nawawra se deriva, en parte, de sus experiencias durante la infancia. Su padre fue uno de los militantes palestinos que se atrincheraron en la Iglesia de la Natividad en 2002, cuando el ejército israelí ocupaba Belén. Tras un sitio de 39 días, el padre de Nawawra se dio a la fuga y finalmente fue asesinado por soldados israelíes. La AP se ocupó de su familia.
En ese entonces, él tenía 12 años, y al igual que muchos chicos palestinos que crecieron en Belén, pasó un tiempo en una cárcel israelí por “participar en actos de violencia”. Ahora, trabaja por las noches en una panadería, el único trabajo que pudo encontrar. Con los altos índices de desempleo, existen más oportunidades en Israel o fuera del país, en Estados Unidos o en Alemania. La generación de sus padres interactuaba libremente con judíos israelíes en las calles, en mercados o en el trabajo, pero con la segunda intifada surgió la barrera que rodea el este de Jerusalén y Cisjordania, incluida Belén. Si no cuenta con un codiciado permiso emitido por el ejército israelí, no puede trabajar en Israel, y no puede pagar el costo de la visa que necesita para viajar al extranjero. Aunque habla un poco de hebreo (que aprendió en la cárcel), los únicos israelíes que conoce son soldados.
En este momento, está harto de las promesas y de la charla. También lo han dejado perplejo los miembros derechistas del parlamento israelí, como Naftali Bennett, que desean anexar parcialmente a Cisjordania. La anexión, dice, con todos sus puestos de control, soldados y tensiones con los colonos, no se diferencia demasiado de la vida que tiene actualmente.
Sin embargo, el mesero del restaurante, que declinó dar su nombre, está impaciente por un cambio. Estudia Derecho y vive en el cercano campo de refugiados de Dheisheh, un empobrecido laberinto de viviendas en ruinas. Considera a la AP como corrupta y represora. “Si Dios quiere, se irá, pues las personas llegarán a un punto en el que cambiarán a la autoridad”, dice. “Yo apoyaré que volvamos a estar bajo el dominio israelí, cuando solo teníamos un enemigo: Israel”.
Su discusión siguió durante un rato, mientras comían una pizza, y luego terminó amistosamente. Antes de irse, Nawawra le ofreció al mesero lo que quedaba de su comida. No podía llevar sobras a su casa, bromeó, porque la gente sabría que no había ayunado para el ramadán.
LA ‘CARGA’ DE LA AUTORIDAD
Al no haber una elección presidencial desde 2005, Abbas ha ocupado el cargo durante 13 años. Los críticos afirman que ha perjudicado a la política palestina, dejando poco espacio para la oposición, para un liderazgo alternativo o para un cambio generacional. Más de dos tercios de los palestinos de Cisjordania y Gaza desean su renuncia. En lugar de ello, Abbas ha sido acusado de atrincherarse y de reprimir a la disidencia; una nueva ley contra los crímenes cibernéticos ha hecho que sea aún más difícil que los palestinos manifiesten su oposición.
Todas las personas entrevistadas para este reportaje señalan que debe haber elecciones, aun cuando algunas, como Nawawra, afirman que no votarían, dadas las probables alternativas. Dos miembros de la AP encabezan la lista: Mahmoud al-Aloul, de 68 años, y Jibril Rajoub, de 65, antiguo director de las fuerzas de seguridad de Cisjordania que actualmente dirige la Asociación Palestina de Fútbol. Se rumora que el tercero, Majd Faraj, un jefe de espionaje hebreoparlante y poco dado a aparecer en los medios, es una opción popular entre israelíes y estadounidenses. No forma parte de la élite del Comité Central de Fatah, lo cual es un requisito constitucional, pero su nombre sigue circulando, y es probable que se encuentre alguna forma de pasar por alto dicho requisito.
La primera elección de Nawawra sería un hombre al que conoció en prisión, el militante convertido en partidario de la paz Marwan Barghouti, antiguo líder de Fatah. Es un unificador poco común entre los palestinos, pero actualmente purga varias cadenas perpetuas por organizar bombardeos suicidas (un cargo que niega).
La AP, dirigida por Fatah, gobierna a 3 millones de palestinos en Cisjordania y, de acuerdo con una encuesta reciente, la mayoría de esas personas piensan que “se ha convertido en una carga”. La estrecha coordinación de seguridad con Israel es el sostén principal de la AP en el ámbito internacional. Y ha ayudado a mantener seguro a Israel al frustrar los ataques y el crimen en Palestina. Pero eso no hace más que aumentar el resentimiento, ya que los palestinos acusan a las fuerzas de seguridad de la AP de contribuir a perpetuar la ocupación al arrojar una amplia red contra los disidentes, haciendo que familiares y amigos sean victimizados y reprimidos por ambos bandos.
Hanan Ashrawi, de 71 años, una de las pocas mujeres en los altos niveles de la política Palestina, está a favor de que una OLP reformada ocupe el lugar de la AP. Su accesibilidad y buen manejo del idioma inglés la han convertido en un popular rostro público del movimiento nacional palestino. Sin embargo, la generación más joven desconfía de cualquier miembro de la vieja guardia. Ashrawi lo entiende, y comprende por qué han perdido la fe en el proceso de paz, pero aun así, se opone a la vía del Estado único.
“Israel destruye sistemáticamente la solución de dos Estados”, dice a Newsweek, pero “si comenzamos a avanzar hacia una solución de facto de un solo Estado, lo que me atemoriza es que perderemos de vista la ocupación misma. Israel podrá seguir expandiendo sus asentamientos y crear el Gran Israel, mientras nosotros permanecemos en un estado de esclavitud”.
El encuestador palestino Khalil Shikaki afirma que, aunque aún existe un deseo de autodeterminación entre los jóvenes, la creencia de que un Estado multinacional “triunfara al final” es cada vez más fuerte.
Si esto es cierto, significa que los funcionarios israelíes, estadounidenses y de la AP están totalmente desconectados de toda una generación de palestinos.
EL ESTE DE JERUSALÉN: LA TIERRA DE LA DIFÍCIL SOLUCIÓN
Abbas ostenta el título de líder palestino, pero esa designación no refleja la dispar configuración actual del pueblo. Veinte por ciento de los cerca de 9 millones de ciudadanos israelíes son palestinos, descendientes de las familias que se quedaron ahí tras la fundación del Estado israelí en 1948. Cerca de 300,000 palestinos más residen en el este de Jerusalén, ocupado por Israel desde 1967.
A los palestinos del este de Jerusalén actualmente se les niega la ciudadanía automática. Cuando Israel controló por la fuerza la ciudad en 1967, la mayoría de ellos creían en la promesa de un Estado palestino y rechazaron la oferta de la ciudadanía. Décadas después, cuando Israel habla ahora de una Jerusalén unida, esas personas siguen sin pertenecer a un Estado. Su estatus, continuamente puesto en tela de juicio, significa que no pueden votar. Además, deben comprobar su residencia o se arriesgan a perder su derecho legal de vivir donde nacieron, algo que Israel puede revocar si viven fuera de Jerusalén durante demasiado tiempo o por razones tan poco claras como no ser lo suficientemente leales (una nueva ley). Israel afirma que gozan de muchos de los privilegios de los residentes, como el acceso a los servicios de atención a la salud, de educación y empleos. Sin embargo, más de dos tercios de los habitantes del este de Jerusalén viven en la pobreza, sin la representación que los pobres del lado oeste sí tienen.
Osama Abu Khalaf, de 28 años, no es un habitante local típico; habla hebreo, idioma que los palestinos del este de Jerusalén aprenden mal en las escuelas. Y ha solicitado la ciudadanía israelí, una vía que Abu Khalaf, y una cantidad cada vez mayor de sus pares, piensan que es la mejor opción para obtener derechos.
El proceso para solicitar la ciudadanía es complicado y está lleno de obstáculos (por ejemplo, el árabe es uno de los dos idiomas oficiales de Israel, pero los solicitantes deben hablar hebreo fluidamente). Quienes tienen suerte, la reciben después de esperar varios años. Abu Khalaf la solicitó hace 10 años, cuando tenía 18, y se la han negado repetidamente. Interpuso una apelación, aun cuando piensa que la negativa es parte de un programa más amplio: el deseo del gobierno israelí de mantener una mayoría judía. Israel incentiva a los habitantes del este de Jerusalén a solicitar la ciudadanía, pero durante una gran parte de los últimos cinco años, ha suspendido de facto las aprobaciones. La Autoridad de Población de Israel, que maneja las solicitudes, niega esta acusación, y culpa de los graves retrasos a la acumulación de trabajo (un vocero se negó a confirmar el número de solicitudes que aún están pendientes).
Abu Khalaf no desea vivir bajo el gobierno de la AP, ni tiene fe en que el proceso de Oslo haya sido eficaz o que pueda serlo. El desea un Estado multinacional; a corto plazo, estaría abierto a algún tipo de federación, como Cataluña o Gales. Sin embargo, a pesar de su deseo de obtener la ciudadanía israelí y de su antipatía por Abbas, aún se identifica fuertemente como palestino. Existen divisiones entre su pueblo, pero al final, no importarán. Está convencido de que Israel tratará igual a todos los palestinos, para bien o para mal.
Yasmeen Zahalka, de 28 años, se autodefine como palestina con ciudadanía israelí. El gobierno y los medios de comunicación se refieren a las personas como ella como árabes israelíes, pero ella rechaza ese término porque de facto elimina la palabra “Palestina”. Durante décadas, dice, su gente ha sido alentada a convertirse en “buenos árabes”, agradecidos por sus derechos y comodidades relativamente mayores. Zahalka, al igual que muchas otras personas de su edad, considera que el destino de todos los palestinos está ligado.
Su padre es uno de los 17 miembros palestinos del parlamento israelí. Ella creció en el norte de Israel, donde el idioma hebreo y la cultura judía son dominantes. “No es solo que la escuela no nos proporcione conocimientos sobre la historia y la cultura palestinas”, dice. “También lo que se enseña nos ignora por completo [como palestinos] y se nos imparte de manera exclusiva la narrativa sionista”.
No fue sino hasta que se mudó al este de Jerusalén por cuestiones de trabajo que se volvió consciente del tipo de tácticas que hacen que resulte muy difícil que los palestinos se unan. Por primera vez, ella sintió la presencia de la ocupación israelí, que incluye a la policía paramilitar en los vecindarios del este de Jerusalén. Ella vio cómo los negocios frecuentemente prefieren dar empleos a los palestinos con ciudadanía israelí en lugar de los habitantes del este de Jerusalén. También vio como aquellas personas que tienen la ciudadanía no desean que sus hijos se casen con habitantes del este de Jerusalén o de Cisjordania, pues ello les quitaría privilegios. “Es difícil para nosotros motivar a las personas de aquí”, dice Zahalka. “Todavía estamos divididos”.
Por ello, aunque está a favor de un “Estado democrático y secular construido en la tierra Palestina que sea para todas las personas que viven en ella”, no sabe cómo lograrlo. Para Zahalka, la AP es “el enemigo”, responsable de décadas de represión que han puesto a dormir a Cisjordania. Los partidos políticos existentes “necesitan una gran cantidad de trabajo y de reformas para representar verdaderamente al pueblo”.
GAZA: DESESPERACIÓN POR EL MAÑANA
Algo en lo que todos los palestinos están de acuerdo es que los jóvenes de Gaza son los menos favorecidos. El área está a punto de colapsar tras más de una década de guerra con Israel y de un gobierno autoritario de Hamas; entre otras cosas, el partido (que inicialmente obtuvo apoyo debido a sus servicios sociales) reprime a las mujeres palestinas y persigue agresivamente a las minorías religiosas y sexuales. Hamas gobierna a 1.9 millones de palestinos en Gaza, donde el índice de desempleo es uno de los peores del mundo (aproximadamente 60 por ciento de la juventud, es decir, dos tercios de la población, carece de empleo). Esto ha permitido que el partido perjudique aún más a los habitantes de Gaza con enormes aumentos de impuestos, que se utilizan para financiar, entre otras cosas, túneles subterráneos de ataque hacia Israel. Hamas, señalan críticos palestinos, prioriza la muerte de israelíes por encima de la vida de los habitantes de Gaza.
Un factor importante que abona a la falta de apoyo popular de Abbas es la complicidad percibida de la AP en perpetuar las divisiones al aplastar a la gente de Gaza para expulsar a Hamas. Por ejemplo, la electricidad llega a través de Israel, pero la AP dirigida por Fatah es quien la paga. El verano pasado, redujo los pagos y dejó a los habitantes de Gaza con tan solo cuatro horas de electricidad al día, en lugar de ocho, y a mediados de junio, fuerzas de seguridad de la AP sorprendieron y enfurecieron a los palestinos al disolver violentamente una protesta en Ramala contra las sanciones de la AP contra Gaza.
Tras ocupar Gaza desde 1967, Israel se retiró formalmente en 2005, pero mantuvo el control del tránsito. Desde 2007, ha manejado estrictamente el acceso por tierra y mar. Israel dice que las restricciones son necesarias para protegerse contra militantes de Hamas, pero éstas van mucho más allá de lo necesario para la seguridad, separando familias y haciendo que sea virtualmente imposible que los estudiantes salgan del país para estudiar en otro lugar. Como resultado, la mayoría de los jóvenes palestinos nunca ha viajado fuera del enclave costero.
Hamas tiene porcentajes muy bajos en las encuestas realizadas en Gaza, pero no ha permitido que se realicen elecciones desde 2006, de ahí que pueda ser expulsado mediante una votación. Además, las personas tienen poca libertad para ejercer el derecho a la protesta; los disidentes suelen enfrentarse a la brutalidad. Todo esto deja a jóvenes como Naser (quien declinó decirnos su nombre completo para proteger a su familia) con muchas frustraciones. Al joven de 28 años le encantaría ver un nuevo tipo de política en Gaza (le desagrada particularmente la manera en que Hamas se aprovecha de la religión) pero tampoco tiene una idea clara de cuál sería su reemplazo. Naser y sus amigos simplemente quieren que el territorio se abra para que puedan respirar, pensar, reevaluar. Si eso ocurriera, dice, sería posible una alternativa política, en lugar de una que solo beneficie a las familias del partido. “Hamas y Fatah tienen sus propios intereses”, dice. “Su política ahora está lejos de la ideología que proclaman en los medios de comunicación”.
Al parecer, el retiro de fondos de Estados Unidos a la UNRWA, de la que depende uno de cada tres habitantes de Gaza, tiene como objetivo presionar a la AP para reunirse con el gobierno de Trump. La AP se ha rehusado, argumentando que Estados Unidos promueve negociaciones de paz según los términos de Israel. Los debates en Washington no reflejan la realidad del día a día, señala Naser, y el retiro de fondos a la UNRWA solo hace que la solución esté cada vez más lejos. Además, la AP redujo los salarios de sus empleados que aún permanecen en Gaza. Todo el mundo siente la presión. “No sé lo que va a pasar con el futuro de la autoridad”, dice Naser. “No creo que sea independiente de la ocupación [israelí]. Tenemos que conseguir una solución o los palestinos seguirán muriendo. No nos rendiremos”.
Muchas personas en Gaza son consideradas como refugiadas, descendientes de los 700,000 palestinos que huyeron o fueron expulsados de Israel en 1948. El 30 de marzo, decenas de miles de personas participaron en la Gran Marcha del Regreso, proyectada como una campaña de seis semanas de manifestaciones no violentas; exigían el derecho de los palestinos a regresar a sus hogares en lo que ahora es Israel. Hamas no convocó a la marcha, pero pronto le dio su apoyo (no es posible protestar durante mucho tiempo en Gaza sin el consentimiento del partido), y para la sexta semana, ese organismo controlaba las protestas. Funcionarios israelíes condenaron la marcha, calificándola como una fachada para realizar ataques contra Israel por parte de los militantes.
Naser no participó en la protesta, pero ayudó a periodistas internacionales a cubrirla. Los jóvenes manifestantes explicaron que se habían unido porque deseaban ser escuchados y porque creían que esto podría cambiar el futuro. Su esperanza duró poco. Muy pronto, la situación empeoró hasta convertirse en el conflicto más mortífero entre Israel y Palestina desde la guerra de Gaza de 2014.
El peor día fue el 14 de marzo. Mientras funcionarios israelíes y estadounidenses, entre ellos Ivanka Trump y Jared Kushner, celebraban el traslado de la embajada estadounidense a Jerusalén, francotiradores israelíes dispararon y mataron a 60 manifestantes palestinos en Gaza. No está claro qué fue lo que provocó el tiroteo. Varios críticos acusaron a Hamas de utilizar manifestaciones pacíficas como una fachada para realizar operaciones militares, lo cual el partido ha admitido haber hecho en el pasado. El resultado fue, hasta el 6 de julio, que 135 resultaron asesinadas hasta el 6 de julio, entre ellas, dos periodistas, y más de 15,501 habían sido heridas. Más de 4,000 jóvenes varones recibieron disparos en las piernas, una táctica del ejército israelí, para lisiar en lugar de matar. La mayoría de ellos no pudieron recibir un tratamiento adecuado en los hospitales sitiados de Gaza.
En Jerusalén, mientras crecía el número de víctimas en Gaza, Zahalka se unió a una protesta encabezada por palestinos cerca de la nueva embajada. “No estamos en solidaridad con Gaza; somos Gaza”, me dijo en aquel momento. “Todos estamos bajo la ocupación israelí en distintas formas”.
Sin embargo, Abu Khalaf se quedó en su trabajo. El traslado de la embajada era irrelevante para él. Tampoco participó en las protestas del 15 de mayo por el Día de la Nakba (catástrofe), una condena a la fundación de Israel. Sabía que se enfrentarían con la fuerza.
Nawawra y cuatro amigos de la infancia tampoco participaron en las manifestaciones de la Nakba. Él solía unirse a las protestas contra las fuerzas israelíes, pero dejó de hacerlo tras ser herido en la pierna y en el abdomen. Aun así, se reunieron cerca de una parada de autobús en Belén, a lo largo del muro lleno de graffiti que divide a Cisjordania de Israel, viendo cómo otros jóvenes quemaban neumáticos y arrojaban piedras a los soldados israelíes. No tenían un mejor lugar para ir.
—
Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek