México fue el primer país en establecer relaciones diplomáticas con la recién creada Unión Soviética en 1924. Aquí trabajó la primera mujer embajadora de la historia mundial: Alexandra Kolontái. Las relaciones se suspendieron en los años 30 y se reanudaron hasta después de 1940, luego del asesinato de Trotsky, enemigo de Stalin, y una de las razones por las que actualmente los rusos buscan viajar a México.
Durante la segunda mitad del siglo XX, la URSS becó a cientos de mexicanos para estudiar en aquel país. A pesar de las buenas relaciones, el gobierno mexicano sospechaba de algunos diplomáticos de colaborar con agrupaciones guerrilleras. Incluso, el expresidente Luis Echeverría expulsó a cinco de ellos. Pero también fue el primer presidente en visitar a la URSS.
Incluso hasta nuestros días, las historias entre ambos países no dejan de brotar: a principios de las campañas electorales para la presidencia de México, se acusó al candidato ganador de la contienda presidencial Andrés Manuel López Obrador de estar siendo apoyado por las autoridades rusas y ahora con el mundial más de 30,000 mexicanos viajaron a aquel país a los partidos de futbol del mundial.
Mexicanos en la Unión Soviética
Cuando Alejandra Cárdenas subió en 1973 a la sierra del estado de Guerrero para entrevistarse con miembros del Partido de los Pobres, lo primero que le preguntaron fue sobre su experiencia como estudiante en la Unión Soviética.
En el imaginario de la agrupación guerrillera, fundada por Lucio Cabañas, aquel país comunista representaba la meta a la que una sociedad debía aspirar. Sin embargo, esta idealización se reflejó en las preguntas que le hicieron a Cárdenas, entonces una joven de 27 años: ¿allá existe el dinero?, ¿allá existen tiendas?
“Lo primero que querían saber era cómo era la Unión Soviética. Ellos aspiraban a ese futuro, querían que les hablara de la vida allá. Tenían muchos mitos, no tenían claridad. Que si había tiendas o si había dinero para comprar. Tenían la idea de que los soviéticos recibían cupones. Se sorprendieron de que no fuera así”, recuerda Alejandra, quien es actualmente profesora emérita de la Universidad Autónoma de Guerrero.
Ella desconoce cómo Lucio Cabañas se enteró de que cursó la carrera de Historia en la Universidad Patricio Lumumba, actualmente llamada la Universidad Rusa de la Amistad de los Pueblos. Por eso la mandó buscar, para que subiera a la sierra donde entonces se escondían de las autoridades mexicanas quienes los consideraban un grupo subversivo y peligroso. Naturalmente, luego de pasar siete años en la Unión Soviética, la ideología de Alejandra en aquellos años era la marxista, por lo que terminó siendo ella misma militante del Partido de los Pobres.
Sin embargo, Alejandra relata que la educación recibida en aquella universidad nunca tuvo tintes de adoctrinamiento ideológico. Al contrario, aprendían sobre distintas culturas y sociedades, sobre todo con la gran variedad étnica del alumnado, pues había jóvenes africanos, latinoamericanos, europeos y asiáticos. Por esta razón se formaban grupos que presentaban bailes folclóricos, según sus países.
“Era muy interesante porque los cursos de etnografía los teníamos ahí mismo. La gente llevaba cosas para mostrar, como vestidos. Yo estuve en el grupo coreográfico, teníamos mariachis, danza folclórica, y nos llevaron a los eventos internacionales para mostrar el jarabe tapatío, por ejemplo”, dice Alejandra quien pasaba su tiempo libre comiendo pirozkhi, la empanada rusa, o bien, jugando ajedrez en el Parque Gorki, que continúa siendo una de las atracciones turísticas más importantes de Moscú.
La admiración por la Unión Soviética en 1965, año en que consiguió la beca, no parecía ningún exceso. Si bien la Guerra Fría pasó por su punto más álgido en la crisis de los misiles cubanos, pocos años antes, la Unión Soviética había alcanzado logros que la posicionaron en la vanguardia tecnológica: el primer lanzamiento de un satélite artificial en la historia, Sputnik-I; luego el segundo, pero con un ser vivo dentro, la perrita Laika; las primeras fotografías del lado oscuro de la Luna; y también fueron los primeros en enviar a un ser humano, Iuri Gagarin, al espacio en el Vostok-I en 1961.
Por supuesto, la Unión Soviética no escatimaba recursos para ufanarse de sus logros, así como en financiar los estudios de jóvenes mexicanos. Con este objetivo se creó en 1944 el Instituto de Intercambio Cultural Mexicano-Ruso, mismo que cada año realizaba eventos tales como la celebración del aniversario de la Revolución rusa, el nacimiento de Vladímir Ilich Lenin, las relaciones diplomáticas entre Rusia y México, o incluso exposiciones con pinturas de artistas rusos o ciclos de cine con películas de Serguéi Eisenstein. Durante los primeros años del Instituto, que posteriormente ayudó a Alejandra y a cientos de mexicanos a ganar una beca para estudiar en la URSS, contó con el respaldo de intelectuales mexicanos, pues lo integraban personajes como el escritor Alfonso Reyes y el fotógrafo Manuel Álvarez Bravo.
De hecho, en 1949 el instituto compró un espacio en la radiodifusora X.E.L. por lo que todos los miércoles a partir de las 20:30 horas, sonaba música rusa, y en la que aprovechaban para promocionar la biblioteca y hemeroteca dentro del instituto, así como las lecciones de ruso y la revista Cultura Soviética, cuyo contenido, pese anunciarse como cultural, generalmente contenía artículos a favor del comunismo. En esta publicación también se hacían promociones de viajes alrededor de toda la Unión Soviética. Sin embargo, la cantidad de viajes turísticos no eran tan significativa, pues de acuerdo a datos de la embajada soviética registrados por la prensa, entre 1970 y 1971, habían viajado 1.000 rusos a México y 1.500 mexicanos a la URSS.
Alejandra Cárdenas conoció aquel instituto mientras estudiaba en la Escuela Normal de la Ciudad de México. Un día, con apenas 19 años, vio un cartel que anunciaba un ciclo de películas, y posteriormente decidió inscribirse a las clases de ruso que impartían. Alejandra recuerda que le tomó tan solo un año aprender el idioma.
“Allí yo supe de la convocatoria de las becas para estudiar allá, acababa de salir de la Normal. Yo quería seguir estudiando, quería la licenciatura y vi esa oportunidad. Los requisitos era que la persona fuera de escasos recursos y como mi mamá era viuda, pues era fácil demostrar que yo no era persona adinerada”, dice.
Hacia el exterior, el Instituto de Intercambio Cultural Mexicano-Ruso se mostraba amigable, interesado en mostrar la cara alegre de la Unión Soviética, incluso después de que se hubiera erigido el Muro de Berlín, o que Nikita Jrushiov, dirigente de la URSS de 1953 a 1964, denunciara los crímenes de Stalin.
Sobre todo, se esmeraban en fortalecer la relación entre ambos países por medio de forjar similitudes históricas. Para celebrar el 50 aniversario de la Revolución rusa, en 1967, el instituto distribuyó un panfleto cuya imagen principal muestra a dos hombres estrechando sus manos. El de la izquierda es un campesino bigotón, ataviado con sombrero de paja, huaraches, municiones sobre el cuerpo y una pistola: alguien parecido a Emiliano Zapata. El otro es un obrero ruso, también armado, y bastante abrigado. En el fondo aparecen dos paisajes distintos: el campo mexicano y la industria de Rusia. También dos fechas: 1910-1917. En suma, la imagen resulta un guiño a que las revoluciones de ambas naciones fueron originadas por la clase social más baja.
Pese a las muestras de cordialidad, diversos agentes del Departamento de Investigación Política y Social, es decir, el servicio inteligencia y seguridad nacional, vigilaban de cerca las actividades del instituto. Al grado de notificar el lugar donde se impartían las clases de ruso; tomaba nota de los discursos que se pronunciaban en cada evento por irrelevante que fuera; y sobre todo, los agentes identificaban a cada uno de los estudiantes que ganaban las becas para estudiar en la URSS.
Por ejemplo, el 19 de agosto de 1967, el instituto organizó una despedida para los estudiantes mexicanos que ese año alcanzó un número de 49 beneficiarios, entre los que solamente había nueve mujeres.
“Hoy, de las 19 a las 20:45 horas, se llevó a cabo un acto de despedida en el Instituto Cultural Ruso, sitio Río Lerma 275, presidido por la Profra. Adelina Zendejas, presidente de la Mesa Directiva (…) Los 49 becados que saldrán el próximo 13 a las 12 horas por Air France, con destino a Moscú, para ingresar a la Universidad de los Pueblos Patricio Lumumba. Hizo diversas recomendaciones sobre las condiciones de estudio a los becados, explicándoles las costumbres de ese país (…) A continuación tomó la protesta a los becarios en el siguiente orden”. Y el agente finalizó el reporte anotando el nombre de cada uno de los becados.
Cierto sector de la prensa en México tampoco veía con buenos ojos las actividades de la Unión Soviética en el país. En 1975, el entonces subdirector del periódico El Norte, Abelardo Leal, escribió un artículo titulado “Embajada rusa es el foco subversivo”. En el texto, el periodista culpa a las autoridades rusas de respaldar a las agrupaciones guerrilleras que en la década de los setenta perpetraron secuestros y asesinatos a miembros de la élite política y económica.
“¿Qué hacen trescientos cincuenta rusos en la Embajada Soviética de la ciudad de México, cuando nuestro país sólo tiene en Moscú un par de personas? La respuesta es sencilla: instituir y operar el foco de subversión y de intervención terrorista en América Latina”, escribió.
En el artículo, Leal hace referencia a la expulsión de cinco diplomáticos soviéticos ocurrida en marzo de 1971 por órdenes del expresidente Luis Echeverría, debido a que se encontraron pruebas que los vinculaban con el Movimiento de Acción Revolucionaria (MAR) y con actividades de espionaje. No obstante, Echeverría mantuvo la relación con la URSS pues se convirtió en el primer presidente mexicano en visitar aquel país en 1973.
Es cierto que entre los guerrilleros mexicanos existía cierta cercanía no sólo por la ideología de la Unión Soviética sino por la cultura rusa en general. Un miembro de la Liga Comunista 23 de Septiembre llamado Juan Manuel Ramírez era apodado “El Bolchevique”, mientras que su hermano, Rafael Ramírez, nombró a sus hijos Pavel y Tania, por influencia de los personajes de la novela La Madre del escritor ruso Máximo Gorki.
Si bien algunos jóvenes aplicaban a las becas por su inclinación al marxismo, otros solían ser más prácticos. Tal es el caso de Ramón Castellanos Coll, originario del estado de Tabasco, quien eligió estudiar en la Unión Soviética en 1968 porque no le exigían saber el idioma. Ya no lo recuerda con exactitud, pero fue en una revista donde vio la convocatoria del instituto.
“Por mis calificaciones no había problema, pero era el único país que no pedían el idioma. No era tanto el gusto por el marxismo”, cuenta Ramón, un historiador de 70 años.
Incluso, cuando entabló amistad con otros soviéticos, a quienes recuerda como “muy gritones”, prefería decir que sí era marxista. De hecho, dice Ramón, ellos creían que México era un país socialista, y para no generar discordia entre los presentes, él prefería darles la razón: “yo creo que por eso trataban bien a los mexicanos”, dice en broma.
Prefería pasar por alto las constantes alusiones al comunismo y sus virtudes. Esto a pesar de que los libros que leía estaban repletos del vocabulario marxista: burgués, proletariado, revolución. “No era una cuestión que yo sintiera, más bien así lo exigía el protocolo”, cuenta en referencia a los textos que el mismo escribía con este lenguaje.
De aquella Unión Soviética lo que más recuerda es la Catedral de San Basilio y los edificios monumentales con departamentos miniatura, precisamente donde él vivía: “Si había dos personas ya se sentía apretado”, asegura.
Un día, en una reunión, Svetlana Yángulova se acercó a Ramón que estaba comiendo algún platillo con picante. Para iniciar una conversación, le invitó una porción para que probara. Luego de una charla atropellada, ella con su incipiente español y él con su poco ruso, iniciaron una relación que derivó en un matrimonio con una hija. Más allá de acudir a los teatros o los cines, recuerda Ramón, preferían pasar tiempo en la zona boscosa cercana a la Universidad Patricio Lumumba. Entre ellos podían hablar de cualquier tema, incluso la situación política de la Unión Soviética, sin embargo, recuerda que cuando estaba frente a otros soviéticos, Svetlana solía guardarse sus opiniones para evitar problemas.
Según recuerda Ramón, en aquella época el fútbol no era el deporte más popular, al menos no más que salir a esquiar. Por eso le sorprende que se haya decidido realizar en Rusia el Mundial de Fútbol. “Pero los tiempos cambian”, asegura.
Rusia y el futbol
Si bien el fútbol se practica desde la época de la Rusia zarista, este deporte comenzó a popularizarse durante los años noventa, periodo en que los clubes comenzaron a privatizarse, de acuerdo con el académico de El Colegio de México especializado en Rusia, Rainer Matos Franco.
“Se mete dinero a los estadios de parte de los oligarcas, de quienes tienen dinero. Se le inyecta a las plantillas y resurge una cultura de fútbol en Rusia que es dominante entre la generación que tiene entre 20 y 50 años”, señala.
En la introducción a su libro Historia Mínima de Rusia Matos escribe que, a partir de la desintegración de la Unión Soviética a inicios de los noventa, se desvaneció el interés por estudiar la región, pues los programas académicos se redujeron.
“De repente hay 15 países que nadie sabe de dónde salieron, que quieren empezar de cero con sus propias lenguas y costumbres. Fue una derrota económica, moral, social porque aumentó el alcoholismo, la mortalidad en hombres, una cosa bastante triste”, dice.
Sin embargo, gracias a que incrementó el precio de los recursos naturales a nivel mundial, Rusia tuvo una recuperación económica en la primera década del nuevo siglo. A la par de la bonanza, señala el especialista, Vladimir Putin ha forjado una presencia más sólida a nivel internacional, algo de esa presencia que alguna vez tuvo la Unión Soviética.
“A la FIFA le gusta ir a países que están emergiendo, según su forma de verlo. Hace cinco o seis años Rusia era uno de esos. Es un país que de la mano de la Vladimir Putin, nos guste o no nos guste, resurge en la esfera política, en lo internacional, en lo social”, apunta.
Albergar el Mundial de Fútbol abona a las victorias de Putin, quien apenas en marzo volvió a ganar las elecciones de manera arrasadora. Mientras que en gran parte del mundo occidental a Putin se le considera como un líder autoritario, en su país es el político más popular.
“Es un premio a lo que ha hecho en estos últimos años, un premio al proyecto de Rusia que él enarbola. Putin representa estabilidad. Si no hubiera sido por él quién sabe si hubiese pasado lo mismo. La FIFA tiene la seguridad y a Putin le conviene”, señala Matos Franco.