El trabajo científico del físico británico estuvo enfocado en el estudio de los agujeros negros, esas deformaciones extremas del espacio y del tiempo.
LOS AGUJEROS NEGROS son objetos extraordinarios. Se forman cuando el combustible de las estrellas se ha terminado. Cuando el hidrógeno que hay en su centro se agota, la emisión de energía que resulta de la unión de dos de estos átomos para formar helio se detiene y entonces ya no hay nada que equilibre la fuerza gravitacional. La amenaza constante del colapso bajo la presión de las gigantescas cantidades de materia que conforman la estrella se cumple con una dramática implosión.
La vida de las estrellas termina pues en una compresión violenta que luego estalla en luminosa supernova. Al final de este proceso deslumbrante lo que resulta es una estrella de neutrones, pero si la masa de la estrella inicial era lo suficientemente grande aparecerá en su lugar un agujero negro.
Esos objetos descomunales existen, han sido observados de manera indirecta y fueron la fascinación de Stephen Hawking durante toda su vida.
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Su trabajo científico estuvo enfocado en el estudio de estas deformaciones extremas del espacio y del tiempo. Alrededor de los agujeros negros, de sus propiedades y los misterios que los rodean es que este físico británico formuló ideas especulativas. Hasta ahora no hay manera de ponerlas a prueba, pero recordaremos sus trabajos cuando observemos por primera vez el débil resplandor que emite alguna región del cielo o cuando algo nos indique que después del Big Bang se formaron microagujeros negros que luego se esfumaron emitiendo grandes cantidades de radiación.
Stephen Hawking ha muerto, pero cuando hablemos de agujeros negros recordaremos su nombre porque ha quedado en la designación de la radiación que podrían estar emitiendo estos objetos que han llegado a formar parte del conocimiento colectivo, de la ciencia ficción, de la fantasía generalizada y del asombro que nos produce el cielo nocturno.
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Stephen Hawking se detuvo aquí y meditó sobre la manifestación sobrecogedora de las fuerzas de la naturaleza que se condensa en estos objetos. Para entender su comportamiento sugirió la existencia de un fenómeno que resulta de la unión de dos concepciones distintas del universo: por un lado la mecánica cuántica, que nos dice que las partículas microscópicas fluctúan continuamente entre el ser y la nada, y la relatividad general que nos describe el mundo macroscópico de planetas, estrellas y galaxias.
De acuerdo con las leyes del mundo microscópico, los fotones que forman la luz se convierten por un instante en un par de partícula y antipartícula que luego se funden para volver a ser el fotón que las originó. Esto ocurre de manera cotidiana. La frenética danza entre materia y antimateria que llena el vacío en un ir y venir de procesos virtuales es un hecho probado por los instrumentos de medición y descrito por la teoría cuántica de la materia. Por otro lado, la relatividad general describe la distorsión infinita que una acumulación exorbitante de materia produce en el espacio y el tiempo. La curvatura inimaginable que desconecta una región del universo cuando ya nada puede escapar del interior de un agujero negro forma un horizonte que delimita los sucesos. Más allá de esta línea definitiva ya no hay retorno. Lo que cruza ese lindero deja de existir.
Stephen Hawking consideró la posibilidad de que justo en el borde podrían estar ocurriendo las oscilaciones cotidianas de la luz que se transforma por un breve instante en materia y antimateria. Ese hecho cuántico deja expuesta uno de las dos componentes de la transfiguración momentánea ante la desaparición inevitable que ofrece la arista del agujero negro. La otra tendrá la oportunidad de salir en la dirección opuesta para que un observador la vea como si fuera radiación emitida por el agujero negro. La fugaz transición se convertirá entonces en la separación eterna que no volverá jamás a su estado original. Esta actividad destructora que encarcela a una y libera a la otra en la frontera más extrema del universo reclama una cantidad mínima de energía. La ruptura exige del agujero negro el esfuerzo minúsculo que lo haga posible. En este insignificante acto de separación, el agujero negro ha perdido, y aunque la cantidad de energía es pequeña, la repetición multiplicada acabará con él, que ya sin reservas se vaporizará después de miles de millones de años.
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La radiación de Hawking es el fin de los agujeros negros. Si el universo no termina antes, estas monstruosas aglomeraciones de materia desaparecerán extenuadas por el cúmulo de veces en que la materia que fluctúa, formando pares de partículas y antipartículas en la línea divisoria, se descompone para no ser más lo que era.
Los agujeros negros no son pues la oscuridad total. Hay un fulgor tenue que delata su presencia. Es la radiación de Hawking, una de sus especulaciones alrededor de las tinieblas. Es el brillo delicado que puede tener la más profunda oscuridad.