La vida de la campeona de patinaje Tonya Harding, al menos como se presenta en la comedia negra I, Tonya (Yo, Tonya), es una tragedia, resultado de relaciones abusivas en su vida. Sin embargo, cuando ocurrieron los sucesos en la vida real, los medios presentaron una farsa digna únicamente de estadounidenses blancos pobres e ignorantes, un plan sorprendentemente inepto para arruinar los sueños olímpicos de Nancy Kerrigan.
Al acecho tras bambalinas estaba Shawn Eckardt, el autodenominado “guardaespaldas” de Harding, un desaliñado embustero (Chris Farley encarnó a Eckardt en un segmento de Saturday Night Live de 1994). Los medios de comunicación le permitieron difundir su versión de los hechos: la de un inocente atrapado en la perversa red de Harding y su esposo, Jeff Gillooly. Según él, ellos tuvieron la idea de aporrearle las rodillas a Kerrigan; Harding y Gillooly siempre sostuvieron que el desafortunado ataque había sido idea de Eckardt.
En I, Tonya, Eckardt es una figura para el ridículo, pero el actor Paul Walter Hauser evita sumergirse de golpe en la comedia de pastelazo en favor de algo con mayores matices. Su Eckardt, aunque brutalmente divertido, es un avatar de Estados Unidos en la era de los hechos alternativos: un patético hombre-niño que todavía vive con sus padres, desesperado por obtener validación y que reviste sus torpezas con un aire de bravuconería. Le dice a su mejor amigo, Gillooly, que es un agente secreto y entrevistador y que fue reconocido como experto en espionaje en una “revista de viajes”. Cuando se le obliga a enfrentar el hecho de que nada de eso es cierto, Eckardt responde, con una enorme e inmerecida autoconfianza, que sí lo es.
Hace veintitantos años, esa desfachatez habría sido novedosa. Si alguien nos confronta con pruebas que desmienten nuestras afirmaciones, desde luego, admitimos nuestra derrota. Bien, pues actualmente todo vale. De esa forma, Eckardt fue un pionero. Hauser, en cuyos créditos se incluyen varios episodios de Key and Peele, señala que se identificó con “la intensidad con la que Eckardt se lo creía todo”. Cuando el actor de 31 años investigó a Eckardt, encontró… muy poco. “Cuantas más investigaciones realizaba, tanto más descubría que no había nada acerca de él, fuera de su propia realidad inventada”.
Sin embargo, lo que hace que el actor destaque, en una película llena de interpretaciones brillantes (entre ellas, la de la ganadora del Globo de Oro Allison Janney) es su capacidad de convertir a Eckardt en algo más que una caricatura. El director Craig Gillespie elogia a Hauser, su “arma secreta”, por realizar “una interpretación divertida con tal humanidad”. Tan absurdo como pueda resultar Eckardt, también es incómodamente identificable: todos conocemos a alguien como él.
Es posible que nunca sepamos realmente lo que ocurrió en 1994, y en I, Tonya esto no importa. Tampoco le importa a Hauser. A él simplemente le encantó interpretar al tipo. “Debía apropiarme del engaño y seguir adelante con él —dice—. En mi vida diaria, todo el tiempo estoy luchando por ser un mejor adulto, por aceptar la realidad. Presentarme en el estudio y estar totalmente desconectado de la realidad resulta divertido en una forma enfermiza que estoy seguro de que a un terapeuta le resultaría muy divertido deconstruir”.
Por cierto, Eckardt fue encontrado culpable de asociación delictuosa y sentenciado a 18 meses de cárcel. Tras su liberación, cambió su nombre por el de Brian Griffith y murió a los 40 años, de causas naturales, en 2007.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek