El armonicista
Llueven bemoles en el pentagrama de los techos de lámina,
escurren sus dolores, sus marchitos perfumes trasnochados;
la gotera filtra el cadáver del mundo y los suaves rayos de luna.
La muerte, cortesana impúdica, se desnuda frente al intérprete de la morada,
baña sus tristes huesos en estos rayos de luna.
Hace tres días en la zahúrda cesó la música,
allá rodó, triste, la armónica de su vagabundo sustento,
devorada por las sombras de purgatorio bajo la cama.
Hace tres días cesó la música,
y una grotesca carcajada en el rostro del ambulante armonicista
al ver a su amante quedó.
Ocaso de la memoria
Las venecianas desgarran las entrañas de la luz,
esparcen sus luminosas vísceras
en la penumbra de esta alcoba sin tiempo.
Pies descalzos sobre mármol de Carrara,
de blanco se presenta siempre él,
ángel o satán;
deja agrios caramelos y se va.
Helo ahí de nuevo, silencioso,
a las doce se detuvo el reloj;
¿del día o de la noche?,
no sé no lo sé.
Bosques trevisanos
Tienen color a ausencia, en invierno, los bosques trevisanos
que camino solitaria, lejana, serena, haciendo las hojas crujir;
los bosques vénetos, refugio de secas ramas y viva raíz,
cautelosa de mostrarse a la inclemencia del mundo,
como este huraño corazón se refugia de la vida allá afuera,
y es atravesado por dagas rayos de luz
que se filtran impíos por el ramal hiriendo mi costado.
Foto: Rosa María Fajardo
Invierno
Espero, al despertar en tu latitud, un arrullo nuevo,
espero el frío que toca la puerta de los huesos y dejarlo pasar,
espero las noches prematuras de invierno que engañan el tiempo,
espero ese silencio que deja hablar en otras lenguas,
espero tu sonrisa extranjera, tu costumbre de frontera;
espero al punto de partida regresar.
Foto: Rosa María Fajardo
Epitafio
A Salvatore Toma
Las ramas del roble cual arterias endurecidas por la vida
sostienen al poeta en su contemplación,
lo elevan del mundo,
beben de la humedad de su alma;
refugiada su lírica como raíces, florece
en una lejana Puglia.