Menos de dos años después, sus 37 años en el poder llegaron a un final abrupto, ya que Mugabe fue expulsado por sus militares y miembros de su partido gobernante en noviembre pasado. Fue un golpe de Estado sin derramar sangre, pero un golpe de Estado, al fin y al cabo, al que las cortes de la nación le dieron legitimidad después de que se completó el hecho. Muchos países alrededor del mundo también lo aprobaron y aplaudieron la caída de un hombre que presidió crasos abusos a los derechos humanos y una implosión económica que dejó a Zimbabue en gran medida desamparado.
¿Otros líderes africanos deberían ponerse nerviosos? Algunos han orquestado cambios a las leyes que limitan los periodos, las encuestas amañadas y aplastaban a la sociedad civil para mantenerse en el poder, ganándose con regularidad la condena de los mismos gobiernos occidentales que a Mugabe le encantaba atacar.
“África no necesita hombres fuertes. Necesita instituciones fuertes”, dijo Barack Obama durante su primer viaje a África como presidente de Estados Unidos, en 2009. “Ninguna persona quiere vivir en una sociedad donde el imperio de la ley da paso al imperio de la brutalidad y el soborno. Eso no es democracia, es tiranía”.
Los eventos de noviembre pasado sin duda han llamado la atención de unos cuantos de los “hombres fuertes” a los que Obama se refería. El presidente de Uganda, Yoweri Museveni, quien ha liderado esa nación desde 1986, prometió subirles el sueldo a los soldados un día después de la renuncia de Mugabe. En Sudáfrica, donde el presidente Jacob Zuma, cada vez más impopular, ha combatido los intentos de derrocarlo, el principal látigo de su partido aprovechó el momento posterior al golpe de Estado para decir que Sudáfrica necesita urgentemente un cambio en su dirigencia.
“Es una lección para los viejos dinosaurios que todavía andan por allí como jefes de Estado en África”, dice Richard Downie, subdirector del Programa para África en el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales. “Estás en el poder por mandato de la gente o del partido. Cuando dicen que es el final, no hay mucho que puedas hacer al respecto”.
Unos cuantos de los líderes duraderos de África cayeron en el último año. En diciembre de 2016, Yahya Jammeh, de Gambia, recibió el voto de castigo en un sorprendente resultado electoral y le puso fin a sus 22 años de gobierno autócrata. En agosto, José Eduardo dos Santos se retiró como presidente de Angola después de 38 años y fue remplazado por un miembro de su propio partido.
NI TAN NUEVO: El nuevo presidente de Zimbabue, Emmerson
Mnangagwa, es parte de la misma maquinaria partidista que expulsó a Mugabe. FOTO:
MUJAHID SAFODIEN/AFP/GETTY
El nuevo presidente de Zimbabue, Emmerson Mnangagwa, es parte de la misma maquinaria partidista que Mugabe controló por décadas. En otras palabras, esto no fue una revuelta democrática, sino una advertencia.
Dado el éxito de la toma de poder militar en Zimbabue, Museveni probablemente no sea el único que tome acciones para asegurar que se mantenga intacto su control sobre las fuerzas militares de Uganda y su partido, en especial si la insatisfacción popular se ha acumulado.
Después de todo, los líderes militares de Zimbabue probablemente no habrían intentado su maniobra asombrosa si Mugabe hubiera hecho un mejor trabajo gobernando al país y tuviera más apoyo de los ciudadanos. “Ellos tomaron la decisión de que él era lo suficientemente impopular tanto local como internacionalmente”, dice Nic Cheeseman, profesor en la Universidad de Birmingham, en Gran Bretaña, quien estudia la democracia en África.
Los líderes duraderos en otros países donde ha habido agitación, como Paul Biya en Camerún y Teodoro Obiang en Guinea Ecuatorial, también podrían ser vulnerables. Pero, a decir de Cheeseman, cualquier revuelta política en esos u otros países tiene más probabilidades de ser suscitada por un levantamiento popular más que por una intervención militar.
No obstante, un aumento en las protestas inspiradas por los eventos en Zimbabue es poco probable en el corto plazo. Los avances democráticos en África han sido raros en años recientes, dicen los observadores, y un sondeo reciente del Centro Pew de Investigación mostró que muchas personas en naciones africanas están dispuestas a considerar formas de gobierno no democráticas.
Podrían pasar años antes de que quede en claro si el derrocamiento de Mugabe es una victoria para la democracia en África. Si la administración de Mnangagwa lleva a cabo las reformas económicas que ha prometido y da elecciones justas el próximo año, el golpe de Estado podría resultar ser un parte aguas. Sin embargo, si la situación de los zimbabuenses se deteriora y el partido gobernante del país endurece su posición en el poder, noviembre de 2017 podría ser recordado como una especie diferente de punto de inflexión para el país, y el continente.
“Todos querían a Mugabe fuera”, dice William Gumede, director ejecutivo de la Fundación Democracia Funciona en Johannesburgo. “No es un nuevo comienzo. Pero tiene el potencial de ser un nuevo comienzo”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek