El patriarca que perpetuó el poder de la familia Castro como gobernante de Cuba, Raúl Castro dejará la presidencia de la isla en abril de 2018, tras la votación de la Asamblea Nacional que modificó el programa de las elecciones generales, retrasando la designación del sucesor del hermano de Fidel.
La elección por parte de la Asamblea General del Consejo de Estado, encargado de elegir presidente, que estaba inicialmente prevista a finales de febrero, fue fijada para el 19 de abril.
Este aplazamiento de febrero a abril ocurre después de la postergación de las elecciones locales de este año, la primera etapa de las elecciones generales de 2017-2018, tras el paso en septiembre del huracán Irma, que devastó buena parte de la isla.
Siguiendo la propuesta del Consejo de Estado, la Asamblea Nacional prolongó la legislatura actual dos meses más en la apertura de su sesión semestral que comenzó este jueves y que se realiza a puertas cerradas.
A las elecciones locales de noviembre y diciembre debería seguir, en una fecha que aún no ha sido fijada, la elección de unos 600 diputados de la Asamblea Nacional, que votará a su vez el Consejo de Estado, encargado de designar al nuevo presidente.
Titular del cargo desde 2008 tras una interinidad de dos años, Raul Castro, de 86 años, ya anunció que no se presentaría a un nuevo mandato y que cedería su lugar a un dirigente de la nueva generación.
Su salida pondrá fin a seis décadas de poder de los hermanos Castro en la isla más grande del Caribe, si bien está previsto que Raúl siga a la cabeza del todopoderoso Partido Comunista Cubano (PCC) hasta el próximo congreso de la organización, previsto en 2021, cuando el mandatario tendrá 90 años.
Su primer vicepresidente y número dos del gobierno, Miguel Díaz Canel, de 57 años, se anuncia como posible sucesor. Si es nombrado, este ingeniero nacido después de la revolución se enfrentará a la dura tarea de establecer su autoridad, consolidar los logros de la revolución y continuar la indispensable transición económica esbozada por Raúl Castro.
Tras la muerte del legendario Fidel, en Cuba ningún hombre tuvo más poder, autoridad y secretos que Raúl Castro. El anciano general, que sorprendió al mundo al tender su mano a Estados Unidos, flexibilizó el único sistema comunista de Occidente.
Leal a Fidel Castro hasta después de su muerte, hombre de familia, fumador arrepentido; tan discreto como pragmático, Raúl Castro emergió de la sombra de su hermano para llevar a Cuba por una senda de cautos cambios económicos.
De discursos breves y voz enérgica, el implacable líder de 86 años combinó la administración del poder con la reserva sobre su salud.
“No podría aparecer ante el enemigo como un hombre de alma caritativa”. Así justificó el apodo de temible en una entrevista excepcional que le concedió al diario Sol de México en 1993.
Castro, que comandó por 50 años las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), transformó un ejército de rebeldes idealistas en un eficiente aparato militar que llegó a contar con 300,000 efectivos. Las FAR ejercen un férreo control interno y dirigen el turismo, la agricultura y las telecomunicaciones.
Castro ha sido implacable. Estuvo detrás del juicio de 1989 que llevó al paredón al general Arnaldo Ochoa, fusilado junto con otros tres oficiales por narcotráfico, y en 2009 expulsó del círculo de poder a dos protegidos por Fidel, el vicepresidente Carlos Lage y el excanciller Felipe Pérez, por “ambiciones desleales”.
Al tiempo que excarceló a decenas de opositores por mediación de la Iglesia católica, bajo su mandato se han multiplicado los arrestos temporales y el enjuiciamiento de disidentes por delitos comunes, según sus líderes.
Es “una represión de baja intensidad, contramediática para que no tenga impacto (…) y totalmente ilegal, con el propósito no tanto de destruir a la oposición, como de neutralizar sus acciones, desmoralizarla”, dice a la AFP Manuel Cuesta, un opositor moderado.
“Cambiar todo lo que deba ser cambiado”. Castro pregonó su apertura a las reformas siempre que no tocaran el régimen de partido único.
En plena tensión con Estados Unidos, preparó a la población para responder con tácticas de guerrilla a una eventual invasión. “El suelo ardería bajo sus pies”, advirtió a Estados Unidos.
Pero a finales de 2014 dio un giro al anunciar el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Washington, rotas por más de medio siglo.
En 2016 fue el anfitrión de Barack Obama y ese año ayudó a firmar la paz con la guerrilla más antigua de Colombia, a la que la Cuba apoyó en sus inicios.
De la mano de Castro, Cuba entró en una etapa de flexibilización. Con Venezuela -fuente de petróleo barato- en crisis, el embargo de Estados Unidos vigente y el recuerdo aún fresco del colapso del protector soviético, amplió el trabajo privado, y autorizó la compra y venta de viviendas y vehículos.
Además, eliminó las restricciones de viajes para los cubanos e impulsó la inversión extranjera.
Raúl ha sido “flexible en cambios de políticas pero no de la arquitectura del sistema. En lo político, nunca ha cuestionado el unipartidismo y en lo económico, la adopción de mecanismos de mercado ha sido parcial”, señala Arturo López-Levy, autor del libro “Raul Castro and the New Cuba: a Close-up view of change”.
Castro estuvo casado 48 años con Vilma Espín, su compañera de armas fallecida en 2007. Tiene tres hijas y un varón, nueve nietos y una bisnieta.
Su hijo Alejandro es un oficial muy influyente, pero ni él ni los héroes revolucionarios que aún viven podrían jamás tener su autoridad. Previsor, Castro ya dispuso el sitio donde será enterrado: un nicho de piedra en una montaña de Santiago (oriente) junto a los restos de su esposa.