La narradora mexicana Brenda Lozano tiene una fascinación especial por las piedras desde que era pequeña. Incluso, alguna vez, de niña, se hirió la cabeza procurando escalar una de las tradicionales rocas del sur de la Ciudad de México. A tal grado ha llegado esa seducción que su libro más reciente trata, justamente, sobre piedras.
“Pero no como protagonistas, sino como fantasmas”, aclara la escritora a propósito de Cómo piensan las piedras, un libro de su autoría conformado por 14 cuentos y publicado en días pasados por la casa editorial Alfaguara. “Las piedras tienen el rol de solo estar ahí. Puedes no notarlas, son como un telón de fondo. Ahí están, aunque no juegan un papel en la historia”.
Los relatos reunidos en Cómo piensan las piedras tratan en su mayoría de relaciones amorosas y familiares, de sucesos de la vida cotidiana que se encuentran con eventos inusuales. Por ejemplo, que una gran manada de elefantes reconozca como parte de los suyos a un ser humano, que una niña platique con un policía y le haga preguntas de toda índole o que una pareja se imagine historias a partir de los ruidos que escucha en su vecindario. Empero, en cada cuento aparecerá una piedra fantasmal: en un riñón, como sillón de un gorila en un zoológico, siendo arrojada por un rabino a la lápida de su hermano muerto.
“A diferencia de los gatos, por ejemplo, que son más perversos, testigos de una escena, las piedras no hablan y no interactúan. Los gatos por lo menos te desprecian; por más que te les acercas, siempre te van a maltratar o les vas a ser indiferente. Pero una piedra es un testigo menos notable, más sutil, solo está ahí. Las piedras son silenciosas y también poseen la idea más clara del paso del tiempo: si pensamos en algo permanente o en algo longevo, es una piedra que, aunque son la cosa más sencilla, forman parte de nuestro entorno y de la naturaleza”, considera en charla con Newsweek en Español.
FOTO: ANTONIO CRUZ/ NW NOTICIAS.
Narradora, ensayista y editora, nacida en 1981, Lozano ha tenido residencias de escritura en Estados Unidos, Europa y América del Sur. Su primera novela, Todo nada, publicada en 2009, está siendo adaptada para el cine. En 2014 publicó Cuaderno ideal, y en 2015 fue reconocida por el Conaculta, el Hay Festival y el Consejo Británico como una de las escritoras menores de 40 años más importantes de México.
—¿En qué consiste, Brenda, tu fascinación por las piedras como para llevarlas a tu obra literaria?
—Tengo una colección modesta que tiene que ver más con las historias que hay detrás: cuándo recogí esa piedra, en qué caminata. O a veces, si estoy en un momento importante y veo una piedra, la tomo y la llevo a mi casa. Tengo varias, a veces compro algún pequeño mineral en un mercado, es una colección personal que solo yo entiendo. Tengo una relación definitivamente personal con los minerales y las piedras, pero especialmente creo que tienen un significado. Una piedra en el riñón, un cálculo renal, es un sedimento que te lleva a una serie de cosas que un mineral que compras en un mercado, no. Creo que depende mucho del momento en el que se te aparece la piedra. Y la idea era que estuvieran en la obra menos como gatos y más como fantasmas porque no se puede interactuar con ellas.
—Ayúdanos a desglosar esta metáfora: ¿cómo piensan las piedras?
—Es obviamente una pregunta sin respuesta. Pero, precisamente, algo, cuando es tan permanente, silencioso, imagina de lo que no han de haber sido testigos, por ejemplo, las piedras volcánicas del sur de la ciudad. Creo que las piedras son la idea más cristalizada del paso del tiempo, son la forma física del paso del tiempo, y eso me parece fascinante. Son la forma material del tiempo, ahí pasan toda clase de cosas. Por ejemplo, si hay unas enormes piedras en el mar, pues se van a deformar con el agua, pero pueden llevar milenios ahí y apenas estar curveadas. Entonces, lo que quiero decir es que en torno a las rocas hay un misterio y un silencio imponentes, como una experiencia casi cósmica, pues hay algo en ese silencio que a mí me intriga mucho. ¿Qué pasa por ahí? Y justamente de ahí salió el título del libro, es una pregunta muy sencilla sobre esa idea.
FOTO: ANTONIO CRUZ/ NW NOTICIAS.
—Aun siendo literariamente fantasmales, ¿las piedras tienen cabina en una urbe como la Ciudad de México y en unos relatos de actualidad?
—Tenemos, por ejemplo, las piedras del sur de la ciudad, que a mí en lo personal me fascinan, y su historia más. Están en la zona de Cuicuilco, Copilco, la UNAM, el Pedregal y son producto de una erupción volcánica que se produjo mucho antes de que se fundara la Ciudad de México. Y, bueno, todos tenemos historias con esas piedras o con otras de cualquier tipo. O pasas en el coche y ahí las ves y algo te dicen. Es decir, creo que uno tiene una relación con ellas solo por el hecho de que estén por ahí.
—Una piedra puede tener un significado para un humano, ¿pero para un animal, como el gorila de uno de tus cuentos?
—“Un gorila responde”. A mí me gusta, le tengo cariño, es un cuento de un gorila que está en su jaula del zoológico. Hay algo en esas jaulas que es interesante, porque él pasa el tiempo en una piedra enorme, pero hay una puesta en escena interesante del hábitat o de la selva: hay palmeras que en realidad son bocinas disfrazadas, o una piedra falsa que realmente es un tinaco, y cosas así pasan en el zoológico. Digamos que ese es el papel de la piedra, ser un sofá más que cualquier otra cosa. Ese cuento me gusta mucho, es sobre la relación, si se puede decir de alguna forma, que hay entre el cuidador y el gorila, que se ponía a limpiar su jaula porque los simios imitan a las personas, y un día los cuidadores llegaron y el gorila estaba muy hacendoso en su jaula.
FOTO: ANTONIO CRUZ/ NW NOTICIAS.
—¿Cuál es tu opinión sobre el portento del relato corto frente a la novela?
—Tanto la novela como el cuento son parte de un mismo camino. Por supuesto, hay quien lo toma y quien no, pero creo que la idea del comienzo y el final de una historia es muy arbitraria, pues uno decide cuándo empieza y cuándo termina porque todas las historias ya empezaron y todas las historias siguen, incluso mucho después del punto final, sea cual sea la historia. En ese continuo, uno decide: esto va a empezar en esta frase y va a terminar acá, yo creo que, obvio, deliberadamente. Creo que es parte de lo mismo, no es más fácil escribir un cuento ni es más fácil escribir una novela; definitivamente pasas más tiempo en una novela porque es una historia más larga y tal, pero no te involucras menos en un cuento. Tú lo sabes, escribir requiere de un gran trabajo y no importa tanto si son 2,000 caracteres o 20,000, pues implica el mismo impulso.
FOTO: ESPECIAL.