A PRINCIPIOS de este año, el reportero Lee Stranahan se
encontraba en la sala de prensa de la Casa Blanca cuando otros periodistas le
preguntaron para qué medio trabajaba.
“Breitbart News”, respondió Stranahan, recordando aquel
diálogo en una conversación telefónica reciente.
Los otros periodistas rieron, pues pensaban que tenía que
ser una broma. Después de todo, Breitbart era un medio ampliamente conocido, en
forma justificada o no, como un invernadero del que surgían las más
estrafalarias y paranoicas creaciones de la alt-right (derecha alternativa):
teorías conspiratorias sobre Clinton, argumentos para infundir temor hacia los
inmigrantes, misoginia común y corriente. Una de sus etiquetas para sus notas
era “crímenes cometidos por negros”. Esta etiqueta ya no se usa, pero sigue
calificando a media docena de notas del sitio, la última de ellas publicada
hace apenas un año.
La tradición gobierna al periodismo en la misma forma en que
gobierna al golf, y la tradición dictaba que la sala de prensa de la Casa
Blanca era para hombres y mujeres íntegros que habían asistido a la Facultad de
Periodismo de Columbia y que habían dedicado tiempo a escribir para el
semanario de algún oscuro pueblito antes de ganarse uno de los codiciados
puestos en la redacción de The Washington Post, de The New York Times, o de
alguna otra publicación que mereciera estar a la Casa Blanca debido a que su
misión es publicar sobrios reportajes y no lanzar ciberanzuelos sobre
“noviasesinas lesbianas” o “chicas trans”. Breitbart no tenía que estar allí,
porque era un medio ansioso de publicar, y, de hecho, ya había publicado,
artículos sobre “noviasesinas lesbianas” o “chicas trans”.
Y no solo unos cuantos artículos de ese tipo: el perfil
editorial de Breitbart no está imbuido del conservadurismo cultural o político.
Su principio rector es el de los tabloides: la sangre vende. En especial si
dicha sangre es derramada por un inmigrante ilegal o por algún demócrata
“globalista” que da forma al Nuevo Orden Mundial en el pórtico de su casa en
los Hamptons. Esta era (y en gran medida, sigue siendo) una morbosa visión de
Estados Unidos, aterrorizante y, sin embargo, encantadora, como una de aquellas
exitosas películas de crímenes de la década de 1980, con extrañas políticas
raciales y muchas explosiones, sin mencionar al menos a un par de rubias con
poca ropa que buscan a un musculoso Salvador, preferiblemente, uno que lleve
una sudorosa banda en la cabeza, hecha con la bandera estadounidense.
Pero ahí estaba Breitbart, el medio marginal que se encontró
de repente en el sancta sanctorum del poder estadounidense, el chico impopular
que de repente es coronado rey del baile de fin de cursos, buscado por todos
aquellos que alguna vez se burlaron de él. Su director ejecutivo, el desaliñado
ultranacionalista Steve Bannon, es ahora el estratega en jefe de Trump, y llevó
con él a la Casa Blanca a miembros del personal de Breitbart, entre ellos, el
autodenominado experto en terrorismo Sebastian Gorka y la torturadora del orden
establecido Julia Hahn, en lo que The Hill denominó “la Breitbartización de la
Casa Blanca”.
RADIO TRUMP LIBRE: Stranahan, que dio cobertura periodística
a la Casa Blanca de Trump para Breitbart, dirige un programa de radio para la
agencia noticiosa Sputnik, el medio de comunicación financiado por el Kremlin
que se ha mostrado amistoso con el presidente. FOTO: LEE STRANAHAN
Independientemente de lo que pensemos del patente desagrado
de Breitbart hacia los demócratas y los republicanos centristas, o de sus
célebremente incendiarios encabezados (“El control natal hace que las mujeres
se vuelvan locas y feas”, “Bill Kristol, perjudicador republicano y judío
renegado”), es innegable que el sitio contribuyó a la elección de Trump, en
gran medida gracias a sus despiadados ataques contra todos los republicanos que
se opusieron a su candidatura, a su promoción del plan migratorio del entonces
candidato (es decir, el muro fronterizo) y a que hizo las insinuaciones más
oscuras posibles sobre Hillary Clinton y su círculo, presuntamente corrupto.
Así que ahí estaba Breitbart News el 8 de noviembre, hombro con hombro con
Trump en las trincheras electorales, disparando contra el cortafuegos demócrata.
Este se derrumbó aquella noche, y las planicies del quedaron ahí, listas para
ser ocupadas. Lo mismo ocurrió con la Sala Oval.
Y ese es el problema que Breitbart enfrenta actualmente, un
problema similar al que acosa al gobierno de Trump: ser un marginal solo
funciona cuando estás al margen. Los (posibles) problemas de Breitbart se han
complicado debido a que vendió a Trump ante sus lectores como “nuestro
muchacho”. Bannon deseó alguna vez que ese muchacho fuera el senador por
Alabama Jeff Sessions. En su lugar, obtuvo a un pseudomagnate adverso a la
ideología, difícil de controlar pero fácil de convencer. Es difícil saber en
qué medida el apoyo de Breitbart hacia Trump fue una estratagema para atraer
visitas al sitio, pero ciertamente, presentó una imagen convincente de un
nacionalista económico cuya habilidad en los negocios únicamente era igualada
por su xenofobia.
La venta fue exitosa, pero como ha sido frecuente con Trump,
los compradores han comenzado a sospechar que podrían haber sido engañados.
Breitbart (y, en realidad, todo el orden mediático establecido del ala derecha)
ahora enfrenta a un torpe director ejecutivo que ha adoptado a la OTAN y a
Goldman Sachs, ha descartado en gran medida su plan para construir un muro en
la frontera con México y, durante un discurso en Arabia Saudí, ni siquiera
pronunció las palabras que han sido la piedra de toque de la política exterior
republicana: terrorismo islámico radical.
¿Qué debe hacerse al respecto? Breitbart no tiene un
registro tonal particularmente variado, y su voz resuena frecuentemente en
forma de indignación, escarnio o asco. El medio es incapaz de alcanzar las
complejas notas del arrepentimiento, o incluso de la preocupación moderada. Si
una persona desea obtener matices, probablemente sea suscriptora del Weekly
Standard.
“Son un medio que depende en gran medida del éxito del
presidente Trump”, explica Ben Shapiro, que salió de Breitbart durante la
campaña presidencial, después de que Corey Lewandowski, el director de la
campaña de Trump, agarró con violencia a Michelle Fields, reportera de
Breitbart. Tras el incidente, Breitbart tomó partido a favor de la campaña de
Trump, pasando por alto las afirmaciones, fácilmente verificables, de su
reportera. Shapiro, fundador de The Daily Wire y presentador de un popular
podcast de derecha, señala que, bajo la dirección de Bannon, Breitbart se ha
convertido en “el Pravda personal de Trump”.
Para Breitbart, la posible recompensa por realizar la
función de propaganda estatal es grande. Pero los peligrosos son aún mayores.
En febrero, Alexa, que clasifica a los sitios web de acuerdo con su
popularidad, clasificó a Breitbart como el 29º sitio más visitado de todo
Estados Unidos. Se trata de un logro asombroso para una organización noticiosa
fundada hace una década en un sótano de Los Ángeles y que era desconocida para
la mayoría de los estadounidenses hasta que la candidatura de Trump dejó de
parecer un espectáculo secundario en el escenario político. Breitbart celebró
el logro con su típica bravuconería, alardeando de su supremacía digital por
encima de ESPN y PornHub. A principios de 2017, Breitbart ya tenía más
visitantes únicos que Politico, más tráfico total (es decir, visitantes y
despliegue de páginas combinados) que The Washington Post. Breitbart no solo ha
derrotado a los pornógrafos, sino también a las elites del periodismo que se
habían burlado de esa organización durante años.
EL EXPRESO DEL “MALDITO RYAN”: Bannon, que dejó Breitbart
para trabajar en la campaña de Trump y es ahora el estratega en jefe de la Casa
Blanca, ha atacado ferozmente a Ryan, el Vocero de la Cámara, durante años. FOTO:
EVAN VUCCI/AP
Sin embargo, de una manera muy similar al mismo Trump, es
posible que Breitbart News haya desperdiciado mucha energía en regodearse.
Breitbart ha caído al número 63 en la clasificación de Alexa (en realidad, su
clasificación fue mucho más baja, encontrándose alrededor del número 270, pero
cuando Vanity Fair publicó esa cifra, Breitbart presentó una queja contra Alexa
y de alguna manera logró que su clasificación fuera recalculada). SimilarWeb,
una empresa que utiliza Google Analytics para analizar los patrones de
navegación en Internet, encontró que Breitbart tenía 128 millones de visitas
totales en noviembre, pero que desde entonces, esa cifra ha caído hasta 78
millones de visitas en abril pasado. Esto no deja de ser una notable hazaña, la
cual coloca a Breitbart muy por encima de la mayoría de las demás
organizaciones noticiosas. Sin embargo, algunas personas en los medios de
comunicación se preguntan si el punto más alto en relación con la relevancia
del sitio fue la elección de noviembre. De hecho, sitios de derecha como el
naciente Heat Street se han mostrado más hábiles en su cobertura mediática,
menos atados a la Casa Blanca y más dispuestos a realizar un periodismo
genuino.
La popularidad en la red es efímera, en especial cuando
depende de la suerte de un jefe de Estado excesivamente volátil y
temperamental. Alex Marlow, de 31 años y editor en jefe del sitio educado en Berkeley,
ha dicho que no permitiría muestras de lealtad de tipo estalinista en su sala
de redacción (la sala de redacción es principalmente digital; los redactores
suelen trabajar desde casa). “Cuando sintamos que el presidente no está
cumpliendo las promesas que le hizo al público, le daremos una cobertura
crítica”, declaró al programa Today de NBC en marzo.
Los intentos de Breitbart de desligarse de Trump han sido
pocos significativos. En la mayoría de los casos, el sitio ha controlado sus
ataques o los ha dirigido contra otros objetivos. En forma muy semejante al
presidente estadounidense, Breitbart es experto en transferir culpas,
usualmente al desventurado secretario de prensa Sean Spicer, a quien se le han
adscrito poderes de destrucción casi inimaginables, al modestamente más
competente jefe del Estado Mayor Reince Priebus, o a los “globalistas” del
equipo (un epíteto que, para algunos, tiene connotaciones antisemitas) que han
llevado a Trump a asumir posturas centristas que podrían salvar su presidencia,
pero que le han hecho ganarse la antipatía de su base de votantes.
“Cualesquier intentos de separarse de Trump darán como
resultado una caída inmediata de su tráfico”, advierte Shapiro, “y no producirá
ninguna credibilidad adicional entre el público en general”.
Esa credibilidad no será fácil de lograr, especialmente por
parte de un cuerpo de prensa de Washington predispuesto a desdeñar a Breitbart
como un arribista poco sofisticado, el cual ha dado más importancia al hecho de
atraer visitas a su sitio que a decir la verdad. En marzo, el Comité en
Funciones de Corresponsales le negó a Breitbart un pase de prensa al Congreso.
Hadas Gold, reportera de medios de Politico, explicó en ese momento que los
miembros del Comité tenían preguntas sobre los lazos monetarios de Breitbart
con el activista de derecha Robert Mercer y su hija Rebekah, a lo que el sitio
ha dado poca importancia. El Comité también parecía desaprobar que la sala de
prensa de Breitbart fuera una casa situada en Capitol Hill, conocida como “la
Embajada de Breitbart”.
POR UN PUÑADO DE DÓLARES: Según informes, Mercer, el titán
de la alt-right, y su hija Rebekah, han aportado millones de dólares a
Breitbart y financiado otros proyectos de Bannon. FOTO: OLIVER CONTRERAS/THE
WASHINGTON POST/GETTY
Las organizaciones noticiosas son financiadas por todo tipo
de personas, algunas de las cuales quizás sean indignas de las altruistas
empresas periodísticas a las que patrocinan. Y aunque yo nunca he estado en la
Embajada de Breitbart, dudo que sea muy diferente de la sala de prensa promedio
de Manhattan, con su maltrecha cafetera y sus sanitarios aún más maltrechos. A
pesar de ello, el Comité de Corresponsales pensó que esos eran signos del
penetrante carácter amateur de Breitbart. “Todo ello indica que simplemente no
están listos para obtener una credencial”, declaró a Politico un miembro del
Comité.
Al mismo tiempo, los muy publicitados planes de Breitbart de
expandirse a Europa, como una supuesta prueba de su nueva relevancia, parecen
haber sido poco más que palabras. En febrero, Politico informó que “las
dificultades en la contratación de periodistas, las preguntas sobre el idioma a
utilizar y el deseo de lograr un gran impacto en su lanzamiento han ralentizado
los esfuerzos de establecer ediciones en francés y en alemán”. Durante mi
investigación para este reportaje, también escuché que las oficinas locales no
tenían ni de lejos tantos recursos humanos como Breitbart quería hacer creer a
sus lectores.
Más o menos por la misma época, Breitbart cortó su relación
con su escritor más prominente, el provocador experto Milo Yiannopoulos, o
“MILO”, como se hace llamar en el sitio, como si fuera alguna deidad del fútbol
soccer europeo, cuando se reveló que había hecho comentarios en apoyo a la
pedofilia.
Tras el ataque en el Puente de Londres a inicios de este
mes, Katie McHugh, reportera de Breitbart, hizo comentarios islamofóbicos en
Twitter (“No habría ataques terroristas mortales en el Reino Unido si los
musulmanes no vivieran allí”). Fue despedida en el acto, en lo que podría ser
una señal de lo sensible que se ha vuelto Breitbart News ante las acusaciones
de que propaga el extremismo de derecha.
El problema más grave del sitio podría ser la salida en masa
de anunciantes, que han sido presionados por fuerzas contrarias a Trump a
disociarse de cualquier medio amigable con su gobierno. La campaña contra
Breitbart está encabezada por un grupo que se identifica en Twitter como
Sleeping Giants (Gigantes Dormidos). Al momento de redactar este reportaje, su
base de datos en línea de anunciantes que ya no compran anuncios en Breitbart
contenía 2,178 registros, desde la importante aerolínea alemana Lufthansa hasta
Zeus, una empresa de barberías. En una visita a los tuits de los Sleeping Giants,
pudimos encontrar un mensahe al fundador de la empresa de tecnología Taboola,
que aparentemente publica anuncios en Breitbart: “¿Amas más el dinero que la
tolerancia?”
LOS PELIGROS DEL PERIODISMO DE ACCESO
Quizá ningún hombre tenga una relación más complicada con
Breitbart que Lee Stranahan, una de las figuras más polarizantes e inusuales
del movimiento alt-right, en el que abundan las figuras inusuales y
polarizantes. Ha dejado el sitio dos veces y ha sido despedido una, debido a
sus choques con los editores. Sin embargo, al ser contratado originalmente por
Andrew Breitbart, el fundador de Breitbart News, Stranahan se considera a sí
mismo como un purista de Breitbart, un “defensor de los lectores” que rescatará
a la organización de sus propios impulsos troleadores, volviendo a su misión
original, que era… bueno, en realidad, eso no está completamente claro.
CACERÍA DE BURÓCRATAS: Marlow, editor en jefe de Breitbart,
insiste en que no permitirá que su personal dé muestras de lealtad estalinista
hacia Trump. FOTO: CINDY ORD/GETTY
“Tomo muy en serio el legado”, me dice Stranahan mientras
habla acerca de trabajar para Breitbart, cuyo fundador murió en 2012, dejando,
de hecho, el sitio en manos de Bannon, un desaliñado y autodenominado
intelectual con un sentimiento visceral por el tipo de historias que animarían
a la extrema derecha, las historias que las publicaciones conservadoras
convencionales como el National Review jamás publicarían.
“Por ello siempre regreso a Breitbart”, dice Stranahan.
(Ninguno de los diferentes editores actuales de Breitbart a los que contactamos
para este reportaje respondieron a una solicitud de comentarios. Tampoco lo
hicieron Larry Solov, el director ejecutivo de Breitbart, ni Chad Wilkinson, el
vocero de la empresa).
Actualmente, Stranahan conduce un programa de radio para la
agencia noticiosa Sputnik, el medio financiado por el Kremlin que se ha
mostrado amigable con Trump. También dirige una escuela de periodismo en línea
y The Populist, un medio noticioso. Su sensibilidad sigue siendo nerviosa y
extravagante, con tendencias a la ira y a la suspicacia. Éstas pueden ser
cualidades útiles para un reportero, y le han permitido a Stranahan detectar grandes
historias que los medios convencionales podrían haber pasado por alto, más
notablemente, el escándalo del crédito a la granja Pigford, que permitió que
algunos granjeros afroestadounidenses recibieran una compensación federal de
50,000 dólares tras quejarse falsamente de discriminación por parte del
Departamento de Agricultura, un organismo federal. Sin embargo, esas mismas
cualidades podrían llevar a la ruina a una persona si ésta trata de quedar bien
con la Casa Blanca con la esperanza de obtener un acceso de primera clase.
Stranahan también es experto en Periscope, la plataforma de
redes sociales de vídeo, propiedad de Twitter. Tras su última salida de
Breitbart en marzo, publicó un video de 23 minutos en el que se autodenominó la
“madre llorosa” y el “padre estricto” de Breitbart, diciendo que el sitio
necesitaba una “mano amorosa pero firme”. Los republicanos del Congreso estaban
en medio del primero e infructuoso intento de someter a votación la Ley
Estadounidense de Atención a la Salud (AHCA, por sus siglas en inglés), en un
impulso encabezado por el vocero de la Cámara Paul Ryan, pero apoyado por
Trump. El proyecto de ley, que debilitaría la Ley de Atención Sanitaria
Accesible del presidente Barack Obama sin llegar a abrogarla, era tóxicamente impopular
entre el público estadounidense, por lo que Breitbart la denominó Ryancare,
absolviendo implícitamente a Trump de cualquier responsabilidad.
Stranahan, que es partidario de Trump, no está de acuerdo.
“Donald Trump ha apoyado activamente este proyecto de ley”, dijo en el vídeo de
Periscope, afirmando que la responsabilidad de la AHCA llegaba hasta el
presidente. Si Breitbart afirmaba lo contrario, esto solo significaría el
desastre para Breitbart misma.
“Están quedando mal ante el mundo exterior. Le están
siguiendo el juego a los peores elementos de su liderazgo, que no hacen más que
seguir en completa negación, en completa y total negación de que Donald Trump
podría haber cometido un error”, dijo Stranahan, con una voz más cercana al
dolor que a la amargura.
“Es una mala decisión”, advirtió. “Es una mala decisión
desde el punto de vista periodístico. Es una mala decisión desde el punto de
vista político”.
MILÓS DE NINGUNA PARTE: Yiannopoulos fue el redactor más
prominente del sitio en 2016, pero fue expulsado hace unos meses tras hacer comentarios
favorables a la pedofilia. FOTO: STEPHANIE KEITH/GETTY
Stranahan me dice que lo que le hace más falta al sitio es
un liderazgo responsable. “Tienes a personas dirigiendo las cosas, en puestos
editoriales, que tienen 30 años de edad”, dice, haciendo referencia claramente
a Marlow, el jefe de redacción.
El mayor némesis de Stranahan es Matt Boyle, el editor de la
Casa Blanca de 29 años de edad, con quien tuvo varias desavenencias, según se
informa. Siendo un protegido de Bannon, aunque sin las oscuras pretensiones
intelectuales de su mentor, existen informes de que Boyle les disgusta a
algunas personas de derecha, entre ellas, antiguos colegas de The Daily Caller,
de quienes se dice que se han burlado de él a sus espaldas. Recientemente,
Boyle fue objeto de un perfil muy poco halagador en el Washingtonian, en el que
Jonathan Strong, un antiguo editor, declaró alegremente de manera oficial que
Boyle “tiene dos modos: asesinato y sexo oral”.
Dejando a un lado las rivalidades personales, el argumento
principal de Stranahan es que el periodismo de acceso no es verdadero
periodismo, que el desempeñarse como publicista del presidente finalmente le
hace poco bien a éste último, al tiempo que dilapida la anhelada credibilidad
periodística. Tampoco puede decirse que Breitbart News haya aprovechado ese
acceso en la forma en que debió haberlo buscado. En febrero, logró una
entrevista en la Casa Blanca con Sean Spicer, que fue transmitida a través de
Facebook Live. Las reacciones fueron brutales, y, por ejemplo, The Washington
Post la denominó “la cosa más torpe jamás realizada”.
Se trató de un predicamento Trumpiano, un clásico momento al
estilo de Rodney Dangerfield de respeto exasperantemente retenido en un momento
en el que era tan evidentemente merecido.
EL TEATRO DE LO GROTESCO DE LA ALT-RIGHT
“Han tenido muchas penas crecientes”, afirma Will Sommer,
redactor de The Hill que publica Right Richter, un boletín sobre medios de
comunicación conservadores. “Es más fácil, si eres un sitio como Breitbart,
estar en la oposición”, especialmente si su personal contaba con iconoclastas
como Stranahan y Bannon.
¿Y ahora qué?
Ahora, tenemos al editor general Joel Pollak explicando que
cuando Trump empujó al Primer Ministro de Montenegro durante la reciente
reunión de la OTAN, simplemente estaba reafirmando la supremacía
estadounidense. Y tenemos al reportero Daniel Flynn defendiendo a Greg
Gianforte, político de Montana, que atacó a un periodista, por “la buena
política de los golpes al cuerpo” que Gianforte le aplicó a Bozeman.
Es difícil decir si esto es lo que desean los lectores de
Breitbart, o si es lo único que Breitbart es capaz de ofrecerles.
Podría ser simplemente que Breitbart nunca estuvo equipada
para convertirse en la publicación sobria al estilo del Wall Street Journal que Marlow pareció
prometer tras ayudar a la elección de Trump. El sitio fue lanzado por Breitbart
como “un portal noticioso ágil para los fanáticos de la información que buscan
tener acceso a todas y cada una de las notas producidas por las principales
agencias noticiosas”, como lo describió el escritor Greg Beato en una
publicación realizada en 2009 para Gawker. Beato señaló la fórmula no tan secreta
para el éxito de Breitbart: agregar notas de las agencias informativas en una
forma que pudiera añadir enlaces del Drudge Report, el gigante del tráfico de
internet en el que Andrew Breitbart alguna vez trabajó con Matt Drudge, el
fundador del sitio. Más allá de cualquier ideología motivante, el sitio ha sido
mantenido por enlaces amigables con Drudge que constantemente dirigen el
tráfico de Internet. Esto es tan cierto ahora como lo fue hace ocho años: el
análisis de SimilarWeb muestra que 53 por ciento de todos los enlaces dirigidos
hacia Breitbart provienen de Drudge. Esta podría parecer una cifra alta, pero
en realidad representa una caída precipitada de 28 por ciento desde marzo.
UN GRUPO DE PERSONAS protesta por el nombramiento del exjefe
de noticias de Breitbart, Steve Bannon, como estratega de la Casa Blanca. FOTO:
DAVID MCNEW/AFP FOTO: DAVID MCNEW/AFP
Tras la inesperada muerte de Breitbart, Bannon mejoró el
sitio, convirtiéndolo en un teatro de lo grotesco de alto volumen, la
“plataforma de la alt-right” que la mayoría de los estadounidenses llegaron a
conocer durante la campaña presidencial. La contratación de figuras como
Yiannopoulos marcó una postura más combativa en los temas culturales; Gorka le
dio al sitio su fuerte aspecto antimusulmán, mientras que Hahn, una joven
graduada de la Universidad de Chicago, llegó a reflejar de forma tan precisa
los injuriosos ataques de su jefe contra los centristas del Partido Republicano
que llegó a ser conocida como “la Bannon de Bannon.”
“Bannon construyó un pesado mazo mediático de extrema
derecha, un ejecutor de la ortodoxia que sus fanáticos alabaron por su
fanfarronería y que sus críticos calificaron de xenófobo o algo peor”. Esa fue
la colorida descripción que presentó The Washington Post mientras Bannon se
trasladaba de la Embajada de Breitbart a la enorme mansión blanca de la Avenida
Pennsylvania. El público era, y sigue siendo, más joven y más sofisticado que
el de Fox News, pero está animado por los mismos resentimientos: los Clinton,
México, los musulmanes, Goldman Sachs, Lena Dunham.
Breitbart no puede dejar de lanzar ciberanzuelos de derecha
para convertirse en un medio de noticias transmitidas en forma sobria y
profunda, así como Trump no puede dejar de publicar tuits paranoicos, de lanzar
invectivas autocompasivas contra los medios de comunicación y de pasar los
fines de semana en Mar-a-Lago. Por lo menos, Trump tiene a su hija Ivanka para
mantenerlo bajo control, o al menos eso dicen. Ahora que Bannon se ha ido, es
difícil ver a alguien en la Embajada de Breitbart que supervise el tipo de
reacondicionamiento editorial radical que haría que Breitbart se pareciera más
al Journal y menos a World Net Daily.
Al mismo tiempo, el presidente al que ayudó a triunfar en la
elección tiene un índice de aprobación por debajo de 40 por ciento, lo que hace
que el trabajo cotidiano de vender sus políticas resulte aún más difícil. Sin
embargo, Breitbart sigue siendo un aliado. Si tiene algún tipo de preocupación
acerca de Trump, aún no está listo para compartirla. Esto se debe a que, aunque
Drudge le proporciona el tráfico, Bannon le proporciona el acceso, las
entrevistas y “exclusivas” que son el elemento principal del trabajo periodístico
de Breitbart. Si enfurecen al presidente, las puertas de la Casa Blanca podrían
cerrarse. Esto ha hecho que resulte difícil para Breitbart atribuir
honestamente las fallas y los errores de Trump a Trump mismo.
“Está fracasando en su manejo de las noticias del día”,
afirma Sommer de The Hill. “Al final, el público comienza a desilusionarse”.
Esto no solo es cierto para Breitbart, sino para todo un
ecosistema mediático de derecha que, en gran medida, aún no está dispuesto a
exigirle a Trump que cumpla las promesas flagrantemente irreales que hizo. Así,
la ilusión mantenida se convierte en el mejor antídoto contra la desilusión. De
esta manera, en el mundo de Breitbart, todos los trabajos han regresado de
China, mientras que todos “los ilegales” han vuelto a México. El estado
administrativo será desintegrado, justo como lo prometió Bannon, hasta que
queden tan pocos burócratas en Washington que puedan compartir un solo Uber
para salir de la ciudad. La OTAN, el TLCAN, la Agencia Nacional de Energía
Nuclear: todos ellos están muertos o agonizando, encogiéndose en los últimos
fríos y húmedos calabozos del “Estado profundo”.
Stranahan no se muestra optimista con respecto al éxito a
largo plazo de su enfoque de Breitbart. “No me sorprendería que el número de
lectores se redujera de nuevo”, dice acerca del sitio que alguna vez amó pero
que ahora no reconoce.
“Suena despreciable”, me dice Stranahan, “pero yo siempre
tengo razón”.
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Publicado
en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek