Allí estaban sentados, como mandarines soviéticos, uno por uno alabando al líder intrépido que hace a EE UU grandioso de nuevo. Lo más impresionante de todo fue que lo hicieron con la cara seria, aun cuando no podía haber un hombre o mujer en esa sala que no estuviera consciente de cuán surrealista era la escena.
Bueno, excepto por el Presidente Donald Trump, quien parecía disfrutar cada momento. Él estableció el tono al hacer lo que más ama: congratularse a sí mismo. “Nunca ha habido un presidente, con pocas excepciones —el caso de FDR, él tenía una depresión importante que manejar— quien haya aprobado más legislaciones y quien haya hecho más cosas de las que hemos hecho”, declaró él.
Como rápidamente lo señalaron reporteros políticos y observadores, esto no es cierto. Pero ese fue el tono de la reunión de gabinete. Tenía una sensación de despedida, como algo que sucediera en el mero final de un período presidencial, no en el comienzo. Y aun cuando tales cónclaves son en cierta forma un show, es difícil pensar en otra reunión de gabinete en la historia presidencial estadounidense moderna tan enteramente ocupada con la adulación de un hombre.
“La más extraña reunión de gabinete jamás”, decretó Chris Cillizza de CNN, un sentimiento que fue ampliamente compartido en los medios sociales. El amor de Trump por la lealtad es ampliamente conocido, pero esa lealtad manifestada por tantísimos miembros del gabinete, al mismo tiempo, y en presencia de la prensa, fue algo verdaderamente ridículo de ver, como algo salido de una comedia antistalinista que los censores soviéticos fueron demasiado lerdos para ignorarla.
Excepto que esto no era una comedia. Ésta era la dirigencia política de los Estados Unidos.
La orgía de halagos y buena voluntad empezó con el vicepresidente Mike Pence, quien dijo que trabajar con Trump era “el más grande privilegio de mi vida”. Muchos otros describieron el “privilegio” y “honor” de trabajar para Trump, en aparente contradicción con los reportes de que muchos puestos en los rangos más altos del gobierno federal siguen desocupados porque nadie los quiere.
Jeff Sessions, el fiscal general quien ha enfrentado cada vez más preguntas sobre sus contactos con Rusia, dijo que la administración daba “exactamente el mensaje correcto” a criminales y autoridades por igual. Él y Trump luego discutieron brevemente la erradicación de la MS-13, una pandilla por la cual ambos hombres tienen una fijación desorbitada.
“Todas habrán desaparecido muy pronto”, dijo Trump.
Alexander Acosta, el secretario del trabajo, alabó el “compromiso con los trabajadores estadounidenses” de Trump. Él no describió la naturaleza del compromiso.
Trump se veía feliz cuando Rick Perry, secretario de energía, se burló del acuerdo climático de París como “un decreto presidencial que estuvo mal pensado”.
“Me quito el sombrero ante usted por tomar esa postura”, dijo Perry, una referencia a la ahora famosa declaración de Trump de que él se preocupaba por Pittsburgh, no por París (los alcaldes de Pittsburgh y París desde entonces se han comprometido con un acuerdo propio sobre el cambio climático).
Mick Mulvaney, el director de presupuestos de la Casa Blanca, dijo que “con la dirección de Trump”, él ha sido empoderado para “hacerse cargo de la gente que realmente lo necesita”. De hecho, un anteproyecto del presupuesto de Mulvaney publicado esta primavera contenía recortes a programas populares como Comidas en Ruedas. Ese presupuesto parecía reflejar poco del populismo de Trump durante la campaña, sino, más bien, la actitud amistosa con las empresas de Paul Ryan, portavoz de la Cámara de Representantes.
“Estoy emocionado de tener una oportunidad de ayudarle a cumplir sus promesas de campaña”, dijo Wilbur Ross, el secretario de comercio. Esas promesas incluían una guerra comercial con China, lo cual la mayoría de los economistas no piensa que sea una buena idea.
“La semana pasada fue una gran semana, fue la Semana de la Infraestructura. Muchas gracias por venir al Departamento de Transporte”, dijo la jefa de ese departamento, Elaine Chao. Ella continuó, al parecer consciente de la obsesión de Trump con el tamaño de las multitudes: “Cientos y cientos estaban igual de emocionados, juntándose, viendo toda la ceremonia”.
La Semana de la Infraestructura fue un amplio motivo de burla por su falta de substancia. También fue eclipsada por el testimonio ante el Comité de Inteligencia del Senado del despedido director del FBI James B. Comey. Algunos creen que los efectos secundarios del despido de Comey llevarán con el tiempo a la caída de Trump.
Pero nadie pudo superar al jefe del gabinete, Reince R. Priebus, de quien se dice que tiene hasta la fiesta del Día de la Independencia para poner en orden el Ala Oeste. Si fracasa en hacerlo, Trump presuntamente podría mandarlo a fungir como embajador ante Grecia.
“En nombre de todo el alto gabinete a su alrededor, Sr. Presidente, le agradecemos por la oportunidad y la bendición que nos ha dado de servir a su agenda y al pueblo estadounidense”, dijo Priebus.
Sonny Perdue, el secretario de agricultura, fue el más cercano a igualar la valoración obsequiosa de Priebus de la que ha sido, hasta ahora, la presidencia más impopular de la era moderna: “Acabo de regresar de Misisipi. Lo aman allí”. Esto hizo visiblemente feliz a Trump. “Quiero felicitarle por los hombres y mujeres que ha colocado alrededor de esta mesa”, añadió Perdue.
Como ha sido frecuentemente el caso, el deseo de Trump de proyectar dignidad, confianza y logros se topó con las burlas liberales en los medios sociales. Por ejemplo, Steve Benen, de MSNBC, llamó a la reunión “sorprendentemente repulsiva”.
Y Charles E. Schumer, senador de Nueva York, decidió unirse a la diversión con un video de su propia reunión de gabinete.
—
Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek