FUE ASESINADO a tiros a unos pasos de RioDoce, el semanario que fundó hace 14 años, en la colonia Jorge Almada de Culiacán, Sinaloa.
Era el mediodía del 15 de mayo pasado cuando, después de subir a su automóvil, Javier Valdez fue abordado por unos sujetos que lo obligaron a descender y, luego, le dispararon en 12 ocasiones.
El cuerpo del periodista quedó tendido a media calle. A un lado, su emblemático sombrero.
Su trabajo, preponderantemente reporteril, se publicaba tanto en RioDoce como en el diario La Jornada, y los temas que abordaba con más ahínco eran los relacionados con el narcotráfico y la delincuencia organizada.
Nacido en Culiacán, Sinaloa, el 14 de abril de 1967, Valdez era desde hace 18 años corresponsal del periódico La Jornada. En 2011, el Comité para la Protección de Periodistas le otorgó en Nueva York el Premio Internacional a la Libertad de Prensa 2011 “por su valiente cobertura del narco y ponerles nombre y rostro a las víctimas”. Ese año, con el equipo del semanario RioDoce, del cual era editor, también recibió el Premio María Moors Cabot, concedido por la prestigiosa Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia.
FOTO: ANTONIO CRUZ/NW NOTICIAS.
El mismo día de su asesinato, una vigorosa ola de protestas se desencadenó en varios puntos del país y en algunas partes del mundo. En las redes sociales, diferentes sectores mostraron su repudio y consternación y demandaron a las autoridades el pronto esclarecimiento del crimen. Y mientras el presidente Enrique Peña manifestaba en un tuit que el gobierno de México “condena el homicidio del periodista”, una serie de medios de comunicación, como Noreste, Nexos, Animal Político, Vice News y este medio, entre otros, se sumaron a un paro editorial a modo de protesta.
Formado en la carrera de sociología en la Universidad Autónoma de Sinaloa, a lo largo de su vida Valdez Cárdenas publicó varios libros, la mayoría relacionados con la temática en la cual era un experto, entre los que se cuentan De azoteas y olvidos, Malayerba —con prólogo de Carlos Monsiváis—, Miss Narco, Los morros del narco, Levantones, Con una granada en la boca, Huérfanos del narco y, muy recientemente, Narcoperiodismo, la prensa en medio del crimen y la denuncia.
A propósito de una investigación en curso que recoge las impresiones de varios reporteros sobre el ejercicio del periodismo en México, Newsweek en Español dialogó con Javier Valdez semanas antes de su asesinato. Enseguida presentamos el resultado, hasta ahora inédito, de esa conversación.
FOTO: ANTONIO CRUZ/NW NOTICIAS.
—¿Cuáles son, Javier, las piezas perniciosas que circundan a un reportero que cubre el narcotráfico?
—Para mí es importante todo el mosaico: la presencia del narco, el otro crimen organizado, el de las mafias económicas y políticas, la autocensura, las redacciones infiltradas, por supuesto nuestra incapacidad, la mediocridad, la burocracia, la insensibilidad, la deshumanización con la que estamos trabajando, el mercado de la muerte para los medios de comunicación, el exilio. Hay lugares donde no se reportea nada o se reportea el silencio, donde no hay periodismo ni espacios para hacerlo, o donde lo que se publica no tiene nada que ver con lo que sucede en las calles.
—¿Cómo defines el periodismo en tiempos del narcotráfico?
—Es un periodismo estancando, mutilado, abatido, silente, inexistente, aunque depende de qué región estemos hablando. En Sinaloa, por ejemplo, hago un periodismo acotado porque no estoy en una región en disputa, y eso me da un cierto margen que no tiene la gente de Tamaulipas, que está en medio de dos o tres cárteles. En general puedo hablar de un periodismo estancado, en medio de una crisis provocada por diversos factores: impunidad, homicidios, narcotráfico, la corrupción de un gobierno que no quiere aplicar la ley. Estancado porque no se mueve, no crece. Creo que la alternativa es la de los medios emergentes, páginas de internet, sitios web, que tienen cierta libertad, que no tienen compromisos, que no dependen de los patrocinios, pero que están en la sobrevivencia y pueden morir rápidamente.
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—¿Qué podría motivar a un comunicador a servir al narcotráfico?
—Son dos razones fundamentales. El dinero es uno, los medios pagan muy poco, y el narco tiene mucho dinero y paga más que los medios. Y dos, el miedo, no hay opciones, renuncias al periódico y te vas y te salvas, o te quedas y juegas ese juego. ¿A quién acude ese periodista? ¿A un gobierno cómplice? Claro que no. El Ejército, la Marina, ya todo el mundo está enfermo de narcotráfico. Muchas veces se ha orillado a entender este juego del narco en las redacciones, con los jefes de información, con los reporteros. Es una convivencia obligada. Y si el reportero se queda y la hace con el narco, es la muerte; la muerte del periodismo, pero también del periodista.
—¿Qué interés tiene el narco en acallar o comprar a los periodistas?
—Puede ser que las noticias afecten las operaciones de lavado de dinero o que quemen a un capo y se le genere cierta fama, y entonces esa fama lo exponga ante el gobierno y este se vea obligado a ir tras él. En Tamaulipas, Veracruz, Guerrero y otras regiones también está el monopolio del crimen: se mata a quien yo diga y se publica lo que yo diga porque también afectan operaciones del narcotráfico, les genera un ambiente más enfermo. El narco no solo está en los asuntos policiacos, está en operaciones de lavado de dinero, en el desarrollo inmobiliario, en la construcción, en el gobierno, en los partidos, los candidatos, las elecciones, los servicios públicos, áreas de documentación, de títulos de propiedad, etcétera; entonces, afecta centralmente a toda la maquinaria si se publica esto o aquello. También les preocupa la “imagen”, entre comillas: son asesinos, pero no quieren que se sepa.
—¿Y cómo trabajan los periodistas que deciden no callar?
—Existe una suerte de heroicidad. El reportero al que la burocracia castiga, le quitan las fuentes o no lo publican en el periódico importante de la ciudad escribe en un blog: lo censuran allá, pero publica en sitios alternativos. Para ellos es muy importante el ejercicio de la ética, del oficio, de la pasión, del profesionalismo, entonces hacen lo que pueden, se mueven en función de escenarios muy coyunturales. Y se aprende mucho de ellos a contar las historias del narco: no se conforman con contar muertos, pero saben que tampoco pueden ir más allá de la línea invisible. Se defienden con una pluma heroica, profesional, seria, humana, no se quedan callados, aspiran a que se publique un poco de esta realidad tan espinosa. Esos reporteros nos dan clases de dignidad.
—¿Cuál es la importancia de un periodismo libre en estos tiempos?
—Soy de la idea de que la democracia pasa por los medios de comunicación; por la nota de ahorita, de la tarde, de mañana, y que el periodismo nace y muere todos los días. Hay gente que piensa: “La democracia son las elecciones y vamos a elegir a alguien libremente”. Creo que no, este es un asunto diario, y creo que la construcción de un país democrático tiene mucho que ver con el trabajo de los periodistas. Para que la gente se vea en los medios de comunicación, no los políticos ni los grandes empresarios, es necesario recuperar la calle, gastar las suelas, mover el culo. Yo creo que la gente tiene que verse en las páginas de los medios de comunicación para que se humanice de nuevo y recupere su dignidad y capacidad de protesta, porque la violencia no nos está sacando a la calle, al contrario, nos está encerrando. Entonces, si los periodistas nos quedamos callados estamos contribuyendo a esa espera de la muerte. El periodismo valiente, heroico, está ayudando a que la gente entienda lo que pasa, se informe, se la juegue, y podamos tener una sociedad digna.